Avinash se rio.
– Pertua es un hijo de perra, eso se ve en seguida -dijo.
– Siempre he procurado observar la regla de no criticar a las personas para las que trabajo, al menos mientras lo hago -me replegue.
– No le critico -protesto Avinash-. Me mata, ese hombre. Es un hijo de perra magnifico, un modelo para imitar. La mayoria de la gente, y sobre todo sus victimas, piensan que es un perro ruin, porque no le tiembla la mano a la hora de defender lo que cree que son los intereses de su amo. Muchos fantasean con el momento en que el amo sea otro, preferiblemente uno a quien Pertua haya perjudicado de una forma u otra, lo que es verdad que no resultaria dificil, o al menos seria un nutrido numero, el de los candidatos. Pero esa gente no le conoce, no saben por que Pertua es un hombre grande. Pertua ha medido las consecuencias de sus actos, meticulosamente, y las ha asumido, hasta la ultima, hasta la peor que puedas imaginar. Si a eso le sumas que desdena la mayor parte de las ventajas de que podria disfrutar, tienes que Pertua, ademas del ultimo de los conscientes, es el ultimo de los ascetas. Trabajo con el desde hace ocho anos, y no le he visto caer en una sola debilidad.
No se estaba burlando. Le veneraba de veras.
– Tampoco puede ser tan de una pieza -objete-. No hay hombres de una pieza.
– No si buscan la perfeccion, la bondad, la felicidad, o cualquiera de esos ideales que no existen -preciso Avinash-. Pertua solo busca cosas que existen, y siempre sabe que puede esperar de lo que emprende. Su limitacion es su fuerza. Pero es toda una tarea, limitarse como el ha llegado a hacerlo. A todos nos tienta la mentira, porque la verdad no basta.
Aquel pequeno malvado, al contrario que tantos otros de su clase, era un filosofo. Llegue a hacerme buen amigo de Avinash, aun abrigando siempre mis reservas. Durante mucho tiempo trate en vano de adivinar que habia pretendido Pertua poniendome a trabajar con el y encargandome que negociara aquella venta. Solo estaba claro que se trataba de una prueba, y por eso me dedique con ahinco a la ultima fase, que como Avinash habia predicho, fue la peor y sufrio la injerencia de algunos creadores de problemas. Al final la operacion se consumo, el precio fue bueno y Ronald perdio su puesto y su despacho con vistas. La pelirroja, segun se cuido Avinash de comprobar, conservo el suyo, y Pertua nos felicito a ambos. Tambien nos dieron una gratificacion, pero nadie nos odio por eso. En la cabecera del grupo no existian esas rivalidades infantiles.
3.
Hacia mediados de octubre, hacia ya un par de semanas que iba todos los dias a la oficina del Rockefeller Center. La inmensa morena de la recepcion me recibia ya como un habitual y se me habia habilitado un despacho, mucho mas pequeno que el que habia tenido en la compania de inversiones. En contrapartida, y una vez cerrado el trabajo especial con el que me habia incorporado, la informacion que ahora aparecia en la pantalla de mi ordenador era mucho mas suculenta; a veces lo era tanto que llegaba a intimidarme. Aparte de eso, mi trabajo no diferia mucho de lo que habia hecho antes o de lo que habia hecho en Espana; en muchos aspectos, aunque no en todos, era solo una cuestion de escala. Las reuniones con Pertua se habian incrementado hasta alcanzar una periodicidad semanal. Ahora ya no eran encuentros sociales, y no solo intervenia el, sino que la mayor parte del tiempo era yo quien tenia que dar cuenta de como iban las cosas en las parcelas que se me habian asignado. Como jefe, aunque siempre estuviera entre nosotros, condicionandolo todo, la forma en que habiamos entrado en contacto, Pertua era exigente y directo, pero no como esos jefes que son directos por no dar sensacion de titubear, lo que les hace tomar a menudo el recto camino del precipicio o el todavia mas recto camino a ninguna parte. Pertua siempre tenia los oidos abiertos, se tomaba su tiempo, y cuando arrancaba iba a donde dolia, a donde faltaba algo. Ademas, se guiaba mas a menudo por el instinto que por el cerebro, por lo que nadie sonaba con urdir anagazas que pudieran desorientarle. Cuando senalaba un error, habia que admitirlo y corregir, porque tambien era intransigente. Podia permitirselo, y todos sabiamos por que: siempre se habia informado suficientemente. Lo leia todo, incluso lo aburrido o lo mal escrito. No valoraba especialmente la retorica, aunque podia practicarla.
Seguiamos sin hablar de Dalmau. Tres meses despues de entrar a su servicio, seguia sin saber gran cosa de el, aunque cada vez sabia mas de lo que poseia, si eso es conocimiento acerca de un hombre. De todas formas, me cuidaba de exteriorizar la mas minima ansiedad al respecto. Suponia que entre otras se me estaba sometiendo a una prueba de paciencia, y no tenia motivos invencibles para no superarla. El trabajo distraia mi tiempo y mi mente y Sybil reparaba mi alma. Me gustaba el otono en Nueva York, aunque se avecinara el frio, y me sentia optimista. Tambien lo estaba mi familia, incluida mi siempre reacia hermana, al saber que tenia un trabajo que no era peor que el que habia abandonado en Espana y que iria a visitarles aquellas navidades, como cumplia a un hijo que no estuviera desequilibrado, accidente que habian llegado a temer de veras meses atras. Y no tenia prisa respecto a Dalmau, sobre todo, porque me asistia la certidumbre cada dia creciente de estar cerca de el. Una tarde, la propia Sybil, con quien, como con Pertua, el asunto de Dalmau habia adquirido tacitamente desde el principio la categoria de tabu (nunca mencionado, siempre presente), quebranto la prohibicion. Paseabamos por Brooklyn Heights Promenade, como muchas otras tardes. Me habia aficionado de nuevo a hacerlo, desde que pasaba la mayor parte del dia en Manhattan, y a Sybil no le importaba acompanarme. Sin que nada le diese pie a ello, como una observacion casual, dijo de pronto:
– Espero que puedas conocer pronto a mi abuelo. Veras que es un gran hombre, aunque no ha tenido suerte en la vida.
Haciendo un esfuerzo, continue la conversacion, como si fuera normal:
– ?Donde vive tu abuelo?
Sybil se detuvo y extendio el dedo hacia la isla cubierta de rascacielos.
– Ahi. Desde hace mas de mil anos.
No me atrevi a preguntar mas y Sybil termino por cambiar de asunto. Sus palabras sobre Dalmau se me quedaron dando vueltas en el cerebro, y desde aquella tarde, en la que confirme que la indicacion que traia la nota biografica de su libro {en la actualidad vive jubilado en Nueva York) no era un engano, no pude dejar de percibir una invisible presencia cada vez que cruzaba a la isla.
Aunque no solia pasar en la oficina tanto tiempo como Pertua, a quien nadie habria podido aspirar a batir en ese aspecto, cuando una noche de aquel octubre, a las nueve, Myrtle se acerco por mi despacho para ver si estaba, todavia me encontraba en el. Ella ya llevaba la gabardina puesta y se disponia a irse. Atendia a Pertua durante la mayor parte de sus ingentes jornadas, y aunque ya no era joven, como creo haber consignado, todas las mananas tenia la cara radiante y la mente rapida. Habia llegado a congeniar, con Myrtle.
– No sabia si seguirias por aqui -dijo, en voz queda.
– Ya me iba.
– El jefe quiere verte. Si quieres irte, le dire manana que ya no te encontre.
– No es necesario que mientas por mi, Myrtle, aunque me turba que pienses en hacerlo.
– En serio. Temo que sea largo.
– No te preocupes. Hasta manana.
Cuando fui al despacho de Pertua lo encontre con Rhoda, una colaboradora escogida que se encargaba de supervisar las operaciones del grupo en Europa. Era una mujer de unos cuarenta anos, concienzuda y brillante, por lo que se contaba, y a la que se comparaba con el propio Pertua. No me habia relacionado mucho con ella, hasta entonces.
– Pasa, Hugo -me invito Pertua, al verme asomar por la puerta.
Me aproxime a la mesa sobre la que estaban trabajando. Tenian mucha documentacion, tomos, graficos, un bloc de notas infestado con la minuscula caligrafia de Pertua y otro con la inclinada letra de Rhoda. De reojo me parecio leer palabras en espanol, en los tomos abiertos, pero no quise mirar mas por no ser indiscreto.
– Te he llamado porque estoy viendo con Rhoda algo en lo que estoy seguro de que puedes sernos de mucha ayuda. Una ayuda insustituible, en realidad.
Me intrigaba en que podia ayudar yo, y de forma insustituible, cuando se ocupaba de todo una maquina imparable como Rhoda, si su fama era justa. Quiza deduciendo lo que estaba pensando, Pertua me dio uno de los