pero de una manera radicalmente distinta de todos aquellos necios borradores mentales que yo habia estado garabateando. Al principio, cuando esa tarde regrese a mi apartamento, no adverti nada inusual. La puerta estaba bien cerrada con llave, el salon desocupado y en orden, las luces desconectadas. Incluso perdi un minuto preparandome un vaso de leche y dos o tres mas paladeandola. Desde que la habia probado por primera vez, me apasionaba la leche americana, por el sabor deliciosamente artificial que le daban todas las vitaminas y las demas sustancias con que la enriquecian. Luego me acordaria de aquel vaso de leche, como un detalle absurdo.
Los vi cuando entre en el dormitorio. Eran tres hombres, y parecian tranquilos. Dos de ellos estaban sentados sobre la cama, con las manos cruzadas entre las rodillas. El tercero estaba de pie, junto a la ventana, absorto en la quietud que aquella tarde dominical reinaba en Hicks Street. Los dos de la cama no iban ni mal ni bien vestidos, pantalones limpios y camisa de manga corta. El de la ventana llevaba un traje beige y una corbata de color teja, con pintas de un tono verde claro. Despues de que yo entrara en la habitacion, los dos de la cama continuaron inmoviles, porque ya estaban mirando hacia la puerta por la que yo habia de aparecer, y el de la ventana volvio el cuello, sin precipitarse. Tenia una cara huesuda y lampina. El sobresalto, y tambien el miedo, me privaron del habla.
– Buenas tardes. No se asuste -me saludo el hombre del traje. Hablaba como un locutor de television, marcando impecablemente cada sonido.
– ?Que significa esto? -llegue a decir, por algun milagro, pero me arrepenti en seguida, porque los dos hombres que estaban sentados en la cama se levantaron, vinieron hacia mi y me invitaron con un gesto a volver al salon.
– Vaya hacia alli -confirmo el del traje, sin despegarse de la ventana-. Tendremos mas sitio.
Hice lo que me indicaban, y cuando me senalaron un sillon, me deje caer sobre el. En mi cerebro se sucedian a toda velocidad pensamientos que no podian serme de ningun auxilio: no era frecuente que por alli hubiera robos en las casas, era todavia menos frecuente que hubiera robos acompanados del secuestro de sus moradores, aquellos hombres no tenian aspecto de ladrones, ni de traficantes, ni de gamberros juveniles (no eran jovenes, para empezar), tampoco parecian ser mafiosos, pero ?que idea tenia yo de como eran los mafiosos, aparte de las estupideces de las peliculas? Los dos hombres que habian estado sentados en la cama y que ya no lo estaban, los dos hombres con camisa de manga corta, descripcion que seguiria sirviendo mientras no se la quitaran (y no era probable que lo hicieran), cogieron cada uno una silla de las que habia junto a la mesa de comedor y se sentaron ante mi, algo retirados, obstruyendo el paso hacia la salida. Siempre me quedaba la ventana (?me produciria lesiones irreparables saltar desde un segundo?). Solo cuando los otros se hubieron acomodado en aquellas sillas, que se veian pequenas y endebles debajo de ellos, vino el hombre del traje al salon y tomo asiento frente a mi, mas cerca que los otros. Antes de hacerlo, se desabrocho el boton inferior de la chaqueta. Era una chaqueta de buen corte y tejido caro, aunque el estilo pretendiera ser informal, o solo veraniego. El hombre del traje sonreia mientras se sentaba, como si notara que yo le envidiaba la chaqueta.
– Antes de nada -dijo, otra vez con aquella voz y aquel ingles maravilloso, de locutor televisivo-, me permitira que le presente a mis companeros y que me presente yo mismo. Ellos son Keith y Greg y yo soy Kyriakos y podrian ser nuestros nombres autenticos, aunque le dejare con esa duda, para que tenga algo con lo que entretenerse mientras estamos aqui y tambien luego. Con esto le transmito una informacion importante, que espero que le aliente: habra un luego. Bueno, no debe caberle ninguna duda. Si no fuera a haber un luego, ni siquiera habria tenido tiempo de vernos. Somos personas ocupadas y cobramos por horas. Ademas hoy es domingo, precio doble.
Consigno la circunstancia como si hubiera de resultarme peculiarmente halaguena. Era un hombre caluroso, pese a aquella cara angulosa y flaca y a la brillante piel de muchacho, femenina y desasosegante.
– ?Ha reflexionado alguna vez sobre el papel que la violencia desempena en nuestra sociedad, senor Moncada? -pregunto Kyriakos, como si fuera un profesor de filosofia preguntando a un alumno si alguna vez se habia parado a reflexionar sobre el alcance de los conceptos de forma y substancia en los escolasticos.
No habria podido responder aunque hubiera querido, y aun si hubiera querido y podido no habria tenido nada que contestarle. Era obvio que Kyriakos iba a mostrarme perspectivas para mi inasequibles del problema. Kyriakos lo sabia, y prosiguio, sin cuidarse de mi:
– La organizacion de nuestro tiempo se basa en un permanente ejercicio de la violencia. Con ella se resuelven los desequilibrios entre las naciones, las clases sociales, y tambien dentro de las clases sociales. Nuestro gobierno utiliza la violencia para que ciertos paises, los que olvidan como son las cosas, esten donde deben estar y hagan lo que deben hacer. Los poderosos utilizan la violencia para que los que no tienen el poder, y tambien olvidan como son las cosas, se aguanten y no molesten. Y todavia entre los desgraciados, unos ejercen la violencia sobre el resto, porque todavia quedan papeles por repartir; siempre se puede ser primero y ultimo, aunque sea en el infierno.
Keith y Greg escuchaban con la frente arrugada, con la vista alzada al techo, como si estuvieran en la iglesia oyendo un sermon que no fuera ni muy novedoso ni muy rutinario, de labios de un pastor que tampoco les cayera demasiado bien o mal.
– Ahora bien -Kyriakos extendio las manos al frente, para llamar la atencion sobre lo que iba a exponer a continuacion-. En nuestros paises, y me refiero a los paises que se llaman civilizados, como este o el suyo, son muchas las personas que viven en la ilusion de que la violencia no existe. Y debe comprender lo que quiero decir exactamente. Pueden ver guerras en la television, o atracos en el cine, y hasta sufrir pequenos robos ellos mismos, y aun asi mantener la ilusion de que la violencia no existe. ?Por que? Porque nunca se han encontrado en una franja de desequilibrio. Viven confortablemente en amplias zonas de equilibrio, lejos de las fronteras donde la violencia es necesaria. ?Me sigue?
Asenti, porque le seguia y porque me dio la sensacion de que si no asentia volveria a explicarmelo. Kyriakos era un hombre meticuloso, demasiado para tenerle puesto un precio a su tiempo, quiza. Mi asentimiento le conforto:
– Esplendido. Me agrada mucho tratar con usted, senor Moncada. Pues bien, todo esto nos lleva al siguiente razonamiento: hay que caer en una franja de desequilibrio, para poder entender hasta que punto la violencia es el pilar sobre el que se asienta nuestro orden. ?Y como es posible caer en una franja de desequilibrio? Lo cierto, senor Moncada, es que no es tan dificil como la mayoria de la gente piensa. Una combinacion de azar y de culpa, como siempre pasa en la vida, puede llevarle a uno alli con relativa facilidad. Desde luego, hay franjas en las que sera mas improbable caer, dependiendo de la situacion de cada uno. Ninguna aviacion extranjera ha bombardeado nunca las ciudades de Estados Unidos, y esto es una tranquilidad casi indestructible para un americano; una tranquilidad de la que no goza, por ejemplo, un iraqui. Pero otras franjas estan a nuestro alcance, o quiza seria mejor decir que somos nosotros quienes estamos al alcance de ellas. Y cuando un hombre normal, un hombre que ha vivido toda su vida en zonas de equilibrio, cae en una franja de desequilibrio, la subita comprension de la violencia y de su cometido desencadena en su espiritu fenomenos extremadamente notables.
Kyriakos se interrumpio. Se echo hacia atras completamente y una vez que se hubo instalado a placer en el sillon comprobo la posicion de su corbata, extendida de modo irreprochable a lo largo de su pecho y de su abdomen. Era un abdomen estrecho y liso como una tabla. Luego descruzo las piernas y volvio a cruzarlas en la disposicion inversa. Sin dejar de mirarme, saco del bolsillo interior un paquete de caramelos.
– ?Quiere uno? -me ofrecio-. Son muy buenos, sin azucar.
– Gracias -rehuse.
– Si yo fuera usted admito que habria alguna posibilidad de que tuviera la boca seca y por tanto un caramelo me seria de ayuda -conjeturo-. Pero claro, no todos los hombres estan hechos del mismo material. Hay algo, sin embargo, siguiendo con nuestro asunto, en lo que casi todos los hombres, me refiero a casi todos los hombres que siempre han vivido en zonas de equilibrio, coinciden: una defectuosa conciencia del propio cuerpo. La culpa la tienen los analgesicos, la vida sedentaria, la calefaccion, el aire acondicionado. En una franja de desequilibrio, cuando la violencia empieza a actuar sobre uno, esa falta de conciencia se revela como una verdadera desventaja. Y reciprocamente, para aquel que ejerce la violencia, se trata de una ventaja, porque opera como mecanismo economizador. Con mucha menos dosis es factible alcanzar satisfactoriamente los fines a los que la violencia sirve. Si un hombre, por su inconsciencia pasada respecto de su propio cuerpo, puede aterrorizarse porque le arranques una una, no habra necesidad de cortarle una mano con el machete. Lo malo, para el que cae en la franja, es que la violencia tiende a manifestarse por exceso, y a veces sin ningun sentido de la medida imprescindible. Medir requiere atencion y no todo el mundo tiene tiempo, o la disposicion precisa. A menudo,