anterior, cuando Wendell Lang se registro en la habitacion. Habia pagado en efectivo, por adelantado, y habia dado doscientos dolares de mas para cubrir las llamadas telefonicas y lo que utilizara de la nevera. Sin embargo, no habia llamado por telefono ni habia tomado nada de la nevera, y tampoco se habia preocupado de recuperar sus doscientos dolares. Simplemente se dio de baja electronicamente. El tipo que le habia visto no fue capaz de dar una buena descripcion del sujeto.

– Estaba nevando -le dijo a Flack el empleado-. Llevaba un sombrero y una bufanda alrededor del cuello cubriendole la boca. Era grande. Eso si lo tengo claro. Debia de pesar por lo menos ochenta kilos, tal vez un poco mas. El otro hombre era pequeno, muy pequeno.

– ?Otro hombre? -pregunto Flack.

– Si -dijo el empleado-. Creo que iban juntos. El otro hombre se quedo detras, con las manos metidas en los bolsillos del abrigo. Llevaba el cuello subido y tambien sombrero, uno de esos estilo Fedora, bien calado.

– Pero el tal Wendell Lang que alquilo la habitacion lo hizo solo para el, o sea, para una persona.

– Si -dijo el empleado-, pero eso no importa. La ocupacion doble o sencilla cuesta lo mismo. La habitacion es individual, solo hay una cama. Formaban una pareja muy extrana, uno grande, el otro pequeno.

Uno que no pesaba mucho y otro que podia sostener el peso del pequeno al otro extremo de una cadena de acero, penso Don. De inmediato, subio de nuevo a la habitacion y le relato a Stella lo que le habia dicho el empleado del hotel. Ella asintio y siguio trabajando.

Stella examino el alfeizar de la ventana de donde Don Flack habia extraido la muestra de acero. Espolvoreo el interior de la ventana y el pomo en busca de huellas y luego la abrio. Saco la cabeza y empolvo el exterior de la ventana a pesar del aire helado. Introdujo las cintas con las huellas en el interior y cerro la ventana.

– Tendre que sacar la moqueta -dijo Danny desde donde estaba arrodillado. Stella se volvio hacia el: Danny tenia las dos manos enguantadas de blanco colocadas en posicion de orar.

– Hazlo -dijo ella.

Danny asintio. Se levanto y se dirigio a la pared cercana a la puerta con su caja de herramientas, saco un martillo y se puso manos a la obra. Ni el ni Stella esperaban encontrar algo bajo la moqueta, pero buscaban algo muy especifico o alguna prueba de que lo que buscaban no existia.

– Voy a regresar al laboratorio para examinar las huellas y ver si puedo descubrir que causo esa marca en el alfeizar. ?Quieres venir conmigo? -le pregunto a Flack, pero este declino su ofrecimiento diciendo que queria agotar todas las pistas del hotel.

Danny asintio. En la mano izquierda tenia un detector de corriente electrica y una pequena aspiradora. En la aspiradora habia una bolsa para pruebas disenada para un unico uso. La habitacion no era muy grande. Stella sabia que, con suerte, levantar la moqueta no iba a llevarle mas de una hora. En un dia normal, probablemente despues dispondria de tiempo suficiente para ir a su casa y darse una ducha, pero debido a la nieve y a la lentitud del trafico se retrasarian por lo menos una hora.

Cuando separo del suelo la primera franja de la moqueta aparecieron toda una serie de bichos muertos, incluida una cucaracha negra aplastada. Stella dijo:

– Llamame cuando sepas algo.

– De acuerdo -gruno el.

Aiden y Mac se encontraron con una Ann Chen muy nerviosa en el Whitney del Village. No fue dificil descubrir quien era: la mujer asiatica entro en la cafeteria semi desierta poco despues de ellos.

Cuando atraveso la puerta dejando entrar una rafaga de aire helado con ella, miro a su alrededor y vio a los dos investigadores del CSI sentados en la mesa del rincon, con tazas de cafe frente a ellos. Mac le tendio la mano y Ann Chen le saludo inclinando la cabeza. Se quito el abrigo y el gorro de lana y dejo a la luz un grueso jersey blanco de cuello alto de lana varias tallas mas grande de lo que le correspondia. Dejo el abrigo y el gorro en la silla vacia al lado de Aiden.

– ?Cafe? -pregunto Mac.

– Un expreso, doble -respondio.

Mac le canto el pedido al joven camarero que habia tras la barra a pocos metros de distancia.

Ann Chen era delgada, debia de tener unos treinta anos, y era guapa sin llegar a ser hermosa. Sin duda estaba muy nerviosa, se movia sin parar en la silla en un infructuoso esfuerzo por sentirse comoda.

– Por lo general, suelo despertarme tarde los fines de semana -dijo-. A menos que Louisa me necesite.

– ?La necesita con frecuencia los fines de semana?

– A decir verdad, no. ?Realmente ha muerto el senor Lutnikov?

– ?Lo conocia? -pregunto Aiden.

Ann se encogio de hombros cuando el joven camarero le trajo el expreso doble. Mac le entrego tres dolares.

– Le habia visto alguna vez por el edificio -dijo Ann sosteniendo la taza caliente entre sus finos dedos.

– ?Alguna vez fue al apartamento de la senorita Cormier? -pregunto Mac.

Ann bajo la vista y dijo:

– Tengo que decirles que esto me incomoda. Louisa ha sido tan buena conmigo que… No me siento comoda hablando de esto.

– ?La telefoneo a usted esta manana? -pregunto Mac.

Ann asintio.

– Me dijo que era posible que la policia se pusiese en contacto conmigo. Entonces llamaron ustedes.

– ?Le pidio que no nos contase algo? -inquirio Mac.

– No -dijo Ann con vehemencia.

– ?Que trabajo hace para Louisa? -pregunto Aiden.

– Me encargo de la correspondencia, de las entrevistas para la radio y la television, las entrevistas en prensa escrita, firmas, giras -dijo Ann-. Pago las facturas, respondo a los mensajes en su pagina web, todo eso.

– ?Trabaja usted en sus manuscritos? -pregunto Mac.

– Si, cuando estan acabados. A veces llego a su apartamento y dice algo asi como: «He acabado el nuevo». Entonces me pasa un disquete, lo llevo al ordenador que hay en la cocina y lo edito. Por lo general, estan bien y no tengo mucho que hacer. Todavia sigue resultando emocionante ser la primera en leer el nuevo libro de misterio de Louisa Cormier.

– ?Y despues? -pregunto Aiden.

– Despues le digo a Louisa que ya he terminado y que me encanta el libro, porque siempre es asi.

– ?Y ella como responde? -pregunto Mac.

– Habitualmente, sonrie y dice: «Gracias, querida» o algo asi y se lleva el disquete. Soy licenciada en lengua inglesa por la universidad de Bennington -dijo Ann Chen despues de darle otro sorbo al cafe-. He acabado dos novelas mias. He pasado los ultimos tres anos intentando decidir si debia pedirle a Louisa que las leyese. Tal vez no le gustarian. Podria pensar que acepte trabajar con ella para que me ayudase con mi carrera literaria. He intentado varias veces darle a entender que quiero ser escritora. Pero ella parece no darse cuenta.

– ?Cuanto mide usted? -pregunto Aiden.

Ann parecio sorprendida.

– ?Mi altura? Un metro cincuenta y cinco.

– ?La senorita Cormier tiene alguna pistola? -pregunto Mac.

– Si, vi una en un cajon de su escritorio -dijo Ann-. Lo unico que realmente me preocupaba de trabajar para Louisa es el numero de chiflados que andan por ahi. No se creerian la cantidad de admiradores que le escriben, que le envian correos electronicos, regalos con tarjetas que dicen que la aman y que quieren que ponga una ristra de ajos en la ventana para evitar a los invasores alienigenas… Cosas de esas. El de los alienigenas y el ajo es cierto. No le preste atencion.

– ?Alguna otra cosa sobre Louisa? -pregunto Aiden.

– ?Como que?

– Cualquier cosa -dijo Mac.

– Sale todas las mananas a dar un paseo, llueva, nieve o haga sol -dijo Ann pensativa-. Cuando trabaja en un libro, a veces pasa semanas trabajando con la puerta cerrada a cal y canto.

– ?Lleva usted sus cuentas bancarias? -pregunto Mac.

– Sus cuentas, si.

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