– Si, senora. Muy buenas, muy buenas. No merecian morir asi. No merecian morir.

Reventadas porque un senorito metomentodo quiere convertirse en heroe de la patria, piensa Dial.

– ?Como se llamaban? -insiste.

Neguezt le aprieta la mano.

– En nuestra lengua, Setota, que significa regalo, e Iennku, que quiere decir diamante. Para los senores eran Suzi y Leni. Usted no las olvidara, ?verdad, senora?

Diana la abraza. Antes de partir se entera de que Neguezt significa princesa.

Nunca el trafico de Beirut le ha parecido a Diana tan estimulante como hoy, tan tranquilizador. Camina hacia la calle Gouraud, dejando atras Saifi, esa urbanizacion para duendes de lujo. Entre ella y el otro lado -en el que se sentira a salvo- se interpone un nodulo de confusion en forma de trafico infernal y alambicado. Hiende la avenida un paso subterraneo del que surge una interminable lombriz de vehiculos comatosos. Jacarandas que eclosionan su otono entre los gases de los tubos de escape. Bocinazos, griterio, musicas que escapan por las ventanillas. Ninos palestinos o gitanos que aprovechan el embotellamiento para pedir limosna. Una gasolinera que no cierra en toda la noche y expende cigarrillos y licores de contrabando. Taxis de lujo que esperan al turista, cerca de un Chez Paul cuya terraza acoge a los pijos locales, que toman su aperitivo en mitad del estruendo, mientras el valet se apresura a aparcar, embistiendo la acera, un Porsche amarillo o un aparatoso jeep Cherokee, lo mas protector para esposas que tienen la costumbre de conducir mientras se retocan el esmalte de las unas y hablan por telefono sin el manos libres puesto.

La carrera de obstaculos estimula a Diana, le calienta la sangre. A sus espaldas, en su turbia laguna, queda la sirena viuda.

Piensa en Neguezt. «Estamos aqui, aunque nos quieren invisibles y lo consiguen casi siempre. No permita que eso vuelva a ocurrir, no para ellas», le ha dicho.

A la memoria de Dial acuden en tropel historias de sirvientas esclavizadas, vejadas y torturadas en esta pequena y sufrida republica cantada por los cronistas cursis -y, en ocasiones, indiferentes al sufrimiento de los mas indefensos-; historias de impune crueldad que le ha contado Joy acerca de sus companeras filipinas; pesadillas africanas en la luminosa ciudad, que solo muy de tanto en tanto ocupan un poco de espacio en los periodicos locales.

Aparta de su mente estos pensamientos demasiado tristes. El sol que cae en vertical inflama el galimatias urbano y cubre de gracia a Beirut, capital favorita del caos, uno de los muchos remiendos con que se camufla la injusticia.

Diana Dial respira la vida y la atmosfera impregnada de emanaciones de combustible y atraviesa el desorden, sortea vehiculos de toda indole. Se encuentra a mitad del cruce cuando suena su movil. Es Salva.

– ?Que? -brama Dial-. ?No te oigo! ?Estoy en pleno trafico, espera!

Alcanza la acera de enfrente y, adentrandose en la calle Gouraud, camina rapidamente hasta la tienda de Joseph, fabricante de sillas, uno de los pocos negocios artesanales que aun permanecen en un barrio vendido de antemano a la frivolidad de los bares nocturnos, con sus reservas etnicas iluminadas como altares. Saluda al dueno con los ojos y una mueca, el entiende la situacion -pocas cosas hay en el mundo que Joseph no comprenda, a sus setenta y seis anos- y le senala una silla recien acabada pero con el barniz ya seco.

– Has dejado impresionada a Cora -le comunica Salva, entre ironico y admirativo.

El arabista no ha tardado ni diez minutos en ponerse al dia de lo hablado por las dos.

– Es un sentimiento mutuo -responde secamente.

Salva propone que se reunan esta noche en el apartamento de Diana.

– Si ya cenamos anoche…

– Me refiero a compartir nuestro ritual predilecto -insiste-. Cocinar. Cotillear entre pucheros. Teresa de Avila en version libanesa. No tienes que comprar nada. Me presentare en tu casa con todos los productos. ?De que quieres el helado?

– Sorprendeme -su respuesta de siempre-, pero que no sea de dulce de leche.

Diana se pregunta a que vienen tantas atenciones continuadas. Habitualmente, Matas y ella se ven una vez por semana. Es una practica asumida. Un cine, una piscina o una cena, segun la estacion. Sin invadirse, sin olvidarse, llamandose poco, enviandose ironicos SMS sobre la situacion o sobre un personaje concreto, dejando que se teja la amistad, o lo que sea…

?Por que tanta obsequiosidad por parte del hombre? Como no es tonta, responde a su propio interrogante. No soy yo. Es la viuda. Los asuntos de la pobre viuda. Pero las formas elegantes de la silla, de madera de pino torneada como si fuera caoba, arrastran a Diana Dial a la indulgencia, a entregarse a los pequenos placeres de la vida que forman parte del ancla que la ha mantenido atada a Beirut. El trabajo de este artesano. Una cena en casa con Salva. Vino y conversacion en abundancia. Se sienta, se rinde y, despues de establecer la hora de la cena, se demora un buen rato charlando con el carpintero, aspirando el aroma a virutas, a cola, a barniz y a herramientas decentes. Escucha el recuento que hace Joseph de las vicisitudes por las que pasa el negocio, el relato de las esperanzas depositadas en un posible cambio de la situacion.

Se despiden y Diana se dirige al Cafe de los Espejos, en donde tiene una cita con Fattush, dentro de una hora, para jugar al tawle. Le dara tiempo a comer una ensalada redundante. Pues el inteligente inspector tiene, que se le va a hacer, el mismo apellido que esa especialidad libanesa -«Pideme una fattush, Fattush», es una de las bromas tontas que le gasta Dial, cuando se tercia-, de esa variedad de vegetales picados pequenos y trocitos de pan arabe fritos, aromatizada con una rafaga amarga de sumuk y alinada con abundante aceite de oliva y zumo de limon.

Tiene tiempo, tambien, para poner en orden sus notas.

Cuando ha dado cuenta de la comida y le limpian la mesa, se queda ante un cafe expreso y su cuaderno. Escribe: Postergar marcha a Egipto. La invitacion puede esperar. Contactar con Lady Roxana para que aplace la excursion por el Nilo. Telefonea a Joy y le da instrucciones para que retrase la mudanza y arrincone maletas y bultos. La escucha canturrear de alegria. Ella misma, no puede negarlo, siente cierto alivio. Eso retrasa cualquier aclaracion -probablemente dolorosa- acerca de cual sera su relacion con Salva cuando este lejos de Libano.

Anota: La Viuda. Femme fatale de via estrecha. Bastante gilipollas, pero una infeliz. Samir Asmar, ?asesino de su hermano menor? ?Realidad o paranoia? ?Por que no le comunico a su marido que estaba embarazada? Ninguna mujer de este pais se calla semejante noticia, ni siquiera cuando carece de confirmacion: una mera duda sobre la regla les hace subir puntos en la consideracion de esposo y parientes y provoca algarabias entre las amistades.

Pide un agua Perrier, golpea el marmol del velador con su rotulador Pilot. Lo contempla al contraluz de las vidrieras modernistas. Se le acaba la tinta, pero en el bolso lleva siempre una provision de repuesto. Resabios de sus tiempos de reportera, como esta excitacion que siente al saberse en el umbral de descubrimientos, y tambien de momentos de desanimo. El desafio. ?Sere capaz? ?Donde esta la verdad? Pues la verdad no siempre es el hueso que se supone en el centro de la fruta, a menudo la verdad es una sabandija escondida en un pozo de cieno. Hay que ensuciarse las manos para agarrarla, es escurridiza, arrastra hacia el lodo.

Son casi las tres. El sol pinta de arena las paredes, arranca destellos multicolores a las cuentas de cristal de las lamparas.

Ponerme en contacto con Samir. Preparar dossier, previamente. Fuentes: Fattush, el embajador -una y carne con los Asmar, amigo personal de Tony-. Samir tiene enemigos en las Fuerzas Libanesas, escindidas de su partido despues de la guerra.

?Que pretendia Tony A.? ?Sabia tanto como afirma Cora? Rastrear informes economicos del difunto. ?Tenia socios?

Algo se le escapa, algo evidente. Pero ?que? En este momento, el inspector Fattush entra en el cafe y se dirige a su mesa, la que ocupan siempre, junto a la ventana, en un rincon con vistas a todo el local. Policia y periodista coinciden en su costumbre de instalarse en un lugar desde el que podrian evitar las sorpresas.

Un bronceado recien adquirido, Diana supone que durante los dias pasados en Faraya, adorna su rostro afable. El atractivo de Fattush reside en su gentileza. Es el libanes mas bondadoso que Dial ha conocido. Trabaja para la justicia, mas que para la ley -en eso ambos coinciden: y en que no pocas veces hay que burlar la ley para hacer justicia-, carece de aspiraciones politicas o profesionales, ha rechazado los pocos ascensos que le han propuesto, lleva una feliz existencia familiar y, a diferencia de la mayoria de los libaneses, no se pasa el dia cantando las excelencias de tener un hogar como Ala manda. Es suni pero Diana jamas ha sorprendido en el un

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