intensos, de aquellos que exigen compromisos profundos… Te lo pregunto a ti, que has corrido tanto. He de saber si, a pesar de perder, porque siempre perdemos, porque no hay otro final que el de la perdida, merece la pena embarrarse de nuevo en la lucha de vivir… De vivir, digo, no de vegetar como mis amigos denuncian que yo hacia ultimamente, y he de reconocer que tienen razon… Te pregunto si regresar alla abajo, o aqui abajo, me lio con tanto imperio sobre la locomocion… No quiero ser mas joven, no te pido eso. Mis amigos me han ayudado a comprender que deseo volver, con la edad que tenia, eso no importa. Lo que si cuenta es dar. Dar lo que hasta ahora no he sabido, es decir, proporcionarle a mi vejez el impetu con que atravese anteriores etapas de mi vida, identica pasion por el riesgo… A cara o cruz… Si arrojo sobre el tapete mis dados y obedezco al destino sin red protectora…

Me detuve, jadeante:

– Uf, nada cansa tanto en un soliloquio como los puntos suspensivos…

Lucifer seguia con expresion risuena. Con una mano se masajeaba la mandibula, que debia de do-lerle, dada su postura en el obelisco. Con la otra se abanicaba. Tarde en verificar que, para ello, utilizaba una de sus alas.

– ?Se te ha roto? -me preocupe.

– Son portatiles, lo que facilita su limpieza. Abultan demasiado, no resultan practicas. Me las saco cuando nadie me mira. ?Te importa?

– Pierdes majestuosidad, pero da igual. ?Que es un ala mas o menos, en comparacion con mi dilema? Si debo venderte mi alma inmortal para aprovechar los anos que me faltan hasta el desenlace-desenlace, viviendo, entre tanto, sometida a los tormentos que acechan a una mujer aventurada…

– Y jactanciosa -me corto, ironico-. ?Por que habria de adquirir lo que llamas tu alma? ?Cuales son tus meritos? Eres atea, no crees en mi ni en el Otro. Te dire una cosa que achantara tu vanidad. Hay mas alegria en la Casa del Hijo Rechazado por un beato que pide orgias que por mil ateos en oferta.

Volvi a ponerme en jarras:

– ?Preferirias cerrar el trato con una pija del Opus? No te creo. Apenas te conozco, pero se que te sobra clase.

Sacudio la cabeza y produjo un largo y aromatico cigarrillo con filtro, que encendio con pestaneo ardoroso.

– ?Fumas? -era una cuestion retorica destinada a darme tiempo mientras planificaba como conseguir que me comprara algo.

– No me gusta -confeso-. Lo hago para no romper mi imagen.

– Entonces, ?no quieres mi alma o lo que sea que tenemos los humanos y que siempre nos toca

las narices? Conciencia de ser, deseo de trascender o como se llame…

Aspiro una profunda calada, perdido en sus pensamientos.

– Me fallan las relaciones publicas -musito-. Somos esclavos de lo que los demas quieren ver en nosotros.

– Esa historia la conozco bien -dije-. Pero ?que hay de lo mio?

– Entre tu y yo, Lucy no compra almas. Las regala.

Me quede planchada. Frene mi paseo meditativo.

– Luego, ?mi oferta no te interesa?

Ahora fue el quien se levanto y se puso a caminar a grandes pasos. Admire su atletico cuerpo. Madre de Dios, pense, que desperdicio.

Se detuvo frente a mi, cruzo los brazos, desplego completamente las alas y la sombra que estas crearon nos cubrio a ambos, provocando un interesante clima de intimidad.

– Tonta, tonta. Tambien tu has creido esa propaganda enfermiza. Baudelaire, los poetas malditos, los Rolling Stones… Bulgakov me uso bien, lo de Bierce fue una chiquillada. El unico que me comprendio fue Ernst Lubitsch. No creia en mi, pero me respetaba. Me represento tal como me gustaria ser, tal como habria sido, de haber contratado a un asesor de imagen que hubiera mostrado lo mejor de mi. Ernest si experimentaba genuina simpatia por el Diablo, como evidencian algunas

de sus peliculas. Su aguda compasion para con sus personajes la extendia tambien a mi. Pues de eso se trata, eso somos. Personajes.

– ?Y Milton? -inquiri, para poner mis conocimientos en la balanza.

– Ni Milton ni Dante. Con todos mis respetos, mucho arte pero demasiada moralina -sentencio, categorico-. Fin de este instructivo desvio. Continua tu exposicion.

– Si… -titubee-. Si no poseemos alma, ni siquiera ese soplo interior que algunos ateos presentan como fruto del conocimiento, de la inteligencia, si no hay nada que vender ni comprar y, de existir, lo mio no te lo quedarias… ?Por que conversamos? ?Para matar el rato? ?Soy una mera distraccion para ti, un capricho pasajero?

– Como dicen en Anglosajonia, cuanto mas corto, mejor. Te lo expondre en estos terminos. ?Quieres vivir como si fueras el Nilo antiguo, inundando la tierra desenfrenadamente cada ano, o, por el contrario, crees que el futuro es como la libreta de cliente de un supermercado, algo que iras rellenando con cupones que pegaras usando un poco, solo un poco de saliva?

Comprendi que habia chocado con un Lucifer excepcional, enterado hasta de las ofertas del super de la esquina.

– Decide que quieres ser.

Respire hondo.

– El Nilo -dije, bajito.

– ?El que?

Queria probarme.

– ?El jodido Nilo anterior a la construccion de las presas! -repeti, apoyando mi cabeza en su musculoso torso.

Me tomo entre sus brazos y sus alas, que no olian a plumaje de ave -al que soy alergica-, sino a algodon de azucar. De lejos me llego la musica de un carrusel… ?O era un organillo como los de las ferias callejeras de mi infancia?

– ?Quien me defendera de las expectativas? -Temia que se desvaneciera sin darme una receta final.

– Tus amigos -senalo el Diablo.

No era una respuesta, sino un comunicado. Dos hombres y tres perros descendian hacia nosotros desde el Paseo de Coches.

– Debo irme. Basta por hoy de vida social.

– ?Espera! -le agarre de un ala-. ?No puedes marcharte sin mas! ?Ensename un truco para que Paula pase del testamento! ?Un conjuro, lo que sea!

– No te defiendas de las expectativas. -Me beso en la mejilla-. Ese es el truco mas importante. Y no te preocupes. Viviras. Yo me encargo.

Escuche un revuelo y palpe la oquedad entre mis brazos. Alce la vista. En su obelisco, el Angel Caido, imperturbable en su pose original, se entregaba al sufrimiento en bronce, ajeno a mis inquietudes.

– ?Quien soy? ?Uuuuuuuuh! -Terenci, a mis espaldas, me cubrio los parpados.

Le aparte, y entonces me di cuenta de que tenia algo en mi mano. Era una pequena pluma plateada. Olia a algodon de azucar.

– Mira que te hemos traido -dijo Manolo.

Movio el brazo como si le diera a una manivela, y un organillo antiguo, de chillones colores, se materializo arrojando al aire las castizas notas de un chotis.

– Que buen aspecto, punetera -comento el otro-. Ya me contaras que has hecho, aparte de tomar el sol.

Los perros rae dedicaron unos cuantos lame-tones.

– ?Pasa algo? -insistio Terenci-. Luces alelada.

Me eche a reir.

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