– Mira, Tadeo, el que avisa mucho que se va a matar, no se mata. Queres llamar la atencion, nada mas.

Hubiera querido explicarle que estaba cometiendo una equivocacion dramatica, que hablaba en serio, como seguramente hablan en serio todos los que amenazan y, tantas veces, esas voces se diluyen en un limbo de indiferencia. Hubiera querido contarle como se sentia, pero Victor habia caido en el vicio de siempre y ya no lo escuchaba.

– Mi prima no solo lo dice todo el tiempo, sino que lo intento varias veces. ?Varias, Tadeo! ?Entendes? Si se quiere matar, lo hace y chau. Asi, lo unico que logra es que nadie le crea.

– ?Te acordas del pastor mentiroso?

– Te repito: el que quiere se mata. Pero, claro, hay que tener muchos huevos.

– No, Victor, no entendes, nada. No tiene que ver con ser valiente.

– ?Entonces seran unos cobardes!

– Tampoco, Victor, tampoco es eso.

– Lo que sea, vos venis al bar esta tarde, te tomas un vermucito y hablamos. ?Sabes que te falta? Una mujer, eso te falta. Desde lo de Laura estas hecho un trapo.

– Ya te dije que estoy solo y vos no me queres entender.

– Pero si es lo que estoy diciendo. Estas solo; te hace falta una mujer.

Claro que extranaba a Laura, pero su soledad era mucho mas que aquella ausencia; era una soledad cosmica, la sensacion de ser un punto ocioso colgado en la negrura del universo.

– Te paso a buscar a las seis y media.

– ?No voy! Ya te dije que no voy.

– Seis y media. Estate pronto, no me hagas esperar -y colgo.

Tadeo penso que estaba bien plantado en su decision de no ir, pero con la misma avidez con la que habia atendido la llamada de Jano esa manana, a las seis y media estaba esperando que Victor pasara a buscarlo.

La puerta de calle estaba siempre cerrada para preservar el clima interior del bar como si fuera a escaparse la frescura del aire acondicionado. Pero alli no habia aire, sino humo y los vahos del alcohol y el perfume del cafe y el aliento lugubre de la melancolia. No tenia nada de particular, salvo que era el lugar de moda donde la intelectualidad debia reunirse, un poco para decir que lo hacia, otro poco para pertenecer, echar raices en un suelo, saber que alguien extranaria la falta si algun dia lo arrebataba la muerte.

Victor entro con Tadeo casi a rastras y enseguida vieron a Moura en la mesita de siempre, contra la pared junto al retrato desvaido del Polaco Goyeneche. Moura era medico, pero habia sido destituido durante la dictadura y nunca volvio a ejercer. Habia llegado alli de la mano de Lubak, que era su socio en un quiosco de revistas y tambien poeta con un libro publicado. Por algun motivo que nadie pregunto, se llamaban por el apellido y se habian acostumbrado tanto a eso que sonaba raro cuando un extrano se acercaba y los saludaba por su nombre.

– ?Que cuentan?

– ?Que haces? -respondio Victor, con su estilo de devolver pregunta con pregunta, un habito que a Moura lo sacaba de quicio.

Tadeo se sento en la silla que habitualmente ocupaba y no supo que responder cuando Ramiro, el unico mozo, le dijo si le traia su vermucito con limon. Parecia uno de los cuatro idiotas de Quiroga. Victor asintio por el y anadio una mueca para decirle que el horno no estaba para bollos, o sea, que podia traerle lo que se le diera la reverenda gana porque todo le daba igual. A esa altura, Tadeo empezaba a preguntarse que hacia alli, por que no estaba en su casa terminando de ordenar sus cosas, que necesidad tenia de desperdiciar sus ultimas horas con esa manga de fracasados. Y se dio cuenta de que solo ahi podia estar, que ningun otro sitio le cabia mejor, aunque ni siquiera ellos lo entendieran.

– Che, ?y Lubak? -corto Victor por decir algo.

– Tenia un asunto, no se… -sonrio Moura.

– Pero, ?viene?

– Y yo que se. Si, viene, supongo que viene. Viste como son estas cosas.

– ?Que tal?

– ?Que tal, que?

– La mina, digo, ?que tal?

– Bien, bah, mas o menos.

– ?Y la mujer?

– ?La mujer, que?

– Si sabe.

– ?Que va a saber! Esa no ve mas alla de la escoba.

– Yo no me confiaria.

– Y si sabe da igual. ?Vos te pensas que a esta altura lo va patear por un polvo.

Tadeo penso en Laura y su recuerdo se le hizo presencia por encima de aquella conversacion vulgar de la que, en otras circunstancias, hubiera formado parte para abonarla con su teoria. Por un instante no estuvo en el bar, sino en la casa que habian compartido, en el momento justo de levantar una persiana y descubrir, como tantas veces, una maderita en el alfeizar de la ventana. Una maderita en el alfeizar de la ventana es tambien un signo. Y esa maderita estropeada por la lluvia, esa insignificante maderita que Tadeo encontro al levantar una persiana, era el signo de que vivia atado a los recuerdos. Extranaba a Laura. No estaba seguro de haberla querido, pero si de extranarla. Extranar es mas profundo que querer; no implica posesion sino complemento. Es como sentirse “fuera de”, extrano, extraditado, extracto, extravagante, extranjero, “mas alla de algo”. Lo opuesto a entranar, que es un viaje hacia el interior, unirse a alguien en la intimidad. Tadeo extranaba a Laura, se sentia raro sin ella, lo descolocaba su ausencia; su no estar lo sacaba de si, lo desterraba a un lugar por el que iba perdido como un mendigo a tientas. Laura habia sido su mujer. No podia decir si fue tambien el amor de su vida; ni siquiera si habian sido felices. Pero su presencia lo reafirmaba, y una parte de el quedo extraviada desde que ella se fue.

Laura detestaba la luz a la hora de meterse en la cama. No al momento del sexo, sino en el instante en que se apaga la luz para dormir juntos. Bajaba la persiana para que la luz de la calle no entrara al dormitorio, pero siempre quedaba una rendija entre los listones que era como una cuchillada en la oscuridad. Entonces se le ocurrio poner esa maderita en el alfeizar para que la persiana hiciera presion sobre ella y apelmazara los listones, uno sobre el otro hasta que no entrara ni una gota de luz. Laura se habia ido; Tadeo adoraba dormir con la persiana levantada y el foco de la calle era el companero de sus noches de insomnio, pero la maderita seguia ahi y cada tanto la veia y recordaba.

– ?Y a vos que te pasa? -le descerrajo Moura con aquella groseria medida con que se trataban.

Tadeo levanto un hombro mientras se perdia en los circulos que su dedo bailaba con el hielo. La imagen de Horacio se acomodo en su mente; no era un rostro definido, de hecho, jamas lo habia visto, pero si una persona concreta, el muchacho que habia inventado para encarnarlo. Queria volver a la casa para comprobar si habia respondido a su mensaje. De pronto, tuvo la certeza de que Horacio no estaba jugando, de que su muerte anunciada no era un teatro para llamar la atencion, de que quizas en esos momentos estuviera haciendolo. Y el, sentado como esos viejos que se babean en los corredores de los geriatricos, encorvado sobre su derrota, inutil hasta para impedir una muerte fuera de tiempo.

– Esta depre -dijo Victor y le puso la mano en el hombro.

– ?Te pasa algo?

Victor sonrio.

– Dice que va a matarse.

– Dejate de pavadas, Tadeo. Con eso no se juega -protesto Moura mas molesto que preocupado, como si un ladron se hubiera metido en el jardin vecino y no fuera ese jardin lo importante, sino la eventualidad de que saltara la tapia y entrara al suyo.

– Ya le dije -siguio Victor con su insoportable paternalismo-, ya le dije que no embromara. Por eso me lo traje, a ver si se despeja un poco. ?Vos no tenes a alguien para presentarle? ?Alguna clienta? De las de Lubak, por ejemplo.

Tadeo dejo el hielo y empezo a delinear su mano izquierda con una lapicera verde sobre el mantelito de papel. Una y mil veces iba y venia por encima del mismo trazo y la silueta de su mano se transformo en una

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