hizo.

Y Luis Ferrer tambien: se aproximo a la ventana y la abrio, igual que cuarenta y cinco anos antes habia hecho Larriguera, y como el se asomo a la calle. Continuaba desierta y tranquila, aunque el sospechoso coche negro que le habia seguido desde el hotel continuaba esperandole aparcado a unos metros de la entrada principal, alterando la serenidad del entorno como una cucaracha sobre el vientre de un recien nacido. Sin duda, se habia dicho mientras conducia hacia la embajada el coche suministrado por el hotel, los hombres de Leonidas conocian ya las noticias sobre su llegada y le acechaban a la espera del mejor momento para llevarlo a presencia del caudillo indio. Haciendo caso omiso de su presencia, Ferrer se esforzo por visualizar lo que Larriguera habia mostrado a Aurelio desde la posicion en la que el se encontraba ahora: el camion militar aparcado frente a la embajada donde aguardaba la secuestrada desnuda. Se estremecio al aferrar con los dedos el alfeizar de la ventana: tal vez su indignado padre habia realizado identico gesto instintivo mientras escuchaba al exultante Larriguera.

– ?Te la imaginas, ahi en el camion, debajo de la lona, esperando a que me decida? ?Te jodo o no te jodo? ?Sabes como hice las dos cosas? Facil: se la metia y la cabalgaba con cuidado; no veas que estrecha, que virgencita era. La cabalgaba y me salia en el ultimo segundo, justo cuando notaba que iba a descargar, y para no hacerlo me ponia a pensar en la cosa mas imbecil, que se yo, mi madre haciendo los postres o escucharle misa al obispo. Y al poco otra vez dentro y asi hasta varias veces. La ultima no hara ni media hora, justo cuando aparcabamos ahi abajo… Ahora, en cuanto baje, lo primero que voy a hacer es repetir. Asi jugando hasta esta tarde. Pienso hacer que me la vistan de reina y traerla a tu fiesta. Sera mi princesa. Si ves que en algun momento nos ausentamos, como dicen ustedes los diplomaticos, ya sabes por que… para joderla en cualquier esquina y ponerme a pensar en mi mama haciendo postres en cuanto no pueda mas. Cuando esta noche por fin la ate a la cama… ?Ay, amigo!

– Anda, Luis, dame otro paquete de tabaco; estan ahi, escondidos en el doble fondo de la caja de bombones… Antes de montarse en la parte trasera del camion, Larriguera me miro y se froto las manos como un nino goloso. -Aurelio tomo el paquete que le tendia su hijo y encendio un cigarrillo, el enesimo de la noche; el humo se habia ido acumulando en la habitacion de la clinica y Luis abrio la ventana para que el aire tibio del exterior la ventilase-. Recuerdo que tambien encendi un cigarrillo entonces; encendi un cigarrillo y me quede en la ventana quieto, sin hacer nada, odiandome por no haberle dicho a Larriguera lo que pensaba de el, mirando como hipnotizado el camion alejarse y preguntandome cuantas veces habria soportado la prisionera la tortura del «te jodo o no te jodo».

– Once. Once veces -dijo sorpresivamente una voz femenina. Luis y Aurelio se volvieron hacia la entrada de la habitacion. Cristina Ferrer los miraba desde el quicio de la puerta con expresion inusualmente severa. Debia de llevar un rato escuchando; luego les explicaria que el acto de solidaridad con el pueblo chileno habia sido prohibido y por eso habia regresado a la clinica-. Las conte muy bien. Siete veces cuando me tenia atada en el camion y otras cuatro despues, en el palacio presidencial, mientras una sirvienta me banaba y me vestia para la fiesta de la tarde.

Luis tardo unos segundos en comprender la magnitud exacta de las palabras de su madre y, cuando lo hubo hecho, permanecio expectante.y callado: sabia que no era el a quien correspondia continuar hablando. Cristina se sento en la cama junto a su marido y encendio un cigarrillo con naturalidad que contradecia sus prohibiciones previas de introducir tabaco en la habitacion del convaleciente; de ese detalle insignificante, y de la gravedad nerviosa con que sus padres le miraron desde la cama en ese instante, dedujo Luis que llevaban anos, probablemente los transcurridos desde que alcanzo el la adolescencia, buscando el momento idoneo de revelarle determinadas intimidades de su pasado de pareja, habiendo optado al final por aquel en el que la conversacion surgiese de forma espontanea, tal y como acababa de ocurrir ahora.

– Despues, dos soldados me llevaron en coche hasta otro edificio y me encerraron en una habitacion. Uno se fue mientras el otro se quedaba vigilandome. Pero consegui huir. -Cristina dio una calada larga al cigarrillo; la premeditada pausa pretendia obviar los detalles de la fuga, y asi lo entendio y acepto Luis, aunque desde entonces no habia podido evitar preguntarse en ocasiones si su madre habria tenido que matar al soldado para escapar-. Sali de la habitacion, cerre la puerta por fuera, me quite los tacones que me habian obligado a calzarme y busque una salida. La casa era enorme, un autentico palacio, y me perdi. Vi de pronto al segundo soldado, seguramente me buscaba ya. Para eludirlo subi unas escaleras, entre en una habitacion y cerre la puerta. Enseguida oi ruido, alguien se acercaba, tal vez el soldado me habia seguido. Asi que me escondi en el unico lugar posible: el armario.

Ferrer, evocando en la embajada la narracion, se aproximo a la puerta del armario y la acaricio, preguntandose si, despues de tantos anos, la plancha de madera continuaria siendo la misma tras la que se oculto su madre. La abrio muy despacio, localizo en el interior el unico lugar posible donde Cristina pudo haber acurrucado su cuerpo y cedio a la pueril tentacion de agacharse y mirar por la mirilla, tal y como habia hecho su madre para espiar al recien llegado.

– No era el soldado que me estaba persiguiendo, sino un hombre en mangas de camisa que parecia muy nervioso. Se puso a revolver por la habitacion: pense que no iba a tardar en encontrarme, aunque me tranquilice cuando comprendi, al verle mirar debajo de los cojines y dentro de los cajones, que tenia que estar buscando un objeto pequeno.

– La famosa pajarita de mi esmoquin. La recepcion estaba a punto de empezar y ya te he dicho que no tenia ni idea de donde la habia puesto -aclaro Aurelio. Luis poso un instante la mirada sobre el. Confundido y fascinado, experimentaba a la vez un extrano pudor ante la exposicion de la intimidad de sus padres. Volvio de nuevo la vista hacia Cristina.

– Acabo por encontrarla, y se la estaba anudando frente al espejo cuando debi de hacer ruido sin darme cuenta. Entonces se giro hacia el armario. Avanzo cautelosamente, yo lo veia por la mirilla cada vez mas proximo, hasta que fue solo una mancha que tapono del todo la luz de fuera. A oscuras y encerrada, me vi perdida. Tardo unos segundos eternos en decidirse a abrir la puerta. Cuando lo hizo, me aprete todo lo que pude contra el fondo del armario y rogue que no encendiese la luz. Pero no le hizo falta: vi con espanto que, al entornar la puerta, la luz del despacho se colaba y me iluminaba los pies como un foco de teatro. Aunque los retire a toda prisa, era imposible que no se hubiese fijado en ellos.

Ferrer abandono su posicion tras la mirilla del armario, se puso en pie, dio un paso hasta el otro lado de la puerta, la cerro y la abrio de nuevo, ahora todo lo despacio que pudo, demorandose en la contemplacion del rayo de luz de la antigua y senorial lampara del techo, que se deslizo como habia hecho cuatro decadas antes hasta el lugar donde, durante el segundo previo a que Cristina los retirara, vio Aurelio Ferrer unos pies femeninos.

– En ese instante, entro en el despacho el soldado. Y lo que paso a partir de ahi fue confuso. Tu padre cerro la puerta de golpe. Vi por la mirilla como se acercaba hasta un sillon y se dejaba caer en el, como si estuviese mareado. El soldado, con el respeto tipico hacia alguien importante y tambien con mucha precipitacion,comenzo a explicar mi fuga, una «peligrosa guerrillera» dijo que era. Pero tu padre no parecia hacerle caso. Miraba cada poco hacia el armario, hasta que de pronto se puso en pie con decision, le paso al soldado una mano por el hombro, muy amigable, y fue con el hacia la salida. Antes de salir y cerrar la puerta echo una ultima mirada hacia mi escondite. El muy cobarde, pense yo, ni siquiera se atreve a delatarme dando la cara.

– Logico. En su situacion, ?como iba a imaginar las cosas que pasaban por mi cabeza? Por supuesto, vi que habia un cuerpo agazapado en cuanto abri la puerta del armario, porque el rayo de luz, al deslizarse por el piso, capto instintivamente mi atencion, y me llevo hasta los pies del suelo. Como ella ha dicho, igual que un foco de teatro. Pense varias cosas, todo en decimas de segundo: primero me sobresalte, porque la zona de sombra comenzaba enseguida y los pies iluminados quedaban aislados, como si no perteneciesen a ningun cuerpo, como si los hubiesen cortado de un hachazo y dejado ahi; luego pense que podia ser una broma de Larriguera, le gustaba hacer ese tipo de cosas. Pero todo eso era lo de menos. Lo verdaderamente importante era el vertigo que me asalto. Justo entonces entro el soldado, y cerre la puerta de golpe para que no descubriera a la mujer. Me sentia asustado por lo rapido que latia mi corazon, tanto que tuve que sentarme. Cuando el soldado me conto lo de la fugitiva comprendi quien era la mujer del armario. Trataba de analizar lo que me habia ocurrido, lo que me seguia ocurriendo: revivi cada segundo desde que habia abierto la puerta, cada detalle, cada milimetro del recorrido del rayo de luz…

– ?Y? -se impaciento Luis.

– A la vista de aquellos pies de piel dorada… Ya se que te va a sonar a gilipollez. -Aurelio, que tal vez nunca habia confesado esos sentimientos precisos o que, aunque lo hubiera hecho, los encontraba pueriles e incluso comicos, indignos de la seriedad supuesta a un adulto, busco apoyo en su mujer, que le tendio una serena sonrisa

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