invierno para el rey de su ciudad, uno de los que fueron a Troya, y alli lo favorecio la lepra, tal que tuvo que salirse de la batalla y perderse por los bosques tocando la campanilla. En su isla lo tienen por santo y andan buscando sus restos por todas las selvas, que corrio la novedad de que volaban hacia el cuando dormia las palomas torcaces y le lamian el rostro, de modo que cuando murio, su cuerpo era una podredumbre, pero la cara la tenia de mozo, y la barba dorada. Lo que es doble milagro, si te fijas bien, ya que sabes que los palumbus no pueden echar la lengua fuera de la caja del pico.

Tadeo era solamente ojos, labios carnosos, y aquella enorme lengua roja que sacaba a pasear por los labios. El resto de su cabeza y rostro era una marana de pelo canoso, que le cubria las orejas y las mejillas hasta la nariz. Mientras hablaba, sus pequenos ojos, claros y vivaces, lo vigilaban todo, el fuego que ardia en el hogar, las gentes que entraban y salian, la moneda de cobre que al suelo caia al dar una vuelta el tabernero, de que barrica echaba, o si el gato se acercaba al plato de mollejas salteadas. Tenia la voz muy varia de tonos, y musical, lo que le vendria de las tertulias suyas con los mirlos a los que ensenaba marchas y tonadas.

– Con mi madre tan delicada y los pies al sol, y mi padre paseando en busca de perros para su catequesis, yo creci libre, vagando por la plaza y las huertas, ladron de uvas y de higos, velando nidos, viendo hacer la instruccion a los quintos, y al anochecer ayudando, por la merienda, a encender el horno en la tahona. Algun dia que otro mi madre tenia humor para ensenarme las letras, y yo aprendia por libre algo de musica con el bombo de la charanga real, que vivia cerca de nuestra casa, y el cual era como eco, que de todas las piezas y operas no sabia mas que las frases a las que tenia que estar atento, porque daban entrada a sus golpes. Ya tenia yo trece anos, o catorce, cuando un dia encontraron a mi padre muerto en un prado, con doce perros alrededor, que debian estar aguardando su voz de mando. Mi madre lo lloro muy bien, puso un pano de luto debajo de los pies, encima de la flor de genciana, y acordo pedir una pension al rey por ser viuda de hombre celebre. Un escribano venia a casa a redactar la instancia, que no daba perfilada porque queria acompanarla de un tratado sobre la disposicion de los caninos para el baile, y a mi me soplo la criada vieja de la tahona que a lo mejor le estaban naciendo cuernos al difunto. Me puse a espiar, y logre ver a mi madre en camison, abrazando al escribano. Interrumpi el trance, y mi madre, llorando, me dijo que me equivocaba, que estando de siesta le habia entrado la pesadilla, confundiendo al escribano, que entraba en aquel momento, con el mar, y de ahi que se arrojara en sus brazos. El escribano temblaba desde el tupe hasta el tintero, y yo decidi ir a ver como era el mar, abandonando con lagrimas en los ojos la ciudad natal, lo que no tenian necesidad de hacer los murcielagos de los soportales de la plaza, que nunca pasaban fuera del arco del Palomar.

Se echo vino y bebio, y se sono ruidoso con un grande panuelo a rayas de colores, que mas parecia falda de escoces. El hombre del jubon azul lo escuchaba atento, jugando con la sortija de la piedra violeta, y de vez en cuando dejando su mirar encantarse por el vivo fuego de sarmientos que ardia bajo la ancha y ennegrecida campana del hogar. Un narrador de oficio escucharia al fuego contarse historias a si mismo.

– Once dias durmiendo de fortuna, tomando atajos, el estomago vacio, acabada la bolla que me dieron de despedida en la tahona, y reventadas las zapatillas, tarde en llegar al mar. Las olas rompian en las rocas, y al acercarme al faro por un estrecho sendero entre ellas, el agua salada me mojo el rostro. El mar, como ya me suponia, no se parecia en nada al escribano de la instancia. Me quede sentado en una pena, durante una larga hora, contemplando el juego de las olas en la caleta, y viendo un dos palos que viajaba hacia donde se pone el sol, y me puse a imaginar que en el velero regresaba mi madre a su pais lejano, con los sus ojos azules de melancolico mirar, y los pequenos pies descalzos puestos al sol. ?Ojala tenga alli flor de genciana para posarlos!, me decia a mi mismo. La verdad es que, poco despues de mi huida, mi madre desaparecio, dejando abandonada la casa, que es ahora una ruina, y solamente queda cubierta la cocina, que es donde yo me cobijo.

Tadeo necesito beber dos vasos seguidos para limpiarse de aquellas tristezas y prosiguio:

– Me dijeron los torreros del faro que a mano izquierda quedaba una aldea, donde contrataban forasteros para el corte de lena. Me alisto un hombre rico llamado Petronio, el cual me tomo algun afecto visto como cundia en el trabajo, y la amistad que hice con sus perros y con su perdigon manso, que supe curarle un lobanillo. Me hizo dormir en buena cama, y su hija, una jorobadita llamada Micaela, me dejaba a la puerta, por las noches, una jarrilla con leche… Yo, senoria, no queria contarte mi vida, sino llegar a este punto. La jorobadita andaba triste, y mas de una vez la encontre llorosa, sentada debajo de la higuera del patio. Yo sospechaba que la traia desconsolada su jorobia, que era de espinazo curvo y subido, tal que la punta de la corcova le llegaba hasta el cuello. Por delante estaba conforme, y los pechos muy redondos y puestos, y como tenia las piernas finas y largas, como suelen los mas de los jorobetas, de frente no desagradaba. De cara era redonda y los ojos almendrados. Yo le hacia finezas de flores que cogia regresando del bosque, le regale una alondra, le mostre como se silba variado con canas de centeno verde de desigual tamano, y le ensene a saltar a la comba, juego de ninas que en aquel pais no conocian. Las horas libres, pues, se me iban en consolar a la jorobada Micaela, pero no lograba alegrarla, y aun podia decir que cada dia andaba mas triste, enflaquecia y se disponia a marchitar. Una tarde de domingo, estando solos en el jardin echando barcos de papel en los canalillos, de pronto Micaela se echo a mi y me abrazo. Yo me puse a pensar si le habrian entrado amores, y si dado el caso de ofrecerseme, visto que por delante no parecia mal, si debia aprovecharme, pese a ser mi huesped y amo su padre, el senor Petronio. Lloraba Micaela abrazada a mi, y yo no sabia que hacer.

– ?No lo puedo olvidar! -decia Micaela entre sollozo y sollozo.

Y a mis preguntas repetidas conto que hacia un ano la habia llevado su padre a una gran ciudad vecina, que era de los focenses y puerto libre de grecogalos, donde habia mercado de toneles, y el senor Petronio dejo sentada a la hija en un seron de higos pasos, en el muelle, mientras el pagaba a un armador el transporte de los toneles comprados en la feria. Era algo mas de mediodia. El muelle estaba desierto, que las gentes estaban en sus casas almorzando, y las mas en el real de la feria. Por una calle que salia al muelle entre los almacenes de grano avanzaba un hombre. Alto, la cabeza descubierta, se envolvia en una amplia capa roja. En la mano derecha llevaba una bengala de plata. Al llegar a la altura de Micaela se detuvo y la miro, la paseo toda ella con la mirada de sus ojos negros. Se acerco un poco mas. Micaela tuvo miedo, y cruzo los brazos sobre el pecho. El hombre sonrio. Era muy joven. Micaela creia tener ante ella una alta torre o un arbol gigantesco. El hombre era muy hermoso, y estaba perfumado con agua de madreselva. El intenso aroma llegaba hasta el vientre de Micaela. El desconocido dejo caer la capa que lo embozaba, y tendio hacia la muchacha el brazo que sostenia la bengala de plata. La punta de la bengala toco su hombro izquierdo. El hombre sonrio levemente. Ahora se veia lo mozo que era. Por tres veces la bengala toco el hombro izquierdo de la jorobadita. Una ola de calor invadio el cuerpo de la muchacha. Algo que era a la vez fuego y placer, quemadura y refresco de lima le obligo a cerrar los ojos. Creyo que iba a desmayarse, y tuvo sed, mucha sed. Inmovil, se dejaba herir. La desperto la voz de su padre.

– ?Te sientes mal? ?Es que estas sin comer y apenas desayunaste! ?Vamos, que nos esperan una sopa de nueces y unos pichones!

Micaela se levanto y miro como el hombre de la capa roja continuaba su paseo hacia la punta del muelle.

– ?Quien sera? -se atrevio a preguntar a su padre, con una voz que a ella misma le sono extrana, la voz de la mujer desconocida que pregunta en el teatro quien es ella misma.

– Es un principe. Todos los dias viene varias veces a la orilla del mar a ver si de las aguas sale un caballo, en el que ha de ir a galope a su ciudad a cometer un gran crimen por venganza. El caballo se lo mandara su dios, que no es el nuestro.

– ?Esta loco?

– ?Quien lo sabe?

– ?Tiene nombre?

– ?Orestes!

– Fue -concluyo Tadeo- la primera vez que escuche el nombre. El nombre del hombre. El nombre del leon.

El hombre del jubon azul se levanto y se acerco al fuego. Nadie lo observo, salvo Tadeo. Tadeo lo vio como se ven el sol y la luna. El hombre del jubon azul se acerco al fuego, lo toco con la punta herrada de su baston de cana, y las llamas ascendieron en largas lenguas doradas,

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