intentona los Carabineros del Reino. Entre tanto, se produce el relevo al frente de la Guardia Civil, donde el conde de Canada deja su puesto al teniente general Jose Antonio Turon y Prats, un militar atipico por su falta de militancia politica, algo entonces insolito entre los uniformados. La intentona se produce finalmente en el verano de 1867. Blas Pierrad consigue la adhesion de los carabineros y numerosos paisanos y marcha sobre Zaragoza. El capitan general Manso de Zuniga sale atropelladamente a su encuentro y muere de un balazo en la refriega. Pierrad, sin embargo, se retira cuando le llegan noticias de que la Guardia Civil ha concentrado medio millar de hombres para capturarlo.

Este nuevo reves de los unionistas sera el ultimo triunfo de Narvaez al servicio de Isabel II. El 23 de abril de 1868 muere en Madrid. Despojada en el lapso de un ano de sus dos principales paladines, la reina se queda sola. Nombra a Gonzalez Bravo jefe de gobierno, cargo este que simultanea con la cartera de Gobernacion. Pero al antiguo gacetillero, convertido por azares de los cargos en experto policial, le queda poco de desempenar esas responsabilidades. Los generales mas prestigiosos del momento (Serrano Dominguez, Serrano Bedoya, Domingo Dulce, Ros de Olano) conspiran abiertamente y su destierro a Canarias no bastara para neutralizarlos. Por si eso fuera poco, Prim, sabedor de que una fragata ha zarpado rumbo a las islas para traer a Cadiz a los conjurados, embarca rumbo a Gibraltar. El 18 de septiembre de 1868 el brigadier Topete, jefe del puerto de Cadiz, se subleva, convirtiendo a la ciudad andaluza en capital de la revolucion. Alli se reuniran todos los jefes militares comprometidos, que celebran una conferencia a bordo del buque Zaragoza. Queda convenido que encabezara el movimiento el mas caracterizado de todos: el general Serrano Dominguez, duque de la Torre y antiguo favorito de la reina (condicion que, combinada con la intimidad de la soberana, le habia valido un pintoresco sobrenombre, el General Bonito). Topete queda en Cadiz al frente de la junta revolucionaria y a Prim se lo comisiona para levantar las guarniciones mediterraneas. Serrano Dominguez se pone al frente de todas las tropas que puede reunir en Andalucia, incluida la Guardia Civil, y se dispone a marchar contra Madrid. En la capital, Gutierrez de la Concha sustituye al dimitido Gonzalez Bravo, y nombra al marques de Novaliches responsable del mando militar de Andalucia. Este, con 9.000 hombres, parte al encuentro de Serrano Dominguez, a cuyo ejercito planta batalla en el puente de Alcolea, en Cordoba. En los dos bandos hay guardias civiles, y la refriega es indecisa hasta que una esquirla de granada arranca media mandibula al jefe gubernamental. Las tropas leales a la reina se retiran y Serrano avanza hacia Madrid.

Alli, Gutierrez de la Concha cede el poder a una junta provisional de claro color unionista presidida por Pascual Madoz. La reina, que asiste a los acontecimientos desde San Sebastian, se exilia a Pau. El 3 de octubre el duque de la Torre hace su entrada triunfal en Madrid y el 5 ordena la vuelta a los cuarteles de todas las tropas. El dia 8 se forma el gobierno provisional con Serrano Dominguez como presidente, Juan Prim como ministro de la Guerra y Sagasta en Gobernacion. Todos ellos progresistas, y con notoria marginacion de los democratas o republicanos, a quienes se concede como consolacion la alcaldia de Madrid para Nicolas Maria Rivero. Al frente de la direccion general de la Guardia Civil, en la que se habian sucedido Blaser (el negligente perseguidor de O'Donnell tras la Vicalvarada) y el viejo carlista convenido Zaratiegui, se pone de nuevo el general Serrano Bedoya, uno de los mas relevantes de los generales conjurados, lo que demuestra la importancia que concedieron los revolucionarios al cuerpo.

Y es que el nuevo gobierno no iba a privarse, como sus antecesores, de utilizar a los guardias para neutralizar a la oposicion. El descontento de los republicanos crecio cuando Prim se autoascendio a capitan general (para no faltar a la costumbre de los militares pronunciados, luego reproducida por algun otro en epocas posteriores), negandole en cambio el ascenso al republicano Escalante, que habia contribuido a la adhesion de Madrid a la revolucion con sus Voluntarios de la Libertad, mas de 20.000 milicianos armados con los fusiles obtenidos bajo presion del gobernador militar. El desarme de estos, encomendado al 14° Tercio de la Guardia Civil (numeracion que habia adoptado el antes llamado de Madrid), se llevo a cabo con tacto, para evitar conflictos, pero no pudieron evitarse totalmente los tumultos y las consabidas cargas de la caballeria benemerita. En otros lugares el desarme de los milicianos se revelara tragico. En Cadiz, al grito de ?Republica federal o muerte!, los milicianos se atrincheran en el Puerto de Santa Maria y aprovechan la salida de las tropas para hacerse con la capital. La Guardia Civil logra reducirlos despues de ocho dias de duros combates. Otro tanto sucede en Malaga y hay tambien enfrentamientos en Zaragoza, Barcelona, Valladolid, Badajoz, Tarragona… La Septembrina se resquebraja apenas iniciada, y el reconocimiento de la monarquia por la nueva constitucion de 1869 no va a mejorar las cosas.

El nuevo gabinete, con Prim como jefe del gobierno, tras ocupar Serrano la posicion de regente, y con Sagasta siempre en Gobernacion, habra de enfrentarse a la insurreccion republicana, que toma la forma de revolucion federal, bajo el impulso de jefes como Salmeron, Castelar y Pi y Margall. Para colmo los carlistas han aprovechado el vacio en el trono para reorganizarse y promover de nuevo la conspiracion a favor de su nuevo candidato, Carlos Maria de Borbon, tambien conocido como Carlos VII por sus adeptos y como el Nino Terso por sus oponentes. Obligado a distraer fuerzas para perseguir a las partidas carlistas que se infiltran por los Pirineos y empiezan a actuar en varias provincias, el gobierno se ve sorprendido por los federales en diversos puntos, como Tarragona, donde Pierrad, convertido en ferviente republicano, encabeza un motin que acaba con el linchamiento del secretario del gobierno civil. Esta vez, sin embargo, Pierrad no logra huir: capturado por la Guardia Civil, acaba encerrado en el castillo de Montjuic. Pese a estos exitos puntuales, los federales, de extraccion urbana, demostraron no estar muy dotados para la guerrilla. Las fuerzas gubernamentales, con protagonismo de los benemeritos, consiguieron reducirlos, reeditando asi los guardias la eficacia de los tiempos fundacionales, en que debian atender varios frentes simultaneos.

Esta acumulacion de necesidades, unida al deseo del nuevo gobierno de asimilar la Benemerita al regimen nacido de la revolucion de 1868, llevo a Serrano Bedoya a aprobar una nueva organizacion, basada en las jefaturas provinciales o comandancias, mandadas por tenientes coroneles, lo que relegaria a funciones mas burocraticas a los coroneles jefes de los tercios. Una consecuencia del cambio era que se vinculaba mas la accion diaria al ministerio de la Gobernacion, por la relacion directa entre gobernadores provinciales y jefes de comandancia, disminuyendo el peso del ministerio de la Guerra y de paso el caracter castrense del cuerpo. Un nuevo episodio de la dialectica entre civilismo y militarismo, con ventaja para el primero, aunque en los guardias siguio coexistiendo su doble condicion. Por otro lado trato de borrarse la adhesion a la reina de una parte de la institucion, singularmente el Tercio de Madrid, que fue disuelto por Prim el 2 de octubre de 1868 para ser recreado ocho dias mas tarde, ya como 14° Tercio. Tambien el regimen septembrino lo necesitaba, frente a los republicanos.

Pero por si faltaba algo, vino a reverdecer el bandolerismo andaluz. Espoleados por las sucesivas retiradas de los guardias de los campos, para participar en las luchas civiles, a lo largo de 1869 (que en amarga coincidencia iba a ser el ultimo de vida de Ahumada) los bandidos se habian vuelto a aduenar de los caminos de Sevilla y Cordoba, a menudo con la connivencia, de nuevo, de los caciques locales. La batalla para su erradicacion la dirigiria el antiguo republicano Nicolas Maria Rivero, nombrado para la cartera de Gobernacion en relevo de Sagasta el 11 de enero de 1870. Y su principal ejecutor sobre el terreno fue Julian Zugasti, nombrado gobernador de Cordoba tras el cese de su antecesor, el inoperante duque de Hornachuelos. La manera en que este se produjo es digna de referirse. En febrero, el duque envio un telegrama urgente refiriendo al ministro que habia aparecido en el cielo un gran resplandor rojizo y pidiendo instrucciones sobre que debia hacerse. Rivero respondio con otro telegrama: «Eso es una aurora boreal, y significa que los gobernadores deben presentar su dimision».

Bajo el mando de Rivero, en combinacion con Zugasti y otros gobernadores, la Guardia Civil se empleo con dureza contra los bandoleros, que no solo habian perdido el miedo a la Benemerita, sino que eran extraordinariamente resueltos y activos. Robos, secuestros, asesinatos, sin excluir a los ninos entre sus victimas, eran moneda corriente. El colmo vino cuando secuestraron cerca de San Roque (Cadiz) a los ciudadanos ingleses John y Antoine Bonell, ocasionando un delicado incidente diplomatico con Gran Bretana. Tras pagar el rescate, financiado por los britanicos con promesa de restitucion por parte de las autoridades espanolas, la Guardia Civil, que seguia los pasos a los bandidos, trabo enfrentamiento con ellos y los abatio a todos. Eran, entre otros, los famosos Malaspatas y Cucarrete, que llevaban largo tiempo aterrorizando a la comarca del campo de Gibraltar.

La oposicion empezo a clamar que los bandoleros no morian en enfrentamiento, como sostenian los guardias, sino que se les disparaba por la espalda cuando huian. Nacia asi la que seria tristemente conocida como Ley de Fugas, denunciada en las Cortes por Pi y Margall, y respecto de la que en efecto habia cursado Prim, por medio del entonces ministro de la Gobernacion, Nicolas Maria Rivero, unas instrucciones

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