desmayo), y que en este destierro hubiera alcanzado una longevidad por encima de cualquier promedio. Tal vez mi suposicion de que al cabo de setenta anos pudiera seguir conservando el talante que exhibia su libro era gratuita. Podian haber reeditado la novela sus descendientes, o tener cedidos los derechos y carecer de cualquier control sobre ellos. Con noventa y cinco anos, podia ser un vegetal balbuceante, poco mas que un inicio de difunto. Pero si perduraba en el algo de lo que habia sido, no habia nadie con una experiencia comparable: setenta anos de negarse a volver. Un dia, mientras esperaba a que apareciera el metro en el anden de la estacion de Park Slope, oi a lo lejos a una mujer que cantaba. Algo en aquella cancion, cuya letra al principio no pude descifrar, atrajo mi interes. Al cabo de unos segundos de atenderla supe que tenia de llamativo: aquella mujer cantaba en espanol. La cancion la conocia, era una cualquiera, de esas que pone de moda algun cantante de Venezuela o de Mejico y que siempre tratan de algo muy melodramatico. Los versos terminaban en palabras abiertas: nada, aire, alma, agua. No habia palabras tan terminantes como aquellas en ingles, ni siquiera parecidas; oirlas alli, resonando en el anden vacio de una remota estacion del metro de Nueva York, me produjo una impresion desconcertante. Creo que nunca habia percibido el poder de mi idioma con la nitidez con que lo percibi entonces, al ser proferido por una mujer quiza alienada que atacaba el estribillo de una cancion vulgar. Ni cuando lo habia leido en versos mucho mas esclarecidos ni cuando se lo habia escuchado a los mas consumados actores de mi tierra. Ni siquiera cuando habia sonado alguna cancion flamenca en alguna de las fiestas a que habia asistido aqui, pese a la nostalgia presuntamente invencible que tales sones, segun se me habia avisado, provocaban en los expatriados espanoles.

En ese momento en el que Nueva York me devolvia la posesion extraviada de mi lengua, elegi acordarme de Dalmau. Poco a poco, como si una corriente subterranea socavara el muro de tiempo y desconocimiento que se interponia entre los dos, se abria paso en mi conciencia la logica de su plan ingente y solitario. Y a medida que lo hacia se iba gestando, imparable, la necesidad de saber mas de el.

4.

Viaje al origen por Jackson Heights

Aprovechando las vacaciones de Semana Santa vino de San Francisco un amigo colombiano de Raul, que acababa de contraer matrimonio con una norteamericana. Ambos se alojaron en el apartamento de Gus, que era el mas espacioso, y aunque por regla general se movieron a su aire por la ciudad, de vez en cuando organizabamos salidas conjuntas. Una de ellas, sugerida por el propio colombiano, consistio en ir a comer a un local de Queens llamado Little Colombia, en Roosevelt Avenue. Gabriel, que asi se llamaba el colombiano, queria ensenar a su mujer, Cheryl, como era la cocina tipica de su pais. Yo no habia estado nunca en Queens, y tampoco Raul o Gus, aunque en metro se tardase apenas media hora en llegar desde el Upper West Side. En los oidos de todos, el nombre de Jackson Heights, el barrio donde vivian los inmigrantes colombianos y estaba el restaurante, venia irremisiblemente asociado a una leyenda prodiga en violencia y peligros. Si habia que creer a los periodicos, alli tenian lugar ajustes de cuentas entre traficantes, tiroteos con armas automaticas, batallas nocturnas. Nadie se arriesgaba a andar por sus calles despues de las seis y media de la tarde, y pocos, exceptuando a quienes alli vivian, antes de esa hora. Por eso, aunque fueramos a mediodia, la hora menos arriesgada, el viaje tenia un cierto sabor de aventura. Antes de entrar en Queens el metro emergia de las entranas de la tierra, donde permanecia mientras discurria por Manhattan, y se encaramaba a la via elevada que sobrevolaba el barrio, sin ningun miramiento hacia la estetica urbana o la conveniencia de sus habitantes. En cuanto a la primera, no habia gran cosa que salvar, y en cuanto a la segunda, en poco movia a tasarla la traza mas bien miserable de los bloques de viviendas. Los edificios donde vivia la gente se mezclaban sin concierto con los industriales, formando en su heterogeneidad una ciudad construida a espasmos y abandonada despues a su suerte. Como una burla, desde las estaciones en que ibamos parando, alzadas lo suficiente sobre las casas circundantes, se podia ver una imagen majestuosa de los elegantes rascacielos de Manhattan cubriendo toda la extension del horizonte. La vision me traia a la memoria aquellas estampas de los antiguos libros religiosos en las que los condenados al infierno, mientras se abrasaban, y para apurar todas las posibilidades del suplicio, contemplaban desde abajo el ameno extasis de los justos.

El grupo que componiamos resultaba bastante pintoresco, y mas entre la muchedumbre de hispanoamericanos y africanos que llenaban el vagon de metro. Gabriel venia a ser un sudamericano de rasgos suaves, su mujer era una rubia anglosajona comun, Raul y yo teniamos el ambiguo aspecto europeo de los espanoles, Gus era muy pelirrojo y Michael el negro mas ceremonioso y atildado que pudiera concebirse. Los demas pasajeros nos observaban con recelo, barruntandonos extranjeros y al mismo tiempo sin terminar de ubicarnos. Pero aquel recelo no llegaba a ser hostilidad, tal vez por la presencia de Gabriel, o tal vez porque Raul y yo hablaramos ocasionalmente en espanol. A proposito del idioma presencie una escena enternecedora. Una joven hispana iba sentada al extremo de la fila de asientos, con una nina de unos cuatro anos que podia ser su hija. La nina no paraba de preguntarle algo, en ingles, y ante la negativa de la madre a responder, amenazaba con convertir la insistencia en rabieta. La madre trataba de contemporizar, pero cuando la nina fingio que iba a echarse a llorar, se rindio y dijo al fin, en espanol:

– Pajaro.

La nina, que un instante antes parecia estar al borde del llanto, se echo a reir ruidosamente. Un momento mas tarde volvio a la carga, y esta vez pude entender la pregunta:

– And Rabbit?

La madre apenas se resistio, y tradujo:

– Conejo.

Esta vez la nina se desternillaba. No eran pocos los hispanos que preferian que sus hijos no hablaran espanol, para que eso no sirviera para discriminarlos en el futuro. Pero en la forma en que la nina exigia y la madre se sometia a la exigencia se advertia, esperanzadoramente para la lengua, cuan dificil iba a ser exterminarla. En ese momento pense en los que reprochaban a los hispanohablantes de Estados Unidos sus anglicismos, algunos sin duda estupefacientes. A mi cada vez me costaba mas censurar estas desviaciones, porque cada vez estaba mas persuadido de que el idioma vivia en ellos como ya no vivia en nosotros. La vida florece en la dificultad y se apaga en la complacencia. Y al florecer puede deformarse, hasta convertirse en otra cosa. En cualquier caso, la vida nunca es objetable.

Las estaciones que fuimos atravesando durante el trayecto no estaban muy concurridas, pero al bajar en Roosevelt Avenue los andenes eran un hervidero de gente. En su inmensa mayoria eran hispanos y el castellano se oia por todas partes. Los signos del metro tenian el mismo diseno que en Manhattan, y cuando bajamos a la calle los coches eran americanos, en las matriculas ponia New York y las placas que mostraban los nombres de las vias publicas eran verdes y terminaban en ST o en AVE. Pero eso era todo, porque el bullicio que se desarrollaba en el corazon de Jackson Heights tenia bien poco de estadounidense. A ambos lados de la avenida se erguian construcciones de poca altura, inundadas de rotulos publicitarios, que formaban una especie de zoco partido en dos por la cicatriz descomunal de la via elevada. Alli se alineaban sin solucion de continuidad bares, peluquerias, supermercados, despachos de pan, puestos de fruta y un sinfin de otros negocios. Bajo el entramado de hierros, sin hacer caso del estrepito periodico de los trenes que surcaban su lomo y le arrancaban chirridos y chispas, palpitaba una ciudad moruna e indigena, mediterranea y selvatica. Por ella pululaba una multitud de hombres ociosos, mujeres que echaban a andar deprisa o se paraban de repente, ninos inciviles, viejos inquietos. Todo el mundo despreciaba los semaforos y se desplazaba indistintamente por las aceras o sobre el asfalto. De algunos comercios salian a todo volumen ritmos de salsa, que la gente seguia o pasaba por alto con la misma naturalidad. Ante estos comercios se apilaban las cintas magnetofonicas pero en ninguna parte se vendian discos compactos, porque los clientes no tenian con que reproducirlos. En las tiendas de ropa habia tangas de leopardo, bragas de color fucsia, sostenes puntiagudos sobre troncos de maniquies de plastico brillante. Algunas de las mujeres que uno se cruzaba llevaban prendas no menos estruendosas, siempre cenidas, sin preocuparse lo mas minimo de las bandas de grasa que se enrollaban en sus cinturas.

Alli ofrecia sus servicios el Indio Amazonico, adivinador de futuros en el horoscopo y en los caracoles y puntual solucionador de cualquier problema, por intrincado o recalcitrante que pudiera resultar, segun detallaban sus exhaustivos folletos:…para dominar enemigos, para viajar sin riesgo, para retirar enfermedades postizas o

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