concurso de los labios.

– Usted me dira -me puse a su disposicion, sin la suficiencia que cualquier otro habria estado tentado de ejercitar ante un hombre que acabara de confesarle su arrepentimiento y su verguenza. Yo, para impedirme ese desliz, recordaba a Kyriakos y la negra cicatriz en el dorso de su mano.

– Antes de nada -asumio su carga Pertua, con disciplina-, vuelvo a suplicarle que me perdone, y digo que me perdone porque yo, Pertua, soy el unico responsable del disparate que se cometio hace algunas semanas. Me abochorna lo que habra podido pensar de nosotros por causa de mi espantosa ligereza. Desde este momento quisiera pedirle, aunque ya imagino que va a ser dificil, que no crea que es nuestra costumbre recurrir a metodos tan infames e inaceptables. Le juro, aunque eso no sea una atenuante para mi falta, que los hombres que allanaron su apartamento jamas le habrian hecho el menor dano.

– Entonces, era solo una visita disuasoria.

– Comprendame, por favor, no lo estoy justificando, senor Moncada. Fue una vileza y tomo toda la responsabilidad sobre mis hombros. Se que es hombre inteligente y ya habra supuesto que todo se debio a un exceso de celo, pero no me pagan para excederme, ni siquiera en el celo. Tiene mi palabra de que nunca mas volvera a ver a los hombres que le amenazaron y le ruego que se deshaga tranquilamente de cualquier reparo que haya podido abrigar a raiz de su encuentro con ellos.

– Habia abrigado algun reparo, en efecto -reconoci.

– Tengo entendido que incluso ha pensado en abandonar la ciudad.

– Si, lo he pensado, no solo por sus emisarios, aunque ellos fueran el estimulo principal. Vine aqui sin un plan definido y se me ha acabado el dinero.

Pertua celebro conocer aquel dato, o ya lo conocia y celebro que lo mencionara.

– Si eso es todo -dijo-, debe reconsiderar esa decision. Mis emisarios, como usted los llama con una mordacidad que sin duda merezco, son historia, creame. Y si viene urgido a irse por dificultades economicas, permitame saldar la deuda que he contraido con usted ofreciendole un modo de solventarlas.

Si no hubiera sido, de nuevo, por el recuerdo de Kyriakos, que me inducia a ser prudente pese a todas las garantias que Pertua pudiera darme de su desaparicion, habria creido que aquel hombre me estaba adulando de forma miserable. Mas tarde descubriria que era precisa una extraordinaria solidez interior para rebajarse como Pertua era capaz de hacerlo.

– ?Van a darme dinero? -interrogue, estupefacto.

– No era esa la oferta que tenia para usted, exactamente. Quiza deba aclarar que en este momento ya no estoy hablando a titulo personal, sino en nombre de Manuel Dalmau, quien por diversas circunstancias, alguna de las cuales conoce, no puede tratar esto directamente con usted -Pertua se detuvo a observar el efecto que en mi producia el nombre de Dalmau. Luego disipo el equivoco-: Le estoy hablando de un trabajo, senor Moncada. Segun tengo entendido, posee alguna experiencia en el campo de las inversiones, adquirida en su pais. Espero que no le incomode saber que hemos podido obtener algunas referencias, todas favorables, me alegra precisar.

No supe si me incomodaba o no. Pertua cruzo las manos ante su nariz, tocando la punta con los indices extendidos. Tampoco supe si estaba aguardando a que yo contestara algo, o recomponiendo sus pensamientos, o adivinando los mios.

– No digo, naturalmente, que no pueda exigir una indemnizacion por los inconvenientes que se le han producido, e incluso por los perjuicios que se le se hayan podido irrogar -admitio-. Si ese es su deseo, no dude que acordaremos sin ninguna dificultad una suma que le satisfaga, y que se le haria efectiva sin demora y en la manera que usted decidiera. Sin embargo, el senor Dalmau, a cuyas instrucciones me atengo en este instante, considero que ofrecerle un puesto en nuestra organizacion podria ser una reparacion mas completa, ademas de un buen camino para instaurar una confianza reciproca. Nuestro grupo empresarial posee diversas sociedades en las que su experiencia profesional podria tener excelente acomodo, en beneficio de ambas partes.

Lo ultimo que habia previsto era que Pertua me llamara para ofrecerme trabajo, por cuenta de Dalmau. Le transmiti mi perplejidad:

– No comprendo. ?Por que habian de confiar en mi?

– Es lo minimo que le debemos, senor Moncada. De todas formas, acaba de tocar un punto importante - Pertua adopto un gesto severo-. No quisiera que interpretara que esto supone la mas minima reserva por nuestra parte, pero, ?podria preguntarle cual fue el proposito que lo movio a tratar de localizar a Manuel Dalmau?

– Lei su libro.

Pertua medito un segundo. Me dio la impresion de que aquel asunto, la faceta literaria de Dalmau, escapaba a sus competencias. Fue extremadamente precavido al inquirir, sin que pudiera tomarse como indicio de un juicio, favorable o adverso:

– ?Y que vio en el libro?

– A alguien que habia venido de Espana a Nueva York mucho antes que yo, cuando apenas venian espanoles aqui. En su experiencia, por lo que se desprendia del libro, habia ciertas coincidencias con la mia.

– ?Que coincidencias? Si no es demasiada indiscrecion -se excuso.

– Coincidencias sentimentales. Respecto de la propia tierra y la forma de recordarla.

– De modo que su unico interes era literario.

– Puede describirlo asi. Por eso, cuando deduje que Manuel Dalmau no queria ser localizado, abandone sin mas mis investigaciones.

– Sin embargo, trabo relacion con su nieta -se traiciono Pertua, posiblemente con plena conciencia de hacerlo y de que yo iba a pensar que se traicionaba. Aunque refutase la supuesta ausencia de reservas que acababa de proclamar, comprendi que el tenia la obligacion de no pasar por alto aquel detalle.

– Por otras razones. Si no me equivoco, Sybil debe haberle comunicado que en ningun momento hice por saber nada de su abuelo.

– Ya veo. En cualquier caso, senor Moncada, quiero que disponga de algun argumento para ser indulgente conmigo. Convendra en que no podia resultarme indiferente que la hija y la nieta de Manuel Dalmau recibieran su visita, y en el caso de la segunda, algo mas que su visita. No es frecuente que un simple interes literario lleve a una persona a viajar tanto y a establecer ese tipo de contacto con la familia del autor.

– No lo se -dije-. En realidad, ignoro la razon por la que Manuel Dalmau prefiere ser un misterio, aunque la respeto y lamento las preocupaciones que haya podido causarles.

Pertua percibio mi ironia y yo me arrepenti de ella en el acto. Me pregunte como habrian seguido todos mis pasos y me percate de que en realidad habia debido ser muy facil. Le habia dejado una tarjeta a Sue Fromsett, y aunque quiza ella no se la hubiera facilitado a Pertua, debia haber llegado hasta el con relativa presteza a traves de algun cauce. El unico cauce que se me ocurria era Dalmau, a quien Pertua exculpaba de todas sus providencias, acusandose el mismo de impulsarlas. Pero mi ultimo comentario requeria algo que justificara a Dalmau, y de nuevo Pertua realizo la labor.

– No necesita ser suspicaz -asevero, con dulzura-, aunque me hago cargo de que yo le he dado pie para que lo sea. Manuel Dalmau es un hombre muy anciano, y como puede ver, en el concurren circunstancias que pueden sugerir a ciertas personas la posibilidad de tomar iniciativas arriesgadas. No debe asombrarle que trate de preservar su intimidad y la de su familia. En fin, despues de todo, esto nos devuelve adonde estabamos antes. La confianza mutua, senor Moncada. Le he hecho una oferta, creo que bastante apetecible para un hombre en su situacion presente. ?Que me contesta?

– Esa oferta, ?viene acompanada de alguna exigencia? -quise cerciorarme.

– Ninguna en absoluto. Es un empleo y se espera de usted que trabaje por el sueldo que se le dara, en los terminos que son habituales. Nada mas.

– ?Que sueldo?

– El adecuado al puesto que ocupe. Le garantizo que no estara descontento, senor Moncada -Pertua debia tener sobrada experiencia en comprar hombres con dinero, a juzgar por la seguridad, casi desdenosa, que exhibia al tocar ese punto.

– Supongo que no le ofendera que quiera pensarlo un poco. Son demasiadas cosas para asimilarlas segun vienen.

– Desde luego. Tomese el tiempo que desee. Y deshagase de cualquier reticencia. Le estoy ofreciendo un trabajo normal y honorable. Con nuestros errores, como cualquiera, somos personas normales y honorables. Estamos ansiosos, y yo personalmente, de demostrarselo de forma que no le quepa ninguna duda.

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