Abrio la guantera en busca de alguna herramienta que le sirviera. No encontro nada, pero habia un monedero de cuero oscuro. Lo abrio. Una llave, una llave de plastico del Oldsmobile.

El coche arranco casi de inmediato y Stevie se puso en marcha. Pero, ?adonde iba a ir? El Jockey. No estaba convencido de si podia o no confiar en Jake Laudano. Lo que habian compartido les convertia tan solo en companeros ocasionales de trabajo, no en amigos: el tipo fuerte y lento y el hombre pequeno y nervioso. Ninguno de los dos era rapido o brillante o ambicioso.

Pero no tenia mucho donde elegir, se dijo Stevie. O El Jockey o el hospital, y eso si podia llegar hasta El Jockey.

No, no tiraria la toalla, penso mientras conducia. Llegaria.

No recordaba lo ocurrido durante los siguientes cuarenta minutos. Cuando se desperto, la mortecina luz del sol atravesaba una ventana y el estaba tumbado en un magullado sofa demasiado pequeno para su tamano.

Se puso en pie despacio. Tenia la pierna vendada. El dolor resultaba tolerable. Su determinacion era fuerte. Se encontraba en un pequeno apartamento, el sofa estaba apoyado contra una pared y habia una cama Murphy al otro lado de la habitacion con el cabezal apoyado en otra pared.

La puerta del apartamento se abrio de repente. Stevie intento mantenerse en pie, pero las piernas le obligaron a sentarse.

Entro El Jockey con una bolsa de papel en una mano.

– He comprado cafe -dijo-. Y unos donuts.

– Gracias -dijo Stevie, mirando lo que habia dentro de la bolsa que Jake le entrego y sacando de esta el cafe.

Estaba mareado. El cafe y los donuts tal vez le sirviesen de ayuda. No lo sabia y no le importaba. Tenia hambre. Saco un donut y se puso a reir.

– ?Que te hace tanta gracia? -pregunto Jake.

– Ayer fue mi cumpleanos -dijo Stevie.

– No jodas -dijo El Jockey-. Feliz cumpleanos.

Anders Kindem, profesor adjunto de linguistica en la Universidad de Columbia, conservaba tan solo un leve rastro de su acento noruego.

Mac habia leido sobre su persona en un articulo del New York Times. Kindem habia confirmado, al parecer de manera definitiva, que fuera quien fuese William Shakespeare no fue ni Christopher Marlowe ni sir Walter Raleigh ni John Grisham.

Kindem, de cabello rubio claro, con cierta tendencia al despiste y sonrisa incansable, rondaba los cuarenta anos. Era adicto al cafe, que bebia en una taza gigantesca con la palabra «palabras» en varios colores. Una taza tibia de avellana, que habia elaborado a partir de una jarra con granos de cafe que tenia cerca del molinillo y de la cafetera en su oficina, estaba junto a una de las cuatro pantallas de ordenador.

Tenia dos de los ordenadores encima de su mesa. Los otros dos estaban sobre un escritorio, frente a su mesa. El profesor se hallaba sentado en una silla giratoria entre los cuatro ordenadores.

Mac se sento observando como hacia girar su silla, se volvia e iba de un ordenador a otro; parecia mas un musico ante un complejo teclado que un cientifico.

Para ahondar en esa opuesta imagen del cientifico clasico, Kindem lucia unos vaqueros recien estrenados y una sudadera verde con las mangas arremangadas. En la sudadera podia leerse la siguiente frase: «Solo hay que saber donde mirar».

Sonaba musica cuando Mac entro en el laboratorio de Kindem, cargando con su maletin en el que llevaba las novelas de Louisa Cormier.

Kindem bajo el volumen y dijo:

– Detective Taylor, supongo.

Mac le tendio la mano.

– ?Le molesta la musica? Me ayuda a moverme, a pensar -dijo Kindem.

– Bach -dijo Mac-. En sintetizador.

– Bach enchufado -confirmo Kindem.

Mac le echo un vistazo a la habitacion. Los equipos informaticos ocupaban la mitad del espacio. La otra mitad la conformaba una mesa con un quinto ordenador y tres sillas encaradas hacia la pantalla. Sus titulos y sus premios colgaban enmarcados de las paredes.

Kindem siguio la mirada del detective y dijo:

– Dirijo pequenos seminarios, grupos de discusion realmente, con los estudiantes licenciados a los que asesoro.

Senalo con el menton hacia las tres sillas.

– Seminarios muy pequenos. Y respecto a los adornos de las paredes… ?Que puedo decir? Soy ambicioso y mi vanidad academica resulta bastante patente. ?Los disquetes?

Mac encontro un hueco en el extremo de una de las mesas, entre dos ordenadores. Abrio su maletin, saco los disquetes, cada uno de ellos con una etiqueta, y se los entrego a Kindem.

– Querra leerlos -dijo Mac-. Puede llamarme cuando sepa algo.

Mac le entrego a Kindem una tarjeta. Kindem dejo los disquetes junto al teclado de uno de los ordenadores.

– No necesito leerlos -dijo Kindem-. No quiero leerlos, y sin duda no voy a hacerlo en el ordenador. Ya paso bastante tiempo leyendo cosas en las pantallas. Cuando leo un libro, quiero sujetarlo con las manos, ir pasando las paginas.

Mac estuvo de acuerdo, pero no dijo nada.

Kindem sonreia.

– Puedo decirle varias cosas a primera vista -dijo-. Si sus preguntas son sencillas, si desea un analisis completo, tendra que darme un dia. Uno de mis alumnos de posgrado podra imprimirle una copia o enviarle el informe por correo electronico.

– Suena bien -dijo Mac.

– De acuerdo -dijo Kindem cargando cada uno de los disquetes en una torre entre dos ordenadores.

Los seis disquetes se pusieron en marcha con un zumbido y un clic.

– Bueno -dijo-. ?Que buscamos?

– Quiero saber si estos seis libros los escribio la misma persona -dijo Mac.

– ?Y?

– Cualquier otra cosa que pueda decirme del autor -dijo Mac.

Kindem se puso a trabajar evidenciando su virtuosidad con el teclado. Subio el volumen del CD que estaba sonando, y de nuevo parecio un musico que tocaba al compas de la musica.

– Palabras, facil -dijo Kindem mientras introducia comandos en varios ordenadores-. Pero no se lo diga a mi jefe de departamento. Cree que es dificil. Finge entenderlo. Nunca le he dado a entender que tiene infinitas lagunas. Palabras, facil. Con la musica es mas dificil. Deme dos piezas de musica y podre programarlas, introducirlas en el ordenador y decirle si las compuso la misma persona. ?Sabia que Mozart le robo composiciones a Bach?

– No -dijo Mac.

– Porque no lo hizo -dijo Kindem-. Se lo demostre a un supuesto estudioso que habia trabajado en una estafa academica tramada por un profesor de Leipzig.

Siguio hablando durante unos diez minutos, sin descanso, mientras bebia cafe, y entonces se volvio de un ordenador a otro.

– Signos de exclamacion -dijo-. Buen punto para empezar. No me gustan, no los uso en mis articulos. En los textos academicos y cientificos no suele haber signos de exclamacion. Demuestran una falta de confianza en las propias palabras. Lo mismo puede decirse en los textos de ficcion. El autor teme que las palabras no sean suficiente para crear un impacto y les da un empujoncito. La puntuacion, el vocabulario, la repeticion de palabras, a menudo algunos adverbios, adjetivos… Son como las huellas dactilares.

Mac asintio.

– Los primeros tres libros -dijo Kindem- estan repletos de signos de exclamacion. Mas de doscientos cincuenta en cada libro. En los libros posteriores, los signos de exclamacion desaparecen. El autor vio la luz o…

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