sobre ella ejercia Dalmau, estaba fuera de toda cuestion. El chief executive officer, o gran jefe, de nombre Ronald, abandonaba cualquier reunion y cancelaba cualquier compromiso ante una simple llamada telefonica de Pertua desde su modesto despacho del Rockefeller Center. Y eso que Ronald disponia, como era quiza preceptivo, de una especie de palacio personal en lo alto de una de las mejores torres de Lower Manhattan, donde tenia su sede la empresa. En mi ocasional trato con este hombre, un notorio canalla curtido en veinte anos de trabajo en bancos de negocios que siempre estaba chupando o mordiendo (estos eran los verbos justos) puros habanos de contrabando, observe al principio cierta antipatia. Podia ser porque Pertua le hubiera impuesto mi contratacion, haciendole sentir la subordinacion que tan copiosamente se le pagaba. Mas adelante, cuando le dieron informes de mi relativa solvencia tecnica y, sobre todo, cuando le consto que Pertua se interesaba de forma regular por mi actividad, llego incluso a hacerme objeto de alguna de sus atenciones. Aunque no descendio a invitarme jamas a su gran casa de las afueras, porque en Nueva York se mantiene una ferrea separacion entre la empresa y la familia, y tambien porque para el, WASP e inexorable votante conservador, yo no dejaba de ser un hispanic, es decir, un ejemplo de inferioridad racial, alguna vez me llamo a su despacho para preguntarme por mis inquietudes. Enfrentando la mirada sin fondo de sus ojos de color acero y admirando su poblado y vigoroso cabello rojizo repeinado hacia atras, no pude reprimir la maldad de recordar que aquel hombre obedecia a Pertua, un hispano desalinado y calvo.

En cuanto a mis companeros de trabajo, con ninguno llegue a establecer demasiados vinculos. Aquellos que realizaban una tarea semejante a la que a mi se me encomendaba me recibieron con una indisimulada hostilidad. Sin duda temieron que en el reparto de las gratificaciones de final de ano irian a parar a mis bolsillos algunos dolares que les pertenecian; cuantos, era lo de menos. Si encima eran muchos ya sopesarian la posibilidad de alquilar a alguien para que me lisiara. Por lo pronto se contentaron con obsequiarme con un trato desabrido y alguna que otra maniobra alevosa, que capee como pude. En su mayoria eran mas jovenes que yo, brillantes graduados en universidades selectas e incansables trabajadores nocturnos y de fin de semana contra cuya abnegacion y cuyo merito nunca me propuse competir, aunque ellos tardaron bastante en percatarse. Entre el resto del personal, sobre todo el de categorias inferiores, encontre algo mas de calor humano, porque la muestra ganaba en diversidad. Habia gente de Nueva Jersey o de Queens, y hasta una filipina de mas de cincuenta anos a la que incomprensiblemente se le permitia sestear con total impunidad en su puesto de trabajo y que mientras estaba dormida soltaba unos pedos como salvas de trabuco. A jirones me refirio su vida, que no era materia envidiable. Habia enviudado joven y solo tenia un hijo, enganchado intermitentemente al crack. Todos los corazones duros tienen un limite de resistencia, y al del jefe de personal la filipina debia haberselo alcanzado con aquella espeluznante historia.

En mis dos primeros meses en la compania de inversiones, Pertua me llamo a su despacho en tres o cuatro ocasiones. Siempre que llegue a la suite del Rockefeller Center la enorme recepcionista me estaba esperando, ufana, y Myrtle estaba presta para hacerme pasar al despacho de su jefe. Un dia, cuando ya habia logrado una minima certeza de que podia conducirme ante aquel hombre con algun desembarazo (llevaba semanas trabajando para el, o para Dalmau, sin contratiempos; salia con Sybil; y Pertua y yo ya habiamos mantenido otras entrevistas), reuni el valor preciso para interrogarle acerca de aquel detalle que desde el primer momento me habia impresionado, la desproporcionada y unanime belleza de las mujeres que trabajaban alli, a su alrededor. Pertua no se ofendio.

– Estoy aqui durante muchas horas -dijo, con su sempiterna sonrisa demediada-. La belleza de que me rodeo aqui es casi la unica que veo. No se si estara de acuerdo conmigo, pero en mi parecer un hombre que carece por completo de la oportunidad de contemplar la belleza se convierte en un ser abyecto e indeseable. Confieso que puede ser reprobable que destine algunos recursos economicos de la empresa a paliar una necesidad personal, pero afortunadamente la belleza que tanto le llama la atencion es barata, y no se trata de personas ineficientes, como afirma el topico. Myrtle, por ejemplo, es la mejor secretaria que existe.

Se enorgullecia de Myrtle como de un pura sangre o una motocicleta, pense, pero ya les habia sorprendido alguna vez comunicandose con una mirada como el relampago y temi estar siendo burdo e injusto. En nuestras conversaciones, Pertua seguia obsesionado por rectificar lo que el llamaba su falta, es decir, la drastica iniciativa que habia adoptado respecto de mi persona antes de conocernos. A este afan respondia la proteccion que me hacia sentir y que claramente me prestaba, y la aparente franqueza con que me instruia acerca de distintos aspectos del grupo de sociedades de Dalmau. Yo almacenaba en mi memoria todo lo que me transmitia, sin preguntarle casi. Para mi el problema no era confiar en ellos, algo que en mi composicion de lugar de entonces no iba a suceder nunca, sino que ellos confiaran en mi, y nadie confia con facilidad en un curioso. No podia ser mas evidente que Pertua, con aquellas entrevistas y por otros medios, me vigilaba.

Aquella vigilancia podria haberme provocado cierta tension, pero me las arregle para evitarlo. Algunos mediodias de aquel agosto, cuando no me citaba con Sybil para almorzar, me iba a pasear por Nassau Street, entre los turistas. Caminar por aquella calle, tan parecida a algunas calles comerciales de Espana, curioseando por las tiendas o simplemente mirando a la gente, me producia un gran placer, lo mismo que alargarme hasta Battery Park, donde iba a veces a tomar un bocadillo o una hamburguesa en mi hora de descanso. Por primera vez acaso desde mi llegada, un ano atras, mientras estaba alli, sentado a la sombra de los arboles con la chaqueta de mi traje de oficinista en el brazo y la camisa arremangada, me sentia acogido por la ciudad, casi uno de ellos. Y me gustaba.

2.

La prueba

Aunque me sirviera en parte para ello, la mira de Pertua al darme el trabajo no habia sido ayudarme a construir una sensacion confortable en mi estancia en Nueva York. En nuestras conversaciones, despues de la primera, no volvio a mencionarse el nombre de Dalmau, pero Dalmau seguia alli, omnipresente y agazapado detras de cualquier cosa que Pertua hiciera, y yo lo sabia y por eso barrunte que Dalmau no podia ser ajeno a lo que, una manana de septiembre, Pertua me convoco para discutir en su despacho. Hacia un dia soleado y la luz que entraba por la ventana recortaba su silueta ante mi. Era una silueta enhiesta, como sus pocos cabellos y como su mismo temperamento, siempre en guardia.

– Ya llevas con nosotros algun tiempo, Hugo -crei no haber oido bien; era la primera vez que me tuteaba-. En ese tiempo has probado tu valia y nos has convencido de que la decision que tomamos en su dia fue una afortunada solucion para una lamentable desgracia que todos preferimos olvidar. Desconozco hasta que punto hemos podido satisfacer tus expectativas, pero las nuestras se han visto con mucho superadas.

Siempre hay que dudar cuando a uno se le elogia. Quien elogia siempre busca algo, inocente o perverso, y el elogiado debe medir antes que nada si esta en su mano pagar el elogio. A veces es un precio modico, que se desembolsa de buen grado; otras veces es una penitencia con la que se purga desmedidamente el privilegio obtenido. No sabia si podria pagar lo que Pertua andaba buscando, asi que dude y no dije que tambien mis expectativas se habian colmado, lo que, por otra parte, podria no haber sido excesivamente mendaz.

– Por eso -prosiguio Pertua, tal vez haciendose cargo-, queremos dar un paso mas en nuestra relacion, si tu crees que puede seducirte.

– ?Que quiere decir exactamente un paso mas?

– Quiere decir trabajar aqui, en la cabecera del grupo.

– ?Aqui?

– Entiendo que pueda resultarte prematuro -concedio-. A fin de cuentas, solo llevas con nosotros dos meses. Pero te ruego que prescindas de ese aspecto. El tiempo es una magnitud relativa, que depende de quien lo marca y de quien lo recibe. Nosotros no nos complacemos en alargar las ceremonias, al menos ciertas ceremonias, y aunque a otros no les bastarian veinte anos, los dos meses que tu has tenido han sido suficientes. Puedes creer que no somos inexpertos en este tipo de apreciaciones.

Podia creerlo, aunque no me fiara. Pero la propuesta de Pertua era tan tentadora que comprendi inmediatamente que no iba hacer otra cosa que dejarme conducir a donde el hubiera pensado. A aquellas alturas, no podia ser tan ingenuo como para cometer el desperdicio de fingir ante Pertua, asi que me limite a consultar:

Вы читаете El Angel Oculto
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату