– ?Quien lo hizo?
– Los dos -afirmo Taxx.
– ?Quien comprobo la ventana del lavabo?
– Collier. Despues salimos, y Alberta cerro la puerta. Oimos el pestillo.
– ?No hubo ruidos durante la noche? -pregunto Flack.
– ?En su habitacion? No.
– ?Y en alguna otra parte?
– No.
– Tal vez haya que traer a alguien para que vigile tu casa hasta que pillemos al tipo que mato a Cliff.
– Estoy bien armado -dijo Taxx-. Se como usar mi pistola.
– Podrias llevarla encima y dejarla en la mesita de noche.
Taxx se levanto la sudadera de los Jets y dejo a la vista la pequena pistolera con el arma prendida de su cinturon. Despues se bajo la sudadera.
– Tuve la misma idea cuando supe lo que le habia pasado a Collier, pero no puedo imaginar que fue lo que oimos o vimos Collier y yo que provocara que Marco enviase a uno de los suyos para acabar con nosotros. Sin duda tiene que saber que las noticias de la manana hablaran de esto y que lo crucificarian si me pasase algo. ?Mas cafe?
– No, gracias -dijo Flack poniendose en pie muy despacio.
– ?Seguro que no quieres pasar la noche aqui?
– No, gracias.
– Cuidate -dijo Taxx acompanandole hasta la puerta.
– Intenta pensar en algo que tal vez hayas olvidado o pasado por alto -dijo Flack.
– Lo he hecho, he repasado cada minuto, pero… Seguire intentandolo -dijo Taxx-. Ten mucho cuidado ahi fuera esta noche.
Flack atraveso la puerta y se adentro en la noche helada. La puerta se cerro a su espalda privandole del ultimo instante de calor. Algo se le habia pasado por alto. Lo sabia, podia sentirlo.
Ahora se iria a casa en coche, despacio, sabiendo que el dolor iba ganando la partida, al menos de momento, hasta que llegase a casa y pudiese tomarse otra tableta de hidrocodeina. Por la manana, hablaria con Stella para saber si tenia algo nuevo. El resto de la actividad de la manana dependeria de si habian atrapado o no a Stevie Guista.
Se monto en el coche y rebusco en el bolsillo de su chaqueta. El movimiento provoco un agudo dolor en su pecho. Saco el bote de pastillas, se dispuso a abrirlo, pero cambio de opinion.
Tardo casi dos horas en llegar a su casa.
La mujer encargada del monitor de video del cruce de la parte alta de la ciudad era Molly Ives. Era bajita, negra, estudiaba derecho por las noches y tenia una mente despierta. Su turno, el turno de noche, habia empezado hacia quince minutos.
Le echo un vistazo a la furgoneta de la panaderia detenida en el semaforo del cruce entre la Calle 96 y la Tercera. No estaba segura de si se trataba o no de la furgoneta sobre la que le habian dejado una nota en el sujetapapeles que tenia al lado. Sus dudas desaparecieron cuando el semaforo se puso en verde y pudo leer las palabras Panaderia Marco’s en el lateral de la furgoneta al pasar.
Molly Ives telefoneo a la centralita de la policia, que a su vez contacto con un coche que patrullaba por la zona. Cinco minutos mas tarde, el coche patrulla le cortaba el paso a la furgoneta de la panaderia y los dos agentes de policia salian del auto.
Se aproximaron a la pequena furgoneta, con las armas en la mano, cada uno de ellos a un lado del vehiculo.
– Salga -dijo uno de los agentes-. Con las manos en alto.
La portezuela de la furgoneta se abrio y el conductor bajo muy despacio.
Big Stevie habia dejado de sangrar. Se habia sentado en la parte de atras de la furgoneta con la calefaccion puesta, se habia sacado la camiseta y la presionaba contra la herida de su pierna derecha, en el muslo. Cuando palpo por detras encontro el orificio de salida de la bala. Sangraba menos, pero el agujero era grande. No habia roto el hueso. Enrollo la camiseta alrededor con fuerza.
Tenia que abandonar la furgoneta. Tenia que ver a un medico o a una enfermera…, a alguien. No podia saber que estaba ocurriendo en el interior de su pierna. Podia haber una hemorragia interna, podia sufrir una embolia. Y tenia que conseguir dinero para marcharse de la ciudad. Steven Guista necesitaba muchas cosas y solo habia un lugar al que podia acudir.
Condujo, pensando en tomar por el puente hacia Manhattan, pero cambio de opinion y se dirigio al vecindario que mejor conocia. El vendaje improvisado estaba resistiendo bastante bien, pero una parte de la sangre se filtraba. Se detuvo junto a una cabina de telefono frente a una tienda de alimentacion abierta las veinticuatro horas a la que habia acudido una docena de veces antes. Aparco y salio cojeando de la furgoneta.
– Soy yo -dijo cuando respondio la mujer. Le dicto el numero de la cabina desde la que estaba llamando. Ella colgo. El espero, temblando, mareado. Las luces de la tienda no daban calor alguno. Ella llamo diez minutos mas tarde.
– ?Donde estas? -le pregunto la mujer.
– Brooklyn -dijo-. Fui a mi casa. Un policia me disparo.
La pausa fue tan larga que Stevie pregunto:
– ?Estas ahi?
– Estoy aqui. ?La herida es mala?
– Es en la pierna. Necesito un medico.
– Voy a darte una direccion -dijo ella-. ?Podras recordarla?
– No tengo ni lapiz ni papel ni nada -respondio.
– Entonces repitela para ti mismo. Librate de la furgoneta. Toma un taxi.
Le dio el nombre de una mujer, Lynn Contranos, y una direccion. El se la repitio.
– Voy a llamarla y a decirle que vas para alli.
La mujer colgo. Stevie saco unas cuantas monedas del bolsillo, llamo a informacion para pedir el numero de un servicio de taxis, volvio a telefonear y espero. Mientras esperaba no dejo de canturrear el nombre de la mujer a la que se suponia que tenia que ver: Lynn Contranos.
El dia de su cumpleanos estaba a punto de finalizar. No queria pensar en ello. Tenia los pantalones pegados a la pierna, la sangre se habia enfriado.
Repitio el mantra una y otra vez, sin pensar en nada mas alla de la direccion que le habian dado. Si se centraba en una sola cosa tal vez podria salir de esa.
Quince minutos mas tarde no habia aparecido ningun taxi. Big Stevie volvio a meterse en la furgoneta, encendio la calefaccion y espero, observando la acera para ver si llegaba el coche.
«Si no esta aqui dentro de diez minutos, conducire yo.» Estaba empezando a tener problemas para recordar el nombre y la direccion a la que se suponia que tenia que acudir, pero el siguio repitiendolos mientras esperaba un coche que tal vez no llegase jamas.
Mac estaba sentado en el salon, concretamente en el gastado sillon marron con la otomana a juego. Su esposa le mimaba. El adoraba ese sillon, ahora destrozado, pero el amor se habia esfumado. Ahora era solo un lugar en el que sentarse a trabajar o desde el cual ver un partido de beisbol por el televisor o un concurso de perros o una vieja pelicula.
Esa noche, vestido con un chandal gris limpio, intentaba trabajar. Sobre la aranada mesita de madera que tenia a un lado se acumulaban dos pilas de libros, nuevos, todavia olorosos, y veintisiete paginas perfectamente mecanografiadas sujetas por un clip. En una pequena bandejita del tamano de los libros habia una taza de cafe recien calentado en el microondas.
Tambien habia una pila de resenas de libros, viejas y nuevas, que habia sacado de internet.
Todavia no eran las diez.
Habia ordenado los libros de Louisa Cormier cronologicamente. Su primer libro se titulaba