encontrar que este sea…-No se, comprendera que me sienta… extranado.

– Se lo ruego. ?Lealo! -Laventier adelanto su cuerpo y clavo en Ferrer una mirada repentinamente tenida de crispacion. Ferrer suspiro y bebio un sorbo de su copa mientras barajaba en la mente excusas convincentes y a la vez corteses que le permitieran eludir el misterioso compromiso. Pero a la vez, ?como podia pensar en eludirlo?, se recrimino. ?Se lo estaba pidiendo una de las personalidades del siglo! Ojeo el manuscrito esforzandose por mostrar indiferencia; distraidamente, leyo la primera linea.

«Savez-vous pourquoi les hommes bons sont capables

de tuer, M. Ferrer?»

«?Sabe usted por que matan los hombres buenos, Sr. Ferrer?», tradujo instintivamente… La frase le acelero el ritmo cardiaco, como si estuviese escrita por un inquisidor clandestino que hubiera logrado introducirse en su mente para espiar a placer sus miedos y angustias. Aunque formulada con otras palabras, esa era una de las innumerables preguntas que le atormentaban desde la muerte de Pilar; tambien una de las pocas para las que tenia respuesta: si, el -que se consideraba un hombre bueno- sabia muy bien por que matan los hombres buenos. Pero esa seguridad no impidio que le invadiese el miedo: ?era posible que Laventier supiese que habia matado a Pilar? La respuesta parecia ser: no, no podia saberlo.

Pero ?y si lo sabia?

Levanto la vista hacia el frances para tratar de averiguarlo, consciente de que alguna muestra exterior de rubor o azoramiento habria delatado inconcretamentesu excitacion. Pero el sorprendido fue el: Laventier tambien le miraba con excitacion, con apremio, con suplica sincera. Fue de pronto evidente que toda su imponente presencia fisica, todo lo que Ferrer conocia y admiraba de el, toda su carrera y su exito carecian ahora de importancia: Laventier, en esos momentos, era tan solo el desdichado portador de una tragedia personal grandiosa que necesitaba compartir con alguien. Concretamente, con el. Ferrer se conmovio sin saber por que.

– De acuerdo -prometio; y era sincero-. Lo leere.

El alivio parecio rejuvenecer el rostro del frances.

– Gracias -visiblemente emocionado, apreto las manos de Ferrer entre las suyas-. Muchas gracias. Esto, aunque no pueda creerlo ni entenderlo en este momento, une para siempre nuestros destinos.

El tono de Laventier era grave pero de ninguna manera ridiculo: si Ferrer hubiese observado la escena desde fuera, o se la hubiese contadomn tercero, habria expresado dudas sobre la seriedad del frances; pero teniendo a este delante tal posibilidad resultaba frivola e incluso ofensiva. Laventier saco una tarjeta de visita, la de otro hotel de la ciudad, y apunto en ella el numero de su habitacion.

– Aqui es donde me hospedo. Cuando llegue a Leonito puse buen cuidado en ocultarme, pero pronto se revelo una cautela inutil… Disculpe, le estoy inquietando innecesariamente. Llameme en cuanto lea el manuscrito, volveremos a reunimos entonces. Ahora debo dejarle -anadio poniendose en pie con ayuda del baston-. Tengo una cita muy importante. Un cita de la que deseo dejarle constancia.

– Usted dira… -Ferrer caminaba a su lado hacia la puerta del hotel.-Ahora estoy citado… tras cincuenta anos sin vernos… con Victor Lars -dijo Laventier, subitamente ensimismado.

– ?Se supone que debo conocerlo?

Laventier inspiro con grave profundidad.

– No. Aun no conoce usted a Lars. Pero pronto lo conocera, para desgracia suya. Es el autor de buena parte del manuscrito. El resto lo he escrito yo. -Laventier callo y alargo una pausa; luego levanto la vista hacia Ferrer-. Se dispone usted a visitar el infierno, amigo mio. Nunca me perdonare haber sido yo quien le abra esta puerta. Se lo juro por…

Dudo como si no hubiera en su vida nada lo suficientemente importante para avalar un juramento. O tal vez, penso Ferrer, lo hubo alguna vez, mucho tiempo atras… En cualquier caso, el frances no termino la frase: estrecho de nuevo la mano de Ferrer y salio. El coche negro le aguardaba junto a la puerta; arranco apenas Laventier monto en el. Ferrer, perplejo, contemplo como se alejaba y trato de ordenar la informacion que habia recibido de Laventier… El manuscrito y la tarjeta de visita implicaban intenciones solemnes, presentimientos turbios e invitaciones al infierno… Y tambien una tragedia no por desconocida menos evidente: la que se adivinaba en el rostro de Jean Laventier, el hombre que habia rechazado el premio Nobel de la Paz por razones que -Ferrer lo intuyo de pronto- se hallaban en el escrito que sostenia entre las manos.

Capitulo Tres

UN CABALLERO FRANCES.

?Sabe usted por que matan los hombres buenos, senor Ferrer? ?Alguna vez lo ha sospechado, imaginado, vislumbrado en las personas cuyo trato ha frecuentado o en aquellos a los que profesionalmente ha realizado entrevistas? Yo, por desgracia, conozco bien la respuesta a esas preguntas, pues considerandome un hombre bueno -e incluso habiendo consagrado mi vida a la defensa de la bondad como razon principal y objetivo ultimo de la existencia humana-, vi crecer dentro de mi, en un fatidico momento, el odio irracional que me llevo a planear la intriga criminal a la que estoy ahora dedicado. Pero no es esa -no es solo esa – la razon por la cual le envio este punado de folios. Creame, aunque inicialmente le parezca absurdo, que usted es el unico destinatario posible de su contenido, pues su vida -al igual que la mia, al igual que la de quien sabe cuantos mas, entre quienes sin duda se halla el desdichado Nino de los coroneles-, ha sido sin que usted lo sospeche marcada brutalmente por la existencia de Victor Lars, el hombre mas feroz, inteligente y, por desgracia, seductor de todos los que he conocido, y tal vez de todos los que han poblado la Tierra. Le ruego que no abrigue inmediatos recelos sobre mi seriedad o cordura ante el melodramatismo de esta afirmacion y me preste atencion, aunque solo sea por cortesia hacia las referencias que sin duda tiene usted de mi trabajo y persona. Le pido tambien disculpas por los aspectos de mi biografia que a continuacion le narro, y que prometo exponer con la mayor brevedad que pueda: su conocimiento es imprescindible para la comprension de los hechos que, por desventura, tanto nos interesan a usted y a mi.

Me llamo Jean Laventier, y naci en 1912 en Barreme, pequena ciudad del sureste frances, en el seno de una familia dedicada desde generaciones atras al negocio del vino. Tengo por tanto ochenta anos, de los cuales he dedicado a la Psiquiatria mas de sesenta, pues si bien no comence mis estudios en Paris hasta 1932, no me anado ni resto meritos al afirmar que desde algun tiempo antes, ya cuando mi padre se empenaba en ensenarmelo todo sobre el negocio familiar y los companeros de colegio comenzaban, como se suponia debia hacer yo, a interesarse por el sexo y los problemas practicos de la vida, ocupaba la actividad de mis dias una fascinacion tan inexplicable como ferrea por aquello que ahora mis colegas y yo llamamos «motivaciones del ser humano». ?Quien tuvo la culpa de esa tendencia que amigos y clientes de confianza de mi padre, ademas de algun educador de miras estrechas, definieron como «deformacion anormal»? ?Mi madre, carinosa y fragil de salud, cuando, sentados en el porche de la casa mientras caia la tarde, me relataba las novelas que marcaron su juventud, poniendo buen esmero en aclararme que D'Artagnan no era solo el heroe fabuloso ni Quasimodo solo el monstruo despreciable y despertando asi en mi la obsesiva conviccion de que tras cada hombre siempre se esconde otro u otros? ?Mi autoritario padre, seco y distante siempre a la hora de la comida familiar, repugnante en su semiclandestina lascivia con las mujeres del pueblo y riguroso, casi malvado en la relacion con sus empleados -normalmente, ademas, maridos o hermanos de esas mujeres-, y sin embargo, y contradiciendo ese rudo caracter que a mi me hacia rehuir y temer su presencia, desvalido y hundido, profundamente emocionado el dia que murio mi madre y el, inesperadamente, me sorprendio explicandome mientras atardecia entre los vinedos que los campos que nos rodeaban estaban vivos y lo estarian siempre, mucho tiempo despues de que el y yo mismo muriesemos, transmitiendome en ese momento un desasosiego vital que desde entonces jamas me ha abandonado? ?O fue la tragedia de Fabien? Fabien era un empleado de mi padre, un hombre que siempre habia vivido en la naturaleza y que no hacia otra cosa que trabajar en los campos y compartir sus momentos de ocio con los muchos amigos que tenia, pues era un individuo alegre y sencillo, muy querido por todos. Un dia avisaron a mi padre con caracter de urgencia. Quise acompanarle hasta la casa donde Fabien habia vivido solo toda su vida, y alli descubrimos que se

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