calmucos violaban sistematicamente a la poblacion femenina del Este de Alemania, ninos con lanzagranadas defendian los puentes mientras las tropas se rendian y los bombarderos volaban cada noche. Al sur, en la Baja Austria, incluso los SS, obligados por la amenaza del fusilamiento seguro a defender la locura, retrocedian ante el empuje del enemigo. Alli, en la Baja Austria, habia un castillo llamado Immendorf. Y entre los SS forzados a replegarse habia uno llamado Kempe, o por decirlo como entonces el pensaba en si mismo, SS sturmbannfuhrer Kempe. Para ti y para mi, el comandante Kempe. Tenia veintiseis anos y era el segundo jefe de la guarnicion del castillo, en el que a la sazon se almacenaban numerosos cuadros requisados por el Estado a sus propietarios judios.
Una noche, el comandante Kempe, que llevaba varios dias temiendo aquel momento ante la creciente proximidad de la artilleria enemiga, recibio al fin de su superior inmediato, un viejo coronel morfinomano, la orden que mas podia afligirle cumplir. Habia que incendiar el castillo para evitar que cayera, con todo lo que contenia, en manos de los rusos. Kempe, que no era aleman, sino vienes, penso al momento, entre todo lo que le ordenaban destruir, en un cuadro que habia pintado su conciudadano Gustav Klimt hacia cuarenta y siete anos. La eleccion habia sido dolorosa, porque aquella no era la unica obra de Klimt que guardaba el castillo. Los oleos de La filosofia, La medicina y La jurisprudencia le cautivaban, pero eran demasiado grandes, mas de doce metros cuadrados cada uno. El cuadro de Schubert tocando el piano parecia resucitar el alma de un estremecedor instante desaparecido. Pero no podia cargar con dos telas, y no estaba dispuesto a renunciar a la mirada de la palida mujer de densa cabellera oscura que en tantas noches de desconcierto le habia hecho sonar escenas de nitido extasis. La mujer estaba dentro de la pintura en la que pensaba mientras escuchaba las ordenes de aquel anciano descolorido y asustado. Se llamaba La musica y habia urdido un plan para salvarla.
Kempe dispuso rapidamente el desalojo del castillo. Mando situar cargas explosivas en los cuatro costados del edificio y realizo la ultima inspeccion antes de hacerlas estallar. Durante esta ronda se hizo acompanar de su ayudante, un abrupto sargento ucraniano. Entre los dos descolgaron el cuadro, enrollaron cuidadosamente la tela y la guardaron en un estuche cilindrico de las dimensiones adecuadas que Kempe se habia encargado de conseguir con la suficiente antelacion. El sargento salio con La musica por una puerta lateral y la cargo en un camion de pertrechos que habia situado antes bajo los arboles. Kempe le dio cinco minutos y ordeno volar el castillo. Mientras imaginaba como las llamas que tambien iluminaban la noche roian en las salas del castillo los delirantes cuerpos de mujer de los cuadros de las facultades y las mejillas sonrosadas de Schubert, mientras experimentaba mezcladamente el placer y el sufrimiento de haber ordenado su destruccion, el SS sturmbannfuhrer Kempe se consolaba pensando que el sargento ucraniano se llevaba La musica lejos del desastre. Kempe era austriaco y pintor, igual que el Fuhrer; y en aquel instante se sentia tan absurdo dentro de la tragedia de Alemania, a la que tambien habia contribuido, como antes de suicidarse en el bunker de la cancilleria para que no le cazaran los rusos debio sentirse aquel enfermo al que habia admirado hasta la irracionalidad.
Dos dias despues, Kempe y el sargento enterraron La musica, convenientemente protegida dentro de un tubo sellado que construyeron con las vainas de dos proyectiles del 88, en el corazon de un bosque de los Alpes austriacos. Calcularon las coordenadas exactas del punto elegido, al pie de un inmenso roble, y Kempe las memorizo. El sargento no esperaba sobrevivir a la guerra. De hecho, murio la semana siguiente, mientras intentaba inutilmente colocar una mina bajo un carro sovietico. Kempe se las arreglo para pasar al frente occidental, que en aquellas fechas distaba ya solo unas pocas decenas de kilometros del oriental. Fue capturado por los franceses, vistiendo uniforme de soldado raso de las SS. Aquel subterfugio no le habria ahorrado el fusilamiento si hubiera caido en manos de los rusos, pero los franceses le dieron una opcion: el paredon o la Legion Extranjera. Pensando quiza en La musica, prefirio eludir el paredon.
De los quince anos que siguieron, en Indochina y en Argelia, no se demasiado. Kempe tuvo una mujer vietnamita y otra argelina, y las perdio a las dos. Cayo prisionero en Dien Bien Fu y sobrevivio al cautiverio en los campos del Vietminh. Un balazo durante una patrulla en Argel le privo del ojo derecho, aunque iba buscando su vida. A los cuarenta y dos anos era suboficial legionario y habia pasado mas de la mitad de su existencia combatiendo en guerras injustas, siempre del lado del opresor. Venciendo la inercia de mas de veinte anos de uniforme, se licencio. Para aquella epoca casi habia olvidado a la mujer palida que tenia enterrada en los Alpes. Su memoria conservaba las coordenadas, pero su corazon no tenia fuerza para poseerla, o tal vez era que su cerebro habituado al horror habia dejado de concebir la inusitada belleza que aquella criatura, salida de la fantasia de un vienes erotomano, representaba y prometia en el fulgor de sus ojos enigmaticos. Fuera cual fuese la razon de su incapacidad, el hecho es que se establecio en Marsella y nunca mas regreso a Austria.
Cuando yo le conoci tenia cerca de ochenta anos pero era un anciano imponente, que miraba implacablemente con su unico ojo, desde su metro noventa de estatura, todo lo que se movia en una oscura taberna del puerto. Me llamo la atencion el parche negro, el acento extrano, y valiendome de su relativa pobreza consegui hacerme amigo suyo pagandole el vodka que bebia con moderacion pero sin piedad, de un solo trago desesperado. Alguna noche tomo mas de lo acostumbrado y empezo a relatarme fragmentariamente su historia. El tipo me intereso cuando me conto su pasado legionario, y llego de veras a atraerme cuando, una vez apartado aquel sedimento, llego a su epoca de SS. Por aquel tiempo yo me habia aficionado a meditar acerca del mal con singular empeno, de manera que aquel individuo me parecio poco menos que providencial
Al principio no quiso decirme su rango, pero no me costo llevarle al estado de animo en que lo confeso con orgullo. Entonces quise sonsacarle acerca de sus crimenes, a lo que ya no se mostro tan dispuesto. Me domine para que no advirtiera mi decepcion y me propuse ser paciente. Segui pagandole la bebida y dandole conversacion, hasta que otra noche, la ultima que le vi, mi paciencia encontro una recompensa inesperada. No me describio matanzas atroces, saqueos desenfrenados o sadicas ceremonias. Me refirio, como el maximo de sus crimenes, con el que debia de dar por satisfecho mi interes, la historia que he transcrito antes. Podras imaginar mi sorpresa y mi emocion. Fueron tan grandes que ni siquiera se me ocurrio disimularlas. Le pedi abiertamente la localizacion exacta del lienzo de Klimt y el, sin pensarlo ni resistirse, me la dio. Si he de morir un dia de estos, sin que los dioses me hayan dejado tenerla, dijo, que me importa que se la lleve el primero que pase.
Asi fue, hermano, como yo me la lleve. El cilindro metalico estaba enterrado a gran profundidad, bajo el roble que el habia mirado en 1945 antes de separarse para siempre de su amada. La labor de sellado, que habia realizado el sargento ucraniano, habia sido impecable. La tela estaba en perfecto estado de conservacion, y cuando la extendi ante mis ojos, en la habitacion de un hotel de Salzburgo, un escalofrio como nunca habia sentido me recorrio el espinazo. Alli estaba, incuestionable, en todo el esplendor de su colorido, aquella inquietante Euterpe que solo habia conocido en antiguas fotografias en blanco y negro. Digo esplendor de su colorido aunque su piel era tan blanca y sus cabellos tan oscuros, porque no era lo mismo reconocer estas tonalidades en la impotencia de una limitada impresion fotografica que verlas desplegarse en la infinita fuerza de un pincel guiado por un artista en estado de iluminacion. Casi en ese mismo instante, en mi mente empezo a gestarse el plan que ahora que lees estas palabras esta llegando a su final. Por fin disponia de algo lo bastante sublime como para arreglar las cosas entre nosotros, hermano.
Mi plan requiere que ahora no me extienda en sus detalles. Solo te dire que no fue corto ni facil de ultimar, que me exigio perversas alianzas y terribles sacrificios, ademas del que afrontare en cuanto suelte esta pluma y guarde este papel. Puedes imaginar el revuelo que organice cuando, despues de que nuestro viejo conocido el padre Francisco me certificara innecesariamente la autenticidad del lienzo, filtre a traves de el la noticia de que existia y no habia sido destruido como todos creiamos. Una vez que el revuelo fue lo suficientemente amplio, y despues de ajustar los demas detalles, me di a conocer en los circulos oportunos como poseedor del cuadro. De eso hace pocas semanas, y ya estoy seguro de que van a matarme. Incluso se quien lo hara, y se cuando y como, tambien gracias al cuadro, me ayudara a celebrar este juicio sobre nosotros que en el tiempo que rige para ti mientras mantenemos esta postrera conversacion, tan distinto del que rige para mi mientras la preparo y sin embargo el mismo, estara a punto de concluir.
No queda espacio para mas ni queda nada mas. Tengo que irme de aqui y es indispensable que nadie localice este sitio. En el armario del cuarto pequeno, el que no tiene ventanas, encontraras La musica de Gustav Klimt. Que los dioses te dejen tenerla, como no le dejaron a Kempe. Y si no eres tu quien ha leido estas cuartillas, hermano, a mi tampoco me importara que se la lleve el primero que pase. Solo deseo que algun dia la alcance el fuego al que pertenecemos todos, incluso ella que escapo de Immendorf.
Begona me observaba con contenida expectacion. Aguardo a que terminara la ultima linea y devolviera las cuartillas al sobre y solo entonces pregunto:
– ?Malas noticias?
La mire como si no estuviera alli, como si sus palabras procedieran de una oquedad que se abria