Abandona el grimoso recuerdo del diplomatico y observa que la viuda espera su respuesta a algo que acaba de decirle.

– ?Que?

– Si quieres cafe o te, y de que clase.

La viuda la ha recibido en su dormitorio, que es una gran sala redonda con cuatro arcos. Solo uno tiene puerta; los otros tres comunican sin obstaculos con el bano, el vestidor y un coqueton gimnasio que Diana envidia de inmediato. Delante de la cama, un televisor de plasma de todas las pulgadas, que bien podria ser utilizado como biombo.

Mientras otra africana les sirve cafe -esta no tiene los ojos hinchados-, la periodista aprovecha para lanzar una ojeada al entorno. La cama es redonda y enorme, y esta cubierta por una colcha de raso blanco, a juego con el tapizado de los muebles y de los cojines.

Se han sentado para charlar bajo las ventanas gemelas que dan a la calle, de la que no llega sonido alguno. Los Asmar adquirieron este duplex en Saifi para tenerlo como su domicilio principal en Beirut, y Saifi es una carisima urbanizacion de juguete creada en el centro de la ciudad, en torno a viejas casas del llamado «estilo libanes», medio destrozadas por la guerra y reconstruidas despues con esmero. Siguiendo su modelo se han agrupado edificios bajos y profusamente dotados con todos los artificios que requiere el rococo entre orientalista y provinciano que, en ciertas zonas, sustituye a la ciudad anterior a la guerra: ventanas ojivales, cristales policromos, marquesinas forradas de tejas, alerones esculpidos que parecen de escayola pintada de amarillo y puertas y barandas de hierro repujado.

Diana se dice que solo por esa casa en ese lugar ya merece la viuda el disgusto que a ella le provoca.

Y entonces, como un eco de sus pensamientos, o de la pregunta que Salva le hizo la tarde anterior, Cora Asmar frunce las cejas y le espeta:

– ?Por que le caigo tan mal?

Empieza fuerte, la otra. Diana Dial se encoge de hombros.

– Por muchas razones. Te sere sincera. Me desagrada la forma en que usas tu belleza. ?Tienes idea de lo ofensiva que resultas?

– Ah, me alegra que seas tan directa. Al menos, las cosas claras.

Se levanta y va a por un kleenex que tiene en una mesilla de noche, en una de esas cajas de plata fabricadas especialmente para que los ricos horteras vayan sacando panuelos de papel como si fueran lenguas muertas. Podria ser peor: podria ser de oro.

Con el panuelo en la mano se vuelve teatralmente hacia ella:

– ?Como querias que te recibiera? ?Con el pelo cubierto de ceniza y un camison de franela? ?Llorando? -Y se lleva el kleenex a las pestanas, burlona.

Se planta delante de ella y abre los brazos. Puro drama impostado. Demasiado impostado para no ser cierto. Pues Cora debe de saber por Matas que Diana no es tonta, y que un numerito asi solo se lo tragara si la intuye sincera.

La vampiresa ingenua agita sus brazos largos, finos, apenas velados por el salto de cama. Los deja caer en seguida, con resignacion, inclina la cabeza y se derrumba en la silla.

– ?Tienes idea de lo jodido que es, de la puta vida que tiene que llevar una que nace asi de guapa?

Y se toca los pechos con un gesto flamenco que, a pesar suyo, le arranca a Diana una breve risa.

– Mirate tu -sigue la viuda-. Una mujer atractiva, no me cabe duda de que a mi edad te rondaron bastantes y de que si vives sola es porque te sale de los ovarios. Pero lo tuyo, perdoname, no es lo fisico. Te quitaste, de entrada, a un ejercito de imbeciles que te hubieran machacado si hubieras tenido esto, esta maldicion.

Ahora se ha llevado directamente la mano al sexo, y lo ha empunado a lo Michael Jackson en version pubis.

– ?Te parezco ordinaria? -Cora retoma la taza de cafe, la apura y llena las dos tazas sirviendo de una jarra que hace juego con la caja de kleenex-. Lo soy. Estoy hasta el cono de que los hombres solo vean en mi lo que parezco, no lo que soy. Si, me diras que hago lo posible para provocar. Bueno, ?y que? Mi fisico no me permite dejar de ser lo que los otros quieren que sea.

– Eso es muy discutible. -Diana noto que su voz no sonaba convincente.

– ?Como lo sabes? Con una bata de supermercado y sentada detras de una caja o entrando en un salon vestida de Marilyn Monroe: siempre es igual. Siempre los tios. Lo supe desde muy pequena, que era asi y que asi iba a ser en el futuro. Tambien aprendi a dominarlos, claro. Hasta que surgiera uno que me quisiera por lo que tengo aqui.

Se senala el corazon.

– ?Y ese fue Asmar?

– Vio una futura esposa y madre donde los otros solo veian tetas y cono y culo y piernas. Y era muy buena persona, mi Tony. Yo siempre sone con recogerme, crear un hogar. Soy andaluza, bueno, al menos mi madre lo es, y la familia me tira mucho. El problema es que la mia no existe. Padre a la fuga, un padrastro que queria abusar de mi, una vida independiente y desbocada desde la adolescencia. Por suerte poseo un don para los idiomas. Aprendi varios, no hace falta ser culta para hablar lenguas. Es como conducir un coche o nadar. Con Salvador aprendi arabe en Madrid, y luego coincidi con el por estos mundos… Salva me salvo, siempre se lo digo, porque al menos me quite de encima a los catetos de mi barrio, de mi ciudad, de mi pais. A los de aqui, como antes en El Cairo, me es mas facil dominarlos. Aunque eso cansa mucho, me refiero a sentirse superior, darles cuerda o atarles corto, ponerlos cachondos, hacerles perder el sentido… Yo necesito a alguien como Tony. Paciente, firme, seguro. Un marido que sea tambien un amigo, un padre. Un hombre al que pueda respetar, que me domine y me impida cometer locuras. Y eso, Diana, es lo que acabo de perder.

Se arruga en el asiento tapizado en blanco y Diana ve su dolor en el peso que parece abatirle los hombros. Cora levanta la cabeza y se queda mirandola largo rato, sin pestanear, permite que la mujer mayor ahonde en esos dos pozos desesperanzados.

Diana se levanta y camina por la habitacion para desentumecerse y pensar a espaldas de la otra. Finge admirar en silencio los tapices y retratos que ornan paredes y repisas. Por fin, a un par de metros de distancia de la viuda y templandose las lumbares con las manos, pregunta:

– ?Que quieres de mi?

Cora se yergue de nuevo, cruza las piernas, saca un cigarrillo de una caja a juego con el estuche de kleenex y la cafetera, lo prende con un mechero Cartier de oro y aspira una bocanada de humo.

– A Tony no lo mataron por politica. Sabia demasiado, pero de su propia familia. Y quien esta detras de la bomba no es un desconocido, sino su hermano Samir, esa serpiente. Mi hijo y yo corremos un grave peligro.

– ?Como sabes que es un nino? ?Tan pronto? -Diana, que sigue una logica de acero, no puede evitar aguar con un comentario ginecologico el dramatismo con que la otra ha revestido la revelacion.

– Lo se aqui dentro. -Otro gesto flamenco, racial, palmeandose el vientre-. Porque un varon era lo que Tony queria y porque un varon es lo que yo quiero darle, y no se hable mas. Esas cabronas, si se enteran, me lo quitaran. Me envenenaran despues de parir y se quedaran con mi Antonito. En el mejor de los casos, me echaran de mi casa, de este pais. Ya sabes como son los arabes con los crios, con los machos. Una madre extranjera no tiene ningun derecho sobre ellos.

Pensativa, Diana se acerca a una de las ventanas y contempla, desde la altura del segundo piso, la calle vacia y peatonal, los setos que la adornan, tan podados que parecen de plastico, y, un poco mas lejos, una pequena plaza de juguete, una plaza limpia y pulcra. Un nino seria feliz -al volante de un Mercedes o de un Jaguar enano- en este barrio de turron y chocolate. Si no fuera por la mierda que habita entre sus paredes.

– ?Te suena el caso El-Bekara? -pregunta la viuda.

Dial deja de observar la calle y vuelve a sentarse frente a Cora.

– ?El-Bekara? -repite.

Mentalmente repasa las carpetas que contienen sus recortes de asuntos turbios, alineadas en una de las estanterias de su estudio. No le cuesta visualizar varios titulares, publicados meses atras. El primero: «Descubierta una estacion clandestina de telecomunicaciones en El-Bekara. Todos los indicios apuntan a Israel.»

– ?Lo de los judios?

– Eso mismo -asiente Cora. Y anade-: No lo hicieron solos.

De inmediato, Diana recuerda otro titular: «Israel actuo con la complicidad de espias del interior.» Y otro,

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