Sono el telefono y Toolie respondio diciendo:

– Si.

Entonces Toolie le paso el telefono a Big Stevie, quien tambien dijo:

– Si.

Stevie escucho con atencion.

– Entiendo -dijo y le devolvio el aparato a Toolie.

Big Stevie tenia otro trabajo que hacer. Se pregunto si no se estaria haciendo demasiado viejo para esa clase de cosas.

Al dia siguiente, Big Stevie Guista cumpliria setenta y un anos.

Aiden Burn llamo a las oficinas de la NAACP y del Ejercito de Salvacion. En la NAACP no contestaron, pero habia un numero para las emergencias.

Telefoneo al numero de emergencias y le atendio una mujer llamada Rhonda James, quien dijo trabajar en la oficina y no recordar ninguna donacion anonima dejada por debajo de la puerta en los cuatro anos anteriores.

En el Ejercito de Salvacion respondieron. Un tal capitan Allen Nichols le dijo que recordaba una donacion en particular, hacia muchos anos, un sobre con un billete de cien dolares dentro del buzon. Fue justo antes de Navidad, y todas las donaciones se guardaron en un bote, las de unos pocos centavos y las de varios miles de dolares. Todas eran anonimas.

Le paso la informacion a Mac antes de regresar al apartamento de Charles Lutnikov, donde empezo a tomar fotografias de todas las paredes cubiertas por estanterias. Se coloco lo bastante cerca para poder leer los titulos de los libros cuando amplio las fotografias.

Se detuvo frente a una de las estanterias del dormitorio, donde dos de los estantes estaban repletos de inmaculados ejemplares de libros de Louisa Cormier. Aiden bajo la camara y saco uno de los libros de Cormier del estante: Ah, asesinato.

Lo abrio y paso a la pagina del titulo. No estaba firmado por Louisa Cormier. Comprobo todos los libros de la autora, y los devolvio a su lugar cuando acabo. La sensacion de que ninguno de aquellos libros habia sido leido se hizo evidente cuando paso las paginas de Ah, asesinato. Dos de las paginas seguian unidas por el borde, nunca habian sido separadas, lo cual indicaba que ni Lutnikov ni nadie lo habia leido. No los habia leido y no se los habia firmado la mujer que veia practicamente todos los dias.

Saco su libreta y apunto lo que debia contarle a Mac. Realmente no recordaba aquella advertencia, pero no le hacia mal a nadie y formaba parte del protocolo.

Un examen azaroso de mas o menos una docena de los cientos de libros que habia en el apartamento le demostro que si habian sido leidos: las cubiertas tenian alguna marca, los lomos tenian arrugas, manchas de cafe y de tostadas o donuts.

Entonces regreso a la maquina de escribir, alzo la tapa metalica de color gris y se inclino para examinar la cinta negra. Aproximadamente un tercio de la cinta estaba en la bobina de la derecha y los otros dos tercios en la de la izquierda. Le interesaba la cinta de la bobina derecha. Levanto con cuidado las lenguetas metalicas, agarro las dos bobinas y las saco.

Introdujo la cinta mecanografica en una bolsa, guardo esta en el maletin y lo cerro. Echo un ultimo vistazo a la habitacion y abrio la puerta para salir. Volvio la vista atras antes de pasar por debajo de la cinta que senalizaba el escenario del crimen y cerrar la puerta tras de si.

Mac estaba sentado en el laboratorio, frente a una pila de diapositivas y fotografias de huellas dactilares tomadas en el ascensor.

Sentia un gran respeto por las huellas dactilares, mas que por el ADN o incluso las confesiones. Habia realizado un estudio sobre ellas, tenia un archivador en casa con la historia de las huellas dactilares, con notas que antano habia planeado convertir en un libro. Abandono esa idea el dia en que murio su esposa.

Las huellas dactilares sencillamente no mentian. Los mentirosos muy habiles podian hacer trucos con ellas, pero la realidad era muy simple: no habia dos huellas dactilares iguales. El descubrimiento se atribuia a un doctor persa del siglo xiv. Nunca nadie habia encontrado dos huellas dactilares iguales. Incluso los gemelos mas identicos tenian huellas distintas. Mac habia oido en una ocasion un sermon de un capellan de la policia que venia a decir que Dios habia incluido en su creacion esa microscopica verdad para evidenciar la grandeza de su invencion. Mac no dedico mucho tiempo a pensar en eso. Pero le intereso la verdad de esa afirmacion.

Las huellas dactilares se usaron por primera vez como elemento identificativo en Estados Unidos en 1882. Gilbert Thompson, del Servicio de Investigacion Geologica de Estados Unidos en Nuevo Mexico, dejo sus huellas dactilares en un documento para evitar la falsificacion.

En el libro de Mark Twain Vida en el Mississippi, de 1883, se identifica a un asesino por sus huellas dactilares.

La primera identificacion criminal registrada data de 1892, por parte de Juan Vucetich, un agente de policia argentino. Identifico a una mujer llamada Rojas que habia matado a sus dos hijos y se habia cortado el cuello para implicar a un tercero. Vucetich encontro una huella dactilar sanguinolenta de Rojas en una puerta. La huella dactilar quedo alli despues de que se cortase la garganta.

En 1897, con la aprobacion del British Council General de la India, la primera Oficina de Huellas Dactilares se establecio en Calcuta, utilizando una clasificacion desarrollada por dos expertos hindues que todavia se emplea hoy en dia.

Ocho anos despues, en 1905, el ejercito de Estados Unidos empezo a usar las huellas dactilares para identificacion personal. La Armada y el cuerpo de Marines no tardaron en seguir sus pasos.

En la actualidad, el FBI dispone de un indice informatizado, el AFIS (Sistema Automatizado de Identificacion de Huellas Dactilares), que cuenta con mas de cuarenta y seis millones de huellas dactilares de delincuentes conocidos. Cada Estado dispone, a su vez, de su propio archivo. Nueva York no es una excepcion.

Tras tres horas, Mac llego a la conclusion de que las huellas dactilares de Ann Chen, Charles Lutnikov y Louisa Cormier, ademas de muchas otras, estaban por todo el ascensor en el que Lutnikov habia sido asesinado.

Mac se pregunto cuando habrian limpiado el ascensor por ultima vez. Dudaba de que lo hubiesen hecho recientemente. Observo las huellas dactilares de Lutnikov y de las dos mujeres. El ascensor podia ser un callejon sin salida, pero aun habia que encontrar el arma del crimen y, seguramente, habia lugares que todavia no habian tenido en cuenta.

Mac se puso en pie, le dolia la espalda, e imagino a la mujer llamada Rojas asesinando a sus hijos y cortandose despues el cuello. La imagen no resultaba muy vivida, pero si lo era la de Juan Vucetich encontrando las huellas dactilares.

Era un momento de la historia forense que a Mac Taylor le habria gustado presenciar.

– No hay problema -dijo el hombre dandole un sorbo despacio a su cafe en el mostrador de Woo Ching’s, en la Segunda avenida.

Frente a el tenia un rollito de primavera al que habia dado dos bocados. No tenia hambre. A su derecha estaba sentada una mujer, ni joven ni vieja, que antano habia sido bonita y ahora era bien parecida y tenia el cabello corto de un rubio platino. Era delgada, iba bien vestida y llevaba puesto un abrigo de piel y un gorro peludo. Le habia dado un par de sorbos al te verde que habia pedido.

Eran las once de la manana del domingo y hacia demasiado frio para salir a la calle a tomar nada, excepto para aquellos que querian darse un respiro del mal tiempo con una taza de cafe o te o un cuenco de sopa wonton.

Solo habia tres clientes mas: un trio de mujeres en un reservado junto a la ventana.

El hombre no sabia ni remotamente quien iria a hablar con el, solo que tenia que ir a Woo Ching lo antes posible y comer algo. Nada de telefonos. Cuando ella entro, la reconocio enseguida.

– Detalles -dijo ella calentandose las manos con la taza e ignorando el cuenco con fideos que tenia enfrente.

El sonrio y sacudio la cabeza. Su sonrisa no demostraba alegria alguna.

– ?Que te hace tanta gracia? -pregunto ella.

No se miraron directamente a los ojos y no querian recordar la conversacion. Ella habia llegado cinco minutos

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