– A tu edad, cualquier cosa os sienta bien. Pero una vez que te corte yo el pelo no podras regresar a las malas costumbres. Tienes la cabeza pequena, necesitas algo de volumen.
– Ten cuidado -advirtio Regina-. No quiero pasar del hijo menor de los Adams a la novia de Frankenstein.
– ?La maquillo tambien?
Regina titubeo un momento. Al final se decidio:
– No, eso quiero hacerlo yo. Limitate a una exfoliacion, cremas… Con que le prepares el cutis, tengo suficiente. Y haz lo posible por quitarle esos barrillos de la nariz. ?Es que nunca te has limpiado la cara a fondo?
– ?Eres la mejor! ?Regina, eres la mas! -aplaudio Kimo.
Esa noche, ante el regocijo de Alex, que se preparaba para salir porque habia localizado a un antiguo amigo, las dos mujeres se encerraron en el bano de Regina, despues de que el chico hubo transportado alli la silla anatomica del estudio, que serviria para que, Judit estuviera comoda durante la larga sesion que tenian por delante.
– Parece que estais jugando a las munecas -se burlo Alex.
– Las mujeres nunca dejamos de hacerlo -le corto Regina-. Y tu, no me hagas hablar. No se en que consiste tu idea de arreglarse para salir. ?Te has pulverizado camembert en los zapatones?
Puso el Violin concerto in G de Mozart en la minicadena del bano. Aquella energia juvenil era el mejor acompanamiento musical para lo que se disponia a hacer.
– Esto es… esto es… -por una vez, Judit no encontraba palabras-. Emocionante.
– ?Te gusta Mozart? -pregunto Regina, mientras le disponia una toalla en torno al cuello.
Se miraron en el espejo. El rostro de Judit tambien era un espejo en donde Regina renacia.
– Me gusta la musica clasica, en general. Lo que pasa es que no entiendo mucho.
– Ni falta que hace. Fijate bien en mi tecnica, porque no pienso volverte a maquillar nunca mas. Te voy a poner primero este aceite magico… Si no tuvieramos tanto trabajo, te llevaria al Auditori. Es una lastima que todavia no hayan acabado de reconstruir el Liceu. Seguro que me invitan a la inauguracion, espero que sea el ano que viene. Si te portas bien, me acompanaras.
Trabajo en silencio, concentrada, dejando que la musica se aduenara del espacio. Eligio una gama de tonos suaves, la que ella solia emplear por las mananas. Libre de fijador, el pelo de Judit se habia revelado mas castano que negro. Le iban bien los anaranjados poco estridentes.
Cuando termino, las notas del concierto para violin y orquesta en sol mayor hacia tiempo que se habian extinguido, a pesar de que lo habian puesto dos veces.
– Estas preciosa -exclamo Regina, apoyando las manos en los hombros de la muchacha.
Su obra la adoro desde el espejo.
– Que pena que tenga que desmaquillarme para irme a la cama, Regina -dijo-. Me has corregido el labio superior, que es demasiado delgado. Gracias a eso, mi boca parece igual que la tuya.
Eso habia ocurrido la noche anterior. Ahora, sentada en la boutique, Regina se preguntaba si se habia vuelto senil. ?Proyectaba planes a largo plazo para compartirlos con Judit? ?Habia dicho que el ano proximo irian juntas al Liceu
Y no eran solo los labios lo que le habia retocado para que la chica se asemejara a ella. Tambien las cejas, los parpados. Se habia esforzado en acercar los rasgos de Judit a los suyos.
Esa misma manana, en una tienda de la Diagonal, ?no habian tomado a Judit por su hija?
– Que gozo que hace usted -habia dicho la dependienta, en un castellano catalanizado-, quien lo diria, con una hija tan mayor.
No era eso. Sus sentimientos hacia Judit no eran la valvula de escape de un reprimido instinto maternal. Regina, que habia abortado en Londres en su juventud sin sufrir traumas posteriores, nunca habia sufrido las embestidas ciegas de la maternidad no realizada. En eso si se parecia a las protagonistas de sus novelas. No queria reproducirse.
No era ser madre lo que queria, sino ser hija. Al tratar a Judit como si lo fuera, reconocia la fuerza de la cadena que une a las mujeres de diferentes generaciones, la cadena de la vida que recoge la herencia y prepara el relevo. Hija de madre, eso es lo que necesitaba ser. Porque hay un atavismo en la hembra de la especie, quiza mas irrazonable y arrollador que el de la reproduccion, y es la necesidad de certidumbre que, en las revueltas descendentes de una existencia plagada de incognitas y de inconfesables soledades, la obliga a retroceder en busca del calor de la fogata primigenia, y tambien del descanso que proporciona saberse a cubierto de responsabilidad y de culpa porque los brazos que la acunan la protegen del mundo y de ella misma.
Hija de madre. Si, pero ?de cual? De la mujer que la habia parido, Maria, no conservaba Regina mas recuerdo que la distante y vaga conmiseracion que su monstruosidad le producia. En cuanto a la otra, la maestra de su adolescencia y primera juventud, podia recuperarla cuando quisiera. Estaba esperandola, intacta, en el cuarto cerrado, junto con el dolor de la memoria y la pena por lo no vivido.
Se concentro en Judit, en sus vestidos, en la gracia con que se movia entre espejos. Por alguna extrana razon veia en la muchacha a la hija que hoy necesitaba ser, y su afan de protegerla y tutelarla no era sino una manifestacion de su duelo por los errores cometidos. Queria ser para Judit lo que Teresa habia sido para ella. Y quiza deseaba que Judit le correspondiera mejor.
Si, juego a las munecas, reconocio. Las mujeres nunca dejamos de buscarnos y ocultarnos en nuestros disfraces, es una costumbre a la que solo renunciamos en nuestro lecho de muerte, y a veces ni siquiera, pues algunas dejan instrucciones precisas acerca de como quieren aparecer en su ultima exhibicion publica.
Condujo hasta el Port Olimpic. A su lado, una Judit vestida con pantalon y chaqueta beige sonreia al pensar en las compras que se acumulaban en el maletero del coche.
Almorzaron en la terraza cubierta del hotel Arts, junto al mar pero al resguardo del frio. Judit, exuberante, hacia planes. Regina le contestaba con monosilabos.
Teresa. No dejaba de pensar en Teresa.
Cuando Regina tenia doce anos, Albert Dalmau le dijo que si levantaran los adoquines de la calle donde vivia Teresa encontrarian el mar bajo sus pies. A esa edad hizo que lo acompanara por primera vez al piso de quien Regina, por lo mucho que el le hablaba de ella, creia la mas fiel clienta de su padre, aunque pronto se percato de que, si bien Albert entregaba esporadicamente a la mujer alguna alhaja envuelta en papel de seda (un pendiente cuya piedra se habia desprendido y el la habia engarzado de nuevo, un collar al que habia cambiado el broche), lo mas habitual era que la transaccion se realizara en sentido contrario. Mas tarde, Regina comprendio que Teresa estaba vendiendo, pieza a pieza, las joyas familiares que, junto con el piso, eran cuanto le quedaba del patrimonio heredado de su abuela materna, porque la literatura infantil que publicaba no le daba lo bastante para vivir. Dalmau actuaba como intermediario.
Aquellos libros de tapas rigidas y coloridas llegaron a Regina antes de conocerla, de manos de su padre, que ponia mucho empeno en que los leyera. A ella le gustaban. Sus protagonistas eran siempre los mismos, una reducida pandilla de chiquillos de barrio que vivian extraordinarias aventuras sin salir del solar en donde se desarrollaban sus juegos. En el grupo de amigos era una nina, Marta, la mas inteligente y osada, quien tomaba la iniciativa en cada historia. Regina se quedo muy sorprendida cuando descubrio que Teresa no tenia hijos y que vivia sola en aquel piso antiguo al que se accedia subiendo una decena de peldanos. Formaba parte de un vetusto palacete de tres plantas, con un zaguan para carruajes, que habia sido reconvertido en oficina de atencion al publico de una empresa de transportes que ocupaba la planta baja y el sotano. Al pie de la escalinata de marmol deteriorado que conservaba cierto porte senorial, se encontraba la garita del portero, en desuso.
El piso era mas oscuro que el suyo, pero a Regina nunca se lo parecio, entre otras cosas porque disponia de un amplio patio posterior con una gran mesa redonda y sillas de hierro, maceteros llenos de plantas y una fuente semicircular adosada a la pared de ceramica del fondo y culminada por un amorcillo de bronce, de cuyos labios burlones brotaba un chorro de agua. El piso olia a sabanas limpias y a mar, y gran parte de las paredes estaban forradas de estanterias donde los libros se comprimian y amontonaban en un desorden fantastico, como si estuvieran vivos y se ganaran su sitio empujandose unos a otros. Era un piso mas anejo que el de los Dalmau pero, al contrario que sus padres, Teresa no lo habia abandonado a la desidia. En casa de Regina nada de lo que se desgastaba era reemplazado, de modo que la nina, a medida que crecio, fue testigo de como huia de entre aquellas paredes cualquier resto de vigor, y de como la relacion de sus padres parecia pender de una cuerda como la que Santeta usaba para asegurar los grifos rotos. Visitando a la mujer, con Albert o sola, aprendio que el