ver, en suma, con el desalino tumultuoso de Nueva York.

La casa, de madera pintada en un color marron claro y media fachada de piedra, tenia toda la apariencia de llevar cerrada algun tiempo. Era bastante grande con arreglo a los patrones espanoles, cuatrocientos metros o mas. No vi carteles que anunciasen su venta. En el buzon no habia ningun nombre, solo el numero de la calle. Apague el motor y baje del coche. Aunque no esperase ningun resultado, no quise dejar de llamar al timbre. Al oprimir el pulsador no sono nada.

– No hay electricidad. Y tampoco hay nadie.

Me volvi. Al otro lado de la calle, apoyado en la valla del jardin de enfrente, habia un hombre de unos setenta anos. Me contemplaba con regocijo. Fui hacia el.

– Busco a un tal Dalmau.

– No esta ahi -certifico el hombre.

– Esta es la direccion que me han dado.

– Anticuada.

– ?Y no sabria donde vive ahora?

– ?Quien es usted y que quiere? -pregunto, repentinamente severo.

No acerte a responder con la prontitud adecuada. El hombre se echo a reir.

– No se apure. Era una broma. No soy uno de esos viejos alarmistas y entrometidos. Algunos de mis vecinos llaman a la policia solo con ver a un negro paseando por la calle. Por eso los pocos negros que viven por aqui tienen que ir siempre muy bien vestidos, para que no los denuncien. ?No le parece realmente gracioso?

El hombre no aguardo a que contestara. A renglon seguido, dijo:

– Dalmau se fue a Kenosha, hara dos meses.

– ?Kenosha? ?Donde esta eso?

– Junto al lago Michigan, o sea, ese -lo senalo-. Pero unas sesenta millas al sur.

Justo en el camino por el que habia venido. Era una contrariedad, pero al menos era algo. Procure aprovechar que aquel hombre resultara mas o menos colaborador.

– ?Le conocia mucho?

– Apenas, aunque llevaba aqui algunos anos. No era un tipo muy sociable. Ademas estaba enfermo, al final. Quien sabe, lo mismo esta ya muerto.

– ?No ha venido nadie por la casa?

– No. Y tampoco ha recibido mucho correo. Me encargo que se lo mandara a Kenosha.

– ?Tiene su direccion alli?

El hombre asintio en silencio.

– ?Y podria darmela?

Reflexiono un instante y volvio a asentir. Entro en su casa y vino al cabo de cinco minutos con las senas escritas en una hoja de bloc, cuadriculada. Antes de entregarmela, quiso sacarme a mi algo, a cambio. No era mucho:

– ?Es usted espanol?

– Si.

– Nunca crei que los espanoles viajaran tanto -observo, enigmaticamente.

Llegue a Kenosha a primera hora de la tarde. El tiempo habia empeorado y se habia nublado casi todo el cielo. Kenosha es una ciudad pequena, rodeada de industrias escogidas y areas comerciales. Tambien hay un importante parque de atracciones cerca. En el centro tiene una plaza amplia con jardines bien atendidos y un museo publico de estilo clasico. Las senas que me diera el hombre de Milwaukee, con ayuda de tres o cuatro consultas a los lugarenos, me condujeron a una urbanizacion mas bien humilde, muy cerca del lago. Era como si Dalmau se hubiera preocupado en todo momento de estar junto a el.

Esta casa era gris, con molduras de color blanco sucio. Y al apretar el boton del timbre si sono algo. La puerta se abrio y tras ella aparecio una mujer de mediana edad, bastante escualida y pecosa, que me estudio con cierta reticencia, aunque sin arredrarse.

– ?Que desea?

– Busco al senor Dalmau.

– Mala suerte. El senor Dalmau murio hace tres semanas.

La noticia me dejo anonadado. Aunque el hombre de Milwaukee me habia dicho que Dalmau estaba enfermo y habia insinuado la posibilidad del desenlace, seguramente estaba mas preparado para no encontrarle que para encontrar su tumba. Debi parecer muy afectado, porque la mujer se sintio obligada a pedir excusas.

– Lo siento. ?Esta usted bien?

– Si.

– Vera, yo solo era su casera -se justifico-. Le alquile una habitacion en el piso de arriba, pero apenas vivio aqui un par de semanas. Estaba muy enfermo y en seguida lo llevaron al hospital. ?Le conocia usted mucho?

Por no pensar, y aunque ya no le calculaba utilidad alguna, tire de la historia que habia ingeniado para dar un aire verosimil e inocuo a mis pesquisas.

– No le conocia nada, en realidad. Soy del consulado espanol. Trataba de localizarlo para un asunto de su interes, en Espana.

– Ya veo. Todo lo que puedo hacer es darle una tarjeta de su hermana. Vino por aqui cuando le hospitalizaron. Se ocupo luego del entierro. Vive en Madison, ya sabe, la capital del estado.

– ?Su hermana? No nos consta que el senor Dalmau tuviera una hermana en Wisconsin -improvise.

– Eso dijo que era. Una mujer de unos cincuenta, algo mayor que el, y tambien mas elegante.

Cuide de reservarme a partir de ahi mis pensamientos, hasta que tuve en mis manos la tarjeta. Con ella bien guardada en la cartera fui al cementerio, y alli di con la tumba. Era una lapida simple, aunque terminada con esmero. Despues de leer la inscripcion que habia sobre aquella lapida estuve caminando durante un buen rato a orillas del lago, por una playa de arena clara con embarcaderos, cabanas y un faro en miniatura (a veces, aunque no es corriente, tambien hay naufragios en aquellas aguas sin sal). Ante el horizonte de acero del inmenso y frio lago Michigan trate de adivinar, en vano, que podia haber llevado a morir alli a Matthew Dalmau, hermano de Sue e hijo de Manuel, quienes, en espanol, no le olvidaban.

7.

Cabo de hilo en Madison

Sue Fromsett, de acuerdo con la tarjeta que me habia dado la mujer de Kenosha, nada obsesionada por conservarla, vivia sobre una de las pequenas elevaciones que hay a las afueras de Madison. La ciudad, aparte de capital administrativa del estado, como atestigua su capitolio preceptivamente algo mas pequeno que el de Washington, es un renombrado centro universitario. La universidad de Wisconsin en Madison es publica y mas bien liberal, en el satanico sentido de la palabra que emplean los agitadores radiofonicos estadounidenses. Uno de ellos solia referirse a la ciudad como The People's Republic of Madison, lo que sin duda era una interesada exageracion. En realidad se trata de una urbe pequena y pacifica cuya vida gira en torno de la universidad y de la administracion estatal y que se asoma al espejo, gran parte del ano helado, del recogido lago Monona.

Sali hacia Madison por la manana, despues de dormir en un motel de carretera proximo a Kenosha. El viaje, aun a velocidad legal, no duro mucho, y antes del mediodia surgia ante mis ojos la cupula del capitolio y la superficie del lago, bastante irregular y delimitada por espesas masas de arboles en toda su extension. Para llegar hasta la zona donde vivia Sue Fromsett, aunque alguien avezado habria sabido como evitarlo, tuve que atravesar la ciudad. En algun momento me extravie y me vi costeando el lago entre los edificios universitarios, rodeado de estudiantes que se dirigian a clase o a los muelles donde habia atracadas multitud de pequenas embarcaciones a vela, uno de los alicientes de estudiar alli. Alguien me explico como salir del atolladero y siguiendo sus indicaciones logre llegar a una via recta que pasaba entre los campos de deportes de la universidad y conducia a mi destino. Una vez en la urbanizacion la tarea se complicaba, porque las calles eran pequenas y llenas de revueltas y las casas estaban desperdigadas por las laderas cubiertas de arboles. El tamano y la abundancia de

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