destruidas con explosivos. La lista seria interminable: Mieres, Rebolleda, Santullano, Caborada, Posada de Llanes, Pola de Laviana, Sama de Langreo, El Entrego, Ciano… En estos dos ultimos puestos perecieron los guardias al completo, junto a sus familias. El de Caborada, excepcionalmente, se entrego sin oponer resistencia, merced a los oficios del teniente Torres Llompart, militante socialista. Frente al de Sama de Langreo, uno de los mayores, se juntaron cerca de 2.000 revolucionarios, a los que se dispuso a hacer frente el capitan Alonso Nart, con los sesenta guardias que habia logrado reunir. El edificio, una casa de vecinos, ofrecia nulas condiciones para su defensa. Resistieron alli 30 horas, y cuando ya se quedaban sin municiones, Nart ordeno una salida a la desesperada. Los mineros, que estaban bien apostados, diezmaron a los guardias y persiguieron por todo el pueblo a los que lograron escapar. Nart, herido en la refriega, se encaramo a un monticulo desde donde siguio luchando el solo contra medio millar de atacantes. Al final cayo muerto a balazos y los revolucionarios mutilaron su cadaver con sana.
La revuelta se extendio a Leon y Palencia, donde los guardias siguieron escribiendo paginas de glorioso (o inutil) heroismo. El teniente Halcon, jefe de la linea de Leon, salio al paso de los revolucionarios que marchaban sobre la capital, y con un punado de guardias mantuvo a raya durante un dia a cerca de 3.000 enemigos. Al final, agolados y sin municiones, fueron aplastados por los mineros. Al teniente Halcon le pusieron un cartucho en la boca y lo hicieron explotar.
Aquella revolucion produjo 1.200 muertos (la Guardia Civil tuvo 111, y 182 heridos) y provoco la energica reaccion del gobierno, que envio al general Franco con las tropas de los Regulares y la Legion para aplastarla. El futuro dictador llevo a cabo la mision con la dureza que habia puesto en practica una y otra vez en las campanas africanas donde hiciera su meteorica carrera de ascensos. Con el se llevo al ya comandante de la Guardia Civil Lisardo Doval (rehabilitado tras su implicacion en la Sanjurjada), al que conocia por ser ambos paisanos y companeros de promocion en la academia de Toledo. Por sugerencia de Franco, a Doval se lo nombro delegado del ministro de la Guerra para el orden publico en las provincias de Asturias y Leon. El comandante ya habia estado en 1917 por Asturias como jefe de linea de Gijon, donde se habia ganado fama de duro, y conocia bien el terreno. Con ese conocimiento, y sin andarse con contemplaciones, ataco los nucleos de la revolucion y capturo a sus responsables, incluyendo a su lider maximo, Gonzalez Pena, al que cazaron sus guardias en Ablana, el 3 de diciembre, cuando se disponia a huir por mar. Para alcanzar estos resultados, se calcula que detuvo a 7.000 personas. Practico registros sin orden judicial y recurrio con largueza a las torturas, incluidas las detenciones y amenazas de violacion de las mujeres y las hijas de los mineros. Como consecuencia de las atroces palizas murio un numero indeterminado de detenidos, y en un solo dia sacaron a cerca de veinte de ellos de la carcel de Sama para ser fusilados.
Alejandro Lerroux, que habia clamado contra los metodos utilizados por el teniente Portas con los anarquistas barceloneses en el castillo de Montjuic, se veia ahora en la incomoda situacion de que bajo su gobierno se reeditara el atropello, pero elevado a la enesima potencia. Ordeno al director general de Seguridad, Valdivia, que abriera una investigacion. Lo que este descubrio lo horrorizo al punto de exigir al ministro que se cesara a Doval. El ministro le traslado la peticion a Lerroux, que lo relevo dandole una salida airosa. Nombrado jefe de Seguridad en el protectorado de Marruecos, acabo partiendo en noviembre de 1935 a una jugosa mision en el extranjero: una estancia en Nueva York para «estudiar las organizaciones policiales de aquella localidad». El chollo se le acabo con la victoria del Frente Popular, que lo convoco en febrero de 1936 para que regresara a su destino en Teruel. Doval no acudio, temiendo que se lo procesara por sus acciones en Asturias, y fue expulsado del cuerpo. Volvio tras la sublevacion del 18 de julio para unirse a los rebeldes. En el verano de1936 mandaba la columna que desbarataron las milicias de Mangada (el vehemente oficial republicano arrestado por Goded) en Peguerinos (Avila). Durante aquellos anos, al margen de las luchas politicas que demandaban una y otra vez el grueso de sus energias, la Guardia Civil completo algunos servicios de interes en su servicio ordinario. Entre ellos, dos acciones que parecian retrotraerla a sus tiempos mas remotos, como la persecucion de los bandidos rondenos Francisco Flores Arrocha y Juan Mingolla,
Por lo visto, Garcia Lorca estuvo tentado de escribirle un romance a Flores Arrocha. Parece dificil entender que podia verse de
La revolucion de 1934, que tanto se ensano con los guardias, tuvo tambien, paradojas del pais y del propio cuerpo, su episodio benemerito. Fue en Madrid, en el parque de automoviles, donde estaba destinado el teniente Fernando Condes. Un joven oficial, distinguido y condecorado en la campana africana, que se habia incorporado a la Guardia Civil para hacer carrera, y que al llegar a Madrid tomo contacto con destacados marxistas, entre ellos (una vez mas) Margarita Nelken, con quien, dicen, compartio lecho. Tambien se reencontro con su amigo el teniente Castillo, otro joven oficial curtido en Marruecos y de ideas izquierdistas, que se habia incorporado a la Guardia de Asalto. Condes y Castillo dieron en organizar un esperpentico plan de ataque a la presidencia del gobierno, donde esperaban hacer prisionero a todo el ejecutivo, completando los escasos efectivos que habian logrado comprometer con militantes socialistas disfrazados de guardias civiles. Descubierto el complot, Condes fue expulsado del cuerpo y condenado a una cadena perpetua que apenas duro un ano.
En febrero de 1936 gano las elecciones el Frente Popular, una coalicion de socialistas, comunistas, anarcosindicalistas y burgueses antifascistas que se formo para luchar contra la derecha radical, los falangistas de Jose Antonio y el Bloque Nacional de Calvo Sotelo. Con tal motivo, Condes fue indultado, readmitido y ascendido a capitan. No fue el unico afectado por el cambio de gobierno. Otros agraciados por el gabinete que presidia nuevamente Manuel Azana fueron los encausados por sucesos como el de Castilblanco o por la revolucion asturiana. En el extremo contrario, todos los militares que habian sido rehabilitados por el gobierno derechista o que se habian distinguido a su servicio se vieron relegados. Asi, Franco paso de la jefatura del Estado Mayor Central a Canarias, Goded fue a Baleares, y Mola, el ex director de Seguridad de la dictadura, promovido por el propio Franco a la jefatura de las tropas de Marruecos, a Navarra. La excepcion fue el general Sebastian Pozas Perea, que habia sustituido en la Inspeccion General de la Guardia Civil a Cabanellas en enero de 1936, y que fue confirmado en su puesto. Pero ello es explicable por las peculiaridades del personaje, en las que nos detendremos mas adelante. Con estas idas y venidas, de la prision a los honores, de la primera linea al ostracismo, la Republica acreditaba su inestabilidad, que no era sino la de un pais ya irremediablemente partido en dos.
Solo faltaba la llama que prendiera la mecha. Y en esos primeros meses de 1936, el fuego fue mas que abundante. Menudearon las huelgas y motines, como el de Yeste, en Albacete, que se saldo con la muerte de un guardia, otros 15 heridos y 17 campesinos muertos. A las algaradas debio hacer frente una Guardia Civil desmotivada por las criticas y por el clamor que desde las filas de la izquierda se lanzaba para su disolucion: uno de los partidos de la coalicion gobernante, el PSOE, llevaba incluso este punto en el programa. Para remate, se sumo la accion de los pistoleros fascistas, que ayudarian a terminar de cebar la bomba de relojeria en que se habia convertido el pais.
El 14 de abril, durante el desfile de celebracion del aniversario de la Republica, unos exaltados de filiacion izquierdista arrancaron a dar vivas a Rusia y mueras a la Guardia Civil al paso de las tropas de esta por la tribuna presidencial. El alferez del cuerpo Anastasio de los Reyes, que se hallaba cerca junto a otros guardias, vestidos todos de paisano, les recrimino a los revoltosos su actitud. De pronto sonaron unos disparos y el alferez y dos guardias cayeron heridos. Los guardias civiles repelieron la agresion y el caos se apodero de la muchedumbre. Hubo tres bajas entre los civiles presentes. En cuanto el alferez De los Reyes, murio en el camino al hospital. Su