gesto religioso o una palabra beata. Cuando se le escapa un
Se sienta frente a ella, y Abed, el camarero, se apresura a traer la limonada con menta que siempre consume y el tablero para jugar al backgammon, o
– ?Quien de los dos empieza? -pregunta, mientras abre el tablero y dispone las fichas en la entrada. Negras para ella, rojas para el.
Diana sabe que no se refiere al juego.
– Tu tambien tienes mucho que contar -sigue el hombre-. Se que este asunto te interesa, y que has anulado tu marcha de Beirut.
– Retrasado, no anulado -le rectifica Diana.
Nada sucede en la ciudad que Fattush no conozca. A traves de los porteros, de las criadas, de los vigilantes de aparcamientos, de los camareros, de los taxistas. Conoce bien a Georges, seguro que ha sido el quien le ha dado el cante, y a saber que mas le habra contado. A sus cincuenta anos, Fattush se mueve por Beirut como si aun fuera el adolescente descalzo que recorria las calles al principio de la guerra civil, como el joven valiente que combatio para defender su vecindario, manteniendose, con gran astucia, ajeno a las pandillas y a los asesinos, poniendo su kalasnikov al servicio de su gente: del panadero al que los milicianos pretendian saquear, de las mujeres amenazadas por los violadores. Vivio la guerra por su cuenta, Fattush, el horror que presencio no pudo contaminar su mente equilibrada. Y asi fue como se hizo un hombre. Un hombre cabal.
– Te toca a ti. -Dial agita el cubilete y arroja los dados sobre el tablero, haciendo avanzar una de sus fichas.
No se refiere al juego. En realidad, ninguno de los dos sabe jugar bien al tawle. Lo que les une es, precisamente, su ineptitud. Juegan con las fichas. Sacuden los dados. Hacen ruido. Clac, clac, clac. Se equivocan, se rien. Los jugadores que frecuentan el Cafe de los Espejos se exasperan, les consideran un par de inutiles. Se avergonzarian de Fattush, si no supieran que es un buen policia. Los otros, que alardean de su propia habilidad, no entienden que la periodista y el inspector disfrutan de un placer mucho mas refinado que el suyo: el de compartir una relajante derrota menor.
Fattush ha captado la indirecta. Se repantiga en la silla. Olvida el juego.
– Este es un atentado muy extrano. No solo debido a que el muerto, aparentemente, carecia de enemigos politicos. Hablamos de un explosivo plastico potentisimo, C-4, y usado en una cantidad desmesurada, si lo que querian era eliminar a un solo hombre metido en un coche caro, ligero y sin blindar.
– ?Cuanto?
– Veinte kilos. Dejo un claro en el bosque. Si llega a estar mas cerca de la casa no quedaria de ella ni rastro.
– Explosivo en el maletero -dice ella, pensativa-. Detonacion a distancia, supongo.
– Por telefono movil. Esta en los periodicos. Hay un detalle que no ha trascendido.
Fattush agita los dados y adelanta su ficha en el tablero de entrada, sin prestar atencion pero acariciando la pieza. Diana permanece callada. No le gusta que el otro se haga el interesante.
– Eres una dura mujer espanola -murmura el hombre, desmintiendo el exabrupto con una generosa sonrisa-. Esta bien, testaruda, te lo dire sin que me lo preguntes. Los tecnicos han dictaminado que la carga se encontraba muy a la vista. Es decir, que si Asmar hubiera abierto el maletero, lo que habria resultado muy probable ya que regresaba a Beirut despues de pasar un fin de semana en la montana, lo habria descubierto. ?Por que no se tomaron la molestia de camuflarlo?
– ?Por que? -Diana no puede disimular su perplejidad.
El inspector sigue sonriendo mientras levanta el brazo para llamar a Abed. Cuando este llega le encarga dos narguiles de tabaco de manzana.
– ?Y bien? -Dial se impacienta.
– Y bien. Quien lo hizo sabia que tanto Tony Asmar como su mujer disponen de todo lo necesario en cada una de sus casas. Llegan con lo puesto, se visten con lo que tienen alla, los criados se hacen cargo de la ropa sucia… No suelen llevar equipaje mas que cuando viajan al extranjero.
– ?Tony no abrio el maletero!
– Exacto. Encontraron, en muy mal estado, restos de metal de un maletin. Lo llevaba dentro del coche. Nada mas.
– Quien le mato conocia bien sus habitos -aventura Diana.
– Y se hallaba lo bastante cerca como para accionar el detonador en el momento preciso. Lo vio, Diana, vio que el coche arrancaba y no le importo llevarse por delante tambien a las sirvientas.
Sacude el cubilete y, casi sin mirar la cifra que arrojan los dados, mueve lidia hacia adelante.
– Solo existe un lugar en Faraya -prosigue el inspector- desde el que se pueda divisar con claridad la casa de Tony Asmar abarcando tambien la entrada, que da al precipicio. Desde los otros chalets solo puede verse la parte posterior de la casa.
– ?La terraza del hotel Grand Liban? ?Eso que parece un balcon colgando de lo mas alto de la montana?
– Exacto -asiente-. El hotel en el que pase unos dias de vacaciones. Es probable que mi familia y yo coincidieramos mas de una vez con el ejecutor en el restaurante, en la piscina o en el vestibulo. Quiza comente casualmente con el la belleza de nuestros pobres cedros, tan diezmados, o la remota posibilidad de una lluvia que anunciara la llegada del otono. En estos tiempos resulta dificil no convivir con toda clase de asesinos.
Dejan mecer sus pensamientos en el humo del narguile, que se arrojan el uno al otro en generosas bocanadas -eso tambien es una costumbre entre ellos- y guardan silencio. Diana Dial asimila la informacion que posee sobre el asunto.
Veinte kilos de explosivo plastico. Un especialista despiadado al acecho, con un detonador telefonico. Una victima poco atractiva pero facil de matar. Una viuda que acusa al hermano mayor del muerto de ser el cerebro del asesinato y proporciona el movil: impedirle hablar. Dos muchachas etiopes a modo de danos colaterales. Y un embarazo inoportuno.
A esa hora, el local todavia esta desierto, a excepcion de un chico gringo que ha dejado su mochila en el suelo y escribe postales en otro velador, mientras inhala de una cachimba con evidentes inexperiencia y placer. Los clientes habituales empezaran a llegar a media tarde.
– ?Que te ha dicho la viuda? -pregunta Fattush.
– ?Te ha chivado Georges mi visita?
El inspector asiente.
– Le he encontrado en el patio de Inteligencia Militar, he ido alli para firmar mi declaracion como testigo de los hechos. Por cierto que me ha parecido ver a ese amigo tuyo, ese pedante, el Mesias -asi bautizo a Matas desde que supo lo que significa Salvador en espanol-, entrando en el despacho del coronel Chebli.
Se hace la tonta.
– ?Que amigo?
– El ustad. -Dibuja una barba con la mano libre al tiempo que remarca con sarcasmo la apreciativa palabra arabe-. El profesor. Fue solo un momento, puedo haberme equivocado. Pero no lo creo. Tengo ojo de policia.
Diana sabe que Fattush esta celoso de Salva, o envidioso. En Beirut los celos de los hombres respecto a una mujer son muy superficiales y no tienen nada que ver con el sexo. El propio Georges se muestra picajoso respecto a sus amistades masculinas, y ahora mismo debe de estar impaciente por pasar a recogerla y ejecutar a la puerta del cafe la ostensible ceremonia de respeto con que la obsequia cuando hay un tercero -un segundo hombre, bien entendido que el primero es el- en el lugar de la accion, compartiendo con Dial algo que el no conoce. ?Celos de informacion, combinados con pretensiones de gallo unico?
– ?Te refieres a Matas? ?Salva?
– Justamente, mi querida amiga -responde el otro, imitando, burlon, el tono pomposo que a veces adopta el arabista para sus explicaciones-. El mismo.
Diana se encoge de hombros. Hay tantas cosas de Salvador Matas que desconoce. Llama a Abed para que