– ?Que hostias quieres, idiota? Dimelo y te lo dare. Despues ya puedes esconderte bien, por la cuenta que te trae.

– Mis peticiones son modestas. Soy una persona muy sencilla. Tienes quince minutos para estar en esta calle. Toma nota.

Le di las senas que le habia dado a Ramirez.

– Vendras en el deportivo blanco de tu hija. Solo. Yo aparecere con ella en un coche rojo. Si algo no me gusta lo tenire de rojo tambien por dentro. Con la sangre que haya en la cabeza de tu hija.

– Hijo de perra. ?Cuanto quieres que lleve?

– Cinco duros. Cogidos con los dientes. Te quiero a ti, precioso. Date prisa. Ya solo te quedan catorce minutos. Si no estas a esa hora la matare. Sabes que me sobran razones.

Colgue. Estaba muy tranquilo. Despues de haberlo planeado, despues de ponerlo en marcha, todo sucederia por si solo, al margen de mi. Volvi al coche, con Begona. Todavia estaba adormilada, aunque me habia estado espiando mientras hablaba con su padre.

– ?A quien has llamado?

– A un amigo. Me aseguraba de que tu padre ha cumplido su parte.

– No sabia que tuvieras amigos. Ahora le mataras, ?no? ?Como lo haras? ?Usaras mi cuerpo como parapeto?

– Te equivocas, Begona. Vas a ir tu sola. A menos que seas tu quien le mate, no le pasara nada.

– No te entiendo.

– Te devuelvo, simplemente. Por el momento me conformo con que tu padre me entregue algo que quiere casi tanto como te quiere a ti. Te cambio por un rehen mas comodo. Ya ajustaremos cuentas mas tarde.

– Me estas enganando.

– En absoluto. Vas a comprobarlo ahora mismo. Te voy a dejar el coche y te dire donde puedes encontrarte con tu padre. No tienes mas que coger el volante y correr hacia el. Yo me quedare aqui.

– No puedo creerlo.

– No me gusta secuestrar muchachas. El trato que hemos hecho es un arreglo bueno para los dos. Tu padre te recupera a ti y yo no tengo que vigilarte. Y gracias al cuadro me aseguro de que el y yo seguiremos en contacto hasta que resolvamos nuestras discrepancias.

– ?Que cuadro?

– Preguntaselo a el, cuando le veas. Me alegro de haberte conocido, Begona. Me has dado mas de lo que yo te he dado a ti. Ahora escuchame bien. Si has estado atenta durante el paseo que estuvimos dando antes por el poligono no te costara llegar al sitio que he acordado con tu padre.

Escucho con asombro mis indicaciones, sin entender que aquello era la despedida. Antes de bajar del coche, le dije:

– Ve despacio y no te pongas nerviosa. Cuando llegues al cruce, si no esta ya tu padre alli, paras el coche y le esperas. Sin miedo. No te sucedera nada. ?Te pido un imposible si te pido que confies en mi?

– Me parece que no tengo otro remedio.

– No pongas esa cara de cordero. Estas a salvo. Tu no tienes nada que ver con esto. Vamos, arranca.

Sali del coche y cerre de un portazo. Begona me seguia mirando, sin decidirse. Di media vuelta y empece a alejarme, calle abajo. A los diez o doce pasos oi el sonido del motor. No me volvi para verla irse. Imagine las dos luces rojas empequenecerse hasta llegar a la interseccion y alli, despues de un instante de vacilacion, torcer en direccion a la trampa. Pero no me sentia culpable, porque no le habia mentido en nada decisivo, y Ramirez sabia a que coche debia evitar que disparasen.

Todo podia fallar, pero tenia el presentimiento de que nada fallaria. No iba a hacer nada para cerciorarme; lo leeria en los periodicos del dia siguiente. Camine hasta la carretera. Queria un coche grande, que corriera y en el que cupiera, por si acaso, un cilindro de metro y medio de largo. Mi corazon estaba melancolico, pero me sentia capaz de todo. Cuando vi aproximarse algo que podia servirme me coloque en medio de la calzada. El coche freno y me acerque a la puerta del conductor con la pistola en la mano.

– Fuera.

Era una mujer de unos cincuenta anos, que no opuso ninguna resistencia. Arroje la pistola sobre el asiento del copiloto y ajuste sin prisa los retrovisores y la posicion del asiento. Pocos minutos mas tarde, mientras atravesaba el paisaje encantado de la ciudad anochecida, rece sin humildad para que me fuera dado encontrarme con Lucrecia.

14 .

Quiero que lo hagas tu

No habia demasiado trafico, asi que atravese la ciudad por el mismo centro. Recorri a toda velocidad las amplias avenidas de mi memoria, sin tiempo ni inocencia para creer que eran o habian sido mi hogar. Pase por Recoletos, baje por el Paseo del Prado y torci a la izquierda en Neptuno, dejando atras la quieta soledad del dios marino y a la derecha la fachada Norte del museo. Supere los Jeronimos y bordee el Retiro hasta su limite meridional, atisbando antes de rebasarlo una fugaz e irreal imagen nocturna de la calle que sube hacia el Angel Caido. Temiendo que aquel trayecto hubiera perjudicado mi resolucion y comprendiendo borrosamente que nunca mas lo repetiria, acelere hasta Atocha y desde alli me deje ir hasta la autopista de circunvalacion.

Mientras avanzaba junto al curso del rio, negro y exiguo, empezo a sonar en la radio del coche la melodia inutil de una cancion de moda. Atrapado en sus notas y en las de las que siguieron, nada encontre que me persuadiera de dominar el arte que mis manos deseaban ejecutar aquella noche. Era un advenedizo, un extranjero en la epopeya ciega y descabellada en que habia desembocado mi existencia. Estaba desarmado, pese a mi vieja Astra y al nueve largo de Ramirez. Estoicamente pense que la facilidad con que habia despachado a Jauregui no la tendria con Lucrecia. Podia entretenerme hasta el infinito calculando sus ventajas. Pero preferi parapetarme tras la alentadora suposicion de que tambien a ella la habia enganado Pablo.

Aquella suposicion derivaba, sin excesiva inseguridad, del hecho incuestionable de que Pablo se habia complacido en premeditar las acciones de todos al margen de la voluntad de cada uno. Aunque me faltaba desentranar ciertos secretos relevantes de la trama, lo que conocia o presumia me bastaba para apostar que ni Claudia, ni el padre Francisco, ni Jauregui, habian sospechado a que conducian sus actos amanados por Pablo. Mucho menos lo habia sospechado yo, pero en el limite no podia estar mas que Lucrecia. Ella, a quien sin duda se le habia confiado la parte mas importante, era quien mas extraordinariamente debia ignorar el por que de sus maniobras. Ese era el estilo de Pablo, y tambien formaba parte de el el que ahora yo, el mas desprevenido, pudiera afirmarlo con relativa desenvoltura. Sin embargo, esta unica superioridad que detentaba sobre ella no era una victoria mia, sino un regalo envenenado de quien me habia obligado a estar alli. Por momentos no sabia si podia aceptar alguna sensacion o idea como propia, y no como el remoto efecto de cualquier instante de la febril prediccion de aquel muerto.

Ya en las inmediaciones de la casa de Lucrecia recorde subitamente que me buscaba la policia y que el edificio podia estar vigilado. Aquello no iba a detenerme, porque por encima de todo tenia que verla, pero aconsejaba adoptar algunas precauciones. Aparque lejos y me acerque al bloque por la parte de atras. Arriesgando mas o menos mi integridad consegui trepar a una terraza del primer piso, desde la que no me costo mucho pasar a la ventana de la escalera. Ya era noche cerrada y pude hacerlo sin ser visto. Tome el ascensor y subi al piso de Lucrecia. Llame al timbre. Si no estaba tendria que arreglarmelas para forzar la puerta y esperarla dentro. Podia venir o no venir, porque hubiera huido o porque la hubiera detenido ya la policia. Si estaba, me abriria. No la imaginaba teniendome miedo.

Oi unos pasos y al momento el ruido del cerrojo al descorrerse. Lucrecia llevaba una bata fina y unas sandalias abiertas. Tenia el pelo recogido y la cara palida. Me miro con la calma de quien no tuviera nada que ver con lo que habia ocurrido desde nuestro ultimo encuentro.

– Has tardado en venir -dijo-. ?Que te ha entretenido?

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