sala, que era mucho porque Aurelio, para no dejarme sola, comenzo a despachar en ella. Incluso traslado alli la celebracion de dos recepciones, con su orquestina y su grupo de camareros: al son del vals,incluso descubri algun amorio ilicito, senoras que pasaban notitas a militares vestidos de opereta, y cosas asi.
– Ya te decimos, de comedia de Hollywood. Solo faltaba por alli Cary Grant -bromeo Aurelio.
Luis comprendio que tras esa postiza referencia a detalles vistosos pero nimios se hallaba el deseo de no explicitar el momento concreto en que la relacion se hizo adulta, sexual y eterna, y coopero con sus padres cambiando de tema.
– La pena es que velarais la famosa foto… -dejo caer en tono ingenuo, a sabiendas de que la foto existia: no podia ser otra que aquella a la que su padre se habia referido misteriosamente en alguna ocasion.
– ?Velarla? Parece que no conoces a tu padre… Velo otro carrete, para que Larriguera se quedara tranquilo. Queria la foto a toda costa, y busco al fotografo que le habia salvado. Trabajaba para una revista de sociedad y le dio el carrete muerto de miedo, no queria saber nada del asunto. Insistio en que ni siquiera era el quien habia disparado la camara. Por lo visto, en el momento algido de la disputa un invitado le quito la camara y disparo el flash. Nunca averiguamos quien era, pero fuese quien fuese salvo la vida de tu padre. Y la mia. Y puestos asi, tambien la tuya…
Cristina callo, alargo una pausa y adopto un tono doloroso; Luis comprendio que no deseaba que la historia quedase a medias.
– Cuando Larriguera se harto y levanto la vigilancia, lo primero que hice fue volver a mi pueblo. Aurelio me acompano. Durante los dieciocho dias de encierro lo que mas me habia obsesionado, lo peor de todo, habia sido pensar en mis padres. Habian visto como los soldados me secuestraban, no sabian si estaba muerta o seguia viva, ni donde y como estaria de seguir viva, que puede que fuera lo peor. Imaginarlos en esa angustia es algo que no se me ha olvidado nunca. Pero mi preocupacion estaba infundada. Mis padres no habian experimentado la menor preocupacion durante mi secuestro. No podian. Estaban muertos -anadio con la naturalidad casi frivola de quien al portar durante mucho tiempo un hecho monstruoso ha terminado por aprender a convivir con el-. Antes de irse del pueblo, los soldados lo habian arrasado completamente. Solo quedaban ruinas y cadaveres abrasados. Supuse que los dos cuerpos negros y retorcidos que encontre junto a lo que habia sido mi casa eran los de mis padres. Pero nunca lo he sabido con seguridad. Solo pude suponerlo… Me vi perdida y sola, y creo que si tu padre no hubiera estado alli habria muerto. Asi de sencillo.
– Pero estaba… Y ya sabes, Luis, lo convincente que soy cuando quiero.
Ahora era Aurelio quien aligeraba la situacion con un toque ironico, y Luis, correspondiendo con una sonrisa desganada, dio por concluida su curiosidad: decidio que nunca trataria de conocer aquellas palabras de consuelo, ni de imaginar en que momento decidio su madre aceptar la propuesta matrimonial del diplomatico espanol que - como ella para el, por otra parte- habia caido milagrosamente del cielo para salvarle la vida, enamorarse de ella y amarla para siempre. Conocia ahora el principio y el fin de la historia y era suficiente.
Entonces, como si hubiera sido largamente ensayado, la enfermera del turno de manana de la clinica irrumpio en la habitacion como un inesperado tornadode salud que abrio de par en par las ventanas, se horrorizo ante la caja de bombones colmada de colillas, sermoneo sobre los males del tabaco mientras acompanaba a Aurelio hasta el sofa, deshizo la cama en unos instantes para volver a hacerla en un tiempo aun menor y expulso a Cristina y a Luis de la habitacion mientras disponia sobre la mesa un medidor de tension, un termometro y un surtido de pastillas. El momento magico de Luis con sus padres se habia disuelto, pero un rato despues, ya en casa, apenas abrieron la puerta y pisaron el vestibulo, Cristina entro en la habitacion matrimonial y regreso de inmediato con un sobre que tendio hacia su hijo. Luis lo tomo por un extremo, pero Cristina no lo solto aun. Miro a su hijo fijamente a los ojos:
– Antes te lo hemos contado quitandole importancia, como siempre nos habiamos prometido que lo hariamos llegado el dia. Pero la violacion de Larriguera no fue una broma. En realidad, me hizo dano. Con el tiempo, pude llevar una vida sexual normal. Pero enseguida supimos que nunca podria tener hijos. Nuestra felicidad estaba a medias por su culpa. Toma, la unica foto que guardamos de nuestro noviazgo -Cristina dejo el sobre en manos de su hijo y salio; pero a los pocos pasos se detuvo y se volvio.
– Tu fuiste nuestra victoria sobre el -dijo senalando hacia el sobre-. Cuando llegaste, volvi a sentirme entera.
Y se fue. Luis tardo unos segundos en reaccionar. Luego abrio y extrajo la fotografia que a lo largo de los anos miraria multitud de veces con orgullo, inquietud o rabia; pero en aquella primera ocasion -el dia siguiente del 11 de septiembre de 1973: la coincidencia temporal con el golpe de estado en Chile le habia permitido precisar siempre la fecha, que adquirio asi brillo epico en el calendario de su vida-, la foto desperto en el una subita y aplastante ola de amor hacia sus padres. Como homenaje a ellos, se propuso entonces que algun dia la contemplaria en el lugar desde el que fue disparada.
Y ahora, casi veinte anos despues, se disponia por fin a cumplir su promesa.
Antes de abandonar el despacho de la embajada, echo un ultimo vistazo a la estancia; luego cerro la puerta silenciosamente, en intimo respeto hacia los espiritus de quienes, a pesar de las dramaticas circunstancias, fueron alli felices durante dieciocho dias de 1947, y se dirigio hacia la escalera con la fotografia en la mano.
Ya en el jardin, ubico el emplazamiento aproximado desde el que habia sido disparada gracias al arbol de tronco retorcido que aparecia en el extremo derecho de la imagen; cerro los ojos, extendio y levanto el brazo hasta la altura de la vista y abrio los parpados lo mas despacio que pudo; los excitados latidos del corazon le confirmaron que habia sabido adornar el homenaje a sus fallecidos padres con toda la ingenua solemnidad que siempre se habia propuesto.
El arbol de tronco retorcido, ajeno al paso del tiempo, era identico en la realidad y en la fotografia. Bajo sus ramas, se enfrentaban en la imagen de papel dos hombres jovenes y altivos; tambien muy distintos entre si: Larriguera, en uniforme militar y con expresion furiosa, sostenia la pistola a unos centimetros del rostro de Aurelio, que en mangas de camisa y con la pajarita anudada al cuello irradiaba, a pesar de la imprecisa nitidez nocturna de la fotografia en blanco y negro, la firme resolucion de quien no va a renunciar a su dignidad aunque le vaya la vida en ello. El fogonazo del flash tenia la imagen con un fantasmagorico velo teatral que, paradojicamente, le daba su escalofriante autenticidad. Ferrer siempre habia jugado a creer que, cuando por fin la contemplase en el jardin de la embajada de Leonito, le seria revelado algun mensaje extraordinario que los rescoldos de los espiritus de Aurelio y Cristina habrian mantenido vivo para el. Pero -como no podia ser de otra manera- el fetiche fotografico permanecio mudo… La verdadera fotografia, Ferrer lo comprendio de repente, no era la que el sostenia, sino otra que podia captarse en ese preciso instante y en la cual un hombre pateticamente perdido en un jardin desierto buscaba en un trozo de papel inconcretas retribuciones sentimentales que el mismo era incapaz de imaginar. Pero aun asi, tuvo su revelacion. Dura. Seca. Veraz: «Tu padre esta muerto. Tu madre esta muerta. Tu mujer esta muerta. Y tu hija esta muerta: la has matado tu». Angustiado por la contundencia de la voz interior, comprendio que habia ido a Leonito en busca de su propia muerte. Y supo que iba a encontrarla. Se apoyo en el tronco del arbol retorcido y palpo en el bolsillo la carta destinada a Marisol, tranquilizandose por el contacto con el sobre: no le importaba morir si, a cambio, se conocia la verdad que habia destruido su vida. Es mas, deseaba morir para que esa verdad se conociese. El deseo de morir era el unico patrimonio legitimo que le quedaba, y retrasar su resolucion final era una traicion al recuerdo de Pilar y un sufrimiento innecesario.
De pronto, le urgio la necesidad de acelerar su entrevista con el misterioso lider indio. Tal vez ese era el camino que habia elegido la muerte para esperarle.Subio al coche y arranco, satisfecho de comprobar por el retrovisor que el coche negro iba tras el; no intento aproximarse ni adelantarlo, pero tampoco disimular que le seguia.
Atraveso la verja de entrada y la explanada frontal del hotel, y aparco frente a la puerta; el coche negro se detuvo junto a la verja, tras cruzarla, y parecio dispuesto a esperar. Ferrer sopeso la posibilidad de aproximarse para precipitar los acontecimientos, pero la norma elemental de no mostrar impaciencia al contrincante se impuso sobre su impaciencia. Tranquilamente, entro al hotel y se dirigio hacia el bar del otro extremo del vestibulo; a esa hora estaba desierto y silencioso, impregnado de serenidad por la luz caribena del mediodia: un buen lugar para ser disfrutado por alguien despreocupado y feliz, penso mientras ocupaba una mesa junto al gran ventanal, desde donde podia observar al coche negro. En ese momento, el director del hotel, reclinado junto a una de sus ventanillas laterales, hablaba con sus ocupantes.
– Senor… Eh, senor Ferrer. ?Le importa?
Ferrer volvio la vista; una mulata joven y guapa, muy sonriente, con un sencillo vestido blanco con el nombre del hotel bordado sobre el bolsillo a la altura del pecho, sostenia ante el una camara polaroid. Ferrer se encogio