– El hombre menudo que el empleado del hotel vio con Guista -dijo ella.

– ?Volvemos al principio? -dijo Danny.

– ?La base de datos?

– Busquemos al hombre pequeno -dijo Danny-. Vayamonos a casa y empecemos de nuevo por la manana.

Por lo general, Stella habria dicho algo asi como «Empecemos ahora, hay varias cosas que aclarar». Pero esa noche no. No se encontraba bien y la posibilidad de ir a casa le parecia estupenda.

Los dos se fueron a casa. Al llegar a la manana siguiente, dispondrian de informacion que amenazaba con echar por la ventana su teoria.

Los dos chicos negros que bajaron de la furgoneta de la panaderia, con las manos en alto, no podian tener mas de quince anos.

Los agentes de policia, uno de ellos una mujer negra llamada Clea Barnes, siguieron apuntando al conductor. Su companero, Barney Royce, era diez anos mayor que ella y no tenia tan buena punteria. El estaba y habia estado siempre en la media. Por suerte, en sus veintiseis anos de servicio nunca habia tenido que disparar a nadie. Clea, sin embargo, en cuatro anos de vestir el uniforme, habia tenido que disparar a tres personas. Ninguna de ellas habia muerto. Barney suponia que los punks y los borrachos creian que Clea era presa facil. Se equivocaban.

– Alejaos de la furgoneta -ordeno Barney.

– No hemos hecho nada -dijo el conductor con malas maneras que ambos policias conocian de sobra.

– No -dijo Clea-. Si que habeis hecho algo. ?De donde habeis sacado esa furgoneta?

Los dos chicos, ambos con anoraks negros sin gorras ni gorros, miraron hacia la furgoneta como si no la hubiesen visto antes.

– ?Esta furgoneta? -dijo el conductor cuando Barney se acerco a los chicos para comprobar si iban armados. No llevaban nada.

– Esa furgoneta -repitio Clea con paciencia.

– Un amigo nos deja conducirla -dijo el conductor.

– Hablanos de ese amigo -dijo Barney.

– Es un amigo -dijo el conductor encogiendose de hombros.

– Nombre, color de piel… -dijo Clea.

– Un tio blanco -dijo el conductor-. No pille su nombre.

– No sabes su nombre pero te deja llevar su furgoneta -dijo Barney.

– Asi es -respondio el chico.

– Teneis una oportunidad -dijo Clea-. Os vamos a meter en el coche, os tomaremos las huellas, veremos si estais fichados, y si nos decis la verdad podreis marcharos. Ahora mismo. Pero sin tonterias.

El muchacho sacudio la cabeza y miro a su amigo.

El otro hablo por primera vez.

– Estabamos en Brooklyn -dijo-. Fuimos a ver a unos amigos. De camino al metro, vimos a ese grandullon blanco caminando por ahi. Dando vueltas delante de una tienda. No es la clase de barrio en el que esperas encontrar a un blanco dando vueltas, ya sea grandullon o no.

– ?Asi que decidisteis robarle? -pregunto Barney.

– Yo no he dicho eso. Ademas, mientras caminabamos, llego un taxi. El se monto. Le echamos un vistazo a la furgoneta cuando el taxi se largo. Tenia las llaves puestas.

– ?Y os la llevasteis? -pregunto Clea.

– Era mejor que el metro -dijo el primer muchacho.

– ?Donde esta esa tienda de Brooklyn? -pregunto Barney.

– Avenida Flatbush -respondio el segundo chico-. J.V.’s Deli.

– Bien -dijo Clea-. Y ahora la pregunta del millon, la que a lo mejor permite que os largueis si no teneis cargos: ?que clase de taxi era y a que hora se monto en el el tipo grandullon?

El segundo chaval sonrio y dijo:

– Era uno de esos servicios de automoviles. Green Cab numero 4304. Se monto pocos minutos despues de las nueve.

Aiden se dio una ducha, se lavo el cabello, se puso uno de sus pijamas mas calentitos y encendio el televisor de su dormitorio. The Daily Show empezaria dentro de una media hora. Mientras tanto, sintonizo la CNN y se acomodo con una libreta, echandole un vistazo de vez en cuando a la pantalla.

En la libreta habia escrito:

«Uno, llamar al agente de Cormier. Preguntarle sobre el calibre 22 que, supuestamente, le dio. Preguntarle por los manuscritos que le entrega. ?En disquete? ?Impresos?

»Dos, ?tenemos indicios suficientes para pedir una orden de registro del apartamento de Cormier? Hablarlo con Mac.

»Tres, averiguar mas cosas sobre el pasado de Cormier.

»Cuatro, hablar con todos los inquilinos que usan el ascensor. Averiguar si tienen alguna pistola calibre 22. Podemos equivocarnos con Cormier. Aunque no lo creo».

No habia quedado gran cosa de la bala, pero si lo suficiente para hacerla coincidir con el arma si la encontraban.

Atendio a medias a The Daily Show, intentando descubrir si habia pasado por alto algo. Tomo unas cuantas notas mas cuando el programa acabo, despues sintonizo la ABC para ver Nightline. Esa noche se hablaba sobre los asesinos en serie, y se preguntaba si eran una representacion del mal. Los invitados eran un abogado, un analista del FBI, un psicologo y un psiquiatra.

Aiden apago el televisor con el mando a distancia. Ella sabia que el mal existia. Lo habia visto con sus propios ojos, sentado al otro lado de una mesa. Habia una diferencia palpable entre un loco y alguien malo.

La maldad no era un diagnostico aceptable para un asesino. No habia una descripcion clinica para el, ningun numero lo representaba. Existian docenas de variaciones, todas ellas psicologicas, en los libros de referencia sobre los asesinos en serie: los brutales, los asesinos ocasionales, los pederastas…, pero ninguna de esas definiciones encajaba con la realidad de toparse con alguien sencillamente malo.

No queria seguir pensando en eso justo antes de irse a dormir, no queria volver a debatirse sobre los argumentos relacionados con la pena de muerte. Si alguien era realmente malvado, no habia cura ni tratamiento posible para el. Podias tenerlos bajo control toda la vida o ejecutarlos.

Apago la luz y se durmio casi al instante.

Big Stevie no le dijo al taxista la direccion exacta de a donde iba. No queria que la apuntase o la recordase. Le dio una direccion a una manzana de distancia. Habria preferido que fuesen dos manzanas, pero no confiaba en sus endebles piernas.

Era un riesgo. Stevie habia estado repitiendo sin cesar la direccion en su cabeza y temia olvidarla si le decia al conductor otra direccion, pero tenia que andarse con cuidado. El senor Marco habria querido que fuese cuidadoso.

Cuando el coche se detuvo, Stevie pago al conductor y anadio una propina decente, no demasiado cuantiosa ni demasiado escasa. Hizo un doloroso esfuerzo para no cojear ni hacer ninguna mueca de dolor, para que no se acordase de el.

El conductor se fue en cuanto Stevie cerro la portezuela. No le pregunto si tenia que esperarle. Stevie se encontro en una zona vagamente familiar de Brooklyn Heights. No habia nadie caminando por las aceras, ni tampoco pasaban coches por aquella estrecha calle. Se sucedian los edificios de ladrillo rojo de tres plantas y los de granito. La basura se amontonaba junto a monticulos de nieve. Ambas aceras parecian fortificadas con barricadas formadas por nieve y basura.

Stevie estaba en el lado opuesto a donde tenia que ir. Cojeaba, sintio una mayor debilidad a cada paso, sabiendo que habia empezado a sangrar otra vez y que, probablemente, habria dejado una mancha de sangre en el coche. No habia podido evitarlo.

Estaba a punto de cruzar la calle cuando se percato de la presencia de otro coche. Estaba aparcado un poco

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