quedarse afonicos, de excitarse con las consignas, de mostrarse prepotentes e invencibles, unidos y mejores. Cada bando posee, en Libano, su territorio de agitacion, lo cual no supone que se priven de realizar incursiones, pacificas o no, en terreno ajeno. Pero esta zona pertenece a los cristianos fieles al viejo pais y a los musulmanes sunies -que cuentan con el dinero saudi, la bendicion de la Union Europea y de Estados Unidos- con quienes se han aliado para sobrevivir, ahora que ya no constituyen la minoria dominante.
– ?Ya vienen! -En la terraza crece la animacion.
Diana consulta la hora en su telefono y se dice que el funeral debe de haber finalizado.
Enfoca el objetivo, justo a tiempo para capturar el cortejo funebre que desciende desde la catedral hacia la tribuna. Encabezan la comitiva los hombres: Samir y su hermano Elie. Siguen las tres mujeres, tirando de la viuda, que parece resistirseles. Diana fuerza el telex hasta su maxima potencia y tiene la sensacion de hallarse enfrente de Cora Asmar, aunque ahora es la periodista quien domina. Como en cada ocasion en que Diana ha enfocado un rostro con su telex desde una distancia considerable, piensa en lo facil que le seria disparar una bala en la frente… si la camara fuera un rifle de alta precision. Omnipotencia, eso es lo que producen los telex poderosos. De ahi que tantos reporteros graficos crean que una mera camara les defiende, de ahi que tantos mueran en el terreno.
La viuda oculta medio rostro tras unas gafas muy grandes, muy negras -bendito telex: son de Gucci- y mantiene los labios apretados, la mandibula rigida. ?Donde he visto esa misma expresion? Es el modelo viuda Kennedy, se dice Dial con sorna, y en seguida se arrepiente. Cora merece su compasion. No es en absoluto agradable la existencia que le aguarda, custodiando la memoria de su marido y vigilada por las temibles hembras de la familia. Eso en el mejor de los casos. «Ayudame», le suplico ayer.
Pero la punzada sigue ahi. En su estomago. Diana siente que se agudiza al divisar, hacia la mitad del cortejo, a Salvador Matas, totalmente de negro, y al embajador de Espana, que maneja su obesidad con imponente adecuacion a las circunstancias y parece un pavo hinchado, con sus mofletes enrojecidos por la frecuencia con que cata los buenos vinos espanoles de su bodega.
Empiezan los discursos. En Europa ya no quedan malvados como estos, piensa Diana, observando a los politicos reunidos para el acto. En Europa tenemos estafadores, marrulleros, despiadados tambien, pero mediocres todos. Hasta los politicos bienintencionados lo son. Aqui, entre estos proceres en cuya boca anidan cuantas palabras lustrosas resultan convenientes para resaltar su patriotismo, lealtad, piedad e indignacion, se da un alto porcentaje de malos en estado puro, malos como los de antes. Porque en Libano, ni estos ni sus oponentes poseen mas espejos que aquellos que les devuelven la imagen de si mismos que desean ver. Nunca han experimentado el menor interes por ponerse al dia, salvo en tecnologias, y solo para hacerse mas ricos o para alardear. Las naciones occidentales, a cuyos pechos se amamantan, los entretienen con adulaciones y visitas, aparte de material militar y asesoramiento, para que el pais permanezca a su disposicion, pero los desprecian. Ninguno de ellos casaria a su primogenito con una de sus herederas.
Los parlamentos se suceden sin interes. Diana no se aburre. En su camara quedan impresos una sucesion de rostros que revisitara en el futuro, cuando la nostalgia la acometa a traicion y deba combatirla con un bano de realismo.
Finalizado el acto, la explanada de los Martires se vacia con rapidez, como si cada uno descubriera publicamente, y a nadie le importara, que ha asistido al acto por compromiso. La eterna doble moral libanesa. La ambiguedad. El recinto se ha transformado en un vertedero. Los acolitos dejan atras una alfombra de botellas de plastico vacias, latas de refrescos, bolsas de golosinas, mastiles de banderas rotos, retratos pisoteados. Y las vallas, abandonadas por los encargados de la seguridad, se cruzan en el camino de los viandantes, caidas o torcidas. Porqueria. Porqueria y desmemoria. Pese a las sentidas y muy anheladas conmemoraciones.
Georges acepta la invitacion de Diana para tomar una cerveza en el cercano Grand Cafe. Charlan de politica, para variar. Media hora despues la deja para ir a almorzar con su familia en un merendero de Yunieh. A solas, mientras fuma un narguile, la detective aficionada se dispone a ordenar sus pensamientos, pero algo se lo impide.
Salvador Matas.
Se ha quitado la chaqueta y lleva la camisa, tambien negra, por fuera del pantalon. El cuello, desabrochado, muestra el escaso vello del inicio de su pecho y su inseparable talisman, una cuenta de jade en forma de lagrima invertida que pende de una fina cadena de plata. Las mangas, arremangadas, le recuerdan a Diana lo mucho que le gustan sus antebrazos.
– ?Puedo acompanarte? -Senala la silla que ha ocupado Georges.
Con melancolica indefension, Diana Dial asiente.
– No te he visto en la catedral -comenta Salva, despues de pedir una Almaza de barril-. Aunque estaba convencido de que, de una forma u otra, habrias asistido al funeral y de que te encontraria aqui.
Salva lo sabe todo de ella, y eso la irrita a menudo. Sabe que, a partir de mediodia, es incapaz de resistir la llamada de un buen narguile, y los de Abu Hassan son los mejores de la ciudad. Conoce los cafes que frecuenta, su vida, sus andanzas, primero como periodista y, despues, como detective. Esta al corriente de sus experiencias amorosas y de sus desencuentros. Se lo ha contado todo ella, a cambio de la conversacion ingeniosa del hombre, una charla en la que nunca se involucra personalmente, a cambio de su amistad, de su compania. Ahora Diana se mantiene en silencio, enfurrunada por la idea de que Cora Asmar ocupe aun mas la atencion de Salva desde que porta su diadema de viuda lastimera, sustituyendo la dudosa tiara de personaje-estrella de
Salva, el ironico Salva, ?sensible a las coronas de espinas?
– Un funeral de primera -dice Matas.
– Cierto -acola Diana, sarcastica-. No ha faltado ni un solo hijo de puta de la cristiandad. Asesinos, mafiosos, malvados de los que ya no se fabrican. Si yo hubiera sido la viuda habria vomitado ante el altar.
El hombre cruza sus largas piernas a un lado de la mesa y casi se lleva por delante el narguile de Dial. Abu Hassan, que no tiene derecho a llamarse asi -padre de Hassan- pues carece de heredero varon, su prole son las cinco hijas que le han dado sus tres esposas, se apresura a traer nuevas brasas. Les cuenta que se siente feliz porque la cuarta mujer, con la que se casa en pocos dias, le va a dar el varon que, sin duda, el es capaz de engendrar.
La pareja se queda un momento en silencio.
– A mi entender -empieza Salva-, aunque se que no coincides conmigo, ni el peor de los malos de aqui resistiria un encuentro en una calle de Nueva Jersey con el mas insignificante de los Soprano.
Diana sonrie, acida:
– Eso tiene gracia como
– Como quieras. Reconoce, no obstante, que sin esos canallas este pais resultaria mucho menos interesante para nosotros. Incluso ese pequeno detalle, que la gente resulte tan facil de matar, no deja de ser un aliciente mas para permanecer aqui, para sentirnos vivos.
– ?No te importan los seres humanos? ?Ni la politica? -le sigue el juego con fingida incredulidad, consciente de que Salva es capaz de discutir de los asuntos de Libano hasta el amanecer.
– No tanto como la posibilidad de disfrutar de las ventajas que ofrece la amoralidad del entorno. Por no hablar de lo barato que resulta vivir aqui a buen tren si se cobra en euros.
– Para eso deberias mudarte a Egipto. Esta muy bien de precio para nosotros.
– ?Acaso tu te vas alli para ahorrar? Hum, no cuadra con tu caracter. Aunque muy consumista no eres.
Diana Dial tuerce el gesto y cambia de tercio. No le apetece hablar de su aplazada partida. No quiere que el hombre deje en suspenso el futuro de su amistad. Porque eso es lo que hace en cada ocasion en que Diana habla de su marcha y, por alusiones, del futuro de esta especie de relacion. Salva cierra aun mas sus ventanas.
Lo cierto es que no va a irse sin investigar lo de Asmar. Carece de sentido hablar de ello con un Salvador Matas que la observa con sus grandes ojos oscuros y burlones y una media sonrisa en sus mullidos labios.
– ?A que has venido? -pregunta, todavia adusta. El hombre se incorpora. Coloca su mano derecha sobre la izquierda de Diana, un gesto que realiza cuando entre los dos se perfila un malentendido.
– A verte. A comentar.
– Eso es lo que hacemos siempre. Comentar. Discutir.
Subitamente, Salva plantea un interrogante que es tambien un reproche y para el que Dial no esta