Me di cuenta de que era la primera vez que me encontraba ante un hombre que se veia en la necesidad de proclamar y demostrar que era normal y honorable. Eso habria debido espantarme, pero Pertua sostenia su discurso con temple y conviccion. Tras su aspecto deslustrado, tenia una innegable capacidad para cautivar al oponente.

– No quiero robarle mas tiempo. Por cierto -administro con destreza el efecto-, alguien le espera en la recepcion.

Con esta noticia, que le complacia visiblemente darme, por lo que corroboraba sus palabras o por mi momentaneo desconcierto, Pertua se puso en pie y me tendio otra vez la mano, que estreche y volvi a notar templada y seca. Tambien note que era fuerte.

Sybil me aguardaba arrellanada en una butaca que habia frente a la mesa de la recepcionista. Estaba exultante, porque me habia ensenado su poder.

– ?Has aceptado? -fue su saludo.

– Todavia no.

– Pero aceptaras.

– Tendras que proporcionarme alguna razon.

– Te la proporcionare.

Habria debido recelar de su alborozo, de la propia Sybil, que jugaba a obedecer a su jefe del despacho de arquitectos cuando su abuelo dictaba las vicisitudes de un hombre como Pertua. Sin embargo, estuvimos juntos aquel dia, y al dia siguiente y en los dias sucesivos, y cuanto mas estaba con ella menos podia resistirla, porque ella habia desentranado mi debilidad, o yo se la habia desvelado, irresponsablemente, la noche en que le habia pedido reconstruir mi sueno. Pero no escribire mucho mas acerca de mis andanzas con Sybil, porque nunca he sabido o querido escribir historias de amor y porque Sybil importa a mi vida y esta no es la historia de mi vida, sino la de como llegue hasta el angel oculto. A esta historia, la del hallazgo inaudito que guardaba para mi la ciudad que antes habia creido vacia, Sybil deja de ser indispensable una vez dicho como me condujo hasta Pertua. Desde alli, aunque ella estuviera cerca, incluso aunque me favoreciera siempre, era yo quien debia seguir camino hasta Dalmau, donde terminaba el viaje.

V. EL ANGEL OCULTO

1.

Al servicio de Dalmau

En ningun momento, ni siquiera mientras representaba lo contrario ante Pertua, habia dudado que aceptaria entrar a trabajar al servicio de Dalmau. No lo habia dudado aunque desde luego tenia motivos para rechazar la oferta, o quiza seria mas correcto decir que me costaba encontrarlos a favor. Si bien se trataba de un medio de vida mas o menos asequible a mi capacitacion profesional, y me permitia demorar un regreso que no deseaba, cuando llame a Pertua para confirmarle que queria el trabajo, no era eso lo que inclinaba mi animo, ni tampoco ninguna de las razones a las que Sybil se habia afanado, conforme a su promesa, en convertirme. Si consenti fue, sobre todo, por la intuicion de que era alli, en los dominios de Dalmau, mucho antes que en un regreso deshonroso a Madrid o en cualquier otra ocupacion en Nueva York, donde podia tener una oportunidad de esclarecer las causas que habian provocado mi viaje. Era la misma intuicion que habia despertado en mi la lectura del libro, y que resucitaba, intensificada, con la reaparicion de Dalmau a traves de Pertua, aquel formidable subalterno.

Entre quienes asistieron atonitos a mi nueva ocupacion se conto destacadamente mi amigo Raul, quien me habia visto descartar, considerar y volver a descartar la opcion de la repatriacion en el corto plazo de unas pocas semanas. No le habia contado en su dia lo que me habia hecho cambiar por primera vez de opinion, porque habia sido una experiencia ominosa que preferia esconderle (uno solo puede olvidar por si lo que no ha compartido con nadie), y tampoco le conte que era Dalmau quien me daba el trabajo por el que volvia a reconsiderarlo todo. Si se entero de mis progresos con Sybil, e incluso se la presente pronto, lo que le llevo a entender al fin, y no hice nada por sacarle de esa idea, que todos mis vaivenes se debian a los flujos y reflujos de un corazon enamorado. Hasta tal punto, que despues de conocerla se creyo en el deber de prevenirme.

– Siempre te dije que no era bueno estar demasiado en el aire, lo admito. Pero la verdad, companero, estaras de acuerdo en que tienes la dudosa virtud de pasar de un extremo a otro. De repente eres residente, tienes un trabajo, y hasta tienes novia. ?Te das cuenta de que si te descuidas puedes quedarte aqui para toda la vida?

– ?Que tendria de malo?

– Nada, en si mismo. Yo me he quedado, sin ir mas lejos. Solo que ese tipo de cosas es mejor decidirlas, no que te pasen.

– ?Estas seguro de eso?

– No seas insidioso -me recrimino-. Nadie esta seguro de nada.

Pese a las advertencias de Raul, aquel verano, mientras todo el mundo en Nueva York se preparaba para las vacaciones, yo volvi a trabajar. Pertua me asigno un puesto de cierta responsabilidad en una compania de inversiones, con una remuneracion que no podia objetar (segun me habia anticipado) y unas tareas que podia desempenar con el solo y logico esfuerzo de adaptacion al modo de hacer las cosas en otro pais, nada que sobrepasara mis facultades. Tratar de nuevo con aquellos asuntos me producia una extrana sensacion. Mi profesion nunca habia llegado a interesarme, en el sentido propio de la palabra; ni me habia sentido demasiado recompensado por los exitos que me deparaba, ni tampoco gravemente demolido por los fracasos, aunque a veces no es posible que a uno deje de dolerle lo que pudo salirle mejor (pero esto no es mas que una deleznable afloracion del orgullo). Cuando habia tenido que ejercerla antes, mi empeno principal habia sido sobrellevar mi profesion con el mejor talante posible, como un sacrificio que debia tener una utilidad moral; aunque ya nadie lo crea, a mi sigue pareciendome que el sacrificio hace mejores a las personas y la satisfaccion las envilece. A cambio, no me habia ido mal, en mi profesion. Era como una mujer a la que no queria y a la que a menudo habia que abrazar sin ganas, pero que casi siempre me queria y casi nunca dudaba de mi. Hay algunos momentos, mas frecuentes a medida que pasa el tiempo y disminuyen las esperanzas de que venga la mujer deseada, en que el hombre que vive con una mujer asi se sorprende sintiendo afecto por ella, y tambien yo me habia sorprendido alguna vez sintiendo afecto por mi profesion.

Fue a aquel afecto, y a la innegable y excepcional novedad de trabajar para Dalmau, a lo que recurri para desempenar con una razonable conformidad mi labor. Mientras ojeaba balances o leia informes, consultaba cotizaciones en las pantallas o revisaba proyecciones, me abstraia en la paz mecanica que tambien podian suministrar aquellos ejercicios, cuando uno los hacia como si no existiera nada mas y a nada mas fuera factible dedicarse. La mente humana experimenta una inexpugnable felicidad en las cifras, sobre todo cuando estan recien calculadas o recien impresas, porque la aritmetica, a la que tienden a reducirse las matematicas de la faena diaria, esta basada en una simple ilusion de perfeccion que es, ante todo, deliberadamente ajena a las rugosidades e incoherencias del mundo. Es el triunfo de la aritmetica el que permite el sosiego creciente de las conciencias, a despecho de los millones de desastres cotidianos que los tersos numeros y los infalibles calculos con los que se ha convenido en traficar enmascaran.

Otro aliciente de mi trabajo era indagar en la profundidad y la extension del imperio economico de Dalmau. Desde la limitada atalaya que constituia la empresa para la que trabajaba y la posicion que ocupaba en ella, pude reunir rapidamente los datos suficientes para comprender que su fortuna, o al menos los recursos que estaba en disposicion de controlar y movilizar, debian ser inmensos. Mi compania de inversiones, sin lugar a dudas una simple pieza en toda la maquinaria, poseia intereses en los mas diversos sectores e industrias, por importes que multiplicaban muchas veces lo que habia tenido ocasion de conocer de otras companias similares en mi pais, y contaba con cerca de un centenar de empleados, la mayoria de cualificacion estimable. En cuanto al poder que

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