preparada:
– ?Por que no te gusta Cora?
Se siente pillada en falta y una delgada sensacion de panico -de miedo a perder el respeto del arabista- se instala bajo su piel. Como es normal en ella, reacciona con acidez.
– Cualquier mujer sale huyendo en cuanto la ve. Es demasiado…
– ?Lujuriosa? -insinua el otro.
No esta dispuesta a aceptar un adjetivo que, mas que desacreditar a la joven, la revela digna de deferencia.
– Lo siento, querido -vuelve a sonreir-, no voy por ahi. Demasiado invasora, demasiado agresiva, demasiado egoista, demasiado competitiva, demasiado misogina, demasiado…
– Guapa.
– Uf, me rindo. -Ahora es ella quien coloca su mano sobre la de el-. Tiene mala suerte, Salva, ?es que no lo ves?
– Es demasiado pronto para lanzar un juicio tan implacable. -El otro la mira con severidad-. Eso no se sabe hasta que ha pasado casi toda una vida. ?O es que tu tenias suerte a su edad?
Herida, Diana reprime su respuesta: «Al menos, no llamaba a la mala fortuna.»
– ?Te ha mandado ella? -se interesa.
– ?Adonde? ?Aqui? ?Estas loca!
– No ha sido necesario, veo -corrige Diana-. Vienes, por tu propio impulso, a defender su causa.
– Tu inseguridad resultaria conmovedora si tuvieras veinte anos. Aunque debo decirte que lo que mas me choca de ti, conociendo tu inteligencia, es tu capacidad para ponerte burra.
Le arrebata la pipa del narguile y da una calada, mirandola con beatitud. Diana se relaja y suscribe tambien la tregua.
Bajo los toldos de la terraza, el sol les llega como aire dorado, y las perfectas proporciones de la mezquita de Omar, enfrente, resplandecen como banadas en un metal precioso. Aparcado delante del cafe, un Ferrari rojo anade una nota estridente pero no discordante, perfectamente a juego con la cabina de acero y cristal que alberga el ascensor que conduce al aparcamiento subterraneo contiguo, en el que suelen morar automoviles oficiales del vecino Ayuntamiento y del no menos cercano Parlamento.
El conductor del Ferrari y su copiloto, ambos jovenes armados con celulares de ultima moda, contemplan el vehiculo con una mezcla de ansiedad y orgullo, solo interrumpidos por breves conversaciones telefonicas durante las cuales, precisamente, comunican a sus amistades el estado actual del Ferrari.
– Lo deben de haber comprado hoy -comenta Salva-. ?Te has fijado en que, cuando el uno se distrae hablando por telefono sobre el auto, el otro vigila con doble precaucion, no sea que se lo roben?
– Te equivocas. Estan controlando que ningun camarero lo toque con sus dedos de siervo. -Diana se echa a reir, ya liberada de suspicacias-. Dime, ?que va a hacer Cenicienta para liberarse de su madrastra y de las dos brujas que le han tocado por cunadas?
Salva se encoge de hombros.
– Amiga mia, buena pregunta.
– Parece que tu Cora cree que puedo ayudar a responderla. -Tras la reconciliacion, Diana se siente generosa-. Sabras que ayer, en Beit Tum, me pidio ayuda.
Al fin y al cabo, lo que ella tiene de Salva, su complicidad, su respeto, es algo que nadie, ni la viuda, puede arrebatarle.
– Deberias ponerte de su lado. Eres muy fina atando cabos y conoces a gente importante en esta ciudad. Pero no sere yo quien te aconseje.
Diana calla. Esa es la forma de presion que no toleraria en ningun otro. No quiere ponerse, ?como ha dicho Salva? Burra. No quiere ponerse burra pero no renuncia a guardarse sus cartas para emplearlas cuando las necesite.
– No resulta facil sacar a una simple mujer, y ademas extranjera, de la trampa de una familia tradicional libanesa. ?Ha hablado con nuestro embajador?
Matas niega con la cabeza
– Ramiro era intimo del difunto y es un meapilas. -Hace una pausa-. Hay algo peor.
– ?Peor que quedarse viuda despues de un ano, sola y en medio de un clan mas cerrado que el tercer sobre de Fatima?
– Peor, Diana. Cora esta embarazada. El pasado fin de semana se interno en la clinica de un amigo para seguir una cura de belleza y, de paso, se hizo las pruebas. Ella ya lo intuia pero quiso cerciorarse antes de contarselo a su marido. El atentado impidio que lo hiciera.
Pues eso si que va a resultar un problema serio, piensa Dial.
– ?Quien mas esta al corriente?
– Por el medico no hay que preocuparse. Secreto profesional. Y la adora.
– Que raro -ironiza-, tratandose de un hombre. ?Alguien mas?
– Yo. Y tu, claro, ahora. ?Comemos juntos? ?Aqui o quieres pescado?
En el taxi que les conduce a Le Pecheur, Diana se da cuenta de que tiene el movil desconectado desde antes de que empezara la ceremonia.
Dos llamadas perdidas. Una del embajador de Espana y otra de Cora Asmar.
Jueves, 1 de octubre de 2009
Guiada por una doncella africana que tiene los ojos hinchados por el llanto. -Cuanta abnegacion hacia el amo, se dice Diana-, la periodista entra en el dormitorio de Cora Asmar.
La viuda desviste de negro. Es decir, recibe a Diana luciendo un camison minimalista de saten negro que muestra el inicio desafiante de sus pechos y realza su cuerpo fibroso y su piel de porcelana. Un salto de cama largo de muselina del mismo color, con mangas abullonadas y cerradas en los punos, abotonado hasta el cuello y completamente transparente, obra el milagro de recordar vagamente para la ocasion que la dama esta de luto. Eso y sus ojos ansiosos, que brillan entre la roja cabellera desordenada, confiriendole un ligero aire atemorizador, un toque de medusa.
Diana Dial siente la punzada de aviso en el centro de su estomago, como si con los copos de avena del desayuno se hubiera tragado un guijarro. Ignora si lo que Joy llama su presentimiento se presenta porque detesta la naturaleza de calientapollas -de calienta-todo-, que Cora exhibe como si fuera una divisa marcada al hierro en su frente, o si, por el contrario, sus sentimientos hacia ella estan cambiando, y el patetismo de sus ojos felinos, junto con el recuerdo de su peticion de ayer -«Ayudame»- la inducen a protegerla, maldita sea, y de ahi la punzada. Puede que solo sea desprecio por su propia blandura.
Si fuera tan poco fiable como mi estomago pretende, recapacita Dial, no me recibiria vestida de puton de Belle Epoque. Es muy probable que Cora Asmar sea la primera vampiresa ingenua con quien la detective tropieza en la vida real y, si es asi, Diana tendra que aceptar todo el lote. Que se caso por amor, que las mujeres de la familia de su marido son unas brujas que van a por ella y que Cora solo desea proteger al hijo de sus entranas de las garras de una monstruosa estirpe. Demasiado mazapan con el que atragantarse en una soleada manana de principios de octubre. Diana Dial preferiria hallarse en la playa.
Anoche, despues de sopesar si debia responder o no a la llamada perdida de Ramiro de la Vara, contacto con la viuda. A Diana no le gustan los embajadores, de Espana o de cualquier oda parte, y aun mas le desagrada que De la Vara ostente respecto a ella esa actitud de hombre soltero de lujo, listo para ofrecerse en bandeja a la espanola madura -asi la llamo en cierta ocasion: madurita picante- mas interesante de Beirut. Tiene De la Vara la fea costumbre de sentarse a su lado en los actos publicos o festejos diplomaticos, y en esas ocasiones le propina golpecitos complices en el hombro o la espalda, dando a entender que entre ellos existe algo intimo. Diana se eriza en tales circunstancias y echa venablos por la boca, pero eso todavia es peor, porque los complacidos y chismosos miembros de la tribu hispana achacan sus arranques de ira a un malentendido entre enamorados otonales. Solo al pensar en los comentarios que los otros deben de hacer a sus espaldas le entran nauseas, por lo que siempre que puede opta por la salida mas facil: huir del embajador.