llorar como posesas, lamentandose por su muerte y la de la Naturaleza que, sin embargo, igual que el, renovaba su ciclo, tan campante.
– ?Vayamos al Libano! -salto Terenci, mas que contento-. No he pasado por alli desde 1967, en visperas de la guerra de los Tres Dias.
– De los Seis Dias -rectifique, secamente.
– Por mi, como si fue uno -contesto el otro-. Menudo desastre.
– Pero ?tenemos tiempo? -me angustie.
Manolo consulto su Festina.
– Nos quedan casi veinticuatro horas de tiempo real, aunque podemos disponer de ellas como si de la Eternidad se tratase, en lo que se refiere a asuntos no relacionados con la actualidad terrena. ?Ay! Se nos ha olvidado comentarte que el abueli-to de Paula, un republicano, bellisima persona, quiere ayudarnos. Nos hemos cruzado con el paseando por el parque del Oeste. Sabe de primera mano que su nieta vendra al Retiro, a por libros, manana, sabado, a mediodia. Ya ves que no somos tan inutiles.
– ?El abuelo? -Me emocione al pensar en aquel hombre noble a quien tanto habia apreciado-. ?Y esta bien?
– Divinamente, encantado de que no exista Dios.
Se pusieron en pie.
– ?Te apetece una excursion aerea por el Mediterraneo, a modo de despedida? ?Barcelona, Alejandria, Beirut? -propuso Terenci-. ?Alfombra, o volamos por nuestros propios medios?
– ?Por nosotros mismos! -grite-. ?Oh, como voy a anorar nuestras evoluciones!
Abandonamos provisionalmente nuestras galas contemporaneas y nos quedamos en bolas. No hay como la desnudez astral para sobrevolar el Mare Nostrum. Los perros volarian a doble pelo.
Antes de elevarnos, entonamos a trio nuestra cancion:
–
Podria jurar que los canes tambien cantaban. Desde luego, sonreian.
Nos adentrabamos en vastos territorios donde se afinan los adioses como lanzas, y en donde la pena no recibe consuelo.
Demasiado tarde cai en la cuenta de que habia olvidado la pluma del Angel Caido en el bolsillo de mi vestido madrileno.
Lo tome como un mal augurio.
14
Volamos en silencio hacia el Levante. Nuestro inicial arranque brioso, la cancion de Peter Pan… Dolia. Aquella ingenua musica dolia, tanto como cuando la interpreto un conjunto de cuerda -?sucedio realmente?- en el funeral de Terenci. Mis amigos respiraban con agitacion. Supuse que impresiones parejas a las mias ocupaban sus amplias estancias siderales. Asi pues, tampoco la muerte nos blinda contra la afliccion de perder a quienes amamos.
De triple acuerdo y todavia en silencio, cuando alcanzamos Barcelona nos instalamos en lo mas alto de la sierra de Collserola. Sabiamos que era la ultima oportunidad de contemplar juntos nuestra ciudad, de rendirle tributo.
Una patina gris azulada, la calima, emborronaba el mar lejano y nublaba para nosotros el camaleon de apretados edificios que yacia en sus orillas. Solo el chorreo de escamas amarillentas, de cubiertas quebradas derramandose tentacularmente desde las faldas de la cordillera a nuestros pies, anticipaba la presencia de la ciudad amada, ciudad de la memoria y el deseo, de la nostalgia que bravamente
lucha contra el olvido asiendose a palabras tan arraigadas en nosotros como el sabor de la leche materna.
Mas alla de la boira, el dios de los vivientes lanzaba destellos rojizos, tipicos de su hora de acostarse.
– Entre todos los momentos del dia -declame, alzandome, como Escarlata, en lo alto de la cumbre, dispuesta a poner a parir a los hados-, ?teniais que decantaros por la puesta de sol como huso horario para enmarcar la postrera visita? ?Ah, felones!
– ?Que le pasa? -le pregunto Manolo a Terenci.
Este le propino un soberano codazo.
– No la interrumpas. La han poseido las troya-nas, las furias, las brujas de la obra escocesa, la Me-dea de Nuria Espert y la Norma de la Callas. ?Que vena de sacerdotisa furiosa! ?Que divino momento de diva, el suyo! -Se volvio hacia mi-. Nena, la luz del ocaso le quedaba suprema a Vivien Leigh, al final de la primera parte de
– No me importa. ?Ya no tengo carrera, vuelvo a la vida! Y, en este instante supremo en que, unidos, nos entregamos a la vision de nuestra patria chica, lo mas inoportuno es una ambientacion que redunde en nuestro animo. ?No te das cuenta de que, en materia de sentimientos, lo sobrecargado pierde efectividad? La gravedad de la situacion requiere un entorno luminoso, indiferente, feliz, sin agonias que diluyan el dolor que mi partida nos causa. Bastante decaido yerra nuestro espiritu, de-
masiado sombria ataca la circunstancia, como para aguantar, de propina, un crepusculo completo.
– Desde un punto de vista estilistico -me apoyo Manolo-, es un argumento impecable. Si cae el sol demasiado deprisa, dejare de ver la casa de Vall-vidrera en cuya chimenea Carvalho quemaba libros.
Senalo un punto de la foresta, que se ilumino fugazmente con su gesto, como si alguien estuviera prendiendo un fuego de artificio literario entre las pinedas.
– Yo siempre fui hombre de interiores -intervino Terenci- y, pese a la casa que en el Emporda me dio cobijo y albergo a mis amigos, reivindico que soy urbano, urbano y urbano.
– Los escritores pertenecemos a una geografia propia, a paises que se superponen sobre el mapamundi y los suplantan, paises internos que prolongan el de la infancia y el de un futuro nunca alcanzado pero mas que real - dijo Manolo-. Eso incluye campo y playa, suburbios y entremuros… Mirad como disfrutan mis amigos…
Se referia a los perros, que retozaban entre las matas, meaban alegremente tras olisquear la corteza de los pinos, y se acariciaban, tumbandose boca arriba por turnos. Que felices eran, las criaturas: siempre me conmueve el don de los perros para la dicha inmediata. Pero no me distraje.
– Permitidme que continue con mi ataque de oratoria. Si me cortais, no respondo de mi entereza para afrontar el trance. Voy a emplear los poderes que aun me asisten para brindarnos un ultimo dia
en Barcelona que cuente, al menos, con la complicidad de la luz mediterranea en su maximo vigor.
Guardaron un silencio relativamente respetuoso -se miraban de reojo como si me temieran- y se apartaron un poco. Los hombres, siempre tan pusilanimes, pense.
Tome impulso, alce los brazos y rae eleve sobre la punta de los pies, al tiempo que materializaba una tunica vaporosa color salmon irisado que hizo exclamar a Terenci:
–
Y a Manolo, aunque en tono mas moderado, pero no menos contundente:
– Ole los ovarios del Barrio Chino.
Respire hondo, estimulada por su admiracion. Dude sobre si debia producir una antorcha para blandiria durante mi conjuro o admonicion, pero opte por la sencillez, y no produje nada.
– ?Que se detenga el sol! -empece, y mi voz resono desde el rio Llobregat hasta su opuesto colega, el Besos; de Collserola al mar, de Montjuic al Tibidabo, pasando por el Barrio Gotico y el Puerto Olimpico.