– Y en tiempos -puntualiza. Se le han dilatado mucho sus ojillos detras de los cristales. Sorprende mi mirada sobre su carpeta-. Con mucho gusto le ensenare mis planos, mapas… -anade.
Le frustro la exhibicion de su trabajo:
– Si, pero luego, en nuestra playa. Arrigunaga, no Ereaga.
– Tengo medidas las dos. -No lo dudo.
Ya ambos en la puerta, siento dos dardos en mi espalda. Me vuelvo; nunca entendere como pueden salir palabras de entre unos labios tan apretados.
– ?Sabes lo que te digo, jefe? Que te quedas sin novela.
Hace solo dias, la playa era de los veraneantes, hoy de regreso a su invierno en la capital. Donde rompen las olas, cuatro chicos, nativos, arrojan con destreza pequenas piedras planas al agua para que se deslicen a saltitos por la superficie. Es un juego, siempre me ha gustado creerlo, que arrancara del Paleolitico. Luis Federico es charlatan, no ha callado en todo el camino, alabando sin recato las excelencias de sus mapas: «Son los mas humanos concebidos por el hombre. Trenes, tranvias, automoviles disponen de mapas adecuados a las grandes distancias que recorren. ?De que mapa dispone un obrero que va a su trabajo por calles o campos? ?Y una lechera que ha de ir de casa en casa repartiendo su preciosa mercancia? -asi lo ha dicho: «preciosa mercancia»-, ?no agradeceria conocer cuantos pasos humanos debe dar, cuanto tiempo le lleva dar esos pasos?».
Poco me falto para indicarle que el mejor reloj la lechera lo tenia en su estomago para recordarle a cada paso que no habia desayunado, pero no quise perturbar su entusiasmo. «Las distancias, tanto en kilometros como en metros, son tambien pasos. Naturalmente, dejo fuera las millas marinas por una razon evidente», continuaba el. «Nadie mejor que un anciano me puede entender. Los ancianos caminan mucho, ?lo sabe usted? O yo mismo, con mis mas de cincuenta anos. Cuando el medico nos recomienda: ande usted de dos a cuatro kilometros por dia, lo primero que el paciente escrupuloso se pregunta es cuantos pasos representan esos dos o cuatro kilometros, pues en pasos solo tiene medidos su pasillo, su huerta o jardin o la distancia a la tasca. Mis mapas se lo dicen.» Al final de la carretera que muere en la playa, me comenta: «Curiosa en grado sumo esa empleada de usted. ?Aun no la ha amenazado su parroco con enviarla a la carcel si no se cambia de falda?».
La arena esta seca y nuestras pisadas se hunden. ?Como estaria aquella noche? La marcha es mas lenta sobre arena blanda, por lo que Lucio Etxe habria tardado mas tiempo en salvar el trozo de playa que ahora pisamos, tanto al ir como al volver con los herreros. Habra que tenerlo en cuenta al calcular los tiempos.
Luis Federico Larrea aun no sabe a que le he traido. Hemos alcanzado la punta derecha de la playa, el rincon de Kobo, al pie del acantilado de La Galea, donde depositarian los cuerpos de los gemelos al ser sacados del agua. Distingo la gran pena de Felix Apraiz sobresaliendo de la mar, que solo llevara subiendo una hora.
– ?Magnifico escenario! -exclama Luis Federico inhalando aire marino a pleno pulmon y dando a su mirada un recorrido de ciento ochenta grados.
– Un escenario que quiero meter en un reloj -le anuncio-. Abra usted esa carpeta que esta deseando abrir y de la que solo necesito cuatro mapas: el trayecto de aqui a la carretera, y el de carretera arriba hasta la herreria de los Zalla y regreso aqui. Mas que distancias, tiempos. Y no tiempos normales, tiempos de pasos de carrera, pues Lucio Etxe salvo corriendo el tramo de playa y la carretera arriba, para luego seguir corriendo carretera abajo y, por segunda vez, el tramo de playa. Corriendo se llega antes… y aun asi llego tarde. ?Dispone usted de mapas con estas medidas?
– ?Por Dios! -se ofende.
– No seria demerito para usted si le faltaran pasos de carrera.
Pero Luis Federico Larrea sonrie con suficiencia.
– Tengo lo que necesita -declara, feliz-. Es como si la Providencia hubiera pensado en usted cuando me ilumino a mi. No recurri a variantes de los mismos mapas, un simple numero corrector lo arreglaria todo: el 0,87. En las pruebas para determinarlo hice correr a un sobrino de doce anos, una centella, y a mi abuelo de noventa y cuatro, y saque un promedio. Mi abuelo fallecio un mes despues y siempre desee que esas carreras no fueran las culpables.
Me ruega que le sostenga la carpeta y saca de ella los cuatro mapas tras una seleccion de papelotes. Con una estilografica de oro anota numeros en una hoja en blanco, al tiempo que entona con orgullosa seguridad:
– 434 pasos de playa (pasos mios y de paseo), son 7,3 minutos; 750 pasos carretera arriba, 12,5 minutos; en la bajada, al ser pasos mas largos, no son mas que 732, que representan 10,3 minutos; los 434 pasos de regreso en la playa no darian el mismo tiempo, debido al cansancio, asi que registramos 8,6 minutos. Total de pasos…
– No me interesan los pasos, solo los minutos.
– Total de minutos: 38,5. Es lo que yo tarde al realizar el experimento, un tiempo que no es el tiempo de un ciudadano medio, asi que hemos de aplicarle el numero corrector. -Se detiene, concluye las ultimas operaciones y notifica al mundo-: ?Treinta y tres con cincuenta y seis minutos! ?Que hacemos ahora con estos treinta y tres con cincuenta y seis minutos?
Es una pregunta reivindicativa, y hasta yo mismo admito que Luis Federico Larrea se ha ganado una respuesta:
– ?Cuantos centimetros sube el nivel de la mar en treinta y tres con cincuenta y seis minutos? Este es el huevo.
– ?El huevo? Lo lamento, carezco de mapas sobre los vaivenes del mar.
– Me ha sido de gran ayuda, don Luis Federico. Gracias. Usted me acaba de proporcionar el primero de dos datos fundamentales que necesitaba.
– ?Para el huevo?
– Si. Pero no le molesto mas. En tres o cuatro dias recibiremos el otro libro y la revista que encargo.
– ?Me esta echando usted de la playa?
Es una pregunta tan amable que me desarma. Y, de pronto, me viene la escena de Lucio Etxe aporreando la puerta de los herreros…
– ?No son suficientes esos treinta y tres minutos con cincuenta y seis! Los Zalla tardaron demasiado en saltar de la-cama y que la tragica situacion penetrara en sus embotadas molleras…
– Usted me esta hablando de la carrera arriba y abajo de ese Lucio Etxe, ?verdad?
– Hay que sumar mas minutos. Por lo que me conto, por la forma en que lo hizo, por su desesperacion…, yo calcularia, redondeando…, ?de que otro sistema dispongo?…, quince minutos. Tan arbitrarios serian catorce como dieciseis. Ni usted ni yo estuvimos alli, y han transcurrido diez anos. De modo que los treinta y tres con cincuenta y seis mas quince dan cuarenta y ocho con cincuenta y seis. ?No le resulta a usted ridiculo este pico de cincuenta y seis? Suprimido.
– Cuarenta y nueve -rezonga Luis Federico de mala gana.
Tenemos la pena de Felix Apraiz a unos cien metros. Me la quedo mirando. Las ultimas palabras de mi acompanante suenan a tanteo exploratorio:
– Encima de esa pequena mole asesinaron a un pobre muchacho.
– ?Lo recuerda? Quiza solo sufriera un terrible accidente.
– ?Accidente? Si no me equivoco, estaba encadenado.
?Ignora donde se esta metiendo? Trato de desviar el rumbo:
– Por fin, aparecieron las cadenas. Joseba Ermo las guardaba desde entonces en secreto. Esperaba que transcurrieran estos diez anos y se pusiera a tiro un incauto como usted.
Sonrie.
– Entre otras cosas, como usted ya sabe, soy coleccionista tambien de piezas relevantes por motivos dispares, y esas cadenas arrastran un pasado de sangre. Son, si, altamente morbosas, deseadas. El coleccionismo es una adiccion. Mis sotanos, tengo tres, se hallan abarrotados de tesoros. Es una forma de llenar una vida.
Ninguna nube pasa por su semblante; continua sonriendo con esa aparente inocencia que a los duenos de un buen bolsillo les permite mecerse sobre cualquier mundo en llamas. Este pensamiento me endurece repentinamente.
– Si en este suceso, aun no esclarecido, hubiera un criminal, quiza lo sea quien robo esas cadenas de la ferreteria. Y esta sospecha puede hacerse extensiva a usted, que las desea… ?para hacerlas desaparecer?
No se inmuta. Esta gente vive varios peldanos por encima de los demas.
– ?Por que? -quiere saber. Al menos, lo simula.