– Senor Moncada.

– ?Si?

– Leere su libro. A ver si asi lo entiendo -dijo, encogiendose de hombros.

– Mi libro no explica nada. Es una novela -la defraude, por anticipado.

Unos segundos despues volvi a pasar frente a la recepcionista. En ese instante no estaba atendiendo el telefono y se me quedo mirando con una especie de rencor, pero no me dirigio la palabra. Era una chica pelirroja, de esas con blusa blanca y chaleco negro y muchos abalorios. Confie en que mi insolencia no le trajera problemas.

6.

A orillas del Michigan

Despues de mi entrevista con Melisa Chaves, y todavia sin poder atisbar si lo que me habia contado era cierto o una patrana presurosamente inventada, algo se me quedo dando vueltas por el cerebro. Ella habia negado que el apartado de correos a traves del que se relacionaba con Dalmau fuera de Nueva York. Sin embargo, entre los pocos datos que ofrecia la sucinta nota biografica que habia al final del libro figuraba que Dalmau vivia jubilado en Nueva York. Podia ser un indicio de la falsedad de Melisa Chaves, o quiza lo falso era el dato, introducido a instancias del propio Dalmau para despistar sobre su verdadero paradero. En todo caso, lo unico que sacaba en limpio de mis inquisiciones era la resistencia de Dalmau a dejarse encontrar. Los motivos que pudiera tener para ella eran un nuevo estimulo para la busqueda.

Sin embargo, estaba en una encrucijada poco apetecible. Si Melisa Chaves podia proporcionarme mas informacion, habia de ser mediante el recurso a metodos para los que no estaba adiestrado como convenia, por ejemplo infiltrarme en su despacho y saquear sus archivos. Y si renunciaba a este cauce, no veia por donde seguir. En esas estaba, comenzando a acariciar la posibilidad de ir algun dia al edificio de la calle 50 a la hora de salida de las oficinas, cuando se me brindo una alternativa feliz. Una tarde, en el apartamento de Gus, necesitamos de pronto el numero de telefono de alguien.

– ?Tienes guias? -pregunte.

– No, ni falta que hace.

Gus se sento frente a su ordenador y menos de un minuto despues estaba en algun lugar de la red donde se podia conseguir cualquier telefono de Estados Unidos. Esa misma noche, en mi apartamento, me conecte con aquella base de datos y teclee el apellido que no habia visto en ninguna guia telefonica de Nueva York.

Tardo una fraccion de segundo en aparecer: Dalmau, M. Casi se me detuvo el corazon. La base de datos facilitaba un numero y junto a el una direccion de Milwaukee, Wisconsin. Anote ambos con los dedos temblandome de nerviosismo. ?Asi de facil era penetrar a traves de las barreras que el habia levantado? No podia creerlo.

No llame a aquel numero hasta el dia siguiente, a mediodia. No queria sorprender a Dalmau a una hora intempestiva y estropearlo todo nada mas empezar. La gente mayor se acuesta temprano. Mientras pensaba estas cosas, seguia sin hacerme a la idea de que al otro lado de la linea que podia tender en cualquier momento, con solo recorrer aquellas cifras en el cuadro de teclas de mi telefono, estaria Manuel Dalmau, el exiliado de noventa y cinco anos que habia escrito Lejanos.

La primera vez que marque comunicaba la linea. La segunda, cinco minutos mas tarde, tambien. Una hora, y dos, y hasta cinco despues, seguia comunicando. Finalmente llame a la compania telefonica. Una de esas americanas zumbonas, que parecen dudar de la capacidad mental de uno cada vez que rematan con un sir sus frases, me suministro al cabo de algunas comprobaciones una explicacion mas que consistente para el enojoso fenomeno:

– Ese numero ha sido cortado por falta de pago, senor.

La decepcion estuvo a la altura de las expectativas que habia tenido la debilidad de concebir. De un solo golpe de aquella voz remota, casi virtual, volvia otra vez al punto de partida. Dalmau desaparecia por donde habia venido. No tenia mas que una direccion de Milwaukee, Wisconsin, en la que lo unico que me aguardaba con seguridad era un telefono desconectado. No cabia descartar que en aquel momento supiera mas que Melisa Chaves, si me habia sido sincera. Pero eso tampoco me servia de nada.

Durante un par de semanas anduve en otras cosas, echando cuentas del dinero que me quedaba y planteandome que pronto, para el otono en la mejor de las hipotesis, tendria que decidir si buscaba un empleo o si me iba de Nueva York y volvia a Madrid para reanudar todo donde lo habia abandonado. Para tomar la decision sin presiones, habia algo que me habia adelantado a poner en marcha al poco de mi mudanza a Brooklyn: la obtencion de la residencia. Raul me habia hablado de un increible expediente para resolver este escollo, el sorteo anual del National Visa Center. Cada ano sorteaban 55.000 permisos de residencia, sin otro requisito que rellenar una instancia con el nombre y poco mas. Ni siquiera habia que acreditar un trabajo, o que se estuviera vinculado a Estados Unidos por razon alguna. Al parecer no era dificil caer en la preseleccion inicial, de 110.000 candidatos, que era la que se decidia por sorteo. A partir de ahi, un ciudadano europeo con formacion universitaria tenia muchas papeletas para terminar entre los elegidos. Costaba demasiado poco rellenar aquella instancia, asi que lo hice. Pero eso no significaba que viera con ninguna claridad mi futuro. En realidad, por debajo de todo lo que hacia o decia para rehuirlo, se abria paso el temor de acabar regresando en octubre o noviembre a Madrid, sin una explicacion que dar a nadie sobre lo que habia perseguido y obtenido con mi retiro neoyorquino. Una tarde, al pasar ante el escaparate de una agencia de viajes, me quede mirando las ofertas de vuelos a distintas ciudades del pais. No habia ninguno a Milwaukee en la lista que tenian adherida al cristal. Si lo habia a Chicago, a unas dos horas de Milwaukee por carretera, y vi que el billete de ida y vuelta representaba un importe insignificante. Si me alojaba en un hotel normal, y sumando a todo el alquiler de un coche, no constituia desde luego un obstaculo que pudiera oponerse. Incluso aunque al final el viaje fuese en balde.

Llegue a Chicago de noche, unico horario para el que valia la oferta, lo que me forzo a dormir alli. No lo lamente. Me hospede en un hotel del centro y antes de acostarme di una vuelta por Michigan Avenue, asombrado por la pureza arquitectonica de la ciudad (infinitamente mas cuidada que Nueva York) y la vision del lago al final de la avenida. Por la manana madrugue, fui a recoger el coche a la oficina de la empresa de alquiler y tome la autopista que llevaba a Milwaukee. Al contrario que en Nueva York, todos los conductores respetaban escrupulosamente el limite de velocidad. No quise ser una excepcion, aunque conducir a 65 millas por hora por la autopista resultara un tanto exasperante. Despues de ver a un par de infractores cazados por el sheriff, me persuadi de que estaba haciendo lo correcto.

Milwaukee es una ciudad prospera a orillas del lago Michigan. Tiene su downtown con un par de rascacielos medianos y sus suburbios de inmigrantes o de negros, perfectamente delimitados por la red de autopistas que hacen las veces de barrera fisica para impedir que se mezclen quienes no deben mezclarse. Se jacta maliciosamente de poseer el puente mas largo del mundo, ya que une Polonia y Africa, en realidad el barrio de los polacos con el de los africanos. En Milwaukee, como en el resto de Wisconsin, la minoria dominante son los descendientes de alemanes, que vinieron de una Europa donde no tenian tierras a la America donde las habia en abundancia para todos. Aqui se hicieron granjeros, hasta tal punto que la leche es casi el emblema del estado. La direccion que iba buscando, segun la guia de la ciudad que habia comprado en Nueva York, se encontraba en un barrio residencial del norte, muy cerca de la linea fronteriza con el termino municipal del pequeno pueblo de Fox Point y en la misma orilla del lago.

Cuando llegue a este barrio me di cuenta de que era la zona mas acomodada de la ciudad. Las casas, algunas de ellas enormes mansiones de ladrillo de estilo ingles, un autentico lujo para el Medio Oeste, estaban rodeadas de arboles gigantescos y extensas praderas en medio de un antiguo bosque. Por las calles desiertas correteaban las ardillas y al doblar una esquina estuve a punto incluso de atropellar a un ciervo. A medida que me aproximaba al lugar donde aquellas senas situaban la casa de Dalmau, disminuyo algo la frondosidad de la vegetacion. Las casas eran ya todas de madera, asi y todo esplendidas, como lo eran tambien las vistas al lago que tenian muchas de ellas. No se oia un ruido, no circulaba un coche. En mitad de aquel paraiso primaveral, encaramadas a los mastiles que algunos vecinos habian instalado ante sus casas, ondeaban impolutas las banderas con las barras y las estrellas. El blanco, el azul y el rojo destacaban con fuerza sobre el verde esmeralda de los arboles. Nada que

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