Sonrio con la cara cubierta de sangre y los dientes tenidos de rojo.

Stevie reemprendio la carrera sin mirar atras. Metio la mano en el bolsillo y encontro el perro de arcilla. Lo apreto con fuerza, pero no tanto como para romperlo.

Mac y Stella no se toparon con Stevie por cuestion de un par de minutos. Vieron las gotas de sangre en la escalera mientras subian. No sabian de quien era aquella sangre, pero estaban convencidos de que, sin duda, era de alguien que bajaba, no que subia. La sangre dejo un pequeno rastro que ellos fueron siguiendo en direccion contraria.

Cuando llegaron a la puerta del apartamento de Stevie, Mac ya habia sacado el arma.

La nina con la que habia hablado horas antes estaba arrodillada junto a Don Flack, que se encontraba sentado en el suelo, con una mueca de dolor en el rostro.

– Tengo una o dos costillas rotas -dijo-. Guista no puede haber ido lejos. Salio hace un par de minutos. Le dispare.

Stella se acerco a Don y Mac se dio la vuelta, pistola en mano, dispuesto a seguir el rastro de sangre.

La mujer, alta, guapa, con el pelo corto de color rubio platino, de unos cuarenta y cinco anos, llevaba un traje gris, blusa blanca y un sencillo collar de perlas falsas alrededor del cuello. Evidenciaba tener clase en medio de aquel fuerte olor a pan. El lejano sonido de voces atravesaba las puertas que, al fondo del pasillo, conducian al horno de la panaderia.

Danny quiso ajustarse las gafas, pero no lo hizo. Por alguna razon, supuso que aquella mujer habria interpretado el gesto como una muestra de inseguridad.

– ?Por que desea ver al senor Marco? -le pregunto sin apartar la vista del agente uniformado a la espalda de Danny. El agente en cuestion era ancho de hombros, era un policia experimentado de piel morena. Se llamaba Tom Martin. Miro a la mujer a los ojos sin parpadear.

Una de las primeras lecciones que habia aprendido en la Academia, veinte anos atras, era que cuando uno se topa con un individuo duro de pelar no hay que parpadear. Literalmente y tambien en sentido figurado: no hay que parpadear. Su instructor, un veterano muy condecorado, le habia sugerido que observase los ojos de las estrellas de cine.

«Charlton Heston, Charles Bronson», le dijo su instructor. «No parpadean. Forma parte de su secreto. Hazlo tuyo.»

Martin sabia donde estaba y por que. No esperaba tener que afrontar problemas, pero en otras ocasiones se habia enfrentado a situaciones aparentemente inocentes que acababan transformandose en una absoluta locura. De ese modo habia adquirido la cicatriz rosada que lucia en el menton y tambien un monton de experiencia.

– El senor Marco esta ocupado -dijo la mujer, que ni siquiera se presento.

– Solo quiero echar un vistazo en la panaderia y hacer unas cuantas preguntas -dijo Danny.

– Yo puedo responder a sus preguntas -dijo ella.

– ?Steven Guista esta aqui?

– Libra hoy y manana -respondio-. Es su cumpleanos. El senor Marco recuerda los cumpleanos de sus empleados mas fieles.

Danny asintio.

– ?Esta aqui su furgoneta? -pregunto Danny.

– No. El senor Marco ha dejado que la use el dia de su cumpleanos.

– ?Una furgoneta? -pregunto Danny.

– Es una furgoneta pequena de reparto.

– Me gustaria ver la panaderia y al senor Marco ahora -dijo Danny-. Puedo volver con una orden de registro.

– Lo siento, pero… -empezo a decir.

– ?Venden pan?

– A eso nos dedicamos -dijo ella.

– Me gustaria comprar una barra recien hecha.

Ladeo ligeramente la cabeza intentando decidir si estaba bromeando o no.

– ?De que clase? -pregunto.

– Una de las que reparte Guista.

– Tenemos ocho clases diferentes de pan.

– Pues una de cada -dijo Danny-. Las pagare.

– Espere aqui -dijo echando a andar a toda prisa hacia las puertas del horno, taconeando sobre las baldosas.

La puerta de la oficina estaba a la izquierda de donde se encontraban los agentes. Podia leerse el nombre de Dario Marco en letras doradas. Danny miro a Martin, quien asintio y abrio la puerta. Entraron dentro y se encontraron en una pequena recepcion con las paredes cubiertas con paneles de madera. Sobre el escritorio habia una placa con un nombre: Helen Grandfield.

Tras el escritorio habia una puerta. Desde detras de esta llego la voz de un hombre. Danny y Martin caminaron hacia alli. Danny llamo a la puerta y entro sin esperar respuesta.

Dario Marco, delgado, con pantalones anchos y la camisa abierta hasta el pecho, estaba sentado frente a su mesa hablando por telefono. Le habian interrumpido. Se detuvo de golpe, miro a los dos hombres y dijo:

– Te llamo luego.

Colgo el aparato y se volvio para encarar a Danny y a Martin.

– No recuerdo haber dicho que podian pasar -dijo.

Debia de tener sesenta y pocos anos, y llevaba el pelo obviamente tenido. En su juventud probablemente fue un hombre bien parecido, pero los kilos de mas y todo lo que hubiese hecho durante su vida se habian cobrado un precio en sus flacidos rasgos.

– Lo siento -dijo Danny.

– ?Que desean?

– ?Cuando fue la ultima vez que hablo con su hermano? -pregunto Danny.

Marco miro al policia, quien no aparto la vista. Marco gano. Estaba mejor entrenado. Marco parpadeo y se volvio hacia Danny, dando a entender, al mirar de arriba abajo al investigador del CSI, que no estaba impresionado.

– ?Cual de ellos? -pregunto Marco.

– Anthony.

Marco nego con la cabeza.

– Anthony es la oveja negra de la familia -dijo Dario Marco-. No hablamos. Ni siquiera fui a visitarle a la carcel.

Reto a Danny con la mirada. Habia un monton de maneras de comunicarse con un preso.

– Compruebe sus llamadas de telefono, el registro de visitas -dijo Dario.

– Ya lo hicimos.

– Entonces, ?que mas quieren?

– Steven Guista -dijo Danny.

– Hoy libra. Es su cumpleanos. Le he dado dos dias libres. He tenido que despedir a siete de los panaderos y reducir la produccion a la mitad desde que empezo la moda de las dietas. El pan es el chico malo. ?Se imagina? Cosas de la vida. Pero si aparece en la mismisima Biblia, por amor de Dios. ?Que quieren de Stevie? ?Ha hecho algo?

– Nos gustaria hablar con el y echar un vistazo a su furgoneta -dijo Danny.

– La tiene el.

– Lo se. Nos lo ha dicho su secretaria.

– Helen es mi ayudante.

Se abrio la puerta y entro la mujer con una gran bolsa blanca de papel.

– Lo siento -le dijo a Marco.

No parecia arrepentida. Marco se encogio de hombros. Ella le entrego la bolsa a Danny.

– Si no le importa, me gustaria entrar y elegir yo mismo el pan -dijo Danny.

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