Invencible. Mi padre me puso Hugo para que me llamara igual que el.

– ?Era antepasado tuyo, ese capitan de barco?

– No. A mi padre le interesaba la historia naval.

– Y por eso tu te llamas como el capitan de un barco victorioso.

– No fue victorioso. A la armada la llamaron invencible por sarcasmo. La batalla la perdimos y a don Hugo de Moncada le despacharon con su barco los ingleses, frente a las costas de Francia.

– Ah, lo siento -se compadecio.

– No importa. Hundirse con su barco era la unica gloria posible para los marinos espanoles. La victoria era siempre para los ingleses.

– Mas practicos, los ingleses. ?Y que puedo hacer por ti, Hugo Moncada?

Su voz era muy dulce, pero como a menudo me ha sucedido con las mujeres que se expresan en ingles, cuya entonacion resulta siempre mas exagerada que la del castellano, no terminaba de discernir si estaba siendo amable o se reia de mi.

– Me preguntaba si te habrias arrepentido de tu oferta del otro dia -dije, con recelo.

– Aun no -repuso, insinuante-. No he tenido oportunidad.

– ?Y podria ser esta tarde?

– Por que no -concedio, sobre la marcha-. ?Soportas la comida china?

– De vez en cuando, si.

– Entonces quedamos a las siete y media en la puerta del Silk Road Palace, en Amsterdam Avenue con la 82 -dispuso, expeditiva-. Luego podemos ir a tomar el postre al Iridium. ?Lo conoces? Tienen postres magnificos. Tambien tocan musica, jazz y blues.

– No lo conozco, pero me gustara -acate, desbordado por la velocidad a la que habia elaborado un plan completo.

– Muy bien. Ahora tengo que dejarte. Mi jefe viene hacia aqui. Hasta luego.

Y corto la comunicacion. Por la tarde, a la hora estipulada, me presente en la puerta del Silk Road Palace, en Amsterdam Avenue, con un clavel rojo en la mano. El restaurante, pese al pretencioso nombre, era un pequeno local de unas quince o veinte mesas cuyo interior mas bien funcional se veia entero desde la calle, a traves del frontal acristalado. Sybil llego quince minutos tarde. Como no daba el tipo de persona impuntual, pense que debia ser una negligencia deliberada. En cualquier caso, estuve muy lejos de sentir la tentacion de afearsela. Tarde o pronto alli estaba y se habia puesto muy elegante, con un vestido casi veraniego, una chaqueta de seda y unos zapatos de tacon que igualaban nuestra estatura. Tras ella, al final de la avenida, el dia se apagaba. Pese a las nubes que cubrian parte del cielo, se presentia que iba a ser una hermosa noche de mayo en Nueva York.

– Perdona por el retraso -se excuso, aunque no venia nada aprisa. Reparando inmediatamente en el clavel, dedujo-: ?Es para mi?

– Si -dije, tendiendoselo-. Las mujeres de mi tierra se ponen esta flor en el pelo, o se la ponian. Supongo que ahora resulta demasiado ridiculo llevar flores en la cabeza.

Sybil cogio el clavel y lo hizo girar sobre la palma de su mano. Llevarle aquella flor era o trataba de ser una astucia, porque como americana Sybil podia ser sensible a las costumbres salvajes, o sea, a todas las no estadounidenses, y porque como descendiente de espanoles tambien podia el clavel surtir en ella algun efecto irresistible.

– ?Debo ponermela en el pelo? -consulto, con repentina mansedumbre-. No creo que me quede como a las mujeres espanolas. Ellas suelen ser morenas y el rojo queda mejor con colores oscuros.

– El clavel es tuyo. En ningun lugar quedara mejor que donde tu quieras ponerlo.

Sonrio. Por primera vez no era aquella sonrisa inaccesible, sino otra mucho mas calida y proxima. Me quede a la espera, dejandole toda la iniciativa. En realidad la iniciativa era suya desde que habia cruzado el Fez hasta mi mesa y me habia reprendido por invitarla. Sybil se aliso el vestido, que no necesitaba ser alisado, y propuso:

– ?Entramos?

La carta era prolija, como correspondia a un restaurante oriental. Entre todo lo que en ella se ofrecia, seleccione un par de platos que me eran familiares. Sybil pidio otros dos cuyo nombre yo nunca antes habia oido.

– Aunque a primera vista no lo parezca, este es uno de los mejores restaurantes chinos de Manhattan - asevero, con ese aire de habilidad que adoptan muchos estadounidenses al establecer o referirse a una clasificacion de algo.

– Pues no es nada caro.

– Desde luego que no lo es. Pagaremos a medias, y no me gusta dar por sentado que la gente con la que salgo tiene dinero para afrontar la cuenta de un restaurante caro.

– ?Tu si lo tienes?

Sybil se echo hacia atras y me observo con cautela.

– ?Tratas de averiguar si has salido a cenar con una rica? -sospecho.

– No creo que seas rica. Las ricas no trabajan ni madrugan.

– La verdad es que los arquitectos, o al menos los arquitectos como yo, no estamos bien remunerados. Desde luego, no podria cenar en un restaurante caro todas las noches.

Nos trajeron nuestros respectivos pedidos. No olian mal, y dentro de lo que puede dar de si un guiso chino, mi plato estaba bastante sabroso.

– Y tu, ?de donde sacas el dinero? -interrogo Sybil, sinuosa.

– Tengo una reserva. Digamos que es una especie de herencia.

– Caramba, que suerte -se admiro, mientras masticaba un bocado de pollo y bambu.

– No creas. Se me esta agotando. Me temo que pronto volvere a trabajar.

– Asi que tienes una profesion.

– No se si llega a tanto. Mi trabajo de antes consistia en colocar los fondos de otros y llevarme una pizca de las ganancias, por las molestias. No lo anoro, pero tampoco he aprendido otra cosa de provecho. Asi que tendre que hacerlo otra vez.

– Dejara de sobrarte el tiempo para seguir a las mujeres por ahi -lamento.

– Nunca habia seguido a nadie, hasta ahora.

Sybil puso sus cubiertos sobre el plato y cruzo las manos ante si. Quise enfrentar su escrutinio, como si no tuviera nada de que avergonzarme, y habria jurado que no lo tenia, pero algo me despojo del animo. Estuvo asi, juzgandome, hasta que considero que me habia incomodado lo suficiente. Entonces dejo flotar en el aire su duda:

– ?Y por que yo?

– ?Tanto te extrana?

– Nueva York es muy grande -explico-. Hay miles de mujeres mucho mas seductoras: modelos, actrices, directoras ejecutivas. Mujeres con cara de angel, cuerpos de cine, implantadas y sin implantar. A veces, incluso, puedes encontrarlo todo junto en la misma. Yo no voy a ningun gimnasio, no soy alta y tampoco me he implantado nada. Solo un bizco se fijaria en alguien como yo.

– Depende de lo que te interese. No soy tan elemental -me opuse.

– ?Y que te intereso de mi?

– Quiza no deba decirlo abiertamente.

– Por favor -suplico, inclinando la cabeza. Al hacerlo un mechon de cabello le cayo sobre la frente. No lo aparto de ahi. Aquella guedeja suelta le daba un aire descuidado y tentador.

– De acuerdo. Para empezar-alegue, cuidadosamente-, eres rubia y tienes los ojos azules. Desde que llegue a Nueva York a las rubias de ojos azules, esas mujeres que son un simbolo del sueno americano, solo las he visto desde lejos, como si fueran algo que no se pudiera alcanzar. En segundo lugar no estas bronceada; odio a las mujeres bronceadas, aunque casi todas quieran estarlo. En tercer lugar no eres fuerte ni grande; tampoco me atraen esas mujeres enormes y con musculos que hay ahora. Por ultimo, y esto es lo mas importante, me gusta como miras al frente cuando estas sola, pensando, en la calle o en el metro. La mayoria de la gente, cuando esta sola y piensa, parece atemorizada. A ti se te ve en paz, como si supieras algo que los otros no saben.

Sybil sonrio en silencio.

– Acabas de inventarlo todo, ahora mismo -aposto.

– No he inventado nada.

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