de una novela paradigmatica de nuestro tiempo.»
Por lo que habia observado en ella la manana de Todos los Santos, Judit le ofrecia un punto de partida ideal. Con admirable concision narrativa, Judit le habia contado sus modestos origenes, como era el barrio del que procedia y en cuyo ateneo cultural se habian conocido, la clase de madre abnegada y trabajadora que tenia, y las entranables aspiraciones de su hermano. Se habia referido, mirando hacia otro lado, como si pretendiera ocultar la emocion que sentia al nombrarlo, a aquel padre roquero a quien no habia podido conocer porque fallecio de sobredosis de heroina cuando ella estaba a punto de venir al mundo.
Impresionantes antecedentes, creia Regina, para una protagonista enraizada con solidez en lo real. La propia Judit, su aspecto, aquella atractiva mezcla de ingenuidad y osadia con que se habia esforzado en transmitirle su vacio profesional, ?no reflejaban el estado de frustracion permanente en que se hallaban los jovenes? Demasiadas expectativas y pocas satisfacciones. Su talento de escritora, su reconocida maestria, sacarian el maximo partido de un personaje asi, convenientemente enriquecido, inmerso en el mundo de hoy.
Con suerte, tener a Judit en casa la ayudaria a volver a pedalear. Y, tarde o temprano, la bicicleta rodaria sin obstaculos por el camino que no debia abandonar: su oficio, su prestigio literario, lo unico que le importaba.
El empleo de secretaria que le habia ofrecido era la excusa perfecta para que la muchacha revoloteara a su alrededor, confiada. Y, si era necesario, le clavaria las alas alli mismo, en su casa, hasta que segregara informacion suficiente para armar la nueva novela, el nuevo exito del que Regina no podia prescindir.
«Un novelista tiene que recurrir de vez en cuando a la sangre ajena›, se dijo Regina, repitiendo una de las frases favoritas de Teresa, pero este pensamiento no pudo encubrir el temor que yacia en lo mas profundo, alla donde los caracoles se desesperaban por reptan Y era que, en toda su obra, le costaba reconocer una sola gota de su propia sangre.
A los 27 anos, Regina Dalmau habia sido arrojada al exito por la voracidad de la epoca en que empezo a publicar, un tiempo en que el pais estrenaba los nuevos modelos de consumo que traia consigo la transicion politica hacia la democracia. Habia recorrido las etapas previas inevitables a su conversion en icono. Primero, tuvo una maestra, Teresa, que dio cauce a sus inquietudes. Teresa creia en sus dotes de escritora mucho mas que ella misma, y la ayudo a reconocer su talento. Regina fue una discipula trabajadora que hizo sus deberes sin rechistar, leyo lo que tenia que leer para cultivar su caracter y su estilo, declamo a solas a los clasicos espanoles («Son indispensables para mejorar tu castellano», cuantas veces habria escuchado la cantinela), y escribio y reescribio cuentos que nunca resultaban lo bastante perfectos («No importa el tiempo que te tomes, el esfuerzo que te cueste; tienes talento, puedes lograrlo», otro consejo puntual, inmisericorde).
Tenia veinte anos cuando escapo de aquel rigor para incorporarse a la corriente de juvenil entusiasmo que recorria el mundo y alcanzaba a este desasistido extremo de Europa. Sin descuidar sus estudios de Filosofia y Letras, se echo un novio con el que realizo los primeros viajes a Paris y, mucho mas, a Londres, y con quien participo en sus primeros alborotos universitarios. Se volvio noctambula y promiscua, consumidora de cubalibres y de anfetas, frecuento las playas nudistas de Ibiza y se convirtio al feminismo y a todo cuanto hizo falta. Aborto y tomo LSI). Sin dejar de considerar La guenta una obra cuspide de la literatura, se incorporo a la corte de adoradoras de Virginia Woolf.
Su primera novela trataba de esas experiencias. La escribio despues de romper con el enesimo novio y de reflexionar durante una noche acerca de que iba a hacer con su vida. Ese era el tema medular del libro, precisamente: ?por que no contar lo que me esta pasando, lo que me ha ocurrido hasta hoy. No todo. No las incontables horas transcurridas con Teresa anos atras, oyendola pontificar sobre lo que no debia hacer si queria llegar a ser una buena escritora. Eso, ?a quien podia interesarle? Maestra y discipula ya no se veian. No mas tabarras, no mas reproches: «No sucumbas a tu facilidad para escribir, a tu don. Solo el esfuerzo te conducira a la brillantez, al arte», solia decirle. Pues bien, en poco mas de tres meses compuso una novela que poseia todos los ingredientes que la epoca y la necesidad de identificacion del publico requerian, y con el original bajo el brazo se presento en una editorial cuyos propietarios eran tan jovenes y audaces como ella.
Regina se vio desbordada, transportada hacia otro mundo, hacia el triunfo, convertida en fetiche de la clase cultural emergente que corria complacida hacia la amnesia. Paradojicamente, los laureles obtenidos no fueron el resultado de su fidelidad a los principios que le habian sido inculcados, sino un premio a lo que bien podia denominar su desercion. Su novela conecto, mas alla de cualquier sensatez, con el alegre animo de aquellos anos, dio senas de identidad a un nuevo tipo de mujer que necesitaba de una Erica Jong adaptada a las costumbres locales.
La flauta no habia sonado por casualidad. Al contrario que las imitadoras que pronto surgieron y que tambien disfrutaron de su porcion de exito, Regina Dalmau supo luego mantenerse, siempre en linea ascendente, atravesando como una certera jabalina la decada de los ochenta e incluso la siguiente, estos agonicos anos noventa que habian sintetizado el fenomeno, revalorizando su aspecto mas superficial. Convertido el feminismo oficial en una actividad social de prestigio, con sus parcelas de poder, sus compartimentos estancos y sus esporadicas facilidades para que las mas perspicaces conquistaran su lugar bajo el sol, el ansia genuina de las mujeres por leer y formarse habia desembocado, muchas veces, en la necesidad inducida de leer para identificarse con los estereotipos. Y estos tenian que ser cada vez mas osados, lo que los vaciaba aun mas de contenido.
?Por eso Regina sentia, junto con la urgencia de adelantarse a su deterioro, de conjurar el peligro de verse retirada como un aparato electronico en desuso, la nostalgia infinita de lo que nunca intento, aquello para lo que habia sido amorosamente dirigida? La voz que habia tratado de moldear su conciencia, que la habia prevenido contra lo que ahora temia, volvia a hablar a Regina desde la otra orilla, saltando por encima de su traicion, del tiempo y de la muerte. «Cuidate de los triunfos faciles -dijo la voz-. No hay nada malo en equivocarse, porque eso no te impedira volver sobre tus pasos, rectificar, luchar. Pero pobre de ti si te equivocas y te aplauden, y si te siguen alabando aunque persistas en el error. Entonces no tendras eleccion, y nadie podra rescatarte.»
Nunca volvere a ser joven, nunca podre volver a empezar, se dijo.
Penso en Judit, a la que pronto tendria bajo observacion, envuelta en sus veinte anos como en un traje de astronauta, ajena al experimento a que Regina la iba a someter. No sentia piedad por ella, por nadie que estuviera en el umbral de su vida. Regina pronto cumpliria los cincuenta, En el mejor de los casos, ?cuantos anos de inspiracion le quedaban, cuantos libros, cuantos exitos? Se irguio, sobreponiendose a sus temores. Era valiente, siempre lo habia sido. Tenia recursos. Estaba alli, estaba viva, Regina Dalmau, profunda conocedora del alma femenina, fustigadora implacable de las peores lacras del universo machista. Firme, asentada, mientras otras iban y venian de las listas de exitos y desaparecian.
Tienes veinticinco o mas anos por delante, se animo. Pero ?de que estas hablando? ?De ser una novelista longeva o una novelista inmortal, como Martin Gaite o Matute? No, no queria enganarse. No podia. Regina nunca habia pertenecido a su estirpe. El deseo de perennidad solo habia entrado en sus calculos mientras estuvo bajo la tutela de Teresa, que la desvio temporalmente de su natural inclinacion a lo facil e inmediato.
Abandonada la maestra, olvidadas sus lecciones, Regina eligio la comodidad. Lo hizo con el alivio de quien comete la deslealtad definitiva que lo libra del esfuerzo de mantener la dignidad que se le reclama. Con el desahogo de quien cree que, por haber dejado de tener fe en Dios, puede excusarse de cumplir con los deberes que su religion le impone y negarse a aceptar los pesares que su fe acarrea; sin saber que, a la larga, tendra que soportar un nuevo lastre, mas gravoso que aquel del que abjuro porque no es sino el lamento de la propia etica desatendida, esa maldita voz de la memoria.
Para obtener referencias de la chica acudio a Hilda, la secretaria alemana de Blanca, que fue con quien habian hablado las mujeres que organizaron la conferencia en el ateneo donde conocio a Judit. Hilda llevaba veinte anos viviendo en Madrid y estaba casada con un espanol, pero su particular modo de adaptar las frases hechas del castellano le habia reportado el apodo de Hildaridad.
– Si quieres chica para que te eche unos brazos -servicial, Hilda se apresuro a revalidar su sobrenombre-, podemos hacer volar a alguien del despacho.
– Te lo agradezco, pero me interesa esta. Parece muy despierta, y tengo montanas de papeles por clasificar.
Las empleadas de Blanca se encargaban de solucionar los temas importantes de Regina, sus impuestos, su agenda. Tambien le cribaban la abundante correspondencia que recibia de sus lectores y le filtraban las llamadas telefonicas. No obstante, habia un sinfin de asuntos pequenos, domesticos, que la escritora atendia con mas pereza que habilidad cuando las cajas de carton en donde los iba depositando amenazaban con estallar. Durante