En su dia me habia extranado que la policia me persiguiera. Ahora que comprobaba cuanto habian descubierto estaba practicamente estupefacto. No atinaba a decidir si Pablo no habia contado con esto o si tambien la posible intervencion de la policia formaba parte de su juicio de Dios. En cualquier caso, yo no podia ponerme a luchar codo con codo con Ramirez. Nuestras razones para intervenir en aquella guerra eran demasiado dispares, y el fin que el perseguia no tenia mucho que ver con el que ahora me movia a mi, aunque no debia excluir que aquel policia pudiera servir a mis propositos. Trate de transmitirle la idea:

– Demasiado facil, inspector. Si mis problemas pudiera arreglarlos la policia hace una semana que habria ido a buscarte. Tal vez podamos ayudarnos, pero no como propones.

– Ten cuidado, Galba. Hace cuatro dias no sabia que pensar, pero ahora me consta que estas solo. Lucrecia Artola es muy poco aliado para todo lo que tienes enfrente.

– Estas empenado con lo de Lucrecia. Debe ser que la entiendes poco, por mas que la hayas investigado.

– En serio. Conozco a la gente con la que te enfrentas. Son una mezcla explosiva. Parte de ellos son desalmados profesionales, que se han pasado a esto desde el trafico de armas o de drogas, donde ya estaban demasiado acosados. El negocio del arte es tanto o mas lucrativo y mucho mas seguro. A veces no hay mas que hacer un comodo viaje a una iglesia de pueblo que no vigila nadie. La otra parte son histericos peligrosos, que no saben en que emplear su dinero ni su poder y se afanan en conseguir lo que nadie tiene, o mejor, lo que nadie puede tener. Tampoco pueden ensenarlo, pero les da lo mismo. Es para verlo colgado en su salon privado. Ademas, las obras que estan en el mercado clandestino corren todavia menos riesgo de depreciarse que las que estan en el mercado legal. Son magnificas como inversion, especialmente si se trata de dinero sucio.

– Veo que tienes una teoria completa. En estos dias no abunda la gente con perspectiva acerca de su trabajo.

– Me dedico a esto desde que empece en la policia. Y ya he visto dos o tres de estas. Cuando los histericos se encaprichan mas de lo habitual de algo y los desalmados se aplican a buscarlo por todos los medios. Nunca acabamos con menos de cuatro muertos. Justo los que llevamos hasta ahora. Y nunca habia visto nada que despertara el interes que despierta La musica de Klimt. Es lo maximo. No solo es ilegal poseerlo. Es inconcebible. Si sabes algo de el, o cualquiera cree que lo sabes, tu vida no vale mucho, Galba.

– De eso estoy convencido. Ha sido una conversacion sumamente instructiva, Ramirez, pero debemos darla por finalizada.

– Piensa en mi oferta.

– No puedo aceptarla, pero quiza estemos en contacto. Nunca se sabe a quien termina necesitando uno.

– Si tengo ocasion te detendre, antes de que compliques mas tu situacion. Es de justicia que te lo advierta.

– Claro, Ramirez, eres un buen chico. Contare con ello. Ahora te dejare aqui encerrado. Se que no puedo obligarte a nada, pero te lo pido como favor: dame cinco minutos antes de empezar a aporrear la puerta. Prefiero no tener que dejarte sin sentido y supongo que tu tambien lo prefieres. Y si me fastidias la huida llevo un arma y tendre que usarla.

– Descuida, tendras los cinco minutos.

– Una ultima pregunta, inspector.

– Tu diras.

– ?Por que te tomaste tanto interes en esta investigacion? ?Por La musica?

– No. Aunque trabaje con enfermos todavia no estoy enfermo -y al llegar aqui se interrumpio, pero finalmente, sin pudor, dijo-: Fue por la chica.

– ?Por cual de ellas?

– Por Claudia. Quiza no debiera confesarlo, pero aunque estaba muerta y rigida nunca habia visto una mujer tan fascinante. Me obsesiona averiguar por que razon exacta terminaron con ella.

– Me temo que Oscar ya no podra responder a tu pregunta.

– Nunca debio poder hacerlo. No creo que el lo supiera.

– No se que decirte. Buena suerte, Ramirez. Me llevo tu pistola.

Antes de salir se me ocurrio que habia una sospecha que Ramirez podia ayudarme a descartar. No me la habia planteado seriamente, por antiestetica, pero no era imprudente tratar de asegurarse.

– Otra cosa, Ramirez. Ya que hablamos de cadaveres. ?Viste el de Pablo Echevarria?

– Si.

No disfrace mi pregunta:

– ?Cabia alguna duda sobre su identidad?

– Ninguna. Solo tenia seis balazos en el pecho. Los seis de su propia pistola, disparada a unos tres metros de distancia.

– Mejor. No quiero pelear con difuntos -menti, sembrando el desconcierto en aquel ordenado cerebro.

Mientras le echaba el candado a la puerta imagine con una desviada voluptuosidad la escena del inspector atonito ante la belleza desarticulada del desnudo cadaver de Claudia. Senti una punta de nostalgia, o de admiracion, o de amor, o tan solo fue un estremecimiento, al pensar que incluso despues de muerta ella habia ganado la batalla de la seduccion en el corazon inocente de aquel joven calvo empenoso. Aquella sensacion tuvo el efecto de desorientarme momentaneamente. Ya no sabia que estaba defendiendo, si no era a ella, ni era la memoria de Pablo, ni era el recuerdo de nuestra juventud, refutado por la suma de traiciones cruzadas. Tal vez solo me quedaba aquello que nunca habia tenido, como le habia ocurrido al suboficial legionario Kempe. En su caso se trataba de La musica de Klimt. En el mio, del efimero perfume de violetas de Ines. Solo por ella podia continuar, hasta descifrar y vengar por completo su muerte innecesaria.

De regreso hacia la calle Zamora empece a gestar mi plan. Si por ahora tenia que renunciar a Lucrecia, habia alguien, aunque no fuera demasiado importante, que estaba en mis manos en todo momento. Ya era hora de utilizar a la hija de Jauregui, y tal vez en Ramirez habia hallado lo que me faltaba para poder emplearla adecuadamente.

Begona seguia atada y amordazada. Habia intentado mover la butaca, pero sin demasiada energia. Al menos no estaba en el suelo, como le habria sucedido de haberse puesto a ello desesperadamente. La desamordace y solte sus ligaduras. Sus munecas tenian la marca de las cuerdas. De hecho, estaban casi moradas.

– Esta vez se te ha ido la mano -me recrimino.

– No te enfades, Begona. Hoy volveras a ver a tu padre.

Contemple con placer su gesto de incredulidad.

– ?Que es lo que has conseguido? -pregunto.

– Nada, todavia. Pero voy a conseguirlo. Ahora nos vamos de aqui.

– ?Adonde?

– Nos vamos, simplemente.

Salimos y cerre la puerta. Con la cerradura forzada, cualquiera podia entrar, registrar los armarios y, dentro de uno de ellos, encontrar el lienzo enrollado que Pablo habia escrito que era La musica de Klimt. Lo habia tenido en mis manos hacia tres horas, despues de atar a Begona, pero ni siquiera habia pensado en desenrollarlo. Ni era imprescindible que se tratara del cuadro en cuestion, para los efectos que Pablo habia pretendido y obtenido, ni me importaba demasiado lo que pudiera pasarle. Ya lo recogeria luego, si tenia ocasion, pero no iba a arriesgar nada por el. Tampoco tenia demasiado claro que hubiera de llevarmelo, acatando el sangriento legado de Pablo.

Lleve a Begona a un poligono industrial del extrarradio. Estuvimos un rato callejeando por alli, mientras pensaba cual seria el lugar mejor para tender la trampa. Una vez que encontre uno a proposito, un cruce despejado en cuyas inmediaciones habia dos o tres edificios altos, busque, a un par de kilometros, una calle sin transito en la que hubiera una cabina telefonica.

– ?Se puede saber que estamos haciendo? -indago Begona, en cuanto detuve el coche y quite el contacto.

– Voy a devolverte a tu padre -repuse, fingiendo satisfaccion-. Pero no puedo hacerlo de cualquier forma. Ya me ha demostrado un par de veces que a pesar de su pose no es un hombre pacifico. Tengo que tomar precauciones. No te preocupes. Tu pesadilla esta a punto de terminar. No es algo que otros puedan decir.

– ?Mi padre, por ejemplo?

Construi para ella la sonrisa que acababa de ganarse.

– Eres una chica lista. Pongamos que sera menos malo para el si haces exactamente lo que yo te diga. Pero

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