gustaban, en las que me aburrias recitandome tu anecdotario completo.
Diana no se molesta en ir al aparador del comedor. Ahi, en un cajon, debajo de varios juegos de manteles y servilletas bordadas en seda de Damasco, supuestamente mantiene a buen recaudo llaves, tarjetas de credito que no usa a menudo, dinero para la casa. Nunca ha sido partidaria de las cajas de seguridad y, a sus anos, menos que nunca. Prefiere el bolsillo de una bata, el interior de un cajon. Vejez.
Se siente vieja. Cansada.
– Tan pagada de ti, tan superior respecto a Cora -continua Matas-. Tan inteligente. Tu, tus vetustos reportajes, tus investigaciones, tus intrigas. ?Tienes idea de lo estomagante que resultas para alguien como yo? Si quisiera sabihondos, me bastan los de la Fundacion. De paso, el
Como replica, Diana cruza la sala, se acerca a la cuna, la agarra con fuerza y la aparta del hombre. Retrocede, inclinada, aferrandose a los bordes de la camita de Yara, interponiendola entre ella y el indeseado visitante. Necesita sentarse pero no se va a desplomar en un sofa o en un sillon, otorgandole a Matas la ventaja de la altura. Elige una silla e intenta no mostrar lo fragil que se siente, como pudre su espiritu el mal ajeno. Con la cuna a la altura de sus rodillas, rozandolas, como un dique de inocencia que separa y filtra, para su bien, lo que el hombre es de lo que ella ignora del hombre. Diana, aparentando firmeza, espera a que Salvador Matas continue explicandose.
Lo hace. Esta aqui para hablar. Y no porque sea superior a ti, ni porque te desprecie a ti especialmente, Diana. Tu eres su auditorio, se dice. Aguanta, escucha. Entretanto, piensa. Esta aqui porque tiene veinte millones de dolares y a una joven y bella mujer. Para que sepas que ya no es un funcionario, con un precario porvenir, que da clases de espanol mientras su existencia se deshilacha, desaguandose en el tapiz de las vidas de los otros.
Esta aqui para contarte que ha triunfado.
Resultaria pueril, si no fuera un asesino. Iennku y Setota, ?muertas por la ambicion de este nadie, de este ninguno? Ni siquiera dos tontos como Tony Asmar y Ramiro de la Vara merecian un final tan falto de principios.
– Aquella visita a un coronel de Inteligencia Militar no fue por los cursos de espanol en el sur, ?verdad? - pregunta Diana-. Querias averiguar si seguian la linea de investigacion que os interesaba, la del atentado.
– Y lo comprobe. Que aguda, Diana. Que aguda y que tardia.
– Fuiste tu -pregunta Dial-. Viste la ocasion que el descubrimiento de Tony Asmar os proporcionaba. Lo organizaste, planificaste hasta los menores detalles. Usaste a Cora, a Tariq… A mi.
– A Cora, no. A Cora no la uso. A Cora la quiero. Te duele, ?verdad?
– Si -admite, ante la complacencia de Matas-. Pero no te envanezcas. Duele porque yo te he querido creyendote otro. Y no duele tanto porque, ?quien, en su sano juicio, puede desear ser amado por este que eres? A proposito de amor, ?que clase de sentimiento puede existir entre dos narcisistas como tu y Cora? Dos infelices con veinte millones. Nada mas. Enhorabuena.
Un breve relampago en los ojos masculinos. En su caso, no es dolor. El no puede sentirlo. Recuerda lo que te dijo, Diana, su conviccion de que en este pais resulta facil matar. Lo que ahora muestra su mirada no es sino vanidad herida. Solo ha dado un buen golpe. Y lo sabe. No es un genio. Tampoco ignora eso. Cora es una ignorante, le hace sentir por encima. Y eso es cuanto puede tener.
– Porque, vamos, hombre, admitelo. -Hurga en la pustula-. ?Que seria de vosotros sin esos millones, sin vuestra remuneracion por cuatro asesinatos y un chantaje? ?Que clase de sentimiento os uniria si no pudierais ir de compras, vivir como ricos, creer que lo sois? El dinero se acabara, Salva, y Cora y tu os seguireis teniendo el uno a la otra. Ni yo seria capaz de desearos un destino peor.
Suena el telefono de Diana. Es Fattush:
– Tariq ha desaparecido. Ni rastro. No se ha presentado a la clase que tenia hoy con una huesped del Sun Palace. Hemos registrado su apartamento, parece que lo abandono precipitadamente. Y no hay modo de rastrear su telefono. O se ha deshecho de el o ese tipo sabe mas de tecnologias que nosotros. ?Y tu? ?En donde estas?
– En casa, con un viejo amigo -responde Diana.
Desconecta, antes de que el inspector plantee mas preguntas. Se concentra en Matas, pasando por alto la mirada de curiosidad que ha mantenido durante su corto intercambio telefonico.
– Tariq se acostaba con Cora. -Se encara con el-. Medio Beirut se acosto con Cora antes de que se casara con Asmar. ?No te importaba?
El otro la contempla, divertido.
– Tan comedida y puritana como siempre. Te dije en cierta ocasion que el amor escribe con renglones torcidos, y que tu eras la primera que deberia saberlo. Mirandome siempre con devocion perruna. Sentia tu calor. En tus ojos, en tus palabras, en tus manos. Por suerte para mi, nunca te permitiste una transgresion. Te pasabas horas venerandome, como si fuera el copon bendito, pero jamas te permitiste un centimetro de piel de mas, un beso fuera de sitio. Mejor, no soporto que me toquen. Ni siquiera Cora lo hace… Sin embargo, ?nunca sentiste la tentacion? ?La mano al paquete? Reconozco que, en alguna ocasion, llegue a pensar que tambien estaba sexualmente dotado para la arqueologia.
Hay algo tan grosero en su risa de ahora, en el gesto que acompana la frase…
– Tu les miras. -Diana casi salta de su silla, ante el descubrimiento-. Les miras y te satisfaces por tu cuenta. No es que no te moleste que tenga amantes. La aplaudes por ello. ?Una exhibicionista y un voyeur! ?Como no se me ocurrio antes? ?Cora es la mujer perfecta para ti!
– La conozco desde que era casi una nina y yo, el profesor mas joven de la Universidad Autonoma de Madrid. En El Cairo empezamos a convertirnos en uno. Si, Diana. Ella y yo, con nuestros excesos y nuestras carencias, formamos un todo. Cora no tiene secretos para mi, ni yo para ella. En eso consiste nuestra asociacion. Yo la hice y ella me hizo. Y solo tienes una limitada idea de lo que, juntos, somos capaces de combinar. Es la mujer mas hermosa que he conocido, mas aun que los hermosos jovenes que ella misma me presentaba, al principio de nuestra relacion, antes de que decidiera serle fiel.
– Espero que os metan en la carcel y que os podais ver de celda a celda -sugiere Diana-. Sera el colmo de la practica del sexo seguro.
– No teneis pruebas, lo sabes -sonrie el-. Nadie va a abrir la boca en este asunto.
Se mira el reloj.
– Tengo que dejarte. Salimos de casa manana a mediodia. Nos vamos a Damasco, por carretera. Y luego, ?quien sabe? Estrenamos coche, un Mercedes Cupe rojo. Cora se ha encaprichado, la pobre perdio el suyo en el lamentable atentado que la dejo viuda.
El hombre se levanta y ella tambien, siempre con la cuna entre ambos. La diferencia de estatura es avasalladora.
– Comprenderas que no te acompane a la puerta -se despide Dial.
– Nunca me acompanaste en nada. Nunca aceptaste lo que tantas veces te repeti. Este es el pais de las oportunidades. Aqui todo resulta mucho mas sencillo para quien sepa adaptarse.
El cerebro de Diana funciona a toda velocidad. Escucha los pasos del hombre, alejandose, como tantas otras veces hizo, tantas otras noches despues de tantas otras conversaciones cuyo recuerdo creyo destinado a perdurar.
Se va. Se van los dos. Sin castigo.
?Sin castigo? Ir de compras no fue el unico error. Contarle como y cuando piensan largarse tambien lo ha sido. No ante la ley, sino ante la justicia.
Algo que hacer. Buscar algo que hacer. ?Que le sirve en los tiempos duros, durante las crisis? Algo mecanico, usar las manos. Cocinar solia ser una salida. Tanto cocino para el que ya nunca podra ponerse ante un fogon con la sencilla y optimista predisposicion de antes.
Su telefono se esta quedando sin bateria. Buscar el cable. Enchufarlo. Se lleva la cuna al estudio, la mantiene cerca de ella, como si fuera una estufa. Conecta el ordenador, abre el correo electronico. [email protected]?