de hombros y la joven lo interpreto como una autorizacion. Disparo la camara. Ferrer parpadeo, sobresaltado por el flash.

– Gracias, senor. Es para mi coleccion de famosos y famosas -comenzo a explicar la mulata-. La quiero completar antes de irme para el norte. Me voy a casar muy prontito, la semana que viene viajo para conocer a mi novio. Supo de mi por agencia, ?sabe? Vio mi foto y se enamoro. Vive en el norte, no se si lo dije. Con un bebito. Divorciado, el pobre. ?Y sabe que? Muy muy rico, de lo mas millonario que hay por aca… ?Quiere tomar algo? Mi nombre es Lili, soy la encargada del bar.

– Ahora no, gracias -respondio Ferrer, aturdido por la masiva informacion; Lili regreso discretamente tras la barra. El director del hotel entro al vestibulo y se dirigio hacia el.

– Senor Ferrer -dijo-. El ocupante del coche negro que aguarda ahi afuera me comenta que desea entrevistarse con usted.

– ?Se lo ha dicho asi, por las buenas? ?Entrevistarse conmigo? ?Ahora mismo? Bueno, pues perfecto, cuanto antes mejor.

– ?Le digo entonces que venga?

– Si hace el favor…

El director asintio y fue de nuevo hacia la salida. Una vez la hubo franqueado, Ferrer clavo la mirada en la puerta del vestibulo, que desde su posicion solo podia ver de lado. ?Que aspecto tendria el Enemigo Publico Numero Uno de Leonito? O mas logicamente, y considerando el celo logico que observaria respecto a su seguridad, ?a quien habria mandado en su nombre? Ferrer se revolvio nervioso cuando vio asomar de nuevo al director del hotel; extranamente, se demoraba en mantener la puerta abierta para alguien que, por su tardanza en aparecer, debia moverse con torpeza. Todas sus expectativas se desbarataron al ver por fin el aspecto del visitante, un anciano europeo de aspecto venerable en el que creyo reconocer algunos de los rasgos del Marlon Brando gordo y envejecido al que unas semanas atras habia podido ver de cerca, entre focos y tecnicos, en su visita al plato de la pelicula sobre Cristobal Colon que se rodaba por esas fechas. El anciano era igual de lento en sus movimientos, pero tambien igual de solemne e impresionante en la seguridad que lo animaba. Vestia pantalon ancho de lino blanco y alegre camisa floreada que chocaba abiertamente con su grave mirada de ojos indagadores y francos. Fue esa mirada la que permitio a Ferrer reconocer al hombre; se puso en pie, repitiendose que lo que estaba viendo era imposible.

El anciano avanzo ayudandose de un baston; en la otra mano portaba una carpeta. El director del hotel caminaba acompasando su paso al de el, y se encargo de hacer las presentaciones cuando llegaron junto a Ferrer.

– Caballeros, permitanme… Luis Ferrer… Jean Laventier.

Ferrer permanecio callado y boquiabierto, pasmado como un nino timido ante su idolo deportivo. La primera impresion no le habia enganado: ?el anciano era efectivamente Jean Laventier!

– ?Jean Laventier? ?El… el verdadero? -pregunto con imprevista torpeza.

– No es un nombre tan raro -sonrio el frances, hablando espanol con suave acento frances-, imagino que habra muchos otros. Depende de a quien se refiera con eso de el «verdadero».

– Me refiero al psiquiatra y humanista, al investigador de la mente humana y sus mecanismos, al candidato permanente al premio Nobel de la Paz… Mejor dicho, al hombre que ha hecho presion para que se rechace su propia candidatura al Nobel.

La referencia a la distincion sueca agrio casi imperceptiblemente el fondo de la mirada de Laventier. Conuna senal amable, pidio al director del hotel que los dejara solos y ocupo un asiento ante la mesa de Ferrer, que se sento frente a el.

– Digame -quiso saber Laventier-, ?habla usted frances?

– Si… -acerto a contestar Ferrer; acrecento su confusion el inesperado fogonazo del flash de Lili, que informada por el director de la personalidad del recien llegado acababa de incrementar su coleccion de fotografias de famosos-. Pero…

– ? Correctamente?

– Tout ce que vous pouvez imaginer. Mon pere etait bilingue, et il voulait que moi aussi je le fuisse. Done, si vous le voulez bien nous pouvons continuer en francais…

– No -rechazo Laventier con un gesto-. Nada de hablar frances. Necesito expresarme en espanol con precision, y utilizar mi idioma me desconcentraria. Se lo agradezco, pero no. ?Y leer? ?Lee frances?

– Ya le digo, como el espanol.

Laventier suspiro aliviado.

– ?Gracias a Dios! Por supuesto, es lo que imaginaba. Siendo hijo de diplomatico… Pero de pronto, antes, en el coche, he caido en la cuenta de que no estaba seguro… Habria sido un error imperdonable por mi parte. Nos hubiera hecho perder mucho tiempo.

– ?Tiempo? -aproximo Ferrer su cabeza a la del frances e, instintivamente, bajo la voz-. ?Para que?

Como si el tono confidencial hiciera innecesarios otros protocolos, Laventier abrio la carpeta que traia consigo y extrajo de ella un manuscrito.

– Para que lea usted esto. Esta en frances, y de ahi mi inquietud ante su posible desconocimiento del idioma.

Ferrer alargo la mano, pero Laventier, con un gesto, le pidio paciencia. La inesperada situacion trastocaba el esquema: era Laventier, y no Leonidas, quien le habia seguido. Pero ?para que? No sabia si sentirse contento o contrariado, inquieto o relajado. Era una de esas veces en que ni siquiera a traves de su desenvoltura profesional vislumbro un natural encauzamiento de la conversacion. Literalmente, no sabia que palabra debia decir a continuacion. Pero Laventier lo hizo por el. Sin concesiones y directo al grano.

– Me precio de conocer bien a las personas, y con usted me he llevado una decepcion, creame. Esperaba, a lo largo de esta manana, haberle visto encaminarse hacia el hospicio. Digame, ?por que no ha ido?

Ferrer lo miro perplejo.

– ?Perdone? -acerto a decir.

– El hospicio donde usted y su hermano crecieron… Disculpeme, comprendo que mis palabras le resulten entrometidas. Pero insisto en que no tenemos tiempo, y eso me obliga a eludir determinados protocolos que, en otra situacion, asumiria complacido. Permita que me explique. Hace ya dos anos acometi una tarea que ha acabado por traerme hasta la circunstancia presente: estar sentado en este momento y en este lugar frente a usted. Debe saber que conozco su biografia, y por eso di por supuesto que iba a dedicar unos momentos a visitar el lugar del cual salio a la vida hace tantos anos…

– ?Quiere decir que me ha seguido?

– No, no imagine nada parecido. Tan solo lei en la prensa las notas que se le dedicaban con motivo de su visita a Leonito. Me interesaron e indague un poco mas, eso es todo. Amigo mio, debo reconocerlo: pense que alguna clase de providencia le traia hasta mi. Una providencia de la que aun ignoro, dicho sea de paso, si es divina o diabolica… Pero permita que no adelante acontecimientos… Podria contarle mi historia desde el principio, pero es mas justo y preciso, mas riguroso, pedirle a usted que haga el esfuerzo de leerla.

Laventier dio dos golpecitos con la palma de la mano derecha sobre el manuscrito y lo deposito sobre la mesita situada entre ambos, acercandola con sus dedos hacia Ferrer, que no lo recogio ni lo giro hacia si, prefiriendo exteriorizar cautelosa indiferencia en vez de la curiosidad que comenzaba a sentir.

– Le suplico que lo haga con toda la atencion de que sea capaz, aunque me consta que muy pronto su interes estara enteramente captado. Por desgracia sera asi, se lo aseguro.

Ferrer giro el cuaderno. En la portada solo habia cinco palabras mecanografiadas en la esquina inferior derecha: El Nino de los coroneles.

– Naturalmente -prosiguio el frances-, no es un texto que haya escrito a la ligera, llevo mucho tiempo preparandolo. En realidad, pensaba dar a conocer su contenido de otra manera, publicamente, despues de solucionar ciertas… formalidades. Pero su llegada, que mas que una asombrosa casualidad ha sido una revelacion, me indico que debo entregarle a usted y solo a usted este… tal vez legado sea la palabra adecuada. Asi que en estos dias me he dedicado a retocar el texto sabiendo que lo iba a leer y… Si, ya se que no es el mejor momento para pedirselo, conozco los asuntos que ocupan su tiempo. Pero debe prometerme que lo leera… Le aseguro que esto es infinitamente mas importante que la entrevista a cualquier caudillo indio, por muy dificil de

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