reservadas que acabaria sancionando el Tribunal Supremo en su sentencia de 26 de junio de 1876, al declarar que «los individuos de la Guardia Civil, en caso de fuga de presos, podran hacer uso de sus armas, quedando exentos de responsabilidad aunque de los disparos resultaran heridos o muertos». La polemica estallo en el debate parlamentario del 20 de diciembre de 1870, en que el conservador isabelino Francisco Silvela arremetio contra la Guardia Civil acusandola de sesenta y tantas muertes por la espalda. Canovas del Castillo lo respaldo, calificando las muertes de asesinatos. En el trasfondo del debate estaba el hecho de que la regresion del fenomeno, debida a la energica accion gubernamental, habia puesto al descubierto a algunos de los acomodados protectores de los bandoleros, por lo general desafectos al regimen, lo que planteaba entre los opositores el temor de que se les tratara con identica contundencia que a los bandidos. La replica dolida de Rivero, acusando a los parlamentarios criticos de hacerles el caldo gordo a los malhechores, no impidio su dimision, cinco dias mas tarde. El gobernador Zugasti fue amenazado de muerte y a Prim alguien le paso una lista de diez nombres de opositores dispuestos a asesinarlo. El dia 27 de diciembre Prim disuelve los Voluntarios de la Libertad, y pocas horas despues mantiene un agrio debate en la camara con motivo de la discusion del proyecto de lista civil de la Casa Real.
Uno de los diputados rivales, el gaditano Jose Paul, le dijo al presidente: «Mi general, a todo cerdo le llega su San Martin». Esa misma tarde, sobre las 19.30, cuando la berlina verde de Prim embocaba la calle del Turco bajo una intensa nevada, diez hombres abrieron fuego de retaco, pistola y trabuco sobre ella. La investigacion identifico como cabecilla de la partida y ejecutor material a Paul, y se sugirio la instigacion del propio Serrano y del duque de Montpensier, por haber reclutado a algunos de los asesinos personas de su confianza. Pero nada pudo probarse. El 30 de diciembre, Prim moria a causa de las heridas recibidas. El 2 de enero de 1871 llegaba a Madrid el duque de Aosta, Amadeo de Saboya, elegido por Prim para reinar en Espana con el nombre de Amadeo I. Lo primero que hizo el nuevo monarca fue presentar sus respetos ante el feretro del malogrado general.
Asumio la jefatura del gobierno Serrano, retornando Sagasta a Gobernacion, y pronto se evidencio la escasa simpatia con que contaba el monarca importado. Muchos jefes militares se negaron a prestarle juramento de adhesion, y famosa se hizo la descalificacion de Castelar, que escribio que era una verguenza para la nacion de la que en otro tiempo eran «alabarderos, maceros y nada mas que maceros, los pobres, los oscuros, los hambrientos duques de Saboya». La creciente inseguridad impulsa a Sagasta a redactar un proyecto de policia civil, militarmente organizada, llamada Cuerpo de Orden Publico, pero que no llega a ponerse en pie, por lo que la ingrata funcion sigue correspondiendo a la Guardia Civil. La dimision de Segismundo Moret como ministro de Hacienda precipita la renuncia de Serrano y su relevo el 24 de julio por Ruiz Zorrilla, que se reserva la cartera de Gobernacion. Su gobierno apenas dura tres meses, dando paso al gabinete del contraalmirante Malcampo, sustituido dos meses despues por Sagasta, convertido en jefe de un nuevo partido llamado constitucional, mientras que Zorrilla y los republicanos formaban el radical.
Enredado Sagasta en un escandalo por unos dineros distraidos del erario publico para pagar caprichos recreativos del rey, volvio Serrano por veinte dias a la jefatura del Gobierno. Tras su breve y fallida gestion, se hacen con el poder los radicales y Ruiz Zorrilla regresa a la presidencia. Cesa entonces como director general Serrano Bedoya, a quien lo sustituye en el cargo el teniente general Candido Pieltain, incondicional de Prim como su antecesor. Pieltain dispuso la reorganizacion de la burocracia central del Cuerpo y a imitacion de Infante rediseno la uniformidad, haciendola mas sencilla y moderna (el cambio fue efimero, porque la Restauracion impuso el regreso a la uniformidad de Ahumada, para disgusto de los miembros del cuerpo, ya acostumbrados a la comodidad de la nueva). Ademas doto a los guardias de revolver y una linterna por pareja para el servicio nocturno. Por otra parte, impulso la creacion de la Sociedad de Socorros Mutuos, a partir de las que ya funcionaban en algunas comandancias.
Harto de la ingobernabilidad del pais, Amadeo I abdica el 11 de febrero de 1873. Ese dia se proclama la republica por 258 votos a favor y 32 en contra. Es investido como presidente Estanislao Figueras, que nombra ministro de Gobernacion a Pi y Margall y de la Guerra a Fernandez de Cordoba, otro de esos personajes decimononicos hispanicos que culmina asi una trayectoria absurda, desde su destacado papel como defensor de Isabel II en la revolucion de 1854. La poblacion estalla de jubilo al grito de «?Viva la Republica Federal!». Algunos se dejan llevar por el entusiasmo y queman fincas o asesinan a destacados monarquicos. La Guardia Civil, que tiene la mision de mantener el naciente orden republicano, se encuentra en su totalidad absorbida por la guerra carlista, que se ha recrudecido, con el audaz despliegue de los partidarios de Carlos VII por las provincias vascongadas, Navarra, Cataluna, Aragon y algunos focos dispersos de Andalucia.
El 24 de febrero, el presidente de la Asamblea Nacional, Cristino Martos, ordena al 14° Tercio de la Guardia Civil que ocupe los edificios del gobierno. Los guardias (segun Aguado Sanchez, entendiendo que la orden es legal, por emanar del organo en el que reside la soberania de la Republica) obedecen. Pero de esa pugna entre el legislativo y el ejecutivo acaba saliendo triunfante el segundo, en la persona del ministro de la Gobernacion, Pi y Margall. El gobierno se remodela y los jefes del 14° Tercio son relevados. Algunos, molestos por el castigo sufrido por haber obedecido a la autoridad legalmente constituida, se pasaran a las filas carlistas. Asume el mando del tercio el coronel Jose de la Iglesia y Tompes, veterano del cuerpo, que ha de jugar un destacado papel para mantener la eficacia de su unidad, crucial por su situacion geografica, como instrumento leal del poder legitimo. El problema esta en determinar cual es ese poder, en medio de las turbulencias de la I Republica Espanola, plagada de conspiraciones y de rivalidades entre sus prohombres. Tanto mas importante fue la jefatura del 14° en cuanto que a lo largo de 1873, y tras el cese del general Pieltain por desavenencias con Pi y Margall, la direccion general se hallaria vacante u ocupada por jefes de circunstancias, lo que vino a provocar una considerable sensacion de acefalia en la Guardia Civil.
La primera prueba le llega al coronel de la Iglesia el 23 de abril. Los hechos coinciden con la ausencia de Madrid del presidente Figueras. Este ha debido trasladarse de urgencia a Barcelona para sofocar la revuelta de la Diputacion, que aprovechando el desgobierno acaba de proclamar el Estado catalan. Salen a la calle los miembros de la Milicia de Madrid, de tendencia mas bien monarquica, asi como los reconstituidos Voluntarios de la Libertad. La Guardia Civil se limita a interponerse entre unos y otros, evitando el que parece casi inevitable choque entre ambos. Pero resulta que Pi y Margall, jefe interino del ejecutivo en ausencia de Figueras, se halla detras de la demostracion de los Voluntarios. Ese mismo 23 de abril Pi y Margall dispone que en adelante la dependencia de la Guardia Civil lo sera solo de las autoridades civiles. La hostilidad creciente hacia los benemeritos provoca el repliegue de estos, que se acogen a sus acuartelamientos. Los que salen se exponen a ser atacados por los milicianos, como le ocurrio a mas de un guardia que hubo de tirar de sable para defender su vida. Empieza a correr el rumor de que el coronel jefe de la Guardia Civil en Madrid es un monarquico encubierto, y Pi y Margall ordena su destitucion y la de casi todos sus oficiales. Los hombres del 14° Tercio, molestos por una represalia que sienten como injustificada, desacatan la orden. Los oficiales destinados a relevar a los destituidos no se presentan.
En julio, Pi y Margall consuma su golpe y Figueras huye a Francia. El nuevo capitan general de Madrid, Mariano Sodas, consciente de la situacion en que se encuentra el 14° Tercio, intenta acercarse a los resentidos guardias, pero Fernando Pierrad, ministro de la Guerra y hermano del general revolucionario, organiza una encerrona en la que trata de neutralizar al coronel de la Iglesia, junto al coronel del primer Tercio y el director general en funciones de la aun descabezada Guardia Civil, el brigadier y secretario general del cuerpo Juan Alvarez Arnaldo. Cuando se presenta en el ministerio el ayudante del 14° Tercio y advierte al ministro que los guardias de Madrid estan dispuestos a acudir a sacar por la fuerza a su coronel, Pierrad los deja ir.
Pi y Margall nombra director general al conciliador Socias, que apoya a los guardias de Madrid, sitiados literalmente por las milicias revolucionarias. Cinco semanas despues de tomar el poder, Pi y Margall se ve incapaz de hacer frente a todos los frentes que tiene abiertos. A la lucha contra los carlistas y la revuelta independentista desatada en Cuba, aprovechando la debilidad de la metropoli, hay que sumar la sangrienta insurreccion cantonal, con Cartagena como principal foco, pero con gravisimos incidentes en otras localidades como Orihuela y Alcoy, donde los cantonales asesinan al alcalde, republicano, y decapitan al capitan de la Guardia Civil para pasear luego por las calles su cabeza, clavada en una pica. Pi y Margall es depuesto y sustituido por Nicolas Salmeron, republicano centrista, apoyado por Castelar, republicano conservador, que asume la presidencia de la Asamblea.
Salmeron encargo al general Manuel Pavia la pacificacion de Andalucia y a Martinez Campos la liquidacion de la revuelta cartagenera, para lo que este no dudo en sitiar la ciudad y declarar pirata a la escuadra sublevada. Las medidas de firmeza vinieron complementadas con la disposicion de aumentar los efectivos de la Guardia Civil a 30.000 hombres. Aunque este aumento no se llego a materializar, acreditaba la apuesta de la I Republica por los