de la imprenta que pretendia cobrarle tres veces mas. En aquellos dias, todo costaba cualquier cosa, y la gente andaba aturdida por los sucesivos golpes que iba recibiendo desde los organismos de prestamo, desde los paises vecinos, desde el gobierno. El circulo se apretaba y era un “salvese quien pueda”, un triste espectaculo de ratas que abandonaban la nave en algunos casos; una solidaridad a prueba de cataclismos, en otros, como aquellas ollas populares que le llenaron la barriga a tanta gente harta de oir el sonido de sus tripas mientras algunos corruptos evadian graciosamente a la justicia y sus mujeres seguian apareciendo con obscena impunidad en las fotos de sociales.

Para entonces, debia dos mil dolares a Lubak mas otras deudas; su libro era un perfecto aborto; los pocos ahorros, ovejas rehenes en un corralito bancario; y su trabajo en la agencia estaba a punto de desaparecer a pedradas junto con los cristales que los clientes estafados hicieron anicos mientras el se ajustaba el nudo de la corbata como si nada peor pudiera pasarle. Faltaba el portazo de Laura, claro, y no demoro en llegar.

Cuando salio del bar, pasadas las ocho, ya estaba oscuro. La caminata le despejo la mente y llego a su casa con una cierta frescura; se sentia mejor, menos aturdido, quizas algo optimista. Corrio hasta la computadora y espero mientras se encendia. Se descubrio deseando con suma concentracion, deseando con fuerza que el mensaje de Horacio estuviera ahi. Era lo mas parecido a rezar que recordaba haber hecho. No estaba seguro de que ofrecia a cambio, ni a quien se encomendaba. Solo sabia que cada particula de su cuerpo estaba comprometida con la intensidad de aquel deseo.

Pero Horacio no habia respondido.

Se desplomo en un sillon junto al telefono y quedo petrificado en una desolacion inexplicable, una mezcla de impotencia y dolor. Estaba abatido como si un ejercito de elefantes le hubiera caminado por encima. Ya no pensaba en su suicidio, sino en la futilidad de una muerte como la de Horacio, una muerte esteril cuyo sinsentido lo enfrentaba al valor profundo de la vida, incluso del sufrimiento. Por primera vez en mucho tiempo rompia la cascara de su pequeno mundo y pensaba en otro, en otra vida que lo ayudaba a salir de ese ombligo en el que se habia regodeado durante los ultimos anos y que lo habia dejado tan solo.

“No te mueras, Horacio, no te mueras, por favor”, penso con todas sus fuerzas. “Tus padres, Horacio, tus amigos; vas a arruinarles cada dia, cada segundo, no van a tener paz. No sabes lo que duele, no tenes una idea de la carga insoportable que les dejas a los que quedan”.

El recuerdo de su madre se instalo en su mente con una nitidez que lo asusto, al principio, hasta que reconocio ese adorado tormento del que su padre le hablaba, el dolor imprescindible para no olvidar; y se dejo ir en el, bien hasta el fondo, como nunca en los ultimos cuarenta anos. Cayo en la cuenta de que durante todo ese tiempo se habia negado la posibilidad de recordarla desde la herida abierta que su muerte le habia hecho, pero que ese dia, tan luego ese martes, su ultimo dia, se habia permitido dejarla aflorar entreverada entre imagenes borrosas de alacranes y ascensores rotos.

Hubiera querido tanto tenerla a su lado, joven como la recordaba; joven, incluso mas joven que el; los muertos no envejecen. Tenerla a su lado para decirle cuanto la seguia queriendo, como la habia necesitado en cada etapa de esos anos vividos con muletas; decirle cuanto dolia sentirse distinto a los otros ninos, un lisiado, el pobrecito, el raro que no tenia madre en las reuniones ni en las fiestas de fin de ano, ni madre con tortas caseras para rifar en las kermeses, ni madre para hablar con otras madres a la hora de la salida, ni madre para espantar novias, ni madre para convertir en abuela; contarle que lo habia dejado medio huerfano, que le habia arrancado una pierna, un brazo, una porcion de vida, ?con que derecho! Y que importaba lo que lo que hubiera sufrido ella, su amor enrevesado con el tio Ignacio, aquella inflexibilidad a la que los sometia, se sometia, la realidad vista desde las anteojeras de su rigidez, su moralina, su excesiva pulcritud. ?Tan perfecta!

– ?Tan perfecta, mama! ?Como pudiste hacernos eso! ?Como pudiste dejarnos tan solos! ?Como pudiste, como! -se arrodillo en el piso, junto al sillon, con las manos tomandose la cabeza y los ojos hacia el techo, como queriendo atravesarlo y llegar mas arriba hasta algun cielo en el que ella deberia estar preservada del paso del tiempo, igual que hacia cuarenta anos, con sus unas cortas y su pelo apenas acomodado con un movimiento rapido de las manos.

Se sintio un nino, un ninito de siete anos que no lograba entender el vertigo del horror, la sentencia de soledad a la que aquella muerte lo condenaba, el desarraigo de una vida que cambia en el tiempo minimo que toma un disparo. Y despues, aquella sensacion de abandono, de traicion, y la aridez de un camino seco que se abria ante si. El peso abrumador de haberse quedado irremediablemente solo de madre, un nino sin madre, un hombre para siempre solo.

– ?Como pudiste! -se repetia-. ?Como pudiste! ?Por que me hiciste eso? No pensaste en mi. ?Como, como fuiste tan mala! ?Mala, malisima, mala, mala, mala! -se detuvo con un odio subito hecho un puno en la garganta; abrio los ojos y grito con todas sus fuerzas hasta que la voz se le quebro, lastimada como las cuerdas rotas de una guitarra-. ?La-pu-ta-que-te-pa-rio! ?Me estas escuchando? ?La puta que te pario! ?Mala, mala, maaaaaaaaaaaaala, mala, mala, mala…!

Ahora el llanto era abundante y las palabras se atropellaban en un reproche torpe atascado en el alma durante cuarenta anos y dejado fluir sin belleza ni metodo, un nino que decia incoherencias entre hipos, comiendose las lagrimas y limpiandose la nariz con la manga de la camisa.

– Mama -repetia-. Mama, mama, mamita…

Tendido en la alfombra, agoto todo el llanto hasta quedar exhausto, con un mareo leve que lo atontaba y sumia en una ensonacion, que era como el alivio a tanta pena. En medio de la pura tristeza, sintio que solo Jano podria entenderlo. Nadie tiene tanta vida en comun como un hermano. Extendio el brazo y tomo el telefono. Ya no recordaba el numero, ni siquiera si lo tenia en su agenda. Esos segundos que le tomo buscarlo fueron suficientes para recuperarse y la idea ya no le parecio tan buena.

“?Para que?” se dijo. “No va a querer atenderme”.

En otra casa, no tan lejos, Jano lloraba la muerte del tio Ignacio. Tambien lloraba por la madre perdida, por el desperdicio de su vida y por el hermano que tanto hubiera necesitado abrazar en ese momento.

Tadeo estuvo un buen rato acostado en el suelo, sobre la alfombra llena de polvo que nadie aspiraba desde hacia tiempo. Horacio, su madre, Jano, Cesar… Solo podia pensar en Cesar y en el tiempo que habia perdido sin estar a su lado. Un padre vivo, pero lejano, como muerto. Y ahora iba a dejarlo definitivamente solo, iba a repetir la historia para que, un dia, Cesar acabara tendido en otra alfombra puteando al cielo. Sintio una necesidad quemante de decirle cuanto lo queria, no de escribirlo en una triste nota de despedida, sino de aguantarle la mirada mientras se lo decia, incluso soportar el desprecio o la falsa indiferencia del hijo que cree que puede sacar a un padre de su vida con un simple manotazo, como si fuera una pelusa de la solapa. No importaba lo que Cesar fuera a creer de sus palabras. Necesitaba decirle que lo queria, que lo queria, asi nomas, sin adverbios. El amor que no se dice tambien puede ser un adorado tormento.

Fue hasta el telefono. Tampoco recordaba el numero de Cesar y se avergonzo por eso. Busco en la agenda. Cada boton que apretaba era una tentacion a dar marcha atras. Si Cesar lo rechazaba, si le daba la espalda y lo dejaba otra vez solo, no iba a tener la fuerza de animo suficiente. En esas inseguridades estaba, cuando la voz de Alma se oyo del otro lado.

– Disculpa la hora. Necesitaba hablar con Cesar.

Hacia un ano que no la veia y sospechaba que en todo ese tiempo tambien Alma habia construido un escudo de desprecio para proteger a su marido de ese padre ausente que, de un modo indirecto, le afectaba su vida. Por eso fue parco, ni siquiera se animo a la calidez de un saludo. Sin embargo, la voz de Alma sono con dulzura, tal y como Tadeo la recordaba.

– ?Tadeo? ?Es usted? ?Es usted? Pero, que lindo. No sabe la alegria que me da. Que pena que Cesar todavia no llego. Cuenteme como esta.

Aquella bienvenida era mas de lo que su sensibilidad agotada podia soportar y se le corto la voz.

– Tadeo… ?esta ahi?

– Disculpa la hora -repitio con torpeza.

– No hay problema, ni siquiera cenamos. Pero, ?como le va?

– Bien, aqui, con mis cosas, como siempre. ?Y vos? ?Y esa pancita?

– Faltan dias, poquitos dias. Estoy enorme y con una ansiedad que ni le cuento. Pero estamos muy felices. Cesar esta feliz.

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