– ?Adios, papa! Adios, don Pedro, y tu, Maria ?abrazame fuerte, hermanita! -exclamo Blanca, corriendo del uno al otro en una febril despedida.

– ?Adios… adios!

Al lado del carreton listo para la partida, aguardaba el padre Bernardo.

– Denos su bendicion, padre -le pidio Blanca yendo a su encuentro con Llanlil.

– Si, hijos mios… ?que Dios los guie y sean tan felices como yo lo deseo! Blanca ?te has despedido de tu madre?

– Anoche… pero, no esta aqui y sufro mucho.

El padre Bernardo sonrio debilmente.

– Esta en tu corazon, hija mia, y tu en el de ella- dijo acariciando la mejilla ligeramente palida.

Ella se volvio todavia y dijo a Ruda:

– Don Pedro, ya sabe que estaremos esperandolo siempre. No nos abandone, mi buen amigo.

Ruda necesito hacer un esfuerzo para reprimir la emocion y contesto:

– Descuiden… Iria ahora mismo con ustedes, si no creyera que puedo esperar que alguien me acompane. ?Que dices, Maria?

Maria alzo los ojos hasta el y un fulgor muy tenue, como una breve lumbre entre cenizas, hablo de una lejana esperanza, pero para el corazon sediento de Ruda fue como si la pampa se hubiera de pronto inundado con una luz inesperada. Con voz vibrante repitio su promesa:

– ?Iremos… levantare mi rancho entre los pajaros, Llanlil!…

Con un ronco chirrido el gran carreton se puso en marcha… Blanca y Llanlil, a caballo, alzaron las manos saludando a los que quedaban. Lentamente el carreton avanzo hacia el rio en procura del vado. Blanca anhelo angustiada descubrir la figura de su madre y no la vio.

Guillermo Lunder, tiesamente erguido, mantenia los ojos clavados en su hija y su vieja e indomable alma de andariego, reconstruyo su propio adios a su tierra… Sur Africa, las praderas inmensas frente a la selva batida de tan-tans ominosos, los torsos negros inclinados sobre la tierra; el asedio ambicioso de otros blancos y el exodo a traves del mar, hacia la desconocida tierra donde la Cruz del Sur trazaba un camino nuevo. 1885, Puerto Madryn, Rawson, Cabo Raso, el primogenito apagandose, como una breve llama azul, y siempre la Cruz del Sur inalcanzable hundiendose en una aurora de hielos australes… Luego Blanca, flor pequenita y sonrosada, elevando su llanto imperceptible entre el rugir del viento… la soledad, la soledad metida en la sangre como un morbo y Frida ajandose, melancolicamente inadaptada… Despues, siempre mas al sur, a traves de las mesetas heladas, bordeando el mar, el duro mar azul fraguando tempestades, su busqueda de los compatriotas finalmente sometidos, debelados, por los extranjeros inexorables, y con el encuentro, la dramatica realidad de Punta Borja, el vrek van dorst junto a los acantilados salobres y las severas playas de arena donde los lobos marinos retozaban innumerables y grotescos bajo el sol… Nuevo desencanto y nueva impaciencia quemandole en las venas. Otra vez su marcha en busca del destino, costeando los lagos que refulgian entre salitrales y tierra rajada… y al fin el remanso junto al rio perezoso. Atras quedaban casi veinte anos aridos, un recuerdo muy lejano de selvas y praderas eternamente verdes, y otros mas propincuos, fijados con ramalazos de viento y frigidez de hielo… Y ahora los diecinueve anos de Blanca alargaban su camino, se iban hacia lo ignorado buscando su inhalado destino y el testimonio para sus plantas de peregrino de la tierra… Alli estaba el, alli quedaba, en su latitud solitaria, como un roble duro e indomable, esperanzado y fuerte, permaneciendo con las ramas ahora desnudas… ?Que pensaban los otros, los que tenian como el los ojos llenos de fe en la bondad de la madre tierra?

Los viajeros se alejaban con lentitud, en tanto el sol se iba posesionando a saltos de nuevos angulos de sombras y Blanca se esforzaba por ver a su madre en la galeria. De pronto la recorrio un temblor y grito:

– ?Mama! -porque Frida Lunder habia surgido de la casa y corria tras ella, desatentada y agigantada por un sentimiento de entranable amor… Frida parecia no ver donde ponia los pies, pues mantenia los ojos fieramente fijos en la figura de su hija que desmontando de su caballo, corria tambien a su encuentro.

– ?Ahora, Senor, estoy seguro de tu infinita bondad! -murmuro reverente el padre Bernardo.

Las dos mujeres se unieron en un estrecho abrazo y recien entonces comprendio Frida que ninguna distancia podria jamas borrar la imagen de su hija.

“Es realmente patetico”, penso Diaz Moreno, mordiendose el labio inferior. “Pero si no ocurria, algo hubiera quedado arbitrariamente dislocado… Esta excelente familia corrobora y afirma el sentido de la lucha en un mundo que se enfrenta con hostilidad y suspicacia”.

Lunder regresaba ya con Frida y por la picada, cada vez mas proximos al vado, el carreton y los jinetes continuaban alejandose, siguiendo el arco que el sol amplificaba en el cielo.

“?Tendremos, con tan noble levadura, la raza de gigantes que sono Alberdi para la Patagonia?”, se preguntaba Diaz Moreno, contemplando a Blanca y Llanlil, que saludaban levantando el brazo derecho con efusiva cordialidad, prolongando la sensacion de una presencia que se desvanecia paso a paso. El sol les nimbaba las cabezas. “?Patagonia!… Tierra aspera, hurana y sin embargo cautivante como una mujer altiva”, divago el capitan, que miraba no ya a las figuras que se alejaban lentamente, sino una vision mas distante, un caleidoscopio de vagas sombras superadas por el tiempo. Su logica, canalizada en el estudio de la historia, enlazaba sucesos inconexos y rehacia el cuadro de la tierra que pisaba, prenada de futuro y de promesas.

El comisario, que estaba cerca, observo su aire extranamente ensimismado, vio moverse sus labios y aun creyo escuchar balbuceos de palabras mas pensadas que dichas.

– ?Que tiene, capitan? -le pregunto suavemente.

Diaz Moreno se volvio sobresaltado.

– Vaya… -dijo entonces el comisario-. Me parecio que hablaba usted solo…

– ? Oh!… No se alarme. Hablaba… pensaba mejor dicho en el sentido de dicha partida.

– ?Ah, filosofando de nuevo! ?Y que sugerencias extrae usted de ella?

El capitan retorno a contemplar a los viajeros que se volvian repitiendo saludos, mas alla del vado, proximos al faldeo.

– ?Tantas cosas! -murmuro-, pienso en Simon de Alcazaba, gobernador hipotetico de unas tierras que no conocia; forzado por el destino a no cruzar el Estrecho, fatidica circunstancia que lo obliga a poner su planta orgullosa en las costas patagonicas. Solo hay desolacion y viento de su territorio; pero el, con la quimerica seguridad de su codicia hispana, quiere hallar oro y ciudades. Para lograrlo cruza el Chubut hacia lo desconocido, hacia la improbable fortuna y la segura muerte. Muerte que le llega en el mar, sobre un barco, pero que engendro la decepcion de hallar solo guanacos y “penas muy altas, dadas a la ira de Dios”. Corria el ano 1535 y ya el senuelo de la Patagonia reclamaba su obolo de sangre.

“Los inabordables murallones de sus costas bravias alejan a los navegantes y sin embargo, una y otra vez, aventureros, piratas, misioneros, espias extranjeros disfrazados de sabios, militares trocados en turistas, la recorren por tierra, navegan sus riberas; anotan, compulsan, indagan y esparcen la tremenda leyenda de la tierra maldita, sin perjuicio de aconsejar su estrategico control o directamente su dominio. Durante los siglos diecisiete y dieciocho, el mundo civilizado no descorre el velo de la Patagonia, pero las yermas extensiones solitarias van diciendo su secreto a oidos muy sagaces: Drake, Villarino, Viedma, Falkner, vislumbran el tiempo por venir, mas es pronto todavia… La tierra calla y aguarda.

“Pero, ?que peregrino hechizo encierra ese continente del misterio para impulsar como alucinados a los hombres por sus rutas virgenes, tantas como vertices tiene la multiplicada rosa de los vientos y que, a semejanza de algunos de sus rios sin desembocadura, no conducen a parte alguna?… Porque ahora un nuevo siglo apremia la urgencia de la humanidad y la Patagonia, que dormia un doble sueno en su realidad fisica y en el conocimiento de los pueblos, despierta lentamente merced al calculo y la fantasia. Viejos informes amarillentos, arrumbados durante anos, son rescatados del olvido y codiciosamente consultados. Los tenaces navegantes vuelven a escudrinar sus costas amuralladas, sus inmensos golfos, las bocas de los rios que bajan hasta el mar sin que se sepa donde nacen. Espana ha rendido sus colonias al pueblo y Argentina es un nombre, aun balbuceante en su diafanidad casi femenina, pero es tambien un presente de sangre, epico heroismo y flecha hacia el futuro, pero que, urgida por necesidades impostergables, pelea a pecho desnudo por definir su destino. La Patagonia, el continente del misterio, se ha poblado de grotescos gigantes que atraviesan el paramo para asomarse al mar; y Argentina remeda a un gigante que ignora la mitad de su cuerpo. Mas como los trasgos ya no se conciben sino como argumentos decisivos de consejas de abuelas, todo el panorama adviene confuso; heroismo y pintoresca

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