Dial da la vuelta al cuaderno y consulta sus notas anteriores, que ahora le parecen tan caducas.

– Veamos… Aqui esta: «?Que tal quedaria el prestigio de su familia si alguien difundiera que usted trabaja para los mismos que bombardearon su pais hace solo tres anos?»

– Son las palabras de un chantajista. Ya te lo adverti.

– Y yo te conteste que un periodista y un extorsionador con frecuencia usan terminos parecidos.

– Hiciste un buen trabajo en nombre de Cora. Deberia pagarte comision -bromea Fattush.

– ?Donde pudo obtener Tariq el explosivo?

– ?Estas tonta? En el norte o en el sur, en el este o en el oeste. Tiene buenas conexiones. Amigos turbios.

– Cora y su amante colocaron la bomba en el Camaro antes de que el marido partiera hacia Faraya. Ella debio de asegurarse de que Tony no iba a llevar consigo mas que el maletin con los documentos. Puede que se las ingeniaran para bloquear la cerradura del maletero. ?Es factible?

– Lo verificare -se apresura a asentir Fattush-. Siempre he sido un inutil con los coches.

Diana se rasca el entrecejo.

– Cora se encierra en la clinica de Haddad, y espera mientras le arreglan lo que sea. Su amante se va a Faraya con el detonador telefonico. Se instala en un lugar desde el que pueda observar el chalet de Asmar, esperar a verle ponerse en marcha… ?Y boooom! Al mejor estilo libanes.

Fattush le agarra la muneca de la mano con la que escribe y la aprieta:

– ?El hotel Grand Liban!

– Tenias a Tariq en tus narices, fingiendo hablar por el telefono con el que acciono la bomba.

La revelacion los deja mudos durante un rato.

– Deberas apretarle las clavijas al gimnasta… -retoma Diana-. Pero aunque confiese, y te ruego que seas muy duro, piensa en Iennku y en Setota, es un don nadie. Ni a los Asmar ni al Anciano ni al Partido de la Patria les interesa que esto salga a la luz, ni que sea para incriminar a la odiada nuera.

– Todo el tiempo estuvo revoloteando a nuestro alrededor -dice Fattush, ensimismado-. Tariq, el hijo de puta. Dedicandose a dar masajes, a entrar y salir de las casas. Invisible. Y ahora se va a repartir veinte millones de pavos con una mujer que es una autentica belleza. Mucho mejor que trabajar sacandoles la pasta a las ancianas a las que entrena…

A Diana le entra un ataque de tos, cuyo producto liquido lanza sin escrupulos en direccion a la madre del nino del Red Bull, que esta levantandose de la mesa mientras la ninera se hace cargo del crio.

– ?Cielo santo! -exclama Dial, fijandose en lo que cuelga del cuello de la dama.

Es una cruz de oro de notable volumen y doble travesano. Eso indica que la mujer es de religion ortodoxa, cosa que a Diana le trae sin cuidado, si no fuera porque le recuerda al pobre Ramiro y su coleccion de crucifijos. Oh, Dios. Oh, Dios, Dios, Dios.

– ?No fue un accidente! -exclama-. Ramiro de la Vara no se quedo dormido mientras se daba un bano, no murio a causa de la trompa que sin duda habia agarrado.

El inspector se inclina hacia ella.

– ?Por que? ?Como lo sabes?

– ?No lo se! -prorrumpe Diana, impaciente y de mal humor-. Lo deduzco, como casi todo en este maldito caso.

– Lo deduces, ?de que?

– La noche en que cene con el, este ultimo sabado, como es posible que hayan ocurrido tantas cosas desde entonces… Bueno, esa noche el embajador me confio que Cora Asmar tenia un amante, y casi me facilito su identidad. Me lo habria dicho, de no haber estado tan excitado por mis encantos de, ?como me llamaba?, madurita picante.

– No es una mala definicion -observa Fattush, y la mujer le fulmina con la mirada.

– Esa noche, De la Vara me conto que Tariq solia regalarle tabaco para su narguile. El chico me ha ofrecido drogas a mi hace un rato. No lo ha dicho asi, desde luego. Su oferta ha consistido en «cositas» para alegrarme la vida. Bien pudo realizar una visita a la residencia ayer por la tarde, aprovechando que la legacion estaba practicamente sin vigilancia. Hachis, bebida… El diplomatico se dirige tambaleante a su cuarto de bano, Tariq le acompana con el pretexto de ayudarle. Llena la banera por el, mientras esperan quiza comparte una copa con el viejo, pues presumio conmigo de beber pese a ser musulman… Cuando el embajador esta dentro de la banera, medio grogui, le mete la cabeza en el agua y le empuja. Luego dispone la coreografia, el narguile, la botella… Deja el grifo de agua caliente abierto para despistar al forense… Y se larga.

– Tiene logica -admite el inspector-. Debo echarle el guante a ese pajaro ahora mismo, antes de que se largue del pais con el botin y la fulana.

– Debes hacerlo. -Diana sacude la cabeza-. Pero no dejo de preguntarme como supo Diana que el embajador conocia su relacion con Tariq.

Piensa, Diana. Piensa.

Y, de repente, lo tiene delante. Salvador Matas. El arabista que ha sido su amigo durante su estancia en Beirut. El hombre sin puertas ni ventanas. Recuerda que el y Cora usaron, por separado, las mismas palabras al referirle que no existia el embarazo: falsa alarma, quitarse un peso de encima. Una tonteria. Un detalle sin importancia. Fue durante su ultima cena en Le Pecheur. La misma en cuyo transcurso Diana le conto que Ramiro de la Vara sabia quien era el amante de Cora, y que pronto iba a revelarselo.

Lo tiene delante de ella. Fisicamente. Diana abre y cierra los ojos, piensa que sufre una alucinacion. Salva y Cora, cargados de compras, caminan uno junto al otro, uno con el otro, uno en el otro.

– No te vuelvas -ordena Diana, mordiendo las palabras-. Ni se te ocurra moverte. Son ellos.

– ?Cora y Tariq?

– No. Cora y su verdadero amante. Salvador Matas. O el Mesias, que dirias tu. Que cretina he sido.

Instintivamente, Diana coge su telefono y les hace una foto.

– ?Nos han visto? -pregunta el policia.

– No creo -responde-. No ven a nadie mas.

Con todo, Diana se encoge, baja la cabeza. No lo hace solo para esconderse, sino abrumada bajo el peso de su descubrimiento. Cuando la levanta, al cabo de unos minutos eternos, la pareja ya se ha alejado. Los ve desvanecerse al fondo de un pasillo, tan juntos que forman una sola figura. La periodista siente todas las terminales nerviosas de su organismo conectadas a la glamurosa instantanea que ilumina su movil. Tan libanesa, la imagen, como una portada o como un anuncio de Mondanite, tan propia de la habilidad nacional para sobreponerse a la desdicha o al bombardeo operandose la nariz o implantandose pechos falsos, o lanzandose a practicar el arte del shopping y de la fantasia de ser otra, como ella misma ha hecho despues de pagar por echar un polvo.

Cora y Salva. Su felicidad, sus proyectos, incluso su futuro, se reflejan ahi, en el pequeno rectangulo luminoso, su imagen agrandandose o encogiendose al tacto de sus dedos. Un pellizco y los dos rostros se amplian en el recuadro, la triunfante mujer de melena rojiza brilla por la devocion que contempla en la mirada del otro… Y el otro, es decir, Salvador Matas, el pulcro, sobrio y siempre algo distante profesor, babea ligeramente al contemplarla, la boca medio abierta y humeda en las comisuras, como en la fiesta, como cuando admiraba la danza de Ali el efebo. Diana amplia y amplia hasta convertir a ambos en una nube emborronada.

– Vaya, vaya. La vida es una letrina llena de sorpresas -comenta el inspector.

Diana cierra la puerta a su espalda, pero no siente el animo ligero. Su casa no es hoy un refugio. Hay luz en el salon. Una lampara que ella no dejo encendida.

– Eso fue un error. Le adverti a Cora que era una equivocacion ir de compras. Pero no me supe negar. Estaba tan ilusionada…

A la periodista no le sorprende encontrar a Salvador Matas sentado en su mecedora, muy cerca de la cuna de Yara que, ahora en su posicion original -ella misma la coloco asi anoche-, en su resguardado rincon, parece contaminada por la maldad -la indiferente maldad- que emana del hombre. Mejor habria sido que las puertas y ventanas del profesor de espanol hubieran permanecido selladas para siempre.

– ?Como has conseguido la llave? -pregunta, por decir algo, quieta en el umbral de la sala, temblorosa.

– Confiabas en mi, ?lo recuerdas? -la alecciona el otro, paciente-. Se en donde guardas un juego de llaves, no me costo quitartelo, hacer una copia y devolverlo a su sitio. Fue durante una de aquellas cenas que tanto te

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