tabaco y esencias florales.

Aiden se sento en una de las sillas de la oficina de King en la avenida Madison. King jugueteaba con un lapiz, golpeando con impaciencia contra el sobre de su mesa de caoba.

– ?Por que? -volvio a preguntar Michelle King.

Mac la miro durante diez segundos y dijo:

– Podriamos ir a discutirlo a nuestras dependencias. No creo que le gustase estar alli. Hay cadaveres y pruebas de delitos que a la gente normal no le gusta tener que ver o tocar.

– Le aconseje a Louisa que tuviese una pistola cargada en su apartamento por si acaso -dijo Michelle King, alargando el brazo hacia uno de los cajones de su mesa, en busca de un cigarrillo.

– ?Les importa? -pregunto intranquila.

– No vamos a arrestarla por fumar, si es eso lo que nos esta preguntando -dijo Mac. Fumar era ilegal en los edificios de la ciudad de Nueva York-. Por otra parte, mucha de la gente con la que tratamos fuma. Lo aceptamos. Forma parte de la idiosincrasia de este trabajo.

– ?Fumadores pasivos? -pregunto Michelle King encendiendo el cigarrillo con un encendedor de plata-. Es un mito creado por los fanaticos antitabaco, que no tienen nada mejor que hacer.

– ?Y el asesinato activo? -dijo Mac-. ?Eso tambien es un mito?

La agente miro a Aiden, que no dijo nada, pero que por lo visto la ponia mas nerviosa que el propio Mac.

– De acuerdo -dijo King-. Le aconseje que tuviese una pistola, incluso le sugeri que fuese como la mia.

– ?Podemos echarle un vistazo a la suya? -pregunto con tono firme Mac.

– ?Creen que yo le dispare a ese hombre? -pregunto ella soltando una bocanada de humo y dejando de dar golpecitos con el lapiz.

– Sabemos que esta muerto -dijo Mac.

– ?Por que demonios querriamos Louisa o yo matar a ese hombre, fuera quien fuese?

– Se llamaba Charles Lutnikov -dijo Aiden-. Era escritor.

– Nunca he oido hablar de el -dijo King.

– Su nombre y su numero de telefono estaban en su agenda telefonica -dijo Mac.

– ?Mi…?

– La pasada semana telefoneo tres veces a su oficina -dijo Aiden-. Ha quedado registrado.

– Nunca he hablado con el -insistio King.

– ?Y su secretaria? -pregunto Mac.

– Esperen un segundo, tal vez me suene ese nombre -dijo King-. Creo que es posible que dejase un mensaje. Lo que Amy, mi ayudante, me dijo fue que le habia dicho que tenia algo importante que decirme.

– ?Le devolvio la llamada?

Se encogio de hombros.

– Amy dijo que parecia nervioso, que fue muy insistente… Bueno, yo soy agente literario. Hay montones de tipos raros deseosos de contarme sus ideas respecto a una novela. Uno de los trabajos de Amy es mantenerlos alejados de mi.

– Pero este tipo raro vivia en el mismo edificio que una de sus mejores clientas -dijo Aiden.

– Mi mejor clienta -la corrigio King-. No lo sabia.

Abrio un cajon de su mesa y, de repente, saco una pequena pistola que apunto hacia Aiden. Ninguno de los dos detectives parpadeo.

– Mi pistola -dijo King entregandosela desde el otro lado de la mesa.

Mac la recogio y se la paso a Aiden para que la examinase. Dijo:

– Nunca ha sido disparada.

– Ni siquiera la tengo cargada -dijo King-. Es como una manta que tenia cuando era nina. La llevaba conmigo para sentirme comoda y para que me proporcionase seguridad: me engano a mi misma creyendo que es real.

– ?Que hace con los manuscritos de los libros de Louisa Cormier despues de que ella se los entrega? - pregunto Mac.

– No me entrega manuscritos -dijo King-. Me envia correos electronicos con el manuscrito en cuestion. Los leo y se los envio al editor. El trabajo de Louisa requiere muy pocas correcciones mias o del editor.

King volvio a coger el lapiz, fue a golpear la mesa pero se lo penso mejor y lo dejo.

– ?Como eran los tres primeros libros? -pregunto Mac.

King le miro interrogativamente.

– Los tres primeros libros eran… un poco toscos -dijo King-. Necesitaron algo mas de trabajo. ?Como ha sabido eso?

– Los lei anoche, asi como el cuarto y el quinto -dijo Mac-. Algo cambio.

– Gracias a la experiencia y la confianza, el trabajo de Louisa, me agrada decir, mejoro sustancialmente -dijo King.

– ?Conserva sus libros en el disco duro de su ordenador? -pregunto Mac.

– Los tengo en el disco duro y tambien tengo copias en disquete de todos los libros de Louisa -respondio King.

– Nos llevaremos prestados los disquetes -dijo Mac.

– Le dire a Amy que haga copias para ustedes -dijo-, pero ?por que quieren…?

– No queremos seguir robandole mas tiempo por ahora -dijo Mac levantandose de la silla.

Aiden tambien se puso en pie.

King permanecio sentada.

– Estaremos en contacto -dijo Mac dirigiendose hacia la puerta.

– Sinceramente, espero que no sea asi -dijo King mientras alargaba la mano en busca de sus cigarrillos.

Cuando dejaron atras la recepcion y llegaron al vestibulo, Aiden dijo:

– Miente.

– ?Sobre que?

– Sobre esos primeros libros -dijo Aiden.

Mac asintio.

– Te has dado cuenta -afirmo ella.

– Esta protegiendo a su gallina de los huevos de oro.

– ?Y?

– Vayamos a ver a Louisa Cormier.

Stella vio la mancha roja de sangre en forma de ameba en un monticulo de nieve en la acera, junto a una bolsa de basura.

El conductor, un nigeriano llamado George Apappa, la llevo hasta la mancha donde habia dejado al hombre que manchara de sangre el asiento trasero. George se percato de la sangre en cuanto llego a su casa en Jackson Heights. No podria haber pasado por alto la sangre. El hombre habia dejado un charco en el suelo y una franja oscura y todavia humeda en el asiento.

A George le habia llevado casi una hora limpiar las manchas. Se metio en la cama con su mujer a las dos de la madrugada y a las seis sono el telefono: su jefe le dijo que llevase el coche de inmediato. Le dijo todo eso a Stella con la voz de un hombre que parecia haber planeado dormir hasta el mediodia, pero que en lugar de eso habia sido arrancado de la cama, con el temor de que le dijesen que estaba despedido en cuanto llegase al garaje. Stella tuvo la sensacion de que los veinte dolares que le entrego ayudarian a subsanar su falta de sueno.

Stella sintio que la miraba desde el coche mientras ella se sorbia la nariz para hacer una fotografia del monticulo de nieve, despues tomo muestras de esa misma nieve y las metio en una bolsita de plastico.

Empezo a desplazarse lentamente por la acera, deteniendose cada poco para tomar otra fotografia. El rastro de sangre era bastante facil de seguir, pues estaba parcialmente congelado. Muy pocos transeuntes habian salido a esas horas a la calle.

Stella se llevo el anverso de la mano a la frente y sintio la humedad y la fiebre. Llevaba un termometro en su maletin, pero lo reservaba para los cadaveres. Se habia tomado tres aspirinas y un vaso de zumo de naranja en el laboratorio. No esperaba gran cosa de ese remedio.

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