agua.
– Digo…, decia-y de verdad que lo decia, aunque entre resuellos – que este trozo, como bien se ve, lo cerraron bastantico despues… Hara, que se yo. Como una semana. Creo que porque se puso el oficial malo… por falta de piedra, para sacar materiales o no se que.
– ?Que maestro hizo la cerca?
– Asensio
– Claro que…
– ?Que?
– Que de aqui al nicho del
– Esa es la puritica verdad – asintio Matias, ya con mejor respiro -. Como en este pueblo la gente se compra el nicho antes que la dote, los hay vacios a
– ?Que, Jefe?, ?no le convence?
– Ni me convence, ni me deja de convencer… ?No hay otro sitio de facil acceso?
– ?Como?
– … Por donde se pueda entrar bien.
– No.
– Vamos ahora al nicho del
– Por aqui se va mejor.
Cuando llegaron a la galeria de San Juan, donde estuvo el cajon,
– Por lo que veo no queda libre mas que el del
– Los ocuparon hace poco… Si esto me lo se yo como la cartilla.
– Que si, hombre… Pero sigue haciendo memoria, porque hace media hora no se te alcanzaba por donde podian haber pasado el contrabando, y hasta ahora mismo no has caido en lo del hueco que dejaron los albaniles en la tapia.
– Hombre, es que uno tiene muchas cosas en la cabeza.
– O ninguna.
– Cono, Jefe, no se ponga usted asi. Que uno es un pobre rompetoscas…
– Anda, no te inflames, que las cosas hay que tomarlas como vienen.
Cuando regresaron al porche habia mas animacion.
– Ahi sigue el Aurelio con su matraca de que el muerto es don Ignacio. Dice que asi que se ha enfrentado con el cadaver, que esta mas fijo que la vista que es el.
– Y lleva una hora – continuo – contando a todo el que quiere oirle la historia de aquella familia, y no se cuantas antiguallas del pueblo.
– Algo habra dicho entonces de don Jose Maria Cepeda, de don Antonio Criado y don Melquiades Alvarez – apunto
– Vaya, si. A todos los ha citado ya. Y a Vicente Pueblas, y la Revolucion de los Consumos, el ano del colera y la historia del pantano.
– No te digo. Sabe mas historia que don Paco Perez.
Don Lotario aparecio con el bloc en la mano y enjugandose el sudor de la frente.
– ?Que, don Lotario, han dicho algo de particular?
– Poca cosa.
– Hombre, no diga usted eso si esta ahi Aurelio contando la lista de los reyes godos.
– ?Oscuro y tormentoso se presentaba el reinado de Titiza! – exclamo
– ?De Witiza, ignorante…! Menudo Titiza estas tu hecho – respondio el veterinario.
– Usted disimule, que uno es lego.
– … Si esta hablando el hombre. Sabe mas de muertos que de vivos.
– ?Bah!, y mienta a Aparicio y a Quiralte, los fundadores del lugar, como si hubiera
– Lo que si ha habido – continuo el albeitar – es una invalida que han traido en una silla de ruedas, porque queria saber si el muerto era su hombre que desaparecio en la guerra.
– ?Y era? – pregunto
– No.
– ?Que lastima! – dijo
– Y luego, como no era, le ha dicho a Maleza que si le podian dar el cajon, y que es muy aparente para sembrar perejil en el.
– ?No se lo habra dado?
– No, hombre no… Ha dicho el muy bruto que no se lo podia dar porque era el cuerpo del delito.
– Decia – siguio don Lotario – que su marido era menos hombre que este.
– ?Cuando ella lo dice! – salto el corredor de vinos.
– Tambien hay dentro otra vieja que declara que el muerto es un tal Perea que marcho a America.
– ?Perea el camarero? – pregunto
– Creo que si.
– Quite usted, hombre, si Perea cuando se marcho debia pasar de los sesenta anos.
– Mira, esa es la mujer – dijo el veterinario senalando a una que salia.
Todos miraron hacia ella. Era una. anciana muy estirada, con el pelo blanco hecho mono y los ojos azules.
Alguien le aviso que estaba alli
– ?Ese es Perea Gomarra, el camarero! ?Como hay Dios! El que se fue a las Americas el ano del hambre.
– ?Pero que va! Si Perea vive tendra ochenta y tantos anos – respondio
– ?No!
– No seas terca, mujer. Perea me llevaba a mi por lo menos treinta anos. Era yo un muchacho y el hombre hecho y derecho. Lo conoci muy bien y lo trate siempre.
La vieja, de momento quedo un poco parada por la cuenta, pero reacciono en seguida:
– ?Ese es Perea Gomarra! – y volviendose con brio, echo a andar imperativa, con el menton bien alto y sin hacer caso de una mocosilla que la seguia corriendillo.
No la habian perdido de vista ni dejado de comentar su tozudez, cuando salio Aurelio rodeado de un grupo de oyentes. Al ver a
– Nada, Manuel, lo dicho… Y bien que me certifico. Es don Ignacio de la Camara Martinez.
Hacia las ocho de la tarde dieron por acabada la audiencia. Matias cerro la 'Sala Deposito' con dos vueltas de la gran llave que pendia con otras de una cadena mas que mediana, y volvieron al pueblo.
Lo hallaron sentado en el patio. Patio tirando a andaluz, con una fuente de azulejos en el centro, cuyo