no dice ya lo mismo.

Me despierto

como quien oye una respiracion obscena.

Es que amanece.

Amanece otro dia en que no estare invitado

ni a un momento feliz. Ni a un arrepentimiento

que, por no ser antiguo

– ah, Seigneur, donnez moi la force et le courage!-

invite de verdad a arrepentirme

con algun resto de sinceridad.

Ya nada temo mas que a mis cuidados.

De la vida me acuerdo, pero donde esta.

Apreto “enviar” con la secreta esperanza de llegar a tiempo, aunque no podia entender por que lo habia hecho. Ni por que la ansiedad.

Despues de enviar el mensaje Tadeo se sintio aliviado. No estaba seguro de que Horacio fuera a leerlo; ni siquiera de si todavia estaba vivo, pero era agradable la sensacion de haber copiado aquel poema como si hubiera sido suyo, casi una falsificacion o un plagio, las palabras que el hubiera querido decir. Volvio a la pila de libros y entre las paginas sucias de un viejo ejemplar de Trilce encontro una hoja de periodico cuidadosamente doblada. Ni siquiera recordaba haberla puesto ahi, pero apenas la desplego, le vino a la memoria el preciso momento en que la habia leido por primera vez y hasta algun otro hecho menor de aquel dia, un incidente con su padre por causa de una camisa perdida y que, finalmente, aparecio arrugada entre los manteles. Pero lo que mas recordaba era el ano, el ano en que se habian llevado a Marga lejos, y por primera vez habia surcado su mente la idea de que era mejor estar muerto. No era extrano que aquella carta lo hubiera afectado tanto como para guardarla entre las paginas de uno de sus libros preferidos. Tadeo tenia presente el escandalo que se habia armado, y como casi linchan al redactor responsable por publicarla. Era la despedida de una mujer que anunciaba su suicidio y que habia aparecido en un diario de hacia treinta anos; un texto escrito desde las tripas, sin tecnica ni pretensiones literarias. Un texto lleno de lugares comunes, una catarsis sin segunda lectura ni correcciones, lanzada al viento apenas parida, parida desde el dolor, con el alma abierta, rajada de arriba abajo.

Carta de Marisa G., publicada en El Diario el 7 de marzo de 1977:

“Cuando una se mata, no piensa, siente. Da lo mismo que haya ropa para lavar o camas sin tender. Que los platos queden sucios en la pileta y que la leche no alcance para el desayuno de manana. No hay manana. Tampoco hay ayer. Lo que paso no cuenta en el pensamiento, aunque pese adentro, ?y cuanto! Ni siquiera se acuerda de las decepciones. De las veces que nadie dijo que la comida estaba buena, del maquillaje a ultima hora frente al espejo del auto, del pelo a medio secar.

“No vale pensar en los que intentaron avisarnos. No los escuchamos. Siempre creimos que iba a ser diferente. A pesar de que lo vimos en nuestras madres y en nuestras abuelas. Pero teniamos una ilusion. Los cuentos de hadas, por ejemplo. Mentiras. Las sirvientas son sirvientas, las princesas nacen princesas y las mujeres comunes llevan una vida comun, vulgar, ordinaria. No sirve la peluqueria cada tanto. Ni comprarse algun trapo de oferta. Ni disfrazarse de senora para un casamiento. Se nota. Por debajo del disfraz se nota que estuvimos fregando hasta ultimo momento. Que manana, cuando despertemos con los pies deshechos, la casa estara esperando como siempre. Y habra medias por todas partes, y una corbata colgando del pomo de la puerta y mas de uno querra cobrarse el desparpajo de habernos permitido unas horas de fantasia.

“Cuando una se mata, no piensa, siente que le duelen cosas, pero no puede nombrarlas. Estuvo mucho tiempo hablando de ellas. Pidiendo. Gritando. Sobre todo eso. Aunque nadie escuchara. Convirtiendose poco a poco en una bruja. La mala, pero que no falte porque, ?quien va a limpiar la mierda? Entonces, mejor no pensar, aunque el alma sepa.

“Tampoco piensa en los hijos. Siente que ya no tiene nada para darles. Incluso siente que, quizas, esten mejor. Que sobreviviran en un desorden absoluto, comiendo porquerias, olvidandose para siempre de lavarse los dientes, descalzos en invierno. Quizas hasta sean felices. Siente que todo ha sido en vano. Que no ha hecho mas que estropearle la vida a los otros, incluyendo a los hijos, lo que mas amaba. Ya no esta segura de amar. Ya perdio la sensibilidad, y no recuerda que era aquel sentimiento. Cree que alguna vez lo tuvo y por eso hizo lo que hizo. Por eso trabajo dentro y fuera de la casa. Por eso insistio en rutinas de higiene. Por eso les busco escuela y profesora de ingles. Y vigilo los deberes. Y no se perdio ni una practica de futbol, ni una fiesta de fin de cursos. Y pintarrajeo caras para la noche de brujas. Los aburrio con tanto amor. Mejor no haberlos querido tanto.

“Nos han criado a pura mentira. Como la mentira de la Cenicienta. Otra infamia que deberia prohibirse. Porque el principe azul es un tipo cuya mayor ilusion es el futbol. Futbol en la tele, futbol en la cancha, futbol en la mesa, futbol en la cama. Quiza una le eche la culpa al futbol. Porque hay que echarle la culpa a algo para no sentirse culpable, aunque da igual. Cuando una se mata, siente que es una forma de vengarse por cada toalla humeda sobre el piso del bano, por las veces que limpio, barrio, frego, plancho, colgo, descolgo, lavo, cocino, aspiro, zurcio, cosio, levanto, guardo, acomodo, ventilo, sacudio, por cada vez que murio un poco y nadie le dijo gracias. Porque a nadie le gusta limpiar. Que quede claro. Y una quisiera que, por lo menos, alguien lo notara. Y que le dijera, alguna vez, que no ha nacido para eso.

“Pero, cuando una se mata, no piensa, siente que esta cansada, nada mas. Y que el sueno no alcanza; del sueno siempre se vuelve. Y la rutina no perdona. Esta a la espera aunque tengamos la suerte de hacer un viaje. Otra ilusion, otro disfraz. Como las vacaciones. Unos dias de tregua. Pero, ?y la vida? Una quiere cambios en la vida, ?se entiende? Y a veces, prueba. Se sale de las reglas. Y siempre vuelve. La culpa es muy fuerte. La culpa nos hace volver. Por eso una se mata. Porque no puede con la vida, por eso, para no volver. Entonces no piensa, siente. Siente que esta cansada. Que dormir no alcanza. Que solo la nada me salva”.

Era un bar antiguo donde se reunian los intelectuales: algunos, autenticas joyas pensantes; otros, pobres opinologos de plastico. Los primeros solian ser mas sobrios, hablaban solamente cuando tenian algo que decir y si sabian de que estaban hablando. Los segundos sabian de todo y de nada; de todo tenian criterio formado aunque hiciera medio minuto que se habian enterado del asunto en cuestion; se apoyaban en citas eruditas, las mas de las veces a sabiendas de que nadie conoceria al filosofo de marras, solo para ver la expresion de disimulada ignorancia en el rostro de los demas. Hacian gala de su precaria sabiduria con una ostentacion de lo mas ordinaria, levantando la voz o apenas esperando que el interlocutor pusiera una coma en su discurso para descolgarse con la propia teoria de los hechos. En suma, habian encontrado un gueto de marginados donde se reunian cada semana para suplicar que alguien escuchara lo que nadie mas queria escuchar en el mundo de afuera; ese otro gueto en el que otros habian labrado su pequena chacrita que defendian con los codos, si era necesario, y desde la que miraban recelosos a sus pares, a los que no tenian mas remedio que tolerar, pero seguros de que cualquiera se cortaria una mano antes de tendersela a un emergente que algun dia pudiera hacerles la minima sombra. Un sistema que fallaba en la solidaridad imprescindible para cualquier crecimiento, envuelto en un aura de elitismo que los colocaba por encima de todos, erigidos en cerebros universales; esos mundillos intelectualoides estaban, como todo lo humano, viciados por las bajas pasiones aunque tuvieran la soberbia adicional de creerse a salvo de ellas.

No estaba en sus planes ir al bar ese martes, pero Victor sabia ser pesado si queria. Se burlo cuando Tadeo le dijo que pensaba suicidarse. Se lo dijo con una serenidad tibetana; quiza por eso no lo tomo en serio. Tadeo trato de sonar convincente, incluso le explico las razones, sobre todo que se sentia solo.

– ?Solo, las pelotas! -grito-. Esta tarde nos vemos.

– No voy a ir, Victor, ?no oiste lo que te dije?

– Dejate de pavadas. Vos no te vas a suicidar.

– Te digo que si, ya esta todo arreglado. Queria avisarte, para que despues no te quedara eso de que no te dije nada. Sos tan rencoroso que en una de esas te ofendes y no vas a mi entierro -trato de bromear, aunque en el fondo, la cuestion lo preocupaba.

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