extremena, aislada por la barrera natural del rio Guadiana, este pueblo de apenas 2.500 habitantes vivira el ultimo dia de 1931 uno de los episodios mas desgraciados de la historia del cuerpo.

El hecho vino preparado, de una parte, por los propagandistas que, como la celebre Margarita Nelken, recorrian por aquellos dias los pueblos de la provincia invitando a los campesinos a la rebeldia y a la confrontacion con la Guardia Civil. De otra parle, por los caciques y terratenientes que no solo se negaban a poner a disposicion de los campesinos tierras para cultivar, sino que, frente a sus reivindicaciones, azuzaban a las autoridades para que enviaran a la Guardia Civil a neutralizarlas. Asi ocurrio en Castilblanco el 31 de diciembre de 1931, cuando el cacique local pidio al alcalde que ordenara a la Guardia Civil disolver la concentracion pacifica de 300 campesinos frente al ayuntamiento y la Casa del Pueblo. Recibida la orden de la autoridad municipal, a la que con arreglo a la nueva legalidad republicana debia obedecer, el cabo comandante del puesto, Jose Blanco Gonzalez, acudio con tres guardias al lugar donde se concentraban los campesinos. Los civiles tenian una relacion cordial con la gente del lugar, tanto que uno de ellos, Francisco Gonzalez Borrego, estaba comprometido con una chica del pueblo. El cabo Blanco, por su parte, era un hombre de buen caracter y contaba con la simpatia de sus vecinos, a los que esa tarde insto a disolverse con palabras conciliadoras. Pero uno de los guardias, Agripino Simon, se encaro con una de las mujeres, Cristina Luengo, apodada La Machota, a la que recrimino que acudiese a la manifestacion con una nina en brazos. La discusion desemboco en un golpe de Simon a la mujer, lo que provoco la intervencion de un vecino, Hipolito Corral, que se planto ante el guardia. Este, en la tension del momento, acabo tirando de cerrojo y disparandole con su mauser a bocajarro. A partir de ahi se desalo la colera entre los campesinos, que no tuvieron excesivas dificultades para desarmar a los otros dos guardias y al cabo, confiadamente mezclados con ellos y sin las armas prevenidas. El primero en caer fue el cabo, atacado por detras con una navaja cabritera, y posteriormente rematado con su propia arma y a cuchilladas. De nada sirvieron las peticiones de clemencia de los guardias y de algunos vecinos. El ensanamiento de la multitud llego a extremos espantosos. El teniente coronel que hizo el parte oficial de los hechos describio asi el estado en que hallo los cuerpos: «Los ojos no existen. Los dientes han desaparecido tambien como consecuencia de los inhumanos golpes recibidos. Los craneos, destrozados, dejan salir la masa encefalica y son, en fin, los cuerpos despojos acribillados y finalmente machacados con piedras.» El general Sanjurjo, que acudio en cuanto supo lo ocurrido a Castilblanco, echo mano de sus peores recuerdos africanos cuando declaro ante los periodistas: «Esto no lo he visto hacer a los cabilenos con los soldados espanoles en Monte Arruit».

La calificacion de los hechos como «desahogo obligado del espiritu oprimido», debida a la socialista Margarita Nelken, no contribuyo por cierto a que entre las filas del cuerpo la noticia fuera acogida con templanza. Una reunion de jefes llego a sugerir al director general la posibilidad de sublevarse contra el regimen, lo que Sanjurjo rechazo de plano, por la inconveniencia de alzarse por unos hechos que afectaban tan directamente a la Guardia Civil y porque consideraba que era un hecho aislado y en modo alguno respaldado por las autoridades republicanas. No obstante, aconsejo a sus hombres que en adelante no pecaran de los excesos de confianza que habian llevado al cabo Blanco y sus hombres al martirio, y que denunciaran «aquellas excitaciones que en mitines y reuniones se hacen a las masas obreras para enfrentarnoslas, olvidando que por ellas tambien laboramos, pues sin el orden y la paz social que defendemos, su existencia y bienestar se verian comprometidos». Y anadia: «Que sepan todos que si nuestros muertos nos llegan al alma, tambien nos duelen los que caen frente a nosotros en la lucha de la obcecacion, el engano o la incultura con el cumplimiento estricto del deber». Los hombres de la Benemerita tomarian buena nota de las advertencias de su director general. Pero su resultado seria tragico, aumentando el saldo de los caidos frente a sus fusiles.

Asi ocurrio en los incidentes que hubo en Ecija, Epila, Zalamea de la Serena, Calzada de Calatrava o Xeresa, donde los guardias se emplearon con dureza. Y sobre todo, en el pueblo de Arnedo (La Rioja), que el 5 de enero de 1932 fue el escenario de una de las mas desafortunadas actuaciones de la historia de la Guardia Civil. En el origen, una vez mas, el cacique: Faustino Muro, dueno de una fabrica de calzados que, tras presionar a sus empleados con el despido si no votaban por los partidos monarquicos, habia llevado a cabo su amenaza. El conflicto que se abrio a continuacion trato de resolverlo el gobernador civil, pactando la admision de los despedidos por otros empresarios locales. Pero el dia que se presento en Arnedo para cerrar el acuerdo, los sindicatos organizaron una huelga general. Habia ademas rumores de reparto de armas entre los huelguistas, que corlaron con tachuelas los accesos. La Guardia Civil hizo un despliegue extraordinario para mantener el orden; en total la fuerza la componian 28 hombres, al mando del teniente Juan Corcuera Piedrahita. A las cuatro de la tarde, los manifestantes decidieron reunirse en la Plaza de la Republica. Llegaron por un lado las mujeres y ninos, que encabezaban la marcha escoltados por los guardias, y por otro los hombres, que se separaron al llegar a la plaza. Esto desconcerto al teniente, que aposto a sus hombres en el zaguan del ayuntamiento (donde estaba reunido el gobernador con los industriales y el alcalde) y los soportales de la plaza. Varios hombres se encaminaron hacia la casa consistorial, ante lo que el teniente destaco al sargento Antonio Herraez con dos guardias para cortarles el paso. De pronto, uno de ellos quedo aislado al rodearlo las mujeres, momento en que uno de los manifestantes inicio un forcejeo con el. Se oyo un disparo, que alcanzo en la pierna a uno de los guardias. La multitud empezo a gritar y restallaron al unisono los cerrojos de los fusiles. Alguien grito: «?Fuego!» El teniente negaria haber sido el, pero los guardias, que obedecieron la voz, contradijeron su version.

La plaza quedo despejada en un abrir y cerrar de ojos. Cuatro hombres, una mujer y un nino cayeron muertos alli mismo, y otros treinta vecinos, malheridos, recibieron en el acto el auxilio de los abrumados guardias. Cinco de ellos murieron en los dias siguientes. Once muertos, en total, que iban a traer graves consecuencias para el cuerpo, y que, como senala Miguel Lopez Corral, bien habrian podido evitarse con unos tiros al aire o con un mejor despliegue de la fuerza, que al teniente Corcuera nadie lo habia instruido para organizar.

Como consecuencia de los hechos de Arnedo, la suerte de Sanjurjo estaba echada. Azana no hizo caso de las voces que le pedian su destitucion inmediata y hasta su procesamiento, como tampoco de los que aprovecharon para exigir con mas fuerza la disolucion del cuerpo. En cuanto a este, los hechos lo persuadian cada dia mas de que debia contar con la fuerza y la disciplina que representaba, y por lo que toca al general, que no era santo de su devocion, decidio esperar a momento mas propicio, por el prestigio que Sanjurjo tenia dentro del ejercito, y por el descontento que podia causar en sus filas si lo sacrificaba con aquel motivo. Aguardo un mes y lo que hizo fue nombrarlo jefe del cuerpo de Carabineros, un destino menor, en comparacion, pero que le procuraba una salida mas o menos decorosa. Tambien le iba a dar la oportunidad de viajar por todo el pais, lo que aprovecharia para el arriesgado movimiento en que se embarcaria meses mas tarde.

Al frente de la Guardia Civil se puso a otro militar veterano de Cuba y Africa, pero de perfil bastante menos llamativo que Sanjurjo: el general de division Miguel Cabanellas Ferrer, notorio mason y hombre de talante calculador, como tendria ocasion de demostrar en lo sucesivo, al frente de la Guardia Civil (en dos periodos, del 3 de febrero de 1932 al 15 de agosto del mismo ano y del 15 de febrero de 1935 al 3 de enero de 1936) y en otras decisivas coyunturas. Como jefe del cuerpo le toco ocuparse de la campana de huelgas revolucionarias que lanzaron los anarquistas, tras el fracaso del levantamiento de la cuenca del Llobregat a finales de febrero de 1932, que habia terminado con sus lideres Buenaventura Durruti y Francisco Ascaso detenidos y deportados a Guinea Ecuatorial. Las protestas se extendieron por todo el pais, pero cabe destacar la de Ecija. Alli, el entonces capitan Lisardo Doval desarticulo una vasta organizacion que se ramificaba hasta la propia Sevilla, donde descubrio un gran almacen de explosivos. Con motivo del 1 de mayo los socialistas declararon la huelga general, y el 8 de julio, en la Villa de don Fadrique (Toledo), los campesinos, espoleados por su alcalde comunista, se apoderaron del pueblo y empezaron a quemar campos. Los propietarios pidieron auxilio a la Guardia Civil, pero su actuacion solo logro que los agentes fueran cercados por los revoltosos y obligados a mantener una defensa casi desesperada hasta que llegaron al pueblo otros doscientos guardias a las ordenes de Cabanellas. Un miembro del cuerpo perderia la vida en la refriega.

El entusiasmo con que anarquistas, socialistas y comunistas impulsaban todos estos desordenes, unido a la aprobacion del estatuto de autonomia para Cataluna, que muchos militares veian como una agresion intolerable a la sacrosanta unidad de la patria, empujaron a Sanjurjo a prestar oidos a las invitaciones a la rebelion que durante el ano anterior se habia negado a secundar. El ejercito no escapaba al clima de division que dominaba el pais, como lo demostro el incidente entre el general Goded y el teniente coronel Mangada, cuando el primero pidio en un acto castrense un viva a Espana «y nada mas» y el segundo contesto con un viva a la Republica y se arranco la guerrera, acto de insubordinacion que condujo a su arresto. El incidente le costo a Goded su puesto como jefe del Estado Mayor Central, y dias despues fue el general Riquelme, jefe de la division de Valencia, el que al pedir un viva para la Republica se encontro con que varios oficiales gritaban «Viva Espana!». Los oficiales acabaron tambien arrestados, pero eran sintomas claros de que la conspiracion se extendia entre las filas militares. El

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