– ?Muy bien! ?Venga, mas! -jalearon.

– ?Retrocede, oh Amon! -me creci, y un viento que empezo suavemente aumento con rapidez su impulso, agitando mi tunica, que ahora sentia cenida a mi cuerpo como una mano calida y amistosa, la mano de mi ciudad, adelantandome sus dones-. ?Deten tu caida, oh, Sol, remonta las escarpadas aguas del dia!

– Cono -musito Manolo-. La Victoria de Samotracia, pero con brazos.

– Muy bien, mujera. Pero el sol prefiere que le llamen Ra -recomendo Terenci.

– ? Recula, oh, Astro, hacia el Levante al que nos dirigimos! -Dramaticamente, anadi-: ? Amanece sobre nuestra ciudad, aunque solo sea para nosotros, y sumergenos pronto en la magia del mediodia, envuelvenos con tu gloria! ?Para que podamos recordar que, juntos, vimos nacer el sol sobre sus tejados y sus gruas y sus inmobiliarias y sus buenas gentes! ? Permite que sellemos bajo tu ignita hora de madurez nuestra amistad, que aqui nacio, cuando todavia creiamos que los crepusculos eran una tematica ajena! ?Si hoy mueres aqui, en casa, para nosotros, moriras en mi corazon para siempre!

Me puse en jarras, y espere. No tuvimos que aguardar mucho.

Lo crean o no, el sol dio marcha atras. El dia oreo sus sabanas sobre nuestra ciudad. Escuchamos el canto de los pajaros y nos esponjamos con la frescura del rocio. Briznas de cesped virgen crecieron a nuestros pies y nos penetro el olor de la tierra de Collserola, mezcla de hojas tiernas quebradas y humo de lena, de polvora de petardos de verbena y sobacos juveniles.

Ninguno de nosotros hablo, ninguno se atrevio a formular un «?Te acuerdas?», esa manida pregunta con la que, a partir de cierta edad -la edad en que ya conocemos el lenguaje de los finales-, los amigos suelen iniciar muchas conversaciones.

– ?No declaraste que, en nuestra dimension, las veinticuatro horas de tiempo real que nos quedan pueden equivaler a una eternidad? -le espete a Manolo, quien no perdio tiempo en consultar, ilusionado, su Festina.

– ?Que propones? -quiso saber.

– ?Todo!

Y fue todo. Simultaneamente.

Sentados ahora en las gradas del Teatro Griego de Montjuic asistimos al desfile de familias que, al final de la Cuaresma, en los pobretones anos cincuenta, ocupaban la montana con sus modestos picnics para celebrar el Entierro de la Sardina. Bese a mis primeros novios junto a la fuente luminosa, recorri los pabellones de la Feria de Muestras y me zampe unos novedosos bocadillos de Frank-furt, protegida del sol -el sol de mediodia, ardiente, peleon, favorable a sus hijos- por una visera de propaganda de Pepsi-Cola. Tomados del brazo, descendimos por las escaleras mecanicas de la Avenida de la Luz. Lleve a Manolo y a Terenci por las academias de taquigrafia y mecanografia en las que aprendi las artes del oficinista. Recorri con ellos las calles rumorosas del apacible Eixample, cuajado de acacias y castanos, anterior al trepidar masivo de los automoviles. Reposamos en los antiguos cafes con espejos y camareros con andares gatunos, invadimos los cines hoy desaparecidos, escupimos en los edificios de Nunez y Navarro que empezaban a deformar los chaflanes, fisgamos en farmacias y herbolarios, alimentamos con migas de

pan a las ocas del claustro de la catedral, corrimos por los muelles y saludamos con panuelos desplegados a los pasajeros que, en los barcos de la compania Trasmediterranea, se dirigian a las Baleares.

Visite con Terenci las arruinadas fabricas del Poble Nou pre Juegos Olimpicos, y acaricie sus alicaidos muros, rememorando los gestos de Monica Vitti en sus paseos de pelicula por las afueras de la ciudad industriosa, gestos que nosotros repetiamos en los tiempos en que la incomunicacion, predicada por Antonioni, era solo aquella ingenua desazon de nuestra adolescencia, tambien llamada angustia vital por los coetaneos cultos. Tiempos en que ignorabamos que el verdadero aislamiento -lo que siente una familia de clase media un sabado por la tarde en un centro comercial- estaba por venir.

Pisoteamos las avenidas nevadas del 62 y volvimos a llorar con el final de Esplendor en la hierba. Nos sentamos en la escalinata de la Placa del Rei y charlamos durante horas, como si las decepciones y los fracasos y el dolor y las perdidas no hubieran hecho mella en nosotros. Eramos los de antes, en su version mejor. Porque habiamos aprendido a recargar los ayeres con lo que entonces parecian no poseer: sentido.

Los dias que habiamos pasado por alto, los placeres que aceptamos con la ingrata inconstancia de la juventud, la dicha compartida y luego troceada a lo largo del camino -como los restos de Adonis, de Osiris- se agrupaban para recuperar su envergadura de antano. Por el milagro del amor, ni mas ni menos.

Bailamos y cantamos, Rambla arriba, Rambla abajo, haciendo sonar timbales y panderetas

Entonces le llego el turno a Manolo, que nos arrastro a la Boqueria, y alli, entre el vivaz sonido de voces y reclamos, fragor de carretillas y estruendo de mercancias amontonadas, nos convertimos en chiquillos y nos revolcamos entre los productos de la tierra y del mar. Coronas de salmonetes cineron nuestras sienes, revoloteamos bajo el cielo de hierro, montados en autenticos jamones de pata negra, y jugamos a las espadas blandiendo pencas de bacalao. Nos arrojamos punados de oloroso azafran, de irritante pimienta, tomamos las ruedas de arenques y las empujamos hacia el puerto. Los trabajadores, que no podian vernos, seguian entregados a sus tareas, colocandose de vez en cuando un lapiz en la oreja, guardando un cuadernillo pringado de aceite en el bolsillo de la bata, y deteniendose a fumar un cigarrillo. Las pescaderas pregonaban: «Mira com tinc avui el lluc!»,yda palabra merluza adquiria en sus labios concomitancias sexuales que parecian recien escapadas de un frasco procedente de la Roma pagana.

Nos rebozamos en canela, hicimos malabaris-mos con los melocotones de vina, y su carne prieta y olorosa dibujo en el aire circulos de victoria.

Fuimos felices.

Los perros nos imitaron. ?O eramos nosotros quienes copiabamos su desinhibido comportamiento? Sucios ninos libres fuimos, por una eternidad.

15

El mismo mar

– Ni se te ocurra -adverti.

Terenci insistio:

– Me hace ilusion.

– ?Que pasa? -inquirio Manolo.

Se habia rezagado saludando a una conocida que acostumbraba a venderle trufas blancas en el mercado, y que habia cruzado el Umbral recientemente. Nos sentamos en los peldanos del puerto y materializamos unas almendras saladas en cucuruchos de papel de periodico: Diario de Barcelona, seccion cartelera cinematografica. En el Kursaal iban a estrenar El Cid.

– Este -dije-. Quiere entrar en Alejandria por mar.

– Un plan excelente. Grandioso -asintio el otro.

– No te entusiasmes tan pronto. Aqui el autor de No digas que fue un sueno pretende que surquemos el Mediterraneo en la galera de Cleopatra, despues de la batalla de Actium. Los tres vestidos de luto por la derrota y la aparente traicion de Marco Antonio y, para acabarlo de coronar, velas y

telas negras envolviendo proas, popas, estribores, babores, mastiles, jarcias y aparejos. Un dramon.

– Siniestro -se apresuro a admitir Manolo-. No olvides que este viaje tiene algo de recorrido comun final, al margen de que su objetivo principal sea averiguar si Adonis puede ayudar a nuestra amiga a recuperar la consciencia. Y lo de ir de duelo en Alejandria se me antoja tan extemporaneo como asistir al ocaso en

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