esa noche correspondia a Luis quedarse junto al convaleciente-, advirtio a su hijo sobre la jovialidad de Aurelio.

– Malo, malo, Luis; que no te pase nada esta noche. Cuando tu padre habla del primer dia en «su» embajada es que toca sesion de nostalgia -ironizo mientras los besaba a ambos y se dirigia hacia la salida de la habitacion-. Manana me dices si he tenido razon o no.

Ferrer recordaba haber despedido a su madre con malhumorada desgana que le habia costado disimular: esa noche tenia previsto disfrutar con Bego -llevaban solo unos meses de novios, y vivian aun la pasion sexual de los primeros momentos- de las posibilidades eroticas del jardin y la piscina de la casa, aprovechando precisamente que sus padres, uno como paciente y la otra como acompanante, iban a dormir en la clinica; por eso habia resultado tan frustrante que Cristina no quisiese eludir la asistencia al improvisado acto de solidaridad con Allende y el pueblo chileno convocado por los amigos sudamericanos residentes en Madrid. Aquella lejana noche, en la que Ferrer habia culpado a Pinochet de arrebatarle las habilidades subacuaticas de Bego, derivaria sin embargo en una larga sesion de confidencias que Aurelio habia iniciado con unas palabras en apariencia nimias.

– Cosas como lo de ponerme mal el esmoquin a poco de empezar la recepcion de turno me pasaban solo a mi; aquel dia de mil novecientos cuarenta y siete, habia perdido la pajarita, asi que tuve que volver al despacho a por ella. Estaba buscandola cuando escuche un ruido extrano que venia del armario… Y ahi empezo todo.

Aurelio, con gesto grave, se incorporo un poco mas en la cama de la clinica. Luis comprendio que tras las referencias a la pajarita del esmoquin y al armario latia el deseo de su padre de contarle algo mas, algo importante… Algo que tal vez tenia que ver con el esperado desenlace del calcetin morado.

– La recepcion de aquel dia era muy importante. Ademas de los jerifaltes y militares de Leonito con sus senoras, contabamos con la presencia inhabitual de un numeroso grupo de politicos, militares y financieros espanoles. Bueno, a lo mejor no era tan numeroso, pero a mi me lo parecia: era mi primera recepcion como embajador y estaba especialmente nervioso. Mi padre me habia conseguido el puesto movilizando a sus amigos; entre ellos, a Queipo de Llano… Si se mira bien, tiene gracia: podria decirse que por culpa de Queipo comenzo la historia del calcetin morado en julio del treinta y seis, y por culpa de el termino el uno de mayo del cuarenta y siete, en aquella famosa recepcion.

Aurelio Ferrer hizo una nueva pausa y extrajo un paquete de tabaco y un encendedor que escondia bajo la almohada; prendio un cigarrillo despues del gesto inhabitual, revelador de su animo de ampliar el margen de intimidad, de ofrecerle el paquete a su hijo, y prolongo ceremoniosamente la inhalacion y expulsion del humo. Luego, pregunto inesperadamente a Luis:

– ?Recuerdas que el hoy presidente de Leonito, Tete Larriguera Hill, estuvo una vez a punto de matarme?

Luis respondio con el silencio, no hacia falta otra respuesta: ambos sabian que nunca habria podido olvidar al militar en uniforme de campana que ocultaba el cigarro mientras fingia ante las camaras de television interesarse por los damnificados del terremoto; desde aquel dia, Luis habia escrutado, memorizado y analizado obsesivamente cada dato que encontraba sobre Larriguera Hill, el hombre que quiso matar a su padre por causas insospechadas y por ello fascinantes que ahora, en la clinica, parecian por primera vez a punto de desvelarse.

– El uno de mayo de mil novecientos cuarenta y siete Triunviro era todavia un crio, debia de tener diecisiete anos -continuo Aurelio-. Pero ya era un hijo de puta de marca mayor. Yo llevaba en Leonito algunos meses, y habiamos coincidido en varias ocasiones. Era nueve anos mayor que el, pero a pesar de la diferencia de edad debio de pensar que me caia bien, porque me contaba sus historias, o sea, sus salvajadas, y le gustaba que le llamara Tete, cosa que por entonces permitia a muy pocos. En realidad, pienso en el durante aquella epoca y lo veo como un crio feroz y malcriado, uno mas de los muchos que hay. La diferencia era que este tenia un poder ilimitado: todos los hombres de Leonito, desde el ultimo campesino hasta el oficial mas apreciado por cualquiera de los tres coroneles, temian sus caprichos y sabian que, de una forma u otra, eran sus esclavos. En cuanto a las mujeres, y de eso soy testigo porque mas de una vez alardeo en mi presencia, se enorgullecia de haberse acostado con todas; con todas las que merecian la pena, aclaraba enseguida. «Mis yeguas», las llamaba. Sus hombres recorrian cada poco el pais en busca de nuevas «yeguas», y ninguna casa estaba a salvo de sus redadas, sobre todo las mas humildes. Como, logicamente, habia quienes ocultaban a sus hijas, se invento una ley segun la cual todo recien nacido debia ser inscrito en una especie de nuevo censo. Decia que asi, pasados los anos, tendria una lista de fichas, firmadas por los respectivos padres, con los nombres de todas las tias que debian encontrarse en cada hogar, esperando a que el fuera a decidir si le apetecian o no; con ese truco, no habria escondite que valiese. Por cada inscripcion se regalaba a cada ciudadano no se que cantidad, imagino que cuatro perras, y fueron muchos los que picaron sin imaginarse que sentenciaban a sus hijas a una violacion a veinte anos vista… En fin, un nino sanguinario, sin escrupulos y con poder. Que no te encuentres nunca uno asi. Pero yo era el embajador y tenia que aguantarlo. Y lo aguante… Hasta aquel primero de mayo. El dia habia comenzado agitado: a primera hora de la manana, durante una visita oficial del padre de Tete, el coronel Tomas Larriguera Saez, a la provincia de Guanoblanco, se habia producido un atentado contra el y su sequito, en el que viajaban tambien dos militares espanoles, dos comandantes que venian con la delegacion espanola. El mismo Tete, presente en el lugar del atentado, vino a verme un par de horas despues a mi despacho y me lo conto. Teoricamente se trataba de informarme de que los dos espanoles estaban a salvo, pero en realidad habia sido enviado por su padre en calidad de «intimo amigo mio» para que en la fiesta de por la tarde yo quitara hierro al asunto. Querian que los espanoles minimizaran el atentado y continuaran dispuestos a apoyar economicamente a Leonito, me dijo. Por cierto, el famoso apoyo era un chanchullo de cuatro listos para vender saldos de nuestra guerra al ejercito de Leonito, tu me contaras de que iba Espana a ayudar economicamente a nadie en el cuarenta y siete. Y por la misma, de que iban a asustarse dos militares de Franco por ver matar a un campesino. En fin, cuando le prometi, a ver que remedio me quedaba, que haria todo lo posible, me conto los detalles del atentado. Todavia estoy viendole en mi despacho, con barro y sangre en el uniforme descolocado, como si pretendiera asi dar mas dramatismo a la historia. Cuando le vi entrar, pense que la sangre era suya. Por supuesto, me equivocaba.

Aurelio recurrio de nuevo al paquete de tabaco; se movia con dolorosa torpeza, y Luis reparo en que su mirada profunda, iluminada brevemente por la llamarada del encendedor, estaba anclada en algun inconcreto punto de la penumbra que envolvia la habitacion, como si a pesar del proclamado optimismo sobre su operacion hubiera entrevisto el fantasma de la fatalidad en algun momento de las largas horas consumidas en el hospital. La expulsion del humo parecio facilitar la afloracion de sus recuerdos.Tras servirse una copa, Larriguera se habia sentado frente a el: una vez solventado el encargo puramente diplomatico, llegaba el turno de la viril confidencia entre amigotes. El intento de magnicidio y la posterior represalia se convirtieron en su boca en la narracion arrogante de una jornada de caza o de un audaz lance amoroso. Aurelio habia escuchado en silencio, asqueado por lo que no era sino una confesion de asesinato alegremente proclamada por su orgulloso autor, que se sabia intocable.

– Habria que borrar del mapa Guanoblanco, machacarlo con todos los indios que viven alli. Tener cerca su Montana Profunda les hace muy valientes, y fue mala idea, muy mala idea llevar alli a los comandantes espanoles. Entramos a primera hora de la manana en el poblacho, unos cien braceros de mierda con sus familias, ibamos en los seis coches de la comitiva cuando se nos pone enfrente un cabron con un fusil. Ni tiempo de verlo tuvimos, tan rapido fue en echarselo a la cara y dispararle a mi padre. No estaba ni a dos metros, tuvo que ser la pura suerte de los Larriguera que al hijo de puta le estallara la escopeta y lo dejara gritando sin cara en el suelo. El caso es que papa salio ileso y continuo camino con los espanoles. Yo me quede para encargarme de todo. Ordene formar en la plaza a todo el pueblo, estaban blancos de miedo hasta los negros, todos mudos menos el cabron de la escopeta, que seguia con sus berridos en el suelo. Iba a soltarles un discurso antes de ahorcarlo cuando la vi entre la gente. Que yeguita, Aurelio, que me muera ahora mismo si no se me puso alli mismo el rabo tieso. Durante todo el tiempo, mientras ahorcaban al cabron y todos miraban, yo no le quitaba ojo. Tenias que haber visto que piel dorada, que carnecita mas prieta… Que digo tenias, si ahora enseguida la veras… Es mi invitada de esta noche. Porque me la he traido conmigo, ya ves si me ha gustado. Veniamos en la parte trasera del camion, ella desnuda, toda sudada, atada en aspa, bien abiertita, furiosa como una leona, y yo dudando si joderla o no joderla. No sabia si me apetecia mas desfogarme o esperar para hacerlo como Dios manda. Hasta se lo preguntaba a ella, ?te jodo o no te jodo? Al final, decidi joderla y no joderla, las dos cosas a la vez. Se puede hacer, ?crees que no? Pues levanta, vente conmigo.

Larriguera apuro la copa, se levanto y se dirigio hacia la ventana, invitando a su amigo a seguirle; Aurelio lo

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