indebidamente en el muro terrible que las revelaciones de Pablo habian erigido en el centro de mi cerebro. Creia saber bastantes cosas acerca de ese muro, cosas que una hora antes no habia sospechado o no habia querido sospechar. Pero todavia habia otras por descubrir, y entre ellas estaban ciertos detalles que importaban mas que el sentido o el sinsentido de todo. De pronto Begona me resultaba una distraccion inadmisible. Y sin embargo, estaba alli y tenia que hacer algo con ella. Tratando de aparentar normalidad y calma, le informe:

– Voy a tener que salir, pero no puedes venir conmigo. Te quedaras aqui. Vamos a buscar un sitio comodo al que pueda atarte.

13 .

La soledad del artifice

Deje a Begona atada a una butaca, amordazada y a oscuras, y llevando debilmente en mi memoria el rencor cansado de su ultima mirada baje a la calle. Cuando arranque ya sabia adonde iba y sospechaba lo que podia ser capaz de hacer. De entre todos mis adversarios, era de Lucrecia de quien esperaba las mas completas explicaciones y a ella a quien suponia merecedora de la venganza que ilimitadamente alimentaba mi corazon. La abyecta emboscada que habia preparado el demente moribundo que antes habia sido mi amigo necesitaba del concurso de alguien de sutil inteligencia, y a esos efectos me costaba creer en la aptitud de un fatuo como Jauregui. Sin duda era ella, Lucrecia, quien habia desempenado aquel papel. Pensando en ella podia hacer que mi sangre hirviera, porque ella estaba viva y me habia infligido friamente todos los danos particulares que me impulsaban. Casi agradecia al destino y a la tortuosa prevision de Pablo que ella existiera. A ella podia golpearla. Si solo hubiera tenido el triste fantasma de Pablo, presuntuoso y patetico, abstracto y desvanecido, no me habria quedado otra alternativa que dejar que mi rabia se consumiera y esterilizara en una resignada especie de tedio o tristeza.

Mientras conducia hacia la casa de Lucrecia, comprobe que aquel miserable vehiculo que tanto habia despreciado poseia alguna virtud. Era muy adecuado para esquivar y regatear en el trafico de la ciudad, especialmente en aquella hora proxima al mediodia en que la circulacion volvia a complicarse. Llegue al barrio en que vivia la hermana de Claudia demasiado pronto, poco antes de la una. Por relajado que fuera su horario de trabajo, aun tardaria en regresar. Aparque a cierta distancia del edificio y concebi la apresurada idea de aguardarla en su piso. No fue dificil entrar en el portal, aprovechando la salida de uno de los vecinos, pero antes de tomar el ascensor adverti por pura casualidad la existencia de un contratiempo imprevisto, aunque previsible. Los pocos dias que me separaban de nuestro primer encuentro no eran bastantes para que me costara reconocer al policia joven y calvo que habia ido a buscarme a mi apartamento en compania de otro de prominente barriga. Le vi de reojo, mientras se bajaba de un coche aparcado al otro lado de la calle. Entre en el ascensor con toda normalidad, maldiciendo la estupidez que me habia llevado a cometer aquel error de principiante. Por aquel entonces todavia no tenia muy claro como me habia localizado la policia a los dos dias de llegar a Madrid, pero estaba perfectamente seguro de que aquello, de un modo u otro, tenia que ver con Lucrecia. La presencia del calvo en aquel inoportuno momento era del todo logica y mi imprevision imperdonable. Pulse el boton del primer piso y en cuanto el ascensor se detuvo sali de el y monte la pistola. Me agazape en el descansillo de la escalera y aguce el oido. Oi como se abria el portal y unos pasos, pero ninguna palabra. Venia solo, o tuve que apostar que venia solo. Baje deprisa los escalones que me separaban de la planta baja y lo encontre ante el ascensor, esperando como un imbecil.

– Ni un solo ruido -amenace, mientras le apuntaba entre los ojos.

Le empuje hasta un pequeno cuarto trastero, al fondo de un breve pasillo que arrancaba unos diez metros a la izquierda del ascensor. Antes de hacerle entrar, vi que podia cerrarse con un candado que alguien habia dejado descuidadamente abierto y colgado del marco de la puerta. Despues de entrar yo, entorne la hoja, de madera contrachapada y repintada con groseros brochazos. Mecanicamente, le ordene:

– Las manos altas, muchacho. Ponte de cara a esa pared y apoyalas en ella.

Le registre. Llevaba la placa y un nueve largo.

– Vaya trasto. ?No habia nada mas incomodo?

El policia permanecia callado y quieto, como quien hubiera estudiado con aplicacion cual era la mejor conducta que se podia observar en circunstancias como aquellas. Mire su documentacion, buscando su nombre.

– Encantado de conocerle, inspector Ramirez. Dese la vuelta. Asi, tranquilamente.

Me observo con interes y aparente aplomo, aunque era dificil tomar en serio aquel rostro de aspecto desvalido por la prematura alopecia.

– Supongo que no tengo que presentarme -dije.

– No, Galba, no tiene que hacerlo.

Su voz era de bajo, y no mala a nada que la educara, si es que no lo habia hecho. La calva y la voz grave juntas eran demasiado para aquella cara de nino. A veces Dios usa de una minuciosa astucia para refutarnos. Otras veces prefiere mostrarse brutal. Comparando mi experiencia con lo que caprichosamente imaginaba de la suya no me senti sobrado para compadecerle.

– No le dire que aparece en buen momento, inspector. Pero tenia ganas de hablar con usted. Hay un par de preguntas que deseo hacerle desde nuestro frustrado encuentro en mi apartamento.

– Me parece que la curiosidad es reciproca.

– Pero ahora soy yo quien pregunta. Tengo las armas.

– ?Y que es lo que quiere saber, Galba?

– Algo muy simple: ?como me encontro? O mejor dicho: ?como penso que tenia que buscarme?

Ramirez sonrio con visible complacencia. Todavia era demasiado joven para considerar sus aciertos sin vanidad, estaba todavia mas lejos de entenderlos como indeseables culminaciones parciales de un camino que nunca acaba siendo afortunado.

– El comienzo fue solo su nombre de pila. Fue todo lo que nos facilito Lucrecia Artola cuando la interrogamos despues de la muerte de su hermana. Desde el primer momento me parecio que habia cosas que sabia y no deseaba contarnos, pero mientras confirmaba o dejaba de confirmar aquella impresion, acepte que pudiera no recordar su apellido. Nuestra investigacion empezo sin mas datos acerca de usted, y he de admitir que poco pudimos hacer con aquello. Pablo Echevarria estaba bajo sospecha desde tiempo antes de su muerte y conociamos a muchos de sus colaboradores, fijos o esporadicos. Curiosamente, no habia ningun Juan. Nadie imaginaba que hubiera que retroceder diez anos, a cuando Echevarria era un criminal novel, casi desconocido, y ninguno de los de la brigada se dedicaba todavia a estos asuntos.

– Usted debia estar entonces preocupado por su acne, por ejemplo. ?Como se las arreglaron para retroceder tanto?

– Simple casualidad, o suerte, si prefiere llamarlo asi. Habia algo que podia hacerse mientras nuestras pesquisas en todos los demas frentes fracasaban estrepitosamente: vigilar a Lucrecia Artola. Puedo decir que fue iniciativa mia, y que no conte por cierto con el apoyo entusiasta de mis superiores. Mi intuicion de que aquella mujer callaba algo no les parecia suficiente para desperdiciar demasiados medios en seguir esa posible pista. De modo que nos limitamos a un control minimo, que podia hacerse sin mucho esfuerzo. Dia tras dia revisamos las hojas de visitas del servicio de seguridad del Ministerio, para averiguar quien habia ido a verla. Ademas de eso, y actuando por mi cuenta, la segui algunas tardes. Sorprendentemente fue lo primero lo que dio resultado. Un dia aparecio su nombre en la hoja de visitas. Un perfecto desconocido. Demasiado desconocido. Trabajaba en un sitio alejado de la civilizacion en el que no sabian demasiado de usted, aunque le consideraban en terminos generales un buen tipo. Estaba en Madrid aprovechando unas vacaciones que tenia atrasadas. A su jefe le habia extranado que pidiera vacaciones, porque renunciaba sistematicamente a ellas, como si no le interesaran. En cuanto colgue el telefono me fui a los archivos y me remonte a diez anos atras: el tiempo que me habian dicho que llevaba en el balneario. No fue facil, pero al fin aparecio. Nunca le habian probado nada, incluso las sospechas que habia habido sobre usted eran muy imprecisas. Lo unico que constaba sin duda era su vinculacion a Pablo Echevarria, otro

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