– ?Victor?
– El hermano. Victor no esta.
– Habla Tadeo, ?como andas?
– Ah, bien, bien.
– Escuchame, necesito que le digas a tu hermano que gane el concurso.
– Le digo -contesto el otro sin emocion.
– El de cuentos, primer premio, ?que me contas?
– Mira vos, te felicito.
Era evidente que no podia medir la magnitud de aquello. El hermano de Victor no se habia acercado a un libro en los ultimos diez anos mas que para esconder algun billete de loteria que su mujer le tenia prohibido comprar.
– Entonces, ?le decis? Que me llame, voy a estar en casa. En una de esas salgo a festejar, pero que me llame, de todos modos.
Llego Laura; se abrazaron, la alzo en sus brazos hasta que la cabeza de ella quedo encima de la suya y le dio un beso que era toda una promesa de felicidad. Ella le revolvia el pelo, le decia que se alegraba por el. Y era cierto. Por el, pero quiza ya no por ella que empezaria a sentir que su proyecto comun se estaba acabando. Fueron a cenar y volvieron caminando de la mano. Esa noche no hizo mas que hablar de el mientras Laura lo observaba con una media sonrisa de felicidad incompleta. Tadeo penso que Victor habria llamado durante su ausencia y que lo intentaria al dia siguiente. Pero no lo hizo, ni ese dia, ni al otro, ni al otro. No llamo y Tadeo se aguanto con excusas hasta el domingo, cuando se encontraron en el estadio.
– ?Todo bien? -pregunto.
– ?Que contas?
– No me llamaste.
Victor puso cara de no entender; Tadeo creyo por un instante que el hermano nunca le habia dado la noticia y una tenue alegria le alento las palabras.
– ?Por el premio! ?Primer premio!
Pero Victor no se sorprendio, que hubiera sido la unica redencion posible a su falta de entusiasmo. Sonrio como si le pesara tener que hacerlo y apoyo una mano en el hombro de Tadeo. Era una sonrisa obligada por la cortesia, una sonrisa que lejos estaba de ser alegria espontanea, una sonrisa a la fuerza, es cierto, pero de ningun modo falsa. Victor sentia como nunca el aguijonazo de la autocompasion, y se culpaba por no poder alegrarse con sinceridad por el logro de su amigo. Mientras chapoteaban en el charco de la mediania, era mas sencillo olvidar la propia miseria, pero bastaba con que uno asomara apenas la cabeza para que ese precario equilibrio se derrumbara y la conciencia implacable los tomara por asalto.
– Ah, si, me contaron. Te felicito, te felicito -dijo, y parecio aliviarse cuando un hombre de amarillo se acerco a venderles cafe.
Tadeo vivia en una casa de altos pintada de blanco con un balconcito al frente decorado con rejas negras. Laura y el la habian alquilado a bajo precio porque el rumor de la muerte del medico joven se habia expandido por el barrio y nadie queria vivir en la casa de un suicida donde, se decia, el fantasma del hombre aparecia con la luna nueva de marzo y deambulaba con los brazos extendidos y las palmas abiertas, como pidiendo. Tadeo jamas habia creido en aparecidos, mucho menos Laura, asi que se alegraron de la ignorancia ajena que les permitia acceder a una casita preciosa a poca distancia del liceo. Casi nunca hablaban del asunto, pero cada mes, cuando venia por su dinero, la duena les preguntaba si todo estaba bien y se iba tranquila apenas le aseguraban que si. Jamas se referia en forma directa al fantasma y ellos fingian que su inquietud estaba dirigida a cualquier vicio de la construccion, humedades o canos rotos, por lo que se comprendian con un minimo dialogo pleno de sobreentendidos.
Ese martes, tan distinto a todos cuantos recordaba, la sombra de Doc lo acompano desde el amanecer y hasta sintio una pena densa por el. No estaba claro con quien habia vivido, si lo acosaban las deudas o era un perseguido politico; si padecia mal de amores, si estaba enfermo o habia perdido algun paciente en una maniobra equivocada. Nadie sabia si la culpa le anudaba el cuello, o si era pura melancolia. Pero Tadeo estaba seguro de que Doc, como el, sentia la mas absoluta soledad.
?Que verdades encerrarian esas paredes? ?Cuanto dolor habria quedado pegado a sus poros? ?Estaria aun ahi la energia descomunal que ese hombre tuvo que desplegar para matarse? Tadeo fantaseaba con un despertar cualquiera de un hombre acorralado por sus circunstancias que, de pronto, sentia que los dados estaban echados. Ese hombre se levantaba de su cama, una cama que estaba en el mismo cuarto, iba al bano, el mismo bano. Se miraba en el espejo, pero no se reconocia. Ni siquiera intentaba bucear en el recuerdo de sus seres queridos. Podrian haberle puesto delante lo mas amado, sus hijos si los tenia, y el no se hubiera detenido. Estaba vacio por dentro, como apagado. Abria el botiquin, el mismo botiquin, y extraia un frasco con pastillas. Las miraba con languida avidez, como un nino que va a elegir un caramelo; llenaba un vaso con agua y las tomaba todas, diez, veinte, cuarenta, el frasco completo. Ya estaba hecho. Pronto acabaria el sufrimiento. Volvia a la cama y se recostaba. Un bello durmiente que espera el sueno del que ningun beso lo despertara. Y asi iba perdiendo el sentido, hundiendose en los cenagales de la muerte, quiza con ese subito renacer de un instinto de supervivencia; pero ya no podria moverse, los musculos entumecidos, la mente dispersa y apenas una luz de entendimiento para que fuera sintiendo que se iba de la vida.
Las tres de la tarde y su ultimo dia estaba resultando tan frustrante como todos los anteriores. Ni siquiera era capaz de ordenar los libros en cajas, ponerles una etiqueta, “para Fulano”; mucho menos de redactar la maldita carta, a estas alturas, una obsesion. Sin darse cuenta, la rabia por no poder escribir le estaba sacudiendo la molicie espiritual, esa muerte anticipada a la que Tadeo se habia entregado sin dar batalla. Se mordio los labios hasta que el dolor fue suficiente. Intento con su formula de escribir lo que estaba sintiendo, sin puntuacion ni correcciones, al vuelo sus dedos como pajaros asustados sobre las teclas. Al cabo de unos minutos se dio cuenta de que aquello no iba a funcionar y golpeo la frente contra la pantalla, con la voluntad derrotada.
Abrio la pagina de Horacio, casi por costumbre, sin demasiada fe. Entrar, leer y salir. Hasta ese entonces su conducta habia sido cobarde, un voyerista sin compromiso, un nino espiando por el ojo de la cerradura. Queria decirle a Horacio que lo entendia, pero se sentia lejos de su dolor, que, paradojicamente, los unia con lazos tan poderosos como la muerte. Otra vez la angustia por las palabras faltantes que, sin embargo, existian en el como una gelatina sin cuajar. Era su torpeza la culpable por no encontrarlas, su falta de talento. Era el, Tadeo, que no servia para nada.
Se sento en el medio de la pila de libros. Los veinte tomos de
De Tadeo para Horacio: