su lado.

– Primero guardare todo eso, es un estorbo -Judit senalo las cajas que habian servido para guardar los documentos.

– Dejalo, Flora las metera manana en el trastero.

– Puedo hacerlo yo. Con la mania que me tiene, solo falta que le de trabajo extra. ?Donde esta la llave del trastero?

– ?Que llave? -pregunto Regina, intrigada.

– La de ese cuarto que siempre esta cerrado. Supongo que ahi es donde meteis lo que no tiene utilidad a medio plazo. Y estas cajas -sonrio con picardia-, no las vas a necesitar mientras yo siga aqui.

– Te equivocas -Regina esgrimio una sonrisa similar-. En ese cuarto guardo libros, papeles inservibles que me resisto a tirar, y esta cerrado porque perdi la llave. El trastero ya lo conoces, se encuentra en la parte de la cocina.

Judit hizo el gesto de coger las cajas.

– Dejalo de una vez, no seas tozuda. Ven y sientate.

La chica obedecio.

– Puede que te extrane lo que voy a pedirte -dijo-, pero necesito que leas las galeradas de mi libro y que apuntes en los margenes todo lo que no te parezca bien. Gramaticalmente, ya las he corregido yo, asi que eso no debe preocuparte. Lo que quiero es que leas cada texto como si no me conocieras, desde tu punto de vista. Algunos articulos fueron publicados hace mucho tiempo y puede que hayan quedado algo anticuados. Yo estoy tan metida dentro, que ni me entero. Me interesa que me senales cuanto te huela, como te lo diria, a viejo, a carca.

Habia esperado una ardiente protesta por parte de Judit («Tu no serias carca ni aunque te lo propusieras, y lo que escribes nunca pasara de moda», por ejemplo), pero la chica se limito a tomar entre los brazos el mazacote de pruebas y a apretarlo contra el pecho, con el mismo gesto emocionado con que, aquella primera manana, abrazaba la carpeta llena de recortes suyos.

– Te juro que lo hare tan bien como sepa -se limito a decir.

Era evidente que, entre el traslado y el encargo, habia entrado en extasis, aunque Regina, que era muy suspicaz cuando se trataba de su obra, se pregunto si tanta beatitud no responderia al deseo de hincar sus colmillos en el libro. No seas absurda, se amonesto, es logico que la pobre este emocionada ante la idea de que va a leer el libro antes que nadie.

Judit no podia saber hasta que punto Regina se sentia indefensa, desnuda, en aquellas galeradas que contenian algunas de sus mejores virtudes literarias pero tambien sus peores defectos. Si ella, al leerse, dudaba acerca del valor real de su talento, ?que no podria llegar a pensar una extrana? Porque, pese a sus ataques de aguda autocritica, Regina tambien era condescendiente. Inexorable con la gramatica, indulgente con el sentido. De otra forma, ?como podria seguir viviendo?

?No habia sido indulgente, tambien, con el sentido que habia otorgado a su existencia, si es que le habia dado alguno? ?Acaso no creia detectar, en el origen de su reciente periodo de esterilidad creativa, el resultado de una larguisima sucesion de erroneas decisiones personales? Y, sin embargo, no habia hecho nada para retroceder en el tiempo y analizarse. Todo lo que esperaba era sumergirse en la redaccion de una nueva novela para seguir adelante sin hacerse preguntas.

«Una novela es como una pasion -recordo, repitiendo la leccion que habia recibido de Teresa-. Si despues de escribirla, de vivirla, no hay nada en ti que haya sido alterado, si puedes explicar a los extranos que te ocurrio durante el proceso y el como y el porque de cuanto hiciste, es que nada surgio verdaderamente de ti y nada te puso a prueba. Porque el proceso de creacion de una novela que compromete tu alma no se puede describir.»

Que insensato, recordar estas palabras, despues de tanto camino recorrido. Era preferible no mirar atras.

– Espera -recupero las galeradas, tirando de ellas-. Hoy, no. Te voy a llevar a la peluqueria. Y manana nos tomaremos las dos el dia libre. Iremos de compras, comeremos fuera, nos divertiremos. Si no hago un descanso, me pondre histerica.

La idea de que, Judit se pusiera a leer su libro alli mismo se le hacia, de repente, insoportable.

Uno de los secretos mejor guardados de Regina Dalmau era que no tenia amigas y que nunca las habia tenido. Tuvo una maestra, Teresa, en una etapa anterior de su vida, cuando no era nadie. Luego tuvo companeras de juergas, muchas de las cuales habian acabado fatal: colgadas del esoterismo o convertidas en orondas amas de casa cuya pista no tenia el menor interes en seguir. Mas adelante, durante los primeros anos de ebullicion de su fama, la rodearon no pocas discipulas. Con la maestra paso lo que paso y, aunque la cuenta todavia estaba abierta, pendiente, no era su intencion recordar; no ahora.

En cuanto a las discipulas, acabo cansandose de dar mas de lo que recibia, de que se le pidieran esfuerzos que no queria realizar, y detestaba la molesta costumbre de la epoca, consistente en que todas las mujeres se amaran las unas a las otras sin el menor resquicio para la critica, cuestion esta que a menudo la dejaba a merced de un hatajo de cretinas. Regina descubrio muy pronto que demasiadas mujeres egoistas, insolidarias y poco concienciadas observan hacia el feminismo la misma actitud que los fascistas mantienen en democracia: aprovecharse de sus ventajas para conseguir sus propios fines. Se habia hartado de servir de pano de lagrimas a lagartonas que achacaban las infidelidades de sus maridos a la intrinseca maldad machista, pero que cuando eran ellas quienes les ponian cuernos lo consideraban una muestra de emancipacion. Solo con el tiempo se dio cuenta de que sus libros y el personaje publico que habia asumido eran responsables, en gran parte, de que se le acercaran las mas garrapatas del genero. Por supuesto, habia meres valiosas, honestas, fuertes, sencillas: pero esas no perdian el tiempo zascandileando a su alrededor.

Judit era otra cosa.

Sentada en el saloncito privado de una exclusiva boutique del Turo Park, rodeada de ninfas anorexicas que se desvivian por servirle cafe y refrescos mientras Judit permanecia en el probador, penso que no le importaria nada salir corriendo. No podia. Quien sabe cuantas de aquellas muchachas compraban sus libros por Sant Jordi.

Como le habria gustado pertenecer al grupo de escritoras de la posguerra, aquellas cuyo prestigio no se basaba en la solidaridad de genero ni en las exigencias del mercado. Sufrieron mas, que duda cabe, pero tambien gozaron mas de sus triunfos. No los debian a nadie.

No seas hipocrita. Si fueras una escritora minoritaria, ?te darias el gusto de ir de tiendas con tu secretaria para convertirla en una ciudadana presentable? Hablando de disfrutar (y de contradicciones), ?por que le producia una punzada en el corazon ver lo bien que le sentaban a Judit las diferentes prendas que iba probandose a lo largo de la manana? Porque vas a cumplir cincuenta anos y no soportas salir de la subasta, se dijo. Porque en la tienda donde habeis comprado ropa interior la has visto cambiarse de bragas y sostenes y has sentido el deseo de llorar por tus oportunidades perdidas. Porque ninguno de tus exitos puede devolverte la ilusion de tus veinte anos, que se parecio tanto a la que hoy brilla en sus ojos, ni el rosado fulgor de tus pezones, ni la confianza que dormia entre tus piernas en los tiempos en que creias que todas las pollas y todos los libros se hallaban a tu alcance.

– ?Que te parece? ?No me hace demasiado mayor?

Judit salio radiante del probador, cenido el busto por un corpino color caldera del que surgia el vuelo de seda de la falda combinada en rosa y anaranjado. Se dio la vuelta. Era un modelo atrevido, que le dejaba la espalda al descubierto. La muchacha elegia siguiendo los consejos de Regina.

– Olvidate de vestidos minimalistas y colores siniestros -le habia advertido la escritora al salir de casa-. Voy a llevarte a sitios en donde te vestiran de mujer, no de monja.

– A mi me gusta mucho Pertegaz -replico Judit, para su sorpresa.

– Nena, me caes bien, pero no tanto como para llevarte al atelier de Manolo -observo la escritora, mas divertida que alarmada por su audacia.

La transformacion habia empezado a ultima hora de la tarde anterior, en su peluqueria, en donde Regina se habia limitado a senalarle su pelo a Kimo, con cierto aire entre condescendiente y exasperado:

– Ya ves. Tu sabras como lo arreglas.

– Llevas un corte fatal -dijo el estilista.

– Me lo hago yo misma.

Kimo, encantador:

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